As sereias, como outras tantas personagens mitológicas, continuam sendo uma constante no imaginário coletivo. Ada Nuño para El Confidencial:
Es la más fotografiada de Copenhague y el personaje favorito de muchos amantes de la factoría Disney.
Tiene cola de pez y rostro de mujer, y en la antigüedad, además de
viajar por las profundidades del océano, cantaba para llevar a los
hombres a la locura. La sirena, como tantos otros personajes
mitológicos, sigue siendo una constante en el imaginario colectivo.
Hasta el punto de que algunos se preguntan si es que quizá llegó a
existir un legendario ser parecido, o si, simplemente, los marineros se
confundían cuando avistaban manatíes.
Pero,
en realidad, las sirenas no siempre fueron seres mitad mujer, mitad
pez. Las primeras referencias que se tienen sobre ellas son en la Odisea de Homero,
cuando el héroe griego Ulises (aconsejado por la hechicera Circe)
escapa del peligro de su canto, tapando con cera los oídos de la
tripulación. Él mismo se amarra al mástil del barco para evitar desviar
el barco de su curso. Y Odiseo no es el único, pues en 'Jasón y los
argonautas' también tienen que evitar problemas con ellas.
Por
entonces, Homero señalaba que había dos sirenas en una isla en el mar
occidental, entre Aeaea (donde vivía Circe) y las rocas de Escila. Los
antropólogos también las relacionan con el paso entre Escila y Caribdis.
Más tarde, se ubicaron en la costa oeste de Italia, cerca de Nápoles, y
se decía que eran hijas del dios del mar Forcis o del dios del río
Aqueloo. En algunos mitos también eran compañeras de Perséfone,
diosa del Inframundo, y fueron transformadas en monstruos alados por su
madre Deméter. Porque en la mitología griega, aunque atraían a los
marineros hacia el caos y la destrucción con su canto, tenían una forma
muy diferente: criaturas mitad pájaro, mitad mujer, un poco parecidas a
la figura del 'ba' egipcio.
Según
algunos antropólogos, habrían evolucionado a partir de un cuento
antiguo sobre los peligros de las primeras expediciones, combinados con
una imagen de procedencia asiática que mostraría a una mujer-pájaro.
Algo así como un pájaro del alma o fantasma alado que roba a los vivos,
con bastante afinidad con las arpías. Aunque incluso durante el periodo
griego su representación iría cambiando (en algún arte tardío aparecen
sin atributos aviares), sería con las traducciones posteriores de la Odisea cuando se iría transformando en lo que hoy conocemos.
La
Edad Media marcaría definitivamente ese cambio simbológico de
mujer-pájaro a la mujer-pez mucho más sexualizada, que está presente en
la mente de todos en la actualidad. Isidoro de Sevilla parece dudar en
su 'Etimologías' (compilado entre el 615 y el 630 d.C), hablando de
"tres doncellas en parte pájaros, que tenían alas y garras", y asegura
que en Arabia "hay serpientes con alas, también llamadas sirenas". En su
'Comentario al profeta Isaías', Jerónimo habla de estas sirenas como
algún tipo de monstruos, incluso grandes dragones, que vuelan.
Los bestiarios también tuvieron mucho protagonismo en esta transformación. El bestiario medieval del
siglo VII, 'El libro de los monstruos', las describe como seres humanos
desde la cabeza hasta el ombligo, con cuerpo de doncella y cola de pez.
En el de Bartholomaeus Anglicus, las menciona con las dos formas por si
acaso. Aunque el Physiologus original no las menciona, en las
diferentes versiones que aparecieron fueron variando (una edición de
Berna del siglo IX las describe como seres aviares. Después, por un
error, un ilustrador las pintó con forma de serpiente).
En
el Bestiario de Northumberland eran una especie de híbrido
humano-pájaro-pez con patas parecido a un anfibio, y en general, en casi todas las ilustraciones de la época, esas sirenas 'de transición' iban dominando, hasta que su identidad actual se estandarizó en el siglo XIV.
El
siglo XIX también trajo consigo un gran número de iconografías de
sirenas victorianas, sexualizadas y peligrosas. Pintores como Herbert
James Draper o Edward Armitage las retratan como seductoras ninfas que
tocan el arpa y la lira, y como argumenta un artículo publicado en 'Vice', si
nos atenemos a esa evolución estética de la sirena como demonio mortal a
una mujer sensual, se podría argumentar que se convirtió en la
encarnación de los temores sociales sobre los peligros de la sexualidad
femenina, lo que cuadra bastante con las ideas profundamente religiosas
del medievo, así como con la imagen de vampiresa que surgió en el siglo
XIX.
De
cualquier manera, la sirena como mujer-pez ha formado parte de muchas
historias a lo largo del mundo. En la mitología siria, Darceto era una
diosa con forma de pez, pero cabeza y brazos de mujer que tuvo una hija
que llegaría a ser reina de Babilonia. En las islas británicas, estos
personajes eran sinónimo de mala suerte, las rusalkas que viven en los
ríos y lagos son la contraparte de los pueblos eslavos e incluso en
China algunos cuentos antiguos hablan de unas figuras parecidas con
lágrimas que se convierten en perlas preciosas. Y, por supuesto, en el
norte de España proliferan historias como la Mariña griega, las Lamias
del Mar vascas o la Sirenuca cántabra.
Lógicamente,
es difícil imaginar que dos criaturas tan diferentes como son las aves
(que vienen de los dinosaurios) y los seres humanos pudieran mezclarse
en un solo cuerpo, formando un único ser. Teniendo en cuenta que jamás
se han encontrado restos fósiles de criaturas semejantes, la evidencia
científica también se inclina hacia el lado de la balanza que niega su
existencia.
Lo
que sí pudo existir fue esa mítica isla de la que habla Homero. La
explicación más consistente sería que, efectivamente, se trataba de un
lugar de paso difícil para los marineros que se adentraban en lo
desconocido, sin saber si esas zonas eran rocosas o no. El griego podría
haber imaginado esa historia fantástica para advertir de los peligros
de esos lugares a los navegantes curiosos. Nada de manatíes confundidos,
mujeres aladas o ninfas sensuales y peligrosas. Simplemente, pura
necesidad de supervivencia.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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