BLOG ORLANDO TAMBOSI
Na Suécia, os cidadãos vêem a intervenção do Estado com olhos tão cândidos e confiantes que consideram sua bondade como dogma de fé. Juan M. Blanco para Disidentia:
«‘No
tiene ninguna importancia a quién votamos ni cuáles sean los
resultados, ¿acaso no somos todos socialdemócratas?’, me dijo un hombre
mientras alzaba un vaso de vino en una recepción electoral que, según
adiviné, tenía como objetivo celebrar en privado la inminente victoria
de Olof Palme«. «Luego resultó que ese hombre no era el secretario
general de ningún sindicato sino un aguerrido periodista, autor de
corrosivos editoriales en el principal diario conservador sueco«. Así
comienza Hans Magnus Enzensberger la narración de su experiencia en
Suecia, un país muy relevante en las políticas actuales por haber
servido de laboratorio para experiencias de ingeniería social que luego se exportaron al resto del mundo.
Los
relatos de escritores extranjeros recogen vivencias y análisis muy
ilustrativos de la sociedad sueca durante el siglo XX. El más antiguo y
conocido de todos, Sweden: the Middle Way (1936) del periodista Marquis
Childs, ejerció una enorme influencia en el gobierno y la
intelectualidad norteamericana, contribuyendo a señalar al país nórdico
como modelo de éxito que combinaba lo mejor del capitalismo y del
socialismo. Para Childs, el sistema sueco era pragmático, alejado de
dogmas, con agentes sociales siempre dispuestos a negociar, a llegar a
acuerdos, un Estado que garantizaba la seguridad económica de todos,
cooperativas que limitaban el poder de los monopolios y movimientos
políticos que inducían a la gente a participar.
Pero
esta visión idílica y apologética tiende a difuminarse, incluso a
desvanecerse treinta o cuarenta años más tarde, cuando otros extranjeros
narran o analizan su experiencia en Suecia. La norteamericana Susan
Sontag aporta una visión cargada de sorpresa, el inglés Roland Huntford
un análisis muy crítico y despiadado, mientras el alemán Enzensberger
unas pinceladas no exentas de ironía y cinismo.
LA SORPRESA DE SUSAN SONTAG
En
su escrito A Letter from Sweden (1969), la escritora y cineasta Susan
Sontag cuenta una anécdota, un tanto banal, pero que refleja un aspecto
relevante de la mentalidad sueca: la enorme aversión de la gente a la
discusión, la controversia o la discrepancia. «Nos dirigíamos en el
automóvil hacia un nuevo restaurante pero ninguno estaba seguro de donde
se encontraba. Alguien dijo ‘creo que debes cruzar dos calles más y
girar a la derecha’. El conductor replicó ‘no, tres más y a la
izquierda’. Y, en un tono tranquilo y reposado la primera persona
repitió ‘No, dos y a la derecha’. En ese momento, intervino el tercer
sueco: ‘Basta ya, por favor, nada de peleas’»
Sontag
observó que la gente muy raramente hablaba de su vida privada, siendo
las conversaciones favoritas el tiempo, el dinero o algún plan de
futuro. «El silencio es el vicio nacional de Suecia«, «incluso estoy
convencida de que ese carácter sueco tan razonable es profundamente
anormal… Reprimir el enojo con tal intensidad excede los motivos de
autocontrol racional. Lo encuentro casi patológico. Esta represión
parece motivada por un ingenuo malentendido sobre las relaciones
humanas: no es cierto que los sentimientos fuertes desemboquen
inevitablemente en violencia«.
La
misantropía era una cualidad abiertamente aceptada: nunca se entendería
Suecia hasta captar el concepto de människortrött, es decir, harto de
la gente. Además, los ciudadanos eran más o menos conscientes de vivir
un experimento social, con innovaciones exportables: «más de un sueco me
dijo que lo que ocurre aquí se aplica cinco, diez o quince años después
en alguna otra parte del mundo desarrollado«.
EL «MUNDO FELIZ» DE HUXLEY SE HACE REALIDAD EN SUECIA
Mucho
más crítico y pesimista fue el escritor Roland Huntford en The New
Totalitarians (1971): Suecia había evolucionado hacia una sociedad
cercana a la célebre distopía de Aldous Huxley, Un Mundo Feliz. Estaría
gobernada por una oligarquía tecnocrática que había inculcado en la
gente una mentalidad materialista, la costumbre de recurrir al Estado
para todo. Prevalecía así una actitud conformista mientras la libertad
no representaba un valor fundamental. Las leyes y las normas estaban
determinadas sólo por razones de índole técnico o práctico; nunca por
consideraciones de carácter ético o moral.
Los
políticos habían delegado su poder en técnicos y expertos mientras el
sometimiento indiscutido y acrítico de la gente a la autoridad del
Estado y su reverencia hacia los expertos, conducía a una actitud de
servidumbre. Según Huntford, el sistema utilizaba la escuela, la
televisión o un tipo de neolengua para manipular a los ciudadanos. Y
habría creado una especie de soma, la droga perfecta descrita por
Huxley. En este aspecto, el autor parece apuntar al sexo, a la
intervención de las autoridades para cambiar las conductas íntimas.
En
opinión de Huntford, los cambios en las costumbres sexuales partieron
casi siempre de las propias sociedades, mientras las autoridades
adaptaban la legislación y la política a estos cambios. Pero en Suecia
habría ocurrido lo contrario: los gobernantes habrían sido la vanguardia
de la revolución sexual, impulsando una permisividad poco habitual en
aquella época. El motivo sería ir desplazando el significado de la
palabra libertad: de la política a la sexualidad. La visión del escritor
inglés es extremadamente tétrica: estos «nuevos totalitarios«,
fundamentados en la manipulación y la persuasión, habían tenido más
éxito que los «antiguos totalitarios«, que se apoyaban en la fuerza.
NO PUEDE SER TAN BONITO COMO LO PINTAN
Por
su parte, la percepción de Hans Magnus Enzensberger no es tan lúgubre
pero en absoluto positiva. En su ensayo, Otoño Sueco (1982), se
sorprende de la aparente falta de egoísmo en la política, de la
generosidad de todo el mundo: «¿Tal concordia, tanta solidaridad y
olvido de sí mismos en el seno mismo del capitalismo? Caminaba a lo
largo de las enormes ciudadelas de piedra y ladrillo de Östermalm con
sus torres color verdín, esos monumentos de la burguesía sueca
convertidos en piedra y, ¿debo decirlo?, una duda me heló. Me pregunté
cuál era el precio de esta paz, el costo político de esta reeducación y
me puse a olfatear por todas partes para descubrir a lo que se había
renunciado, el olor a moho de una omnipresente, dulce y despiadada
pedagogía«.
Para
Enzensberger, la burocracia había crecido en tamaño, complejidad y
poder en todas las sociedades. Pero, en Suecia, los ciudadanos verían la
intervención del Estado con un ojo tan cándido y confiado, que
consideraban su bondad un dogma de fe, algo incomprensible en otros
países donde la gente duda con fundadas razones. Así, las Instituciones
del Estado gozarían en Suecia de una inmunidad moral que aplasta
inmediatamente a cualquiera que se resista a su intervención. Y este
poder crece de forma imparable, penetra en todos los aspectos de la vida
privada «confiscando no sólo la mayor parte de las ganancias, sino
también los valores morales de los ciudadanos«.
Quiénes
mandarían realmente en Suecia no serían los políticos sino una
burocracia de técnicos y expertos que experimentan e imponen sus
criterios sin oposición alguna. Esto habría llevado a una supresión, de
facto, de la separación de poderes y a una ruptura con el pasado, un
abandono de la historia que, según el autor, resulta peligrosa.
LA IMAGEN GENERAL
Las
pinceladas de todos estos autores permiten componer una imagen que, si
bien parcial y limitada, apunta ciertos rasgos fundamentales. El modelo
sueco tiene aspectos que resultan atractivos y eficientes. Es un país
que eliminó la corrupción, desarrolló una burocracia eficaz y permitió
durante casi todas las etapas una economía privada muy activa, con pocas
trabas a la actividad, aun con impuestos muy elevados. Y, cuando el
modelo económico entró en crisis, las élites se apresuraron a acometer
las reformas necesarias para preservar la eficiencia.
Sin
embargo, hay otros elementos que resultan inaceptables. La intensa
intervención de los expertos, sus experimentos, condujeron a una
sociedad poco crítica, con mucha dependencia del Estado; unas políticas
que comenzaron ya en los años 30. En muchos detalles de las narraciones
se adivinan ya los gérmenes de la actual corrección política, del
conformismo, de la autocensura, del predominio de los expertos y su
ingeniería social sobre las decisiones voluntarias del individuo, de la
sociedad. Unas prácticas que comienzan a extenderse en nuestros países.
¿Imitar el modelo sueco? Bien, pero sólo sus aspectos positivos; nunca
ese paquete completo que algunos intentan vender envuelto en un vistoso
papel de regalo.
Postado há 5 weeks ago por Orlando Tambosi
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