O filósofo francês propõe um método extremamente simples parsa que nos sintamos um pouco melhor em um mundo que mudou todas as regras do jogo em tempo recorde. Entrevista a Ángel Villarino, do El Confidencial:
La
revolución digital tiene un impacto mayor y mucho más veloz del que
supuso la imprenta. Una convulsión que ha puesto el mundo patas arriba y
que ha dado inicio a un nuevo ciclo histórico todavía en definición.
Este es el punto de partida de Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975),
escritor, filósofo y director de Philosophie Magazine,en su último libro (Cómo no ser un esclavo del sistema),
una obra muy breve y accesible, dirigida a las personas desconcertadas
por la rapidez de las transformaciones que vivimos. A quienes buscan
algo a lo que agarrarse sin tener que renunciar a nada sustancial o
hacer grandes sacrificios. Nos atiende durante una hora desde el
Observatorio Social de la Fundación Caixa, en Barcelona.
PREGUNTA. Tu libro es una propuesta para dejar de ser un “esclavo del sistema”. ¿A qué llamas esclavos del sistema exactamente?
RESPUESTA.
A lo que me refiero cuando hablo de ser un “esclavo del sistema” es a
que estamos atrapados en un mundo de pantallas. Casi todo lo que
hacemos, ya lo hacemos a través de una pantalla, así que la vida es una
prolongación de esta tecnoestructura de la que no podemos escapar y en
la que nuestro margen de maniobra es muy limitado. Estamos escogiendo
entre opciones ya diseñadas y el margen para la autonomía se va
reduciendo. Mi libro intenta explicar cómo hemos llegado a esta
situación desde que se inventó internet, e intenta proponer algo. Estamos atrapados en una situación que individualmente no sabemos cómo contribuir a revertir.
P.
Dices que acabamos de entrar en una fase de la historia distinta y que
hay una serie de elementos disruptivos que lo demuestran. ¿Puedes
explicar cuáles?
R. La Edad Moderna empieza en el siglo de Descartes y Galileo.
Puedes escoger el personaje histórico que prefieras, según tu
nacionalidad preferirás uno u otro, pero todo esto empieza a principios
del siglo XVII. Se extiende la idea de que se puede dominar la realidad,
se puede ordenar dividiendo las cosas en categorías, dividiendo el
pensamiento en categorías, generalmente duales. Por un lado el individuo
y por otro la sociedad. Por un lado la naturaleza y por otro la
civilización. Por un lado el Estado y por otro el ciudadano. Por un lado
el ocio y por otro el trabajo. La esfera privada y la esfera pública…
P. El mundo se ordena en contrarios…
R.
Eso es. La Modernidad instaura la separación de la realidad en
categorías que nos permiten ordenar todo lo que nos rodea. En todos los
ámbitos aparece la idea. Montesquieu propone una separación de los
poderes y planta la semilla de un nuevo orden político. Adam Smith
inventa la división del trabajo, que germina la Revolución Industrial.
Se van dividiendo los problemas en categorías para hacer un mundo
controlable y más eficiente.
P. ¿Y eso se ha acabado?
R. Estamos saliendo de esa primera Edad Moderna
y estamos entrando en otra fase, que podemos llamar Modernidad
conectiva. De pronto todas las separaciones con las que ordenábamos el
mundo entran en crisis. La separación entre individuo y sociedad es cada
vez más borrosa, somos parte de una red social, estamos conectados con
nuestros grupos aunque estemos aislados. Siempre a dos clics de
distancia de cualquiera, de tal manera que se necesita una enorme fuerza
de voluntad para pasar una semana entera totalmente aislado, incluso de
vacaciones.
P. ¿Qué otras cosas que antes estaban separadas ahora están juntas de nuevo?
R. Naturaleza y civilización
cada vez se confunden más. Se puede llegar a todos lados, es todo
accesible, urbanizado, explotado como recurso natural o turístico.
Incluso tras un gran desastre natural, rápidamente regresa la
civilización. La separación entre culturas cada vez es menor, hay más
mezcolanza. Igual que pasa con la identidad, con el género, todo es
mixto, revuelto… Y cuando todo se mezcla, se pierden esos códigos y
desaparece esa capacidad de decidir con claridad fraguada en la primera
Edad Moderna. Los parámetros tradicionales se resquebrajan, la
separación entre la vida privada y la pública deja de existir. La gente
hoy publica las fotos de sus bebés nada más nacer y los convierten en
seres públicos en su primer día sobre la Tierra. Por eso digo que para
la gente que hemos nacido antes de 1989, el mundo de hoy es
indescifrable, es casi imposible de interpretar porque es totalmente
distinto. Y ha sido muy, muy rápida la transformación.
P.
Es imposible negar que los cambios están siendo muy veloces y que da
vértigo hasta qué punto puedes quedarte fuera de juego en cuanto pierdes
la atención. ¿Pero no han tenido todas las generaciones de los últimos
siglos una sensación parecida?
R.
Es que ambas afirmaciones son ciertas. Todas las generaciones sienten
que están viviendo un cambio relevante. Y es verdad que, si comparas
nuestras generaciones con las que salieron de la Segunda Guerra Mundial,
está claro que vivieron en un mundo totalmente distinto. Cada
generación tiene que adaptarse a algo nuevo y enfrenta estos mismos
problemas. Tampoco creo que nuestra épica sea un drama. De hecho, yo
tengo cinco hijos y soy bastante optimista en general. Tenemos muchos
problemas, pero no creo que vayamos a vivir nada parecido a la
generación de la Segunda Guerra Mundial.
P. ¿Entonces?
R.
Estamos viviendo una era diferente, realmente interesante. No se trata
de las condiciones de vida, sino de un cambio cultural muy profundo. Ha
habido tres momentos civilizatorios definitivos. El primero, la
escritura, se extendió entre 5000 y 3000 antes de Cristo. Pasaron dos
mil años desde que apareció por primera vez en Mesopotamia
y fue más una evolución que una revolución. La escritura transformó
completamente la cultura y la forma de entender el mundo de la
Humanidad. Modificó incluso el sentido de lo que es verdad, de lo que es
real, la entera transmisión de conocimiento. Nos cambió drásticamente
como especie. El monoteísmo solo puede existir porque existe la escritura. Es la tecnología del monoteísmo y de tantas cosas que llegaron después.
P. ¿Qué más?
R.
La segunda gran revolución fue la imprenta. Empieza en China y se
extiende por Europa. Fue muy importante, aunque no tanto como la invención de la escritura.
Pero hizo posible que el conocimiento circulase a más velocidad de un
lugar a otro, que se extendiese a más capas de la sociedad, y esto tiene
impactos en muchas otras áreas del conocimiento. El cisma entre
catolicismo y protestantismo es en sustancia un efecto de la imprenta. Y
somos lectores antes que creyentes, porque empezamos a querer
interpretar las cosas por nuestra cuenta, sin tener que esperar a lo que
dice El Vaticano, etcétera. Es un cambio que va transformando el mundo y
llega hasta nuestros tiempos.
P. Hasta que llega internet.
R.
Esa es la tercera gran transformación cultural del ser humano. Como
todo el mundo sabe, el Ejército estadounidense lo inventa en los años
sesenta y el primer e-mail se envió en 1971. Pero no se empieza a
extender a las sociedades hasta finales de los ochenta. Los nacidos
después de 1989 ya crecen en entornos eminentemente digitales,
ya son nativos de la tercera revolución de los signos. En mi opinión,
esta revolución es menos importante que la primera, pero más importante
que la segunda. Es decir, internet es más importante que la imprenta y
tiene un impacto transformador mayor. Además, el proceso es mucho más
veloz. Si piensas en tu trabajo, seguramente ha sido transformado
radicalmente por esta tecnología. Si piensas en tus relaciones
personales, seguramente se han transformado profundamente gracias a esta
tecnología. Modifica nuestra manera de relacionarnos, incluso nuestras
relaciones sexuales, nuestra diversión, nuestra vida entera... Esto está
provocando una brecha entre generaciones increíblemente profunda. Es un
mundo nuevo y a muchas personas nos ha tocado vivir justo en la
transición.
P.
Tú dices que entrar en negación es absurdo, que hay que aceptar el
cambio, que no es reversible, que no tiene sentido luchar contra el
sentido de los tiempos. Pero también crees que es un error abrazarlo
acríticamente.
R. El clásico intelectual y filósofo boomer
coge el teléfono móvil y te dice que no lo necesitas, que puedes
renegar de todo y volver al modelo anterior. En realidad, si tú eres una
persona normal, da igual en qué continente del mundo, ya no puedes
renunciar al teléfono porque es tu herramienta de supervivencia más
importante. No es un gadget, es vital, es lo primero que necesita una
persona para sobrevivir. Los intelectuales boomers
no han integrado esa idea en su pensamiento todavía. No entienden que
esta tecnología es ya el sistema nervioso de nuestra sociedad. Si
necesitas trabajar y ganarte la vida, necesitas estar conectado. No hay
más. Para desconectar totalmente del sistema, te haría falta tener mucho
dinero. Pero si te tienes que ganar la vida, no vas a poder prescindir
de estar conectado a esta tecnoestructura que es nuestra sociedad actual
ya.
P. Vamos a la segunda parte del libro, la que intenta encontrar soluciones para quienes quieren salir de esta tecnoestructura.
R.
Mi objetivo era encontrar un consejo que dar a mis hijos, o a cualquier
persona. Pero sin caer en decisiones suicidas o radicales. Al revés.
Imagínate que eres una persona, como la mayoría, que está integrada en
una sociedad, que puede llegar a estar relativamente cómoda en esta
sociedad, pero que encuentra cosas del sistema que no le hacen sentir
bien. En mis charlas, me encuentro a mucha gente así, gente a la que no
le encaja lo que hace, a la que le desagrada cómo está utilizando su
vida, personas que están convencidas de que esta manera de vivir nos
conduce al desastre. Entonces yo propongo una solución posible,
intermedia, sin respuestas maniqueas.
No se trata de rechazar frontalmente el sistema, porque eso es muy
difícil y tiene muchos costes, pero tampoco de abrazar el sistema y
convertirte en un aliado incondicional del mundo hiperconectado y
corporativo.
P. ¿Cómo se hace eso?
R.
Yo sugiero el posutilitarismo. La idea es encontrar un ideal, un
principio. Una exigencia innegociable que convertir en la razón que está
detrás de lo que hago. Una vez establecido ese principio esencial, me
puedo mantener dentro del impulso de nuestra sociedad y nuestra civilización,
puedo maximizar y sacar el mayor rendimiento posible a mis objetivos,
tener una carrera profesional, una vida en sociedad. Para que se
entienda mejor, te voy a poner varios ejemplos.
P. Por favor.
R. Vale. Imagínate alguien como yo. Si fuese un escritor utilitario clásico,
lo normal es que decidiese maximizar mi éxito. Entonces me podría
dedicar a redactar libros dirigidos al grupo de lectores mayoritario,
que son mujeres de más de 45 años. Podría utilizar algunos trucos para
conseguir más dinero y más reputación, y para producir libros más
rápido. Frente a esto, un escritor posutilitario decide, por ejemplo,
que la idea central innegociable que le tiene que servir de guía es
escribir el mejor libro posible de acuerdo a sus posibilidades y sus
capacidades. Una vez establecido ese ideal, y ese objetivo, no va a
rechazar el sistema que rodea el mundo del escritor de hoy. Puede ser
ambicioso con su carrera, buscar un editor, intentar vender el máximo
número de ejemplares… Pero la premisa innegociable es hacer el mejor
libro posible y no el que pueda maximizar.
P. ¿Y en profesiones más frecuentes? ¿Cómo se hace posutilitario alguien que trabaja en una gasolinera?
R. Es cierto que la de escritor
es una profesión muy especial, pero creo que esto puede funcionar para
cualquier otra profesión. En muchos trabajos, el trabajo no interviene
sobre un producto final, no se escribe un libro o se fabrica un vino.
Pero hay cosas, como las relaciones personales, que son bastante
transversales a casi todos los trabajos. Ponerse como ideal determinada
actitud con la gente, con los clientes, con los compañeros, etcétera,
puede ser una guía. El impacto de una vida entera tratando a la gente de
acuerdo a ciertos parámetros es un impacto significativo para una única
persona. Y digo esto porque las relaciones humanas son parte de
prácticamente todos los trabajos.
P. Quizá la parte más importante, aunque a menudo se olvida.
R. Cierto. En la mayoría de los trabajos no solo estamos por dinero, sino también para escapar de la soledad.
Por eso las relaciones personales son importantísimas en el trabajo. Ya
digo que es un ideal accesible y también ambicioso sobre el que
organizar tu vida como posutilitarista. Pero puede ser cualquier otra
cosa. Lo importante es tratar de encontrar un ideal que sea realmente
importante para ti y no hacer concesiones al respecto. Aunque haya que
hacer sacrificios para vivir así. Te cuento algo personal. Tuve una
oferta para ir a la televisión a hablar de política, pero no quise
porque sé lo que eso significa, sé a lo que estoy contribuyendo si entro
en ese juego. Mi esposa estaba cabreada cuando dije que no quería
aceptarlo porque era bastante dinero. Pero le expliqué que esa es mi
idea y que no hago concesiones. Puedes sentirte un perdedor esa noche,
pero al día siguiente te sientes realmente bien. Estamos dentro de esta tecnoescrutura
que decíamos, pero se puede tratar de navegar con ideas inamovibles,
propias, es placentero. Sentir que no estás contribuyendo a que las
cosas vayan hacia el lugar al que no quieres que vayan.
P.
La filosofía pragmática que practicas está en auge. Antes el filósofo
te quería explicar el mundo rompiéndote la cabeza con conceptos nuevos.
Ahora tratáis de hacerlo más acogedor. Hay un cambio importante ahí
también, ¿no?
R. Mi manera de abordar la filosofía
no es a través de grandes paradigmas que expliquen el mundo, prefiero
tener algunas ideas sencillas para navegar en la realidad. Estoy
convencido de que hay un montón de gente posutilitarista y me alegra
mucho que sea así. Hay una metáfora de Wittgenstein
que me gusta mucho. Él definía la filosofía como la habilidad de
deshacer un nudo y convertirlo en una cuerda. Desenrollar algo
complicado para presentar algo muy sencillo. Dar acceso a lo que no es
evidente. Por eso he tratado de presentar esta herramienta muy sencilla,
que pueda servir a la gente a poner ciertos límites a la incerteza en
la que vivimos, unos muros de contención sobre los que asentarse sin
necesidad de hacer esfuerzos o renuncias imposibles de cumplir.
La
revolución digital tiene un impacto mayor y mucho más veloz del que
supuso la imprenta. Una convulsión que ha puesto el mundo patas arriba y
que ha dado inicio a un nuevo ciclo histórico todavía en definición.
Este es el punto de partida de Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975),
escritor, filósofo y director de Philosophie Magazine,en su último libro (Cómo no ser un esclavo del sistema),
una obra muy breve y accesible, dirigida a las personas desconcertadas
por la rapidez de las transformaciones que vivimos. A quienes buscan
algo a lo que agarrarse sin tener que renunciar a nada sustancial o
hacer grandes sacrificios. Nos atiende durante una hora desde el
Observatorio Social de la Fundación Caixa, en Barcelona.
Postado há 5 weeks ago por Orlando Tambosi
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