MEDIÇÃO DE TERRA

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domingo, 29 de outubro de 2023

A dignidade de Oppenheimer: a bomba atômica ou o fogo de Prometeu.

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

O livro de Kai Bird e Martin J. Sherwin percorre a trajetória científica e pessoal de uma das figuras mais polêmicas do século XX. José Manuel Sánchez Ron para El Cultural:


He leído el libro El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer. Prometeo americano (Debate, 2023), de Kai Bird y Martin J. Sherwin. Hace ya muchos años que conozco la versión original en inglés (2005), que he manejado como fuente para uno de mis libros. El que ahora resurja de sus cenizas, cual Ave Fénix, esto es, el que haya sido traducido, solo se entiende por el poder del cine… y de la publicidad que se mueve en torno a él. La imagen frente a la escritura. La Galaxia Lumière versus la Galaxia Gutenberg.

El libro de Bird y Sherwin es extraordinario desde el punto de vista de cómo reconstruye la biografía sociopolítica de Robert Oppenheimer. Es exhaustivo en todo tipo de detalles, a menudo hasta un punto excesivo. Pero esos detalles, la reconstrucción de la biografía y de la sociedad en la que vivió Oppenheimer, están, básicamente, centrados en la política, en sus, en el fondo cambiantes, ideologías, en las relaciones que mantuvo, que no fueron ajenas al mundo de la acción política, incluso las familiares.

Y, por supuesto, en su actuación en el Proyecto Manhattan dirigiendo el Laboratorio de Los Álamos, donde se llevaron a cabo los trabajos necesarios para fabricar, con los materiales (uranio y plutonio) obtenidos en otros centros, las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Los autores pasan de puntillas sobre la física que produjo Oppenheimer, en particular sobre sus contribuciones más pioneras, las que aportó a la astrofísica y a la teoría de la relatividad general, campos en los que había estado interesado desde su época de estudiante posdoctoral (1928) en el Instituto Tecnológico de California, en Pasadena.

De hecho, la estructura de las estrellas constituía un buen escenario para aplicar los conocimientos de física cuántica que poseía. En 1938 organizó un simposio sobre “Transformaciones nucleares y su significado astrofísico”, y poco después apareció el primero de sus artículos dedicados a la astrofísica: una carta al editor escrita junto a Robert Serber en la que calculaban la masa mínima necesaria para la formación de un núcleo estable de neutrones en algunas estrellas (la estimaron en 0,1 veces la masa del Sol).

El segundo de estos artículos, también de 1938, lo publicó junto a uno de sus estudiantes de Berkeley, el canadiense George Volkoff. Se titulaba “Sobre núcleos masivos de neutrones”. En él demostraban que era posible que existiesen estrellas de neutrones. El tercero lo firmó con un estudiante graduado de Berkeley, al parecer elegido por sus excepcionales habilidades matemáticas, Hartland Snyder (con bastante frecuencia los artículos de Oppenheimer, sólidos en cuanto a consideraciones físicas, contenían errores en los cálculos matemáticos). El artículo se publicó en 1939 y contiene pasajes como el siguiente: “Cuando todas las fuentes de energía termonucleares se agoten, una estrella suficientemente pesada colapsará.

Y a menos que una fisión debida a la rotación, la emisión de materia, o el estallido de la masa a causa de la radiación, reduzca la masa de la estrella a una del orden de la del Sol, esta contracción continuará indefinidamente. En este artículo estudiamos las soluciones de las ecuaciones del campo gravitacional que describen este proceso”. Es decir, que mucho antes, del orden de tres décadas antes, de que apareciesen los influyentes trabajos de Roger Penrose y Stephen Hawking, Oppenheimer y Snyder ya estaban prediciendo la posibilidad de que existieran agujeros negros.

Oppenheimer, Prometeo americano es, en definitiva, un libro sobre un físico eminente, aunque lejos del nivel de otros como – limitándome a estadounidenses de nacimiento – Richard Feynman, Julian Schwinger o Isidor Isaac Rabi, pero que explica muy poco de sus contribuciones científicas propiamente dichas. Si yo hubiera tenido que elegir, habría traducido otro libro dedicado a Oppenheimer, uno posterior, de 2012, debido a Ray Monk, autor también de biografías muy celebradas de Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell: The Life of J. Robert Oppenheimer (Jonathan Cape, Londres), más equilibrado y en el que su contribución a la física está mucho mejor tratada. Pero, claro, manda “la circunstancia”, la ocasión propiciada por una película. En el fondo
es doloroso darse cuenta de quién, quiénes o qué dirige la cultura.

Asociar el mito griego de Prometeo, el titán amigo de los mortales que robó el fuego a los dioses, por lo que fue castigado por Zeus, tiene, por supuesto, sentido. Oppenheimer organizó a un grupo de científicos para poseer un “fuego” mucho más mortal e indigno que el prometeico: el de las bombas atómicas. Y fue castigado por ello, pero no por los dioses, sino por esos pequeños “dioses”, en general de pacotilla, que son los políticos, cuando estos se dieron cuenta de que pretendía devolver a los dioses ese fuego nuclear para que lo guardasen a salvo de los belicosos mortales.

Aunque también podemos pensar en Oppenheimer como un moderno Cicerón, el hombre que se esforzó en defender la República romana, como forma de poder democrático, pero que finalmente fue derrotado, no por César, al que también combatió, sino por su sucesor, Octavio. O como un Séneca, que murió desangrándose, rendido ante Nerón.

La República que pretendía defender Oppenheimer era la de los científicos, que, pensaba, deberían ser los propietarios del fuego que habían creado, los que decidiesen cómo debería ser utilizado. El problema era que no existía tal República, al menos no una monolítica. Otros, como Edward Teller o Ernest O. Lawrence, “padres”, respectivamente, de la bomba de hidrógeno y de los aceleradores de partículas –en su caso, los denominados “ciclotrones”–, pensaban de forma muy diferente: no querían que se renunciase al poder político que daba ese fuego dantesco. No olvidemos, asimismo, que los científicos nunca han podido competir en poder con los políticos, llámense éstos Truman, Stalin, Eisenhower, Jrushchov…. o Donald Trump.

Y Robert Oppenheimer, un hombre cultivado, amante y conocedor de textos clásicos de la antigüedad, debería haberlo sabido. Tal vez lo sabía, y el que aun así luchase por sus ideas se añade a su dignidad. Y así lo recordamos, lo mismo que recordamos a Cicerón o a Séneca, que, como él, también colaboraron durante algún tiempo con los Nerones de turno.
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