BLOG ORLANDO TAMBOSI
Ancestral, reinventado no século XIX e ainda fonte de influência em nossos dias, o niilismo é parte indiscutível da atual maneira de ver o mundo. Diego Lorenzo Cardiel para Ethic:
«Aprovecha
el día y no confíes en el mañana». Con este verso, el poeta latino
Horacio inspiró el que luego sería un canon literario, el carpe diem
(literalmente, «cosecha el día»), si bien este reflejaba en realidad una
mirada que llevaba tiempo circulando por Occidente: vive el presente,
no confíes en un devenir que puede carecer de sentido.
El
nihilismo es parte de nuestro presente. De alguna manera, su poso
edifica nuestro comportamiento social: el consumismo, la reinvención de
valores desde muy diversos prismas ideológicos e incluso el constante
guerracivilismo en las redes sociales. ¿Cuál es la historia de una
corriente que sigue electrificando el presente?
Una voz antediluviana
Para
rastrear los orígenes del nihilismo (del latín, nada) debemos
remontarnos a los comienzos del testimonio escrito. Cuando el rey
mesopotámico Gilgamesh, convertido en mítico personaje de epopeya, acude
ante los dioses para suplicar que le devuelvan la vida de su amigo,
recibe por obsequio un único consejo: disfruta la existencia y los
placeres terrenales, pues ni siquiera los dioses pueden devolver el
hálito a un mortal.
La
invitación a vivir el presente con absoluto hedonismo necesita de un
nihilismo que sostenga la disolución de la moral. Unas normas de
conducta que, como mencionaron intelectuales como Mircea Eliade,
provienen de muy atrás: el hombre, ante los vaivenes de la vida, escoge
aceptar el cosmos como un sistema ordenado y misterioso… o como uno
caótico y azaroso. De este último pensar surge el nihilismo.
India
y Oriente hicieron de la nada una sustancia plena. La angustia, al
contrario de la forma en que la concebimos al otro lado del mundo, surge
de las percepciones con que los sentidos físicos enriquecen nuestra
experiencia terrenal: el budismo o el taoísmo son dos de las doctrinas
que, por ejemplo, se apoyan en unos vacíos que persiguen enriquecer el
modo de vida de sus practicantes.
No
obstante, el nihilismo, como corriente filosófica, surge en Europa, y
desde la Ilíada el lector más taimado puede rastrear los hilos de un
«vacío» que se revela absoluto. Más allá de las disquisiciones
filosóficas posteriores, su origen puede rastrearse hasta la escuela
cínica, con Antístenes, su fundador, a la cabeza: el pensador ateniense
quedó tan impresionado por la serenidad con la que Sócrates aceptó su
ejecución que abandonó las enseñanzas de los sofistas y creó su propia
escuela. Allí trazó su pensamiento, defendiendo el abandono de todo
elemento superfluo, de las leyes civiles y las normas de convivencia,
aspirando a un regreso al orden animal. Nada importaba más que la
autosuficiencia y la constante pugna por alcanzar la ataraxia; es decir, la imperturbabilidad del espíritu, la cual conduciría, finalmente, a la felicidad.
Tuvieron que pasar los siglos –las pestes de la antigüedad y de la Edad Media,
el colapso del Imperio romano occidental y la conquista otomana de
Constantinopla– para que la sensación de un sinsentido y de una nada se
convirtiesen en el nihilismo formal que hemos asimilado hoy. De esta
herencia y del pensamiento judío bebió Baruj Spinoza en el siglo XVII al
definir la existencia de una sustancia única y limitar al ser a cumplir
un rol mecánico. La existencia individual, según el intelectual judío,
carece de sentido en sí misma: es parte de un todo que alberga este
significado en sí mismo como sistema.
Este
proto-nihilismo se terminó de perfilar en el siglo XIX. Fue F. H.
Jacobi, en una carta remitida a Fichte en 1799, quien mencionó el
término por primera vez, si bien fue el novelista Iván Turguénev quien
comenzó a popularizar el término a partir de en 1862, con su novela
Padres e hijos, donde escribió que el nihilista es aquella persona «que
no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio
como artículo de fe». Un nihilismo muy influyente es también el que
expuso Fiódor Dostoievski a lo largo de su obra, con una perspectiva
especialmente visible en su obra Los demonios: es la negación del
sentido de la vida alrededor del hombre mismo y unos valores caducos
que, en sí mismos, poseen sentido, pero que lo pierden al no creer la
sociedad en ellos.
Desde Alemania, Arthur Schopenhauer proclamó sus ideas nihilistas cuando afirmó que la esencia del mundo sería una voluntad absolutamente irracional, pero sería Friedrich Nietzsche
quien se autoproclamaría como el primer nihilista, estructurando esta
concepción del mundo y analizando su presencia en las creencias
religiosas (un tipo de nihilismo que rechazó por suponer un
aborregamiento de un individuo que se disuelve en las masas). En su
lugar, propuso uno nuevo, capaz de reconfigurar los valores y erigirse
libre en su voluntad de poder. Más adelante, Martin Heidegger
rescataría un análisis del nihilismo anterior a su obra: según él, la
doctrina supuso la destrucción del concepto de «ser» siendo sustituido
por el valor
El nihilismo hoy
El impacto literario de Nietzsche agitó la perspectiva occidental en torno a la «muerte de Dios» (esto es, de los valores cristianos, al ser desterrados en la práctica por el ser humano). De hecho, los movimientos libertarios,
a izquierda y a derecha del espectro político, emanan de esa defensa a
ultranza de rechazo del orden establecido y de transformación radical.
La
Gran Guerra y su brutal impacto en la sociedad europea de comienzos del
siglo XX impulsó el ateísmo y la adscripción ideológica, así como un
hondo pesimismo que asentó el camino a peligrosos dirigentes
extremistas, como Mussolini y Hitler.
En
cuanto a costumbres sociales, el nihilismo es el gran triunfador de la
actualidad. Una esfera en la que destaca es el consumismo, especialmente
aquel practicado antes de la emergencia climática: importa el beneficio, el aquí y ahora, y no el bien común; fabricar barato y consumir en abundancia. Miremos donde miremos, el nihilismo nos acompaña. Creamos o no creamos en él.
Postado há 2 days ago por Orlando Tambosi

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