BLOG ORLANDO TAMBOSI
Putin utiliza a comemoração do final da II Guerra Mundial para justificar a invasão da Ucrânia e retomar as obsessões de Stalin no final do conflito. Guillermo Altares para El País:
El general Alfred Jodl, que acabaría siendo condenado en Nuremberg
y ejecutado en 1946, firmó la rendición incondicional de Alemania ante
los aliados en la ciudad francesa de Reims en las primeras horas del 7
de mayo de 1945. Entraría en vigor a las 23.01 del 8 de mayo. En ese
momento, terminaría oficialmente la II Guerra Mundial
en Europa, en Asia la rendición de Japón no llegó hasta agosto. Pero ya
había empezado la Guerra Fría. La desconfianza entre los países que
habían derrotado al nazismo ya era entonces muy elevada, tanto que ni
siquiera se pusieron de acuerdo sobre el momento en el que había que
celebrar el final de la guerra. De hecho, Stalin exigió que se firmase
una segunda rendición en Berlín ante el mariscal soviético Georgy Zhukov,
que no entró en vigor hasta el 9 de mayo. Por eso Rusia conmemora este
lunes su victoria en la llamada Gran Guerra Patria, mientras que el
resto de los países aliados lo celebraron el domingo.
“Churchill
mandó un telegrama a Stalin para explicarle que, dado que ya se habían
concentrado multitudes en Londres, la celebración del Día de la Victoria
en Europa tendría lugar el 8 de mayo en el Reino Unido, al igual que en
Estados Unidos”, explica Antony Beevor
en su libro La Segunda Guerra Mundial (Pasado y Presente). “Stalin
mostró su descontento porque sus tropas seguían combatiendo en numerosos
frentes. Las celebraciones de la victoria, respondió Stalin, no
comenzarían en la URSS hasta el 9 de mayo”.
Europa vive uno de sus momentos más peligrosos desde entonces, tras la invasión rusa de Ucrania y las amenazas del Kremlin de que podría recurrir a su arsenal nuclear, mientras los dirigentes rusos juegan con la idea de que podría estallar una tercera guerra mundial.
No es ni de lejos la primera vez que se recurre a la II Guerra Mundial
para justificar atrocidades del presente —los nacionalistas serbios
durante los conflictos yugoslavos de los noventa trataron de resucitar
todos los fantasmas de una presunta amenaza fascista—, pero resulta
inquietante hasta qué punto el presidente ruso, Vladímir Putin, no solo utiliza el 9 de mayo para su propaganda
y para reivindicar su invasión de Ucrania, sino que replica las
obsesiones de Stalin: mantener el control sobre los países que cree que
deben permanecer bajo la órbita rusa y las acusaciones de nazismo contra
sus enemigos para justificar cualquier brutalidad.
Soldados soviéticos celebran en Berlín el final de la II Guerra Mundial, el 9 de mayo de 1945.
La
discusión en torno a las celebraciones del 8 o el 9 de mayo puede
parecer un detalle, pero refleja cuál era el ambiente entonces entre los
vencedores del conflicto: todos sabían que estaba a punto de empezar,
si no había empezado ya, una nueva guerra, esta vez sin batallas, aunque
con mucha violencia, por el reparto del mundo. Stalin y el resto de los
aliados se habían dividido Alemania y Europa por áreas de influencia.
La URSS no iba a tardar en imponer el comunismo en todos aquellos
Estados que consideraba que debían formar parte de su esfera de
influencia.
Nada
refleja el soterrado enfrentamiento entre los aliados al final de la II
Guerra Mundial como lo que ocurrió con los pocos restos que las tropas
soviéticas hallaron del cadáver de Adolf Hitler, que se había suicidado el 30 de abril.
Como su cadáver fue quemado con gasolina en la puerta del búnker, solo
pudieron recuperarse una parte de la mandíbula y dos puentes dentales
del dictador, que agentes soviéticos se llevaron a Moscú en una caja de
puros en medio de un espeso secreto ordenado por Stalin. En su libro
Berlín: la caída, 1945 (Cátedra), Beevor relata que Zukhov, que había
capitaneado la batalla de Berlín, nunca se enteró de que se habían
recuperado restos del cadáver de Hitler. De hecho, hasta los años
noventa, con la perestroika, no se conoció que los soviéticos se habían
llevado esos restos del dictador nazi, ni que habían sido destruidos en
los años sesenta.
Beevor
explica así los motivos del dictador soviético para esconder un dato
tan importante: “El sistema de Stalin necesitaba la presencia de
enemigos tanto externos como internos, porque temía rebajar la tensión.
Cuando encontraron el verdadero cadáver del Führer, llegaron de
inmediato órdenes del Kremlin que prohibían que se dijese a nadie una
palabra sobre el asunto. Resulta evidente que la estrategia de Stalin
consistía en asociar a Occidente con el nazismo al hacer ver que los
británicos o los estadounidenses estaban escondiendo al dirigente nazi.
De hecho, ya circulaban rumores que afirmaban que había escapado”.
Putin, como hizo Stalin, también ha acusado a los miembros del Gobierno
de Ucrania de ser nazis que merecen ser derrotados.
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