O historiador Javier Rodrigo mergulha na vida do ditador espanhol Francisco Franco, analisando as múltiplas etiquetas que lhe aplicaram e como se autodenominou. David Barreira para El Cultural:
Con la excusa de glosar la capacidad de Francisco Franco
para superar la adversidad, contener la frustración y encaminar toda
situación negativa hacia el bien, la propaganda del bando rebelde en plena Guerra Civil
no tuvo reparo en recordar una cualidad escatológica del bebé Paquito,
su supuesta autocontención de los esfínteres: "A la incontinencia
infantil pone dique con reflexión prematura", enarbolaban los
apologetas. Dos décadas más tarde, el periodista y colaborador del CSIC
Francisco Salvá y el comandante Juan Vicente, profesor de la Academia
General Militar, destacaban la "inmensa" capacidad intelectual del
dictador, que "creeríase que posee varios cerebros".
Ya
en los últimos compases de la Transición, el falangista José María
Fontana Tarrats, que en la posguerra había sido gobernador Civil de
Granada, publicó una radiografía de Franco
en la que dibujaba a un hombre dotado de un "espíritu de represión
voluntaria tanto para manifestar sus sentimientos, como para
exteriorizar sus necesidades sexuales". Un varón ajeno a los placeres de
la vida, aunque con ciertos indicios de voyerismo: pese a su
abstinencia respecto al alcohol, las drogas o el sexo, tanto en su época
en la Academia de Toledo como en África, habría mostrado "una gran
curiosidad por todo lo que sus compañeros habían hecho durante las
noches de juerga".
Para
el historiador Javier Rodrigo, catedrático de la Universidad Autónoma
de Barcelona, estas imágenes hiperbólicas subrayan dos mitos
fundamentales de la figura de Franco: su predestinación desde bien
pequeño para alcanzar y permanecer en el poder y la idea de sacrificio,
de martirologio personal, presente durante toda su vida. "Él mismo se
considera un agente de la divinidad para la salvación de la patria.
Acepta la responsabilidad que España le carga encima y Dios le pone en
su camino", resume el investigador.
Desfile de la victoria, 19 de mayo de 1939.
Rodrigo
acaba de publicar Generalísimo (Galaxia Gutenberg), un ensayo original,
vasto en fuentes y delirante —por las exageraciones que se han vertido
sobre el personaje, claro— que recorre la biografía de Francisco Franco
Bahamonde (1892-1975) a partir de la multiplicidad de denominaciones que
generó su persona, desde el perfecto y humilde "aldeano gallego" al
detestable "criminalísimo". Es decir, cómo su imagen real e imaginada se
ha proyectado sobre la sociedad. "A través del estudio de las representaciones biográficas de Franco
consigo acercarme a las peculiaridades de su poder. En cierta medida,
el libro incide en la gran pregunta historiográfica sobre la larga
duración del régimen", avanza el autor.
Una
de las tesis principales de la obra, tildada de "metabiografía", es
precisamente que las cuatro décadas de franquismo tuvieron mucho que ver
con la idea que el propio dictador tenía de su persona como elegido por
Dios. Pero ese caudillaje providencialista se esfumó con su muerte. "El
desmontaje de la arquitectura de legitimación del régimen fue rápido,
pero no el del aparato propagandístico y cultural", sintetiza Rodrigo,
uno de los mayores expertos sobre el fascismo en España.
Porque
la propaganda fue el principal elemento que utilizó Franco para
autolegitimar su propio régimen y reforzar su autoridad y su mesianismo.
"Uno de los descubrimientos de este libro es la centralidad que tienen
las biografías de Franco como género de literatura política, que nadie
había estudiado como tal", explica el historiador. "Como acto de amor,
respeto o reconocimiento hacia Franco, de manera consciente y voluntaria
los biógrafos individuales deciden adscribirse a los parámetros y a la
construcción de la propaganda franquista sin que nadie les empuje a
ello".
Más
difícil de determinar resulta del grado de conocimiento que el dictador
tuvo sobre estas obras."No creo que barbaridades que se dicen en
algunas de las biografías pudiesen pasar sin la anuencia de Franco",
opina Rodrigo. "En el Pardo no tenía biblioteca y en Meirás los libros
eran los de Emilia Pardo Bazán.
Según algunos hagiógrafos era experto en ciencias sociales, pero esto
no está verificado por una fuente empírica válida. Algunos de sus
conocidos decían que leía muy poco y que prefería cazar, pescar o ver el
fútbol. Es difícil saberlo, pero creo que las de Joaquín Arrarás,
Millán-Astray o Luis de Galinsoga sí las tenía que conocer porque eran
amigos suyos".
Franco, en su última intervención en público antes de morir.
Generalísimo, que combina el trabajo de los retratos serios y profundos de Paul Preston
o Enrique Moradiellos con la enumeración de anécdotas blanqueantes de
los Rogelio Baón y compañía, desvela otra finalidad esencial de la
propaganda: resaltar la presunta capacidad de superación del dictador
para sobreponerse a complejos físicos —la fea voz o el insulso tono en
público— y de la infancia —el abandono del padre o el golpe que supuso
la pérdida de las últimas colonias en una ciudad de marineros como El
Ferrol, su localidad natal—. "No son traumas, son desafíos, puestos por
Dios en algunos casos, que tiene que afrontar y superar convirtiéndose
en elementos configuradores de su personalidad y persona", destaca el
catedrático.
¿Genocida?
Tras
examinar más de medio centenar de biografías rimbombantes y críticas y
de empaparse de su figura consultando otras fuentes más atípicas como la
prensa rosa o la radio, Javier Rodrigo, autor de una obra pionera sobre
los campos de concentración franquistas
y varios estudios de referencia sobre la historia europea de la
violencia colectiva, esboza el siguiente retrato de Franco: "Una persona
bastante mediocre —no en el sentido peyorativo— en lo personal, muy
ambicioso y con mucho éxito, a quien no se puede considerar derrotado;
un hombre frío y distante, de escasos intereses culturales y de fuertes
afectos personales, que creía en el carácter de predestinación para el
poder que regía su vida".
Habla
el historiador de cinco mitos principales, yuxtapuestos, que todavía
hoy están enraizados en la mentalidad española contemporánea: "Uno, el
de guerrero invencible de Marruecos; dos, la predestinación nacida tras convertirse en jefe del Estado;
tres, el del padre de la paz interna y externa, el pacificador nacional
en la posguerra y quien salva a España de la II Guerra Mundial; cuatro,
el del desarrollismo, del agente del bienestar de los españoles: sale
muy indemne de la autarquía cuando es una política económica desastrosa;
y cinco, el de la mala muerte, el del abuelo feliz que se sacrifica,
pone su cuerpo, su experiencia y su vida al servicio de los españoles".
Pero los mitos no encuentran su embrión exclusivamente en las fuentes adulatorias. Rodrigo subraya uno provocador y polémico: la imagen del dictador como gran represor y genocida.
"Esto hay que matizarlo. Franco es jefe del Gobierno del Estado a
partir del 1 de octubre de 1936, pero antes ha habido miles de
asesinatos que no dependen ni de su poder ni de su capacidad de
decisión. Es responsable del Ejército de Marruecos y de las políticas de
ocupación a partir del 1-O, pero eso no lo convierte en agente
omnipresente ni omnipotente".
¿Y por qué al caudillo se le colocaron tantos adjetivos y calificativos ridiculizantes en comparación con los otros dictadores del silgo XX?
"Perteneciendo a la familia política europea de la contrarrevolución, y
al menos en sus años iniciales del fascismo, es el 'jefe natural' cuyos
rasgos físicos y de presencia pública son los menos masculinos en
términos de construcción de un poder fuertemente masculinizado",
responde el investigador. "Toda esa batería denigratoria basada en la
voz aflautada, la adiposidad abdominal, la escasa estatura o la alopecia
proviene del antifranquismo, de la propaganda republicana de la Guerra
Civil que ya construye a Franco como el pequeño, melifluo y gordito
criminal cuyo único interés reside en poner a España al servicio de
Hitler y Mussolini".
Rodrigo
reconoce que a la hora de abordar la figura de Franco está todavía
presente en el debate público una visión maniquea, pero dice que queda
la imagen de un dictador banal, de meme, para la nostalgia, la broma
cruel y el sensacionalismo. "Buena parte de la sociedad identifica los
roles o su figura a través de una serie de estereotipos heredados de la
propia propaganda franquista y que de vez en cuando vemos en los grupos
de WhatsApp", cierra. "Pero Franco está subsumido en la completa
irrelevancia política de la que solo le sacamos los historiadores".
Nenhum comentário:
Postar um comentário