BLOG ORLANDO TAMBOSI
O indivíduo fltua inerte na superfície da corrente das guerras culturais. Nega-se sua existência, pois agora só são reais os grupos homogêneos que enfrentam um ao outro. José Antonio Gabelas para Disidentia:
Ser
un individuo se ha convertido en una complicada aventura diaria, con
un importante balance de riesgos, bastante incómodo de soportar. Sabemos
que la negación es un mecanismo de defensa muy frecuente para
enfrentarse al conflicto, puede ser mucho más fácil y menos problemático
no significarnos , dejar que nuestras ideas contrarias a la opinión de
la mayoría, o a lo establecido, permanezcan encerradas. El silencio
siempre es una opción.
La
corrección política ha conseguido marcar un territorio de poder en el
que las colectividades han dictado la opinión pública, y por tanto, lo
que hay que saber, lo que se debe decir y cómo hay que sentir y pensar.
El pensamiento gramsciano, centrado en el uso y ocupación del poder, con
el foco en las diferentes instituciones culturales, ha dejado un
semillero muy fértil que la nueva izquierda ha reciclado
convenientemente. La burguesía que explotaba a los trabajadores ya no se
lleva, es mucho más moderno asignar roles y valores a los colectivos
sin lugar a réplica, salvo que te crucifiquen. Vemos en las portadas de
los medios hombres blancos que se ensañan con las mujeres, y con los
negros y otras minorías étnicas, incluso aparece la ontología del
colectivo, donde se puede observar cómo el género humano maltrata a los
animales y es el causante único y principal del cataclismo climático.
Estos
ismos han sabido mutar y adaptarse a los tiempos que vienen, al vaivén
de la posmodernidad muy gaseosa. Aquellos que en los años sesenta
estaban en las calles, luego ocuparon las universidades y finalmente los
despachos. Los años 70 prendieron en Estados Unidos la mecha que se
apropiaría de un liberalismo entendido como oposición frontal y hostil
al capitalismo que se propagaría por Europa, y por el resto de América,
pero no para buscar una reforma del sistema, sino para destruirlo.
Explotaron las emociones y los sentimientos de los más jóvenes para
repetir la historia de sus abuelos y padres, que también quisieron ser
progresistas.
Las
universidades se convirtieron en foros de adoctrinamiento. Estados como
Florida, Nueva York, Pensilvania, Ohio y otras universidades
convirtieron los “Estudios Culturales” en el catecismo ideológico, con
más espacio y créditos académicos al multiculturalismo que a los
fundamentos de la democracia. No es una casualidad, como se recoge en liberalismo.org,
que en los años 90 la Comisión de Revisión de Estudios Sociales del
estado de New York emitiera un informe llamado “educación
multicultural”, que rechaza los “previos ideales de asimilación a un
modelo angloamericano.” Por si no quedara claro esta comisión califica
el denominado curriculum tradicional, centrado en los temas
fundacionales de América del Norte, como etnocéntrico y favorable al
nacionalismo blanco.
Seríamos
muy ingenuos si pensáramos que detrás de estas políticas existe un
deseo de respetar y promocionar las minorías étnicas, cuando el
objetivo real es hundir la civilización tradicional. Una
instrumentalización de la academia y de la cultura para la disolución
de Estados Unidos como nación, para convertirla en un mosaico de tribus
identitarias y hostiles, que no sale gratis. Supone un freno al
progreso cultural de los propios grupos sociales más desfavorecidos,
dado que agrava su aislamiento e impide su integración, y socava las
instituciones de los países receptores.
Este
imposición dictada desde los postulados identitarios, establece un
multiculturalismo que rechaza no solo a Estados Unidos y su historia,
también la Civilización Occidental. Se niega la historia, y por
consiguiente su cultura. Bórrese la huella del mundo grecorromano, la
ética judeo-cristiana, el humanismo clásico y renacentista, la
racionalidad científica, y el individualismo liberal demócrata. La
música, la filosofía, la literatura que ha generado Europa no importa.
El adanismo cultural lo barre todo, quien lo identifica o discrepa sufre
una muerte civil porque es un fascista, un racista o un machista, o la
suma de todo.
Cada
uno de nosotros como individuos tenemos el derecho de conocer nuestra
historia, sin distorsiones ni adoctrinamientos, para amar nuestra
cultura y saber quiénes somos. Esta negación de la cultura conduce a
una negación del individuo, que vaga perdido en la corriente de la
colectividad, sin referencias, sin visibilidad, sin espacio para la
expresión. Una horda de nuevos bárbaros que enarbolan la bandera del
presentismo, sin historia y sin cultura, recorre América y Europa.
Frente
a esta oposición y enfrentamiento, la historia universal es tozuda en
evidenciar que evoluciona y progresa en la hibridación cultural, que las
culturas no son bloques de cemento en una estantería. Los españoles son
una mezcla de íberos, celtas, romanos, árabes, judíos, cristianos. Los
ingleses disponen de diferentes etnias como los irlandeses, asiáticos,
afro-caribeños, la documentación de las crónicas anglosajonas advierten
desde la marcha de los romanos de Britania, hasta los reinos
anglosajones, con el tránsito de celtas, daneses, normandos y sajones.
Pero esta hibridación demográfica natural, producto en cierta medida
del proceso histórico en sus causas y consecuencias, no necesita
teologías de la liberación, ni catecismos ilustrados con los ismos
posmodernos, su precio ya lo conocemos: destrucción de la cultura y
persecución al disidente.
El
dictado de esta imposición cultural impulsada por las universidades, y
extendida a las escuelas norteamericanas, latinomericanas, europeas,
está apoyado por un entramado mediático muy hostil a la prensa
conservadora. Aún se recuerda aquella entrevista que realizó el New York
Times en 1957 con el célebre periodista Herbert Mathews a Fidel Castro
en su campamento guerrillero de Sierra Maestra. Bastantes años después,
tuvo su réplica en Europa con la entrevista realizada por Ignacio Ramonet en 2006,
entonces director de Le Monde Diplomatique, que formó parte de su
libro-panegírico sobre el personaje. Era injusto, explica Ramonet,
(sobre lo cual no hay que perder detalle), que las nuevas generaciones
son “víctimas inconscientes de la constante propaganda contra Cuba”, y
no percibieran al “hombre de visión mundial”, “siempre con nuevas
ideas”, ”insurgente mítico. No hay que extrañarse, para quien tenga el
cuajo de leerse el libro, de tragarse algunas que otras píldoras más, a
saber, “Cuba es más democrática que Estados Unidos”, “la constitución
cubana es más democrática que la francesa”. Conocí a Ramonet hace más de
una década en unas jornadas que organizó el ayuntamiento de San
Sebastián, su ego se derramaba del mismo modo con que se comía en el
puerto un espléndido besugo, no me sorprendió esta lectura plagada de
referencias a sí mismo, así como la galería de imágenes donde también
aparece el director ajustándose el nudo de la corbata.
Entre
los despojos que deja en la cuneta la llamada guerra cultural para
unos, destrucción de la cultura para otros, se encuentra el individuo
que flota inerte en la superficie de la corriente. Se niega su
existencia. Ya sólo existen los grupos homogéneos y enfrentados. Me
extraño al recordar hace bastantes años, un comentario de café con un
neoyorkino, cuando afirmaba que hubo un tiempo que no había nada más
parecido a un republicano que un demócrata.
Postado há 5 days ago por Orlando Tambosi
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