Marcial dedicou a Fidentino alguns versos mordazes por fazer algo que o Conde de Lautrémont consideava necessário. As visões sobre copiar, parafrasear e emular ideias alheias têm mudado a longo dos séculos. David Toscana para Letras Libres:
Las
palabras se pasean en una dimensión muy distinta a los objetos
materiales. Si yo me robo un párrafo ajeno, bastará decir a quién se lo
robé para que el delito desaparezca. En cambio, si confieso a quién le
robé un automóvil último modelo, las consecuencias serán otras. Esto es
una obviedad, pues desde siempre se ha dicho que los conocimientos son
eso que se puede dar sin perder; pero nótese que debo escribir “desde
siempre se ha dicho”, y no “he llegado a la conclusión de que los
conocimientos…”.
Un
novelista recientemente fallecido escribió precisamente sobre la
muerte. En su texto podíamos leer que se le había ocurrido que morir era
pasar a un estado equiparable al de antes de haber nacido. Hubo quien
comentó que esa idea era de Séneca, y ciertamente la podemos leer en
Séneca en varias formas, “si alguien llora a los muertos, que llore
también a los que no han nacido”. Si bien debía de ser un lugar común ya
en el siglo primero, sobre todo entre los estoicos, y ya cuatrocientos
años antes de Séneca, decía Andrómaca como portavoz de Eurípides:
“Afirmo que no haber nacido es igual a morir”.
Más
allá del placer y sabiduría que nos ofrecen los antiguos textos griegos
y latinos, está la posibilidad de acercarnos a las fuentes de la
ilustración, saber quién fue el primero que dijo algo bien dicho. Ningún
caso tiene decir “la experiencia dicta que si ejercitamos nuestro
cuerpo y procuramos mantenerlo saludable, el cerebro, pensamiento y
estado de ánimo se verán paralelamente beneficiados”, cuando podemos
traducir la brevedad del original mens sana in corpore sano sin que
siquiera haga falta mencionar a Juvenal.
Nadie
tiene obligación de citar a Newton para decir que la atracción entre
dos objetos es proporcional a sus masas, ni a Benito Juárez para
mencionar que el respeto al derecho ajeno es la paz y ya cansa que se
mencione el nombre de Andy Warhol cuando se habla de los quince minutos
de fama.
Entre gente educada es impertinencia mencionar al autor de alguna cita célebre.
“No es un hombre más que otro si no hace más que otro.”
“A veces un cigarro sólo es un cigarro.”
“Ser o no ser, ésa es la cuestión.”
La
lista es interminable; e igualmente amplia también es la libertad de
parafrasear sin marcar el origen: “Esto es migraña, quien la sufrió, lo
sabe”.
Siglos
antes de que existiera el derecho de autor, los préstamos eran cosa
mejor consentida. A Mateo, Lucas y Marcos se les llama sinópticos porque
abrevan hasta el punto del plagio en la misma fuente. Por su parte, el
que escribió Juan, no deseaba crédito y prefiere adjudicarle su historia
a “aquel discípulo al cual amaba Jesús, el que también se había
recostado a su pecho en la cena”.
Lo
mismo hicieron los escritores del Evangelio de Pedro o el
Protoevangelio de Santiago, que preferían hacerse pasar por gente de
mayor autoridad antes que como autores. No es lo mismo, pero es igual lo
que hacen los negros que escriben para los famosos iletrados.
En
Los hermanos Karamazov, Aliocha es dos veces acusado de plagio. La
primera: “Eso es un plagio, Aliocha: repites las ideas de tu stárets”. Y
la segunda: “¡Eso es un plagio!”, exclamó Iván. “Ese gesto lo has
tomado de mi poema.”
Lo
del gesto es más una ironía que un plagio; y aquello de repetir las
ideas del stárets… Lo común es que un alumno haga suyas las ideas de su
maestro, al menos hasta hacerlas chocar con las de otro maestro. Es muy
difícil tener ideas y opiniones propias. Difícil pensar por uno mismo
con pensamientos frescos y no refritos.
Notoriamente
Aristóteles tuvo ideas distintas a las de su maestro Platón; tal como
San Pablo las tuvo discordantes con las de Jesús; con la gran diferencia
de que se puede diferenciar lo platónico de lo aristotélico, mientras
que lo cristiano-paulino se ha emulsionado con distintos sabores.
En
religión es muy válida la ausencia de opinión y nadie le diría a un
cura: “Eso es un plagio, padre: repite usted las ideas de Cristo”.
Y
ya que hablé del “español” Séneca, menciono ahora a su “paisano” y
contemporáneo Marcial, que se ocupó de denunciar a los plagiarios. Habla
de un tal Gaditano “que no escribe nada y, sin embargo, es poeta”.
Frase muy parafraseable.
También dedica Marcial versos al plagiario Fidentino:
La fama dice que tú, Fidentino, recitas mis escritos
a la gente como si fueran tuyos. Si quieres
que se digan míos, te enviaré gratis los versos: si quieres
que se digan tuyos, cómpralos para que no sean míos.
Y más mordazmente le dedica estos:
Lo que recitas, Fidentino, es mi libro,
pero cuando recitas mal, empieza a ser tuyo.
En
sus consejos para escritores, Longino recomendaba imitar a los grandes.
Agregaba que “tal imitación no es un plagio”. Emular a Homero no era
plagiarlo, sino que “cuando estemos trabajando en un pasaje que exija
sublimidad en la expresión y grandeza en los pensamientos, nos
representemos en nuestras almas cómo hubiera dicho eso mismo Homero”.
Hoy
no vemos con buenos ojos esa emulación o imitación. Escribir como Rulfo
o García Márquez se notaría como falta de originalidad, como defecto
cercano al plagio. ¿Defecto por admiración? Dijo Piglia que el plagio es
la forma más ingenua de admiración literaria, y qué bueno que dije
“dijo Piglia” porque así me evito que se me acuse de plagio por
mencionar una idea bien sabida. ~
David Toscana (Monterrey,
1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de
Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.
Postado há 5 weeks ago por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário