Na greve universitária, assim como em outras manifestações do
independentismo, destaca-se o espírito antidemocrático, escreve Daniel
Gascón na edição espanhola de El País:
El procés
fue una revuelta de los ricos contra los pobres, de sesgo
etnolingüístico y teatralizada en el terreno de lo simbólico. Los
análisis marxistas —como los de Luis Abenza en Politikon— explicaban
muchas claves. Buena parte de las clases educadas se alinearon con la
secesión. Se sumaron una estrategia de construcción nacional, pánico y
competencia entre los partidos nacionalistas, creatividad publicitaria,
supremacismo camuflado a duras penas, cursilería apabullante, imaginario
kitsch y el dinero. No sorprende que un sector de la izquierda española
e internacional se pusiera del lado de los poderosos. Las clases
intelectuales y académicas están separadas de las clases productivas. Ya
señaló Orwell que hay cosas tan estúpidas que solo las puede creer un
miembro de la intelligentsia y que a uno le enseñan de pequeño que la
clase baja huele.
La falta de violencia explícita era, por un lado, parte del
argumentario central: pretendían que la violencia fuera del Estado y que
eso socavara su legitimidad. Por otro, no era necesaria: si la espiral
del silencio funciona, no hace falta usarla. Las justificaciones de la
violencia señalan el fracaso del independentismo, pero también son la
reacción a la quiebra de una hegemonía.
En la huelga universitaria,
como en otras actuaciones del independentismo, destaca el espíritu
antidemocrático, la pulsión autoritaria con que se pretende imponer una
visión. Un efecto es la degradación de instituciones que son de todos
los catalanes. Otro aspecto llamativo es la negativa a afrontar las
consecuencias. Los líderes condenados no solo apelaban a una
desobediencia civil que corresponde a personas y no a instituciones,
sino que, a diferencia de quienes realmente han ejercido la
desobediencia civil, sostienen que sus acciones no merecen reproche
legal. Todo castigo se considera injusto; todo obstáculo, una
persecución; todo coste, un exceso. Ahora, a veces con la complicidad de
las universidades, quienes reclaman la autodeterminación y la amnistía,
quienes intimidan a profesores y compañeros, quienes impiden que otros
alumnos asistan a clase y lanzan consignas épicas quieren que el sistema
garantice que ellos no sufrirán ningún inconveniente. Una cosa es hacer
la revolución y otra sacar peor nota, suspender o pagar una segunda
matrícula: pertenecen a esa clase de personas que, como decía Groucho
Marx, siempre toman bebidas caras, excepto cuando pagan ellas.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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