O 8 de maio foi um dia de luto para a ciência, data em que Lavoisier, "pai da química", foi guilhotinado. Luis Reyes para The Objective:
«La
República no necesita sabios ni químicos. El curso de la justicia no
puede detenerse». Con esta frase el presidente del Tribunal
Revolucionario, Coffinhal, justifica una de las ejecuciones más inicuas
de la Revolución Francesa, la de Antoine de Lavoisier, el «padre de la química moderna» en opinión general del mundo científico.
Hay
algo de frustración personal en la severidad, por no decir crueldad,
del juez. Coffinhal ha intentado seguir la carrera de medicina, pero ha
fracasado y ha tenido que conformarse con ser un obscuro funcionario de
la fiscalía de París. Pero la llegada de la Revolución cambia muchos
destinos. Coffinhal se convierte en un radical, adopta el nombre de
Mucius Scaevola –el héroe de la República romana-, y llega a ser primer
juez del Tribunal Revolucionario, que es la principal herramienta del
Terror. Desde este puesto mandará innumerables inocentes a la
guillotina, donde él mismo pagará sus crímenes judiciales tras la caída
de Robespierre. Entre esos crímenes, uno de los más escandalosos es la
ejecución de Lavoisier.
«No
han necesitado más que un momento para cortar esta cabeza, y puede que
en cien años no vuelva a haber una semejante», comenta desolado el gran
matemático y astrónomo Lagrange. Porque, efectivamente, Antoine de
Lavoisier es el arquetipo de sabio protagonista de la «revolución
científica» que cambia el mundo a finales del siglo XVIII, antes de que
se produzca su equivalente político, la Revolución Francesa.
Lavoisier
pertenece a una familia de la llamada nobleza de toga, los magistrados y
altos funcionarios del reino, y por decisión de su padre se licencia en
derecho en la Universidad de París, pero tiene una irrevocable vocación
científica y se pone a estudiar física, química, botánica y mineralogía
con las eminencias de esas ramas. Con 21 años presenta un proyecto de
alumbrado público de París que merece un premio. Su labor será ingente y
multiforme, yendo del enunciado de la ley de la conservación de la masa
al estudio de la fotosíntesis o la respiración animal. Se le considera
sobre todo el padre fundador de la química moderna por sus
descubrimientos sobre el oxígeno.
Retrato de Monsieur Lavoisier y su esposa de Jacques-Louis David (1788)
Con
25 años ingresa en la Academia de Ciencias, el Olimpo de los
científicos franceses, y este gozoso logro determina quizá su desgracia,
porque se cruza con otro científico frustrado, como el juez Coffinhal.
En 1778 presenta su candidatura a la Academia un tal Jean-Paul Marat,
médico autodidacta que ha obtenido el doctorado en una universidad
escocesa, pero que se ha convertido en un médico de moda entre la
aristocracia de París. Marat es rechazado porque Lavoisier considera que
su trabajo científico es inconsistente. Lo vuelve a intentar dos años
después, y es de nuevo rechazado. El berrinche es tan grande que Marat
piensa que su vida está acabada y hace testamento. Pero en esos momentos
alumbra la Revolución Francesa y Marat revive en una nueva vida:
caudillo radical.
Funda
y dirige L’Ami du Peuple (El Amigo del Pueblo), uno de los periódicos
más influyentes, desde donde espolea los odios hacia todos los que no
están en su línea. Entre sus víctimas favoritas están los dos sabios a
los que achaca su rechazo en la Academia, Lavoisier, a quien llama
«corifeo de charlatanes, hijo de un pobretón, aprendiz de químico» y
Condorcet, al que dedica insultos tan ingeniosos como «el insignificante
palo en el culo de las viudas». A consecuencias de su persecución uno
será guillotinado, el otro se suicidará en su celda para no subir al
cadalso.
¿De
qué puede acusar la Revolución a alguien como Lavoisier? Su trabajo se
centra en descubrimientos que sólo traen beneficios a la sociedad, su
laboratorio en el Arsenal –donde vive- es el «corazón científico de
Francia», el santuario que visitan todos los sabios extranjeros, un
centro que irradia gloria para el país. ¿Por dónde atacarlo? La brecha
se produce, paradójicamente, por uno de los acontecimientos más felices
de su vida, su matrimonio con Marie-Anne Pierette Paulze.
Marie-Anne
es casi una niña, tiene 13 o 14 años, según las fuentes. Es muy
hermosa, según sabemos por el retrato de David, pero además goza de un
cerebro privilegiado. Pese a su extrema juventud, tiene una educación
científica y un conocimiento de idiomas que le permiten traducir
correctamente los ensayos científicos publicados en el extranjero, para
beneficio de su marido. Incluso ella misma es capaz de escribir trabajos
como la Refutación a las teorías del químico irlandés Kirwan, que
estaba en desacuerdo con Lavoisier.
Por
si fuera poco, la boda es económicamente una bicoca, porque el padre de
Marie-Anne es uno de los propietarios de la Ferme Générale, la empresa
que tiene la concesión de los impuestos del rey de Francia. Lavoisier es
incorporado y luego hereda el negocio de su suegro, lo que le hace muy
rico y le permite dedicarse a la investigación científica sin
preocupaciones económicas. Antoine de Lavoisier parece el hombre más
afortunado del mundo, goza de amor, riqueza y fama, su trabajo le
apasiona, su matrimonio es feliz. Pero estalla la Revolución y comienza
la persecución de Marat.
El
cerco se va cerrando poco a poco. En 1791 la Ferme Générale es abolida
por las autoridades revolucionarias. En 1792 cesan a Lavoisier del cargo
oficial que ocupa en la Comisión de la Pólvora y lo expulsan de su
laboratorio-domicilio en el Arsenal. En 1793 se cierra la Academia de
Ciencias y, por fin, en noviembre de ese año, Lavoisier es arrestado
junto a otros 27 Fermiers générales, como se llama a los concesionarios
de la recaudación de impuesto. La acusación es fraude al estado por
haberse quedado con dinero de los impuestos y por echarle agua al
tabaco, de cuya venta también tienen franquicia.
Las
acusaciones son inventadas, pero eso no importa durante el periodo del
Terror robespierano. Como declara con cinismo Couthon, autor de la Ley
de 22 Prarial que retira el derecho de defensa a los acusados, «se trata
menos de castigarlos que de aniquilarlos… No se trata de dar ejemplo,
sino de exterminar a los implacables satélites de la tiranía». No sirve
de nada que numerosas personalidades apelen a los servicios que ha
prestado y prestará Lavoisier al país en el campo científico, «la
República no necesita científicos ni sabios».
El
8 de mayo de 1794, el mismo día que se pronuncia la sentencia, sin dar
tiempo a apelación alguna, Antoine de Lavoisier es guillotinado. Un
asesinato judicial.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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