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A quarta revolução tecnológica trará enormes mudanças na vida humana. Quem se beneficiará? Quais serão suas consequências políticas? Que devem fazer as ciências sociais e as humanidades diante dessas mudanças incessáveis? Gisela Kozac Rovero para Letras Libres:
1
En
Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (Debate,
2014), Yuval Noah Harari registra las transformaciones de la especie
desde que logró organizarse, más allá de la comunidad local, en enormes
colectivos, unidos por grandes ficciones fundadoras: dioses, dinero y
política emancipatoria. En Homo deus. Breve historia del mañana (Debate,
2016), libro que sirve como continuación, Harari registra un salto
cualitativo tremendo respecto a lo que significan los límites del cuerpo
humano, una vez establecidas las vías para acabar con las hambrunas,
limitar el alcance de las guerras y enfrentar a las otrora ingobernables
pestes.
Para
el historiador israelí, el poder atribuido a la divinidad se acerca a
los sapiens a través de la cuarta revolución científico-técnica.
Mientras tanto, los antiguos dioses palidecen. Durante la pandemia se vaciaron
La Meca y el Vaticano, santuarios y lugares de peregrinación de grandes
religiones monoteístas. Hasta los más fanáticos cedieron al imperio de
la medicina y la investigación farmacológica, centrales en nuestro
futuro posthumano. ¿La ciencia será el discurso que orientará nuestras
vidas? ¿O el ascenso vertiginoso de las derechas indica que tan poderoso
pensamiento abstracto no es capaz de superar el miedo, la emoción
política que explotan con descaro los populistas?
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Según Rosi Braidotti
(El conocimiento posthumano, Gedisa, 2020), las disciplinas
humanísticas y de las ciencias sociales tienen que desplazarse a modelos
trans e interdisciplinarios, conectadas con la ciencia y la tecnología
desde una perspectiva emancipatoria. Están obligadas a reflexionar sobre
la vida, en un sentido que trasciende la visión antropomórfica de las
humanidades y se abre a la perspectiva interespecie y a la perspectiva
cyborg. Nada que objetar a esta propuesta y a la lista de opciones
enumeradas por la pensadora: humanidades digitales, medioambientales,
médicas, cívicas, comunitarias, globales, empresariales, críticas.
Sin
embargo, como escritora y universitaria tengo años preguntándome qué
haremos con las herencias estéticas y de pensamiento a partir de las
cuales y contra las cuales se han creado los estudios culturales, el
post y decolonialismo, los estudios de género, la teoría queer, los
estudios de la comunicación, la ecocrítica, etc. La plausible respuesta
de Braidotti es abrirlas a la perspectiva de la gran masa de los
excluidos; en la práctica, esta apertura ha significado abandono e
impugnación de dicha herencia en lugar de apropiación. ¿Qué hacemos con
aquellos a los que consideramos un día grandes maestros(as) del
pensamiento y la expresión estética? ¿Qué vale la pena transmitir del
pasado a las nuevas generaciones en la educación formal?
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Nuestro
salto evolutivo ocurrirá independientemente del destino de miles de
millones de posibles víctimas del cambio climático. Ser una mujer de una
comunidad rural con problemas causados por la desertificación no es lo
mismo que ser una científica alemana, incluso si ambas unieran
hipotéticamente sus esfuerzos para luchar contra la crisis ecológica.
Sobra decir cuál de las dos tendría más oportunidades de sobrevivir
cuando tal crisis se profundice. ¿Quiénes podrán vivir más y mejor en un
mundo posthumano? ¿A cuáles países y sectores pertenecerán los cuerpos
súper poderosos que algún día colonizarán el espacio? ¿Quiénes tomarán
estas decisiones? ¿Los gobiernos? ¿Gente como Elon Musk? ¿Las
comunidades ejerciendo la democracia directa, postulación de la
izquierda radical con toque poscolonial?
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Harari,
en 21 desafíos para el siglo XXI (Debate, 2018), subraya la importancia
de la cooperación internacional, las falencias del nacionalismo y las
virtudes del cosmopolitismo liberal como opciones racionalmente sensatas
para el planeta. Son sus propuestas para enfrentar estos hechos
incontestables: grandes empresas tecnológicas manejan nuestra
información de un modo que pone en jaque a la democracia liberal; la
automatización de los procesos productivos y financieros deja a millones
fuera del mercado laboral; y están en decadencia las políticas
emancipatorias que han movido a la humanidad en los últimos siglos,
basadas en ideales como la igualdad, la libertad y la centralidad del
trabajo.
Pero en la época del imperio de la posverdad, el populismo y la polarización, palabras de Moisés Naim en La revancha de los poderosos
(Debate, 2022), el paquete político liberal luce desvencijado. ¿Tendrá
razón Tzvetan Todorov al asegurar, en su Memoria del mal, tentación del
bien (Península, 2002),que los autoritarios son mejores antropólogos que
los liberales, cuando del miedo y la incertidumbre se trata? ¿El futuro
ultratecnológico será pasto del autoritarismo y la democracia liberal
será recordada, en el mejor de los casos, como una corta gloria de otros
tiempos?
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La
posverdad es el opio de los pueblos, reina de las redes sociales y de
los profetas del desastre. La izquierda y la derecha antiliberales
coinciden en fomentarla y en declarar que la verdad, si cuestiona sus
afanes, no es tal sino una construcción de las elites científicas,
políticas, mediáticas y culturales. ¿Indeseable e impensada consecuencia
del postestructuralismo francés? Tal vez Michel Foucault y Jacques
Derrida no aprobarían tanta radicalidad, pero es imposible no afiliar
sus obras al persistente desmontaje de la Ilustración, cuyo influjo en
estos siglos es inseparable del desarrollo científico contemporáneo y de
las políticas de emancipación. Al sembrar la duda sobre la verdad, no
se ha podido contener la feroz marea de la mentira. ¿Es momento de que
las humanidades y las ciencias sociales vuelvan a plantear la lucha por
la verdad como horizonte deseable?
6
En
América Latina el abismo entre el mundo de la creatividad cultural,
tecnológica y científica y el mundo político crece cada vez más. Los
gobernantes latinoamericanos, sin excepción, pertenecen a un mundo de
hace setenta años atrás, no importa si son feministas y apoyan los
derechos LGBTQ o si son dinosaurios machistas. En lugar de llevar la
creatividad al Estado, obstaculizan el devenir de la sociedad con sus
insustanciales conflictos, sus políticas regresivas, su bobo legalismo y
su rechazo a la pluralidad y el consenso. ¿América Latina seguirá en la
ruta de la irrelevancia y quedará fuera de las grandes decisiones
globales?
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La
comprensión estética de la vida ha cedido frente a las exigencias de un
significado unívoco y transparente. La política y la estética siempre
han estado unidas, pero los fueros de esta se han perdido: la libertad
creativa radical de la literatura del siglo XX ya no interesa en el gran
mundo editorial. He escrito sobre el paso de la literatura de
práctica central de la cultura a muy discreto testigo de una época
sumergida en el vértigo audiovisual y digital. ¿Perderemos este espacio
de libertad radical, tan del siglo pasado, en el que la estética y el
deseo indomable se hermanaban?
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Coincido
con la defensa de los logros sociales, económicos y políticos de los
últimos siglos, hilo conductor de En defensa de la ilustración (Paidós,
2019), de Steven Pinker. Lamentablemente, las cifras y las
constataciones estadísticas parecen incapaces de levantar la más mínima
emoción en jóvenes que piensan que su época es la peor de todas, así
sean estudiantes de una universidad estadounidense carísima como
Harvard. ¿Seremos capaces escritores, profesores y pensadores de
convencerlos de que la historia es una puerta que no se cierra?
Gisela Kozak Rovero . Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.

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