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Lido a partir do presente, esta obra de Ludwig Wittgenstein se transforma em prognóstico, abrindo uma questão que só um leitor pouco atento pode ignorar. Jesùs Padilla Gálvez para Letras Libres:
En
el último volumen de los Annalen der Naturphilosophie se publicaba por
primera vez en alemán, en 1921, la Logisch-philosophische Abhandlung, de
Ludwig Wittgenstein.. Un año más tarde sería traducido al inglés y
aparecería la versión germano-inglesa bajo el título Tractatus
logico-philosophicus. El proceso de redacción, traducción, corrección y
edición de este libro fue muy complejo, como muestran las numerosas
acotaciones realizadas al respecto. Esta obra sería reconocida como
tesis doctoral en la Universidad de Cambridge. Sobre el origen de esta
obra y los diferentes escritos y sus sucesivas correcciones se han
publicado cuantiosos trabajos. Hay ciertas dudas, parcamente planteadas,
entre las que se encuentra indagar el motivo por el que Wittgenstein
escribe esta obra en su lengua materna, el alemán, a pesar de haber
estudiado en la Universidad de Cambridge.
Una
de las razones apenas reveladas es que el Tractatus se inscribe dentro
de la denominada tradición de la filosofía estatal austriaca. El
programa austriaco de la filosofía estatal se asienta en tres pilares
bien definidos: primero, en el desarrollo de la filosofía científica
inaugurada en 1837 por Bernard Bolzano con su monumental obra titulada
Wissenschaftslehre y que no ha sido traducida al español. Se trata de un
intento serio de combatir la filosofía kantiana. La filosofía
científica, decididamente anti-idealista, desembocó en el
empirocriticismo, con figuras tan relevantes como Richard Avenarius,
Ernst Mach y Ludwig Boltzmann, citados expresamente en el Tractatus.
El
segundo pilar se fundamenta alrededor del empirismo como es concebido
por la propuesta de Franz Brentano en su obra Psicología desde el punto
de vista empírico de 1874, que generaría una escuela importante e
influiría decisivamente en la corriente fenomenológica y la psicología
de Sigmund Freud. El concepto “empirismo” carece de las connotaciones
actuales y centra su estudio a finales del siglo XIX es el estudio de
los fenómenos, entendidos en un sentido amplio.
El tercer pilar se asienta en el análisis del lenguaje. En este apartado encontramos figuras tan relevantes como Fritz Mauthner, citado expressis verbis en la obra cuando afirma: “Toda filosofía es ‘crítica del lenguaje’ (si bien, no en el sentido de Mauthner)”. Sin embargo, en la obra tardía de Wittgenstein recogería el procedimiento aquí impugnado y lo perfeccionaría. Wittgenstein sostendría relaciones personales con los dos grandes filósofos del lenguaje y renovadores de la lógica moderna, Gottlob Frege y Bertrand Russell, con quienes mantenía cierta afinidad filosófica.
Wittgenstein
se centra en examinar nuestras expresiones lingüísticas. Por esta razón
pone especial atención en el contenido y estudia detalladamente cómo se
referencia el objeto expresado. Recalca que sería disfuncional analizar
exclusivamente el contenido referencial siguiendo las pautas
tradicionales de que un término referencia exclusivamente un objeto. De
hecho, el uso que hacen los hablantes de los términos altera el
referente. No es el mismo referente si digo “el ratón tiene cuatro
patas” o “mi ratón se ha estropeado”: el primero hace alusión a un
animalito, el segundo, a un dispositivo informático. Wittgenstein
recalca que el contenido del término “ratón” no depende de las
representaciones mentales del hablante ni de sus estructuras subjetivas,
sino que el término viene fijado mediante una estructura formal
compleja y objetiva. La descripción de este andamiaje es el núcleo
central de esta obrita.
Desde
el inicio mismo de la publicación del Tractatus logico-philosophicus se
desató un fenómeno muy peculiar, que la tradición alemana ha bautizado
con el concepto de Deutungshoheit, es decir, mediante el proceso de
“dominio interpretativo”. Este librito ha generado una disputa sobre
quién impone un patrón interpretativo, ya que en sus páginas se rebaten
diversas propuestas filosóficas, por lo que aquel que consiga descollar
con su interpretación también podrá orientar –y hasta acotar– dichas
refutaciones a su favor.
El
ataque llevado a cabo por los detractores del programa austriaco
difiere según la estrategia desplegada y la táctica adaptada. Como
podemos observar, el campo de batalla filosófico se extiende entre dos
polos opuestos que comienzan dilucidando adecuadamente el programa
empírico desarrollado en la Viena fin-de-siècle. Este programa encierra
en sí dos compromisos ontológicos opuestos que se despliegan en base a
la semántica presupuesta: por un lado, una teoría referencial monolítica
asentada en la tradición anglosajona; y, por otro, una propuesta
dualista que distingue dos polos: el estudio del contenido referencial
de los términos y su sentido.
Sin
embargo, el frente de batalla es más amplio: con respecto a la
tradición germana, se despliegan refutaciones muy sutiles contra el
idealismo kantiano y hegeliano. Por esta razón, el contraataque ha
intentado asentar una lectura schopenhauriana. Algunos más sagaces
proponen una lectura kantiana del programa antikantiano desplegado en el
Tractatus: hecho el juego, rien ne va plus.
Igualmente,
otro frente se lleva a cabo contra el empirismo de la tradición
anglosajona; los empiristas contraatacan generando confusión
terminológica. Asimismo, se critica la psicología behaviorista: el
behaviorismo contrataca juntando “vivencia” y “experiencia” y
traduciendo todo mediante “comportamiento”. También se presenta
refutaciones contra el pragmatismo; los pragmatistas confunden el
contenido de “uso” de carácter normativo regido por reglas con uso
instrumental o intencional. Los hay más perspicaces que confunden
interesadamente “creencia” con “fe” y hacen una interpretación
teológica.
No
debemos perder de vista que los límites del pensamiento son los límites
de la expresión del pensamiento, suponiendo que no haya restricciones
internas o externas. Esto significa que tiene sentido atribuir los
pensamientos a un ser humano siempre y cuando se limiten a aquellas
expresiones que se expresan mediante el lenguaje o la acción –tanto
expresivamente, como intencionalmente–. Para Wittgenstein, este punto de
vista es un postulado desarrollado a dos niveles complementarios:
conceptualmente y empíricamente, como fue descrito en el programa de
Brentano. El Tractatus describe una relación interna entre posibilidades
y realidades. Por ello muestra la estructura subyacente en ambos planos
desde un punto de vista formal. Se trata de explicitar la expresión de
una regla formal que sustenta el mundo y su representación y que
dilucida a su vez una descripción de lo que expresamos
proposicionalmente.
En
la recepción se ha llevado a cabo algo así como una “guerra de
guerrillas” en la que todo está permitido. El fin ha sido conseguir un
dominio interpretativo de la obra para poderla tergiversar a sus anchas.
Las refutaciones vertidas por Wittgenstein mediante la estrategia de
aclarar la terminología es contrarrestada mediante la táctica de la
confusión semántica de los términos involucrados, lo que en la recepción
ha generado, y sigue generando, desconcierto y un asombroso galimatías
debido al desconocimiento de la lengua germana que ha dificultado el
acceso a la tradición filosófica austriaca.
Cien
años no son nada. El Tractatus leído desde nuestro presente se
transforma en pronóstico, abriendo irremediablemente una pregunta que
solo un lector poco atento puede ignorar. Si no cuidamos nuestro
lenguaje podemos caer en los viejos errores a los que nos condujeron el
idealismo, el empirismo, el pragmatismo y –la amenaza en su momento– un
behaviorismo que se ha ido transformando pero que sigue dando respuestas
incorrectas a preguntas inquietantes. Lo que muestra además es que
después de un siglo seguimos sin encontrar la salida del laberinto al
que los filósofos de su tiempo habían llevado la filosofía. Se
equivocaba Wittgenstein, desde luego, cuando dijo que su librito
solucionaba todos los problemas. De hecho, él mismo volvió un decenio
más tarde a la escena filosófica y presentó soluciones novedosas,
corrigiendo los errores que el libro contenía. Había calculado a la
baja. Hoy, 101 años después, el panorama que él describe para 1921 o
1922 sigue siendo lamentablemente el nuestro. ~
Jesús Padilla Gálvez es filósofo. Ha traducido el Tractatus logico-philosophicus y las Investigaciones filosóficas del alemán al español.
Postado há Yesterday por Orlando Tambosi
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