BLOG ORLANDO TAMBOSI
Por lá, clamar contra a "puta Espanha" é liberdade de expressão, mas distinguir meninos e meninas gera multas pesadas. Sonia Sierra para The Objective:
A
claro he puesto el título entre signos de interrogación porque no
quiero que me caiga una multa, que es lo que le ha pasado a la entidad
Hazte Oír por rotular en un autobús: «Los niños tienen pene. Las niñas
tienen vulva. Lo dice la biología». Desde el punto de vista científico y
racional, a esta afirmación no se le puede poner un pero y, sin
embargo, han sido multados con 20.000 euros por la Generalitat de
Cataluña por discurso de odio. Sí, la Generalitat, con un presidente que
blandía orgulloso un cartel de «España nos roba» y unos medios de
comunicación que son auténticas máquinas de odio contra todo lo español.
Y, además, para anunciar la multa, la portavoz del Gobierno catalán ha
afirmado que «los discursos del odio no tienen cabida en Cataluña». Y se
ha quedado tan pancha, oye.
Resulta
que decir «puta España» es libertad de expresión, pero afirmar algo tan
obvio como que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva, es
delito de odio. Otra cosa es que un niño diga que se siente niña o
viceversa: pueden sentirse así, pero eso no los convierte en personas
del otro sexo. De hecho, hasta ahora, en la inmensa mayoría de los
casos, este sentimiento desaparecía al superar la pubertad y digo hasta
ahora porque con las delirantes leyes trans que se están promulgando en
todo el mundo – gracias al trabajo incesante de los lobbies-,
actualmente una criatura que diga sentirse del otro sexo es más que
probable que acabe tomando bloqueadores de la pubertad y después
hormonas, pese a que eso conlleva un daño irreversible.
En
Cataluña, el 87% de las personas que acuden al Servei Trànsit salen con
una receta de tratamiento hormonal en la primera visita, como señala el
informe presentado por Feministes de Catalunya https://theobjective.com/espana/2022-11-10/salut-
hormonal-visita/. Estas personas, en muchos casos menores de edad,
pasan en ese momento a ser enfermos crónicos aunque cuando entraron por
la puerta estaban sanos. Y, ojo, que a esto lo llaman despatologizar la
transexualidad. Pues no sé, pero con medicación de por vida y, en muchos
casos, intervenciones quirúrgicas como amputaciones de miembros sanos,
le veo lagunas a eso de despatologizar.
Más
allá de las terribles consecuencias para la salud física y mental que
supone la Ley Trans y que está haciendo que países que ya habían
promulgado textos similares estén dando marcha atrás, me parece
realmente preocupante como cercena la libertad de expresión. Una multa
de 20.000 euros (en este caso, debida a la Ley de Igualdad catalana) por
una afirmación irrefutable es una barbaridad. Y no tiene nada que ver
con odiar a personas que, en un momento de su vida, puedan pensar que
son del sexo contrario, sea de forma transitoria o permanente, y que,
por supuesto, merecen respeto. Si un hombre desea ser tratado en
femenino o una mujer en masculino, tiene todo el derecho del mundo a
pedirlo, de la misma manera que el resto de la humanidad tiene derecho a
pensar que si alguien se pasea con el pene al aire por un vestuario
femenino, lo que tiene delante es un hombre -aunque se autodefina mujer-
y debería poder expresarlo libremente sin temor a tener que pagar una
multa por transfobia.
La
palabra transfobia se ha convertido en una espada de Damocles que pende
sobre cualquiera de nosotros, así como en un auténtico ariete contra la
libertad de expresión. Ni Silvia Carrasco ni el resto de autoras del
necesario libro La coeduación secuestrada pudieron firmar ejemplares en
Sant Jordi porque nadie les garantizaba su seguridad. Me parece un
auténtico escándalo que en lo que se supone que es la fiesta del amor y
de los libros, unas personas puedan ver amenazada su integridad física
por sus ideas. Y algo parecido les ocurrió a José Errasti y a Marino
Pérez, que tuvieron que acabar precipitadamente la presentación de su
exitoso libro Nadie nace en un cuerpo equivocado en la Casa del Libro de
Barcelona ante la amenaza de los transactivistas de quemar la librería.
Pero, recuerden, según el Gobierno catalán, aquí no tienen cabida los
discursos del odio.
Resulta
paradójico que los mismos que dicen defender los derechos humanos
–aunque nunca sean capaces de nombrar los derechos de los que carecen
las personas transexuales- y la libertad de que cada uno sea como quiere
ser, se dediquen a pegar a mujeres en manifestaciones, a lucir
camisetas en las que se incita a matar a las feministas, a vandalizar
libros y a amenazar con quemar librerías. Hazte Oír puede gustar más o
menos, pero tenemos que reconocer que hay bastante más discurso del odio
en cualquiera de las cosas que acabo de citar que en decir que los
niños tienen pene y las niña, vulva. ¿Por qué eso supone una multa de
20.000 euros y pedir el asesinato de mujeres no? ¿Cómo se puede defender
la libertad de unos impidiendo violentamente la de otros? ¿Por qué no
resulta escandaloso que unas autoras no puedan firmar libros en Sant
Jordi?
La
libertad de expresión es una de las bases de la democracia, pero la ONU
ha lanzado una campaña en su contra en la que equipara un megáfono con
un arma. Da miedito. La semana pasada, mi amiga Marta Martín escribía en
estas misma páginas sobre la libertad de expresión como condición de
posibilidad de la libertad académica https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2023-04-27/libertad-expresion-academica/.
Las universidades, lejos de ser templos del saber y del libre y
respetuoso intercambio de ideas, se han convertido en lugares donde la
ideología de unos cuantos impide con violencia la libertad de expresión
del resto. Los valientes jóvenes de S’ha acabat, por ejemplo, no pueden
montar una carpa sin acabar rodeados de agentes de seguridad para
protegerlos de la violencia de los separatistas. Y sí, esto sucede en
Cataluña, donde los mismos que promueven la violencia dicen que no tiene
cabida los discursos del odio, pero es un fenómeno global. Y muy
preocupante.
Postado há 3 days ago por Orlando Tambosi

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