O wokismo está mudando a natureza da educação superior nos Estados Unidos. Em nome da representação e fa justiça social, o talento se converte em instrumento de opressão. David Rieff, em artigo traduzido para Letras Libres:
El
narcisismo y el provincianismo al servicio de la virtud siguen siendo
narcisismo y provincianismo. Este, más que las opiniones políticas
específicas de los interesados, es el problema profundo del papel
ideológico hegemónico que desempeña lo woke en la educación en los
Estados Unidos y en Canadá (y hasta cierto punto en Australia y Nueva
Zelanda). Porque el tema principal pasa de ser lo que se estudia a quién
lo hace. Porque una vez que se hace de la educación un proyecto en gran
medida moral y político, se establece una especie de lecho de Procusto
en el que hay que hacer encajar la propia materia.
El
ataque en Estados Unidos a las escuelas de élite que hasta ahora
concedían la admisión casi exclusivamente sobre la base de exámenes
competitivos es un excelente ejemplo de ello. El argumento es bastante
sencillo: el alumnado de estas escuelas nunca ha reflejado la
composición étnica y/o racial de las comunidades en las que están
situadas. Por lo tanto, debe haber algo fundamentalmente erróneo en el
proceso de admisión.
La
retórica que a menudo ha acompañado a estas afirmaciones suele incluir
tergiversaciones de la realidad demográfica que serían cómicas si no
fueran tan perjudiciales. La más importante es que estas escuelas de
élite son bastiones de la supremacía blanca. Y, sin embargo, la realidad
es que si eso fue alguna vez así –un asunto discutible– en 2022 estas
escuelas son bastiones del esfuerzo asiático-americano, hasta el punto
de que los estudiantes asiáticos-americanos son casi siempre la mayoría
en las escuelas de élite urbanas y a menudo también en las suburbanas.
Pero
si lo que se espera de la escolarización es la promoción del proyecto
de “antirracismo” al estilo de Woke y Kendi-DiAngelo, es decir, si lo
central es el imperativo moral de lograr la Diversidad, la Equidad y la
Inclusión (DEI), entonces lo que tradicionalmente se ha esperado que
haga la educación –enseñar a la gente cosas que todavía no sabe– puede
seguir siendo importante pero ya no puede considerarse la prioridad.
Sin
duda, no es así como describen el proyecto sus proselitistas. En su
lugar, inventan formas cada vez más creativas de ocultar el hecho de que
lo que piden es que se acepte que la representación demográfica es más
importante que el mantenimiento de los estándares plasmados en los
resultados de los exámenes. La “excelencia inclusiva” es cada vez más el
eufemismo para ello.
Y
sin embargo, por supuesto, la excelencia rara vez es inclusiva. Por eso
se llama excelencia. Pero esto es precisamente lo que se cuestiona hoy.
Y para hacerlo con éxito, hay que cambiar la naturaleza de la escuela, y
hacer que pase de enseñar a los jóvenes materias a afirmar (otro
eufemismo: lo que se quiere es celebrar) sus identidades y experiencias,
es decir, una enseñanza terapéutica además de politizada. Y así, de
nuevo, la celebración posprotestante del yo se convierte en algo
primordial.
La
educación es ahora como un morality play [una obra teatral de contenido
didáctico] donde se oculta el hecho de que asignaturas como las
matemáticas o la física son en realidad muy difíciles, y donde lo más
importante es el proyecto ético en el que, de hecho, todo el mundo está
capacitado para participar. En esta visión de las cosas, hacer otra cosa
es excluir, marginar, rechazar; en definitiva, sostener la injusticia.
En
nombre de la ética se pierde la complejidad ética. En nombre de la
representación, el talento se convierte en un instrumento de opresión, a
no ser que se considere que todo el mundo tiene talento, lo que, de
nuevo, es una contradicción en los términos. Pero esa es ahora la visión
ortodoxa.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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