BLOG ORLANDO TAMBOSI
Em correspondência, o economista inglês mostra sua preocupação com a distribuição, mas considera que o crescimento econômico está acima de tudo. Branko Milanivic para Letras Libres:
Mientras
redactaba el capítulo sobre Ricardo de mi próximo libro Through the
lens of inequality, volví a leer, y también leí muchas por primera vez,
las cartas de Ricardo publicadas en los volúmenes excelentemente
editados (por Piero Sraffa y Maurice Dobb) y bellamente impresos y
encuadernados de los escritos recopilados de Ricardo. Las cartas de
Ricardo ocupan cuatro volúmenes y abarcan desde 1810 hasta 1823, año de
su muerte. La edición de Sraffa y Dobb incluye tanto las cartas escritas
por Ricardo como las que recibió, con una anotación muy útil sobre qué
carta responde a cuál, de modo que la correspondencia puede seguirse
fácilmente. Las cartas no están corregidas en cuanto a errores
ortográficos u ortotipográficos.
Se
han citado a menudo las cartas intercambiadas entre Ricardo y Malthus,
pero no tanto las que mantuvo con James Mill, John Ramsey McCulloch y
Hutches Trower. Estas últimas son quizá las más interesantes y se
publicaron en un volumen aparte que contiene solo las cartas de Ricardo.
Trower era el amigo de Ricardo en el mundo de los negocios, de la
bolsa, donde Ricardo hizo su enorme fortuna antes de decidir dedicar más
tiempo a otras actividades, entre ellas la economía política y la
política (llegó a ser diputado, al comprar el escaño en 1818, y
permaneció en el Parlamento hasta su muerte).
Las
cartas solo tratan puntualmente de asuntos personales mundanos;
prácticamente todas son discusiones sobre asuntos económicos y
políticos. Gran parte del espacio lo ocupa la discusión de la teoría del
valor o la búsqueda de una mercancía de valor inmutable, de manera que
todos los demás precios pudieran reflejarse en ella. Ricardo critica con
acierto a Malthus, que decidió que tal patrón de valor debía ser el
promedio del nivel de los salarios y del precio del maíz. Sabemos que
esta búsqueda de un patrón de valor inmutable condujo finalmente a la
“mercancía estándar” de Sraffa. Algunas de las cartas de Ricardo que
tratan de ello son muy difíciles de leer, y hacen que Principios, que
también es en parte excesivamente abstracto y seco, parezca fácil en
comparación.
Pero
también hay algunas partes más ligeras: “nuestros príncipes no se han
abstenido de casarse por la consideración del control prudencial de
Malthus, y por el temor de producir una población real redundante. Si lo
hubieran hecho, ahora estarían actuando por motivos diferentes y
podríamos esperar que a la gran demanda de infantes reales le siguiera
una oferta tan amplia como para provocar un exceso”. (Carta a Trower, 10
de diciembre de 1817).
Me
parece muy interesante la discusión de Ricardo sobre las Poor Laws.
Como es bien sabido, Ricardo estaba a favor de la abolición de las Poor
Laws por considerar que, al dar derecho a los pobres a una asistencia
indefinida, fomentaban la ociosidad y, coincidiendo en parte con
Malthus, el comportamiento impropio de las clases bajas, que podían
casarse antes y tener más hijos que de otro modo. Hay todavía una
diferencia perceptible en el tono entre Malthus y Ricardo, aunque ambos
estaban en contra de las Poor Laws. Mientras que Ricardo expresa su
simpatía por los pobres y, hasta cierto punto, cree que pueden estar, a
largo plazo, mejor sin las Poor Laws, Malthus muestra un desprecio casi
indisimulado, y quizás incluso odio, por las clases bajas.
Creo
que se podría argumentar que el rechazo de Ricardo a las Poor Laws y su
defensa de los capitalistas (frente a los terratenientes) tienen el
mismo origen: la visión de Ricardo de la economía política como
preeminentemente preocupada por el crecimiento económico. Al principio
resulta extraño pensar que la persona que escribió en la primera página
de los Principios que el problema más importante de la economía política
es el de la distribución, sea un defensor del crecimiento económico por
encima de todo. Pero, como escribo en mi capítulo, esto no es
sorprendente si uno se da cuenta de que para Ricardo el cambio en la
distribución, es decir, menores ingresos para los terratenientes y
mayores ingresos para los capitalistas, era precisamente la condición
indispensable para el crecimiento económico. Solo se considera a los
capitalistas como agentes activos del cambio, ya que todas las
inversiones proceden de los beneficios.
Del
mismo modo, creo que se podría argumentar que un gasto elevado en los
pobres (lo que hoy llamaríamos un gasto elevado en programas sociales)
acabaría restando beneficios y obstaculizando el crecimiento económico.
Se puede reconocer fácilmente en estos puntos de vista la prescripción
política estándar de la derecha de hoy, pero creo que en Ricardo, que
obviamente tuvo muchos continuadores de izquierda, desde Marx a los
socialistas ricardianos y los neoricardianos de Sraffa, la posición
pro-capitalista no estaba motivada por el interés de clase, sino por el
enfoque único en el crecimiento económico.
De
hecho, cuando en una carta a Trower, Ricardo describe su gira
continental por Europa en 1822 y su cena con Sismondi, el famoso
subconsumista, esta preocupación por el crecimiento se hace patente.
Ricardo escribe:
M. Sismondi, que ha publicado una obra sobre economía política y cuyos puntos de vista son bastante opuestos a los míos, estuvo de visita en la casa del Duque [de Broglie]… A pesar de mis diferencias con M. Sismondi sobre las doctrinas de la economía política, soy un gran admirador de su talento, y me impresionaron muy favorablemente sus modales. No esperaba, por lo que he visto de sus polémicos escritos, encontrarme con un hombre tan honesto y agradable. El Sr. Sismondi adopta puntos de vista amplios, y está sinceramente deseoso de establecer los principios que considera más conducentes a la felicidad de la humanidad. Sostiene que la gran causa de la miseria de la mayor parte del pueblo en todos los países es la desigual distribución de la propiedad, que tiende a embrutecer y degradar a las clases inferiores. La manera de elevar a los hombres, de evitar que entren en matrimonios desconsiderados, es darles propiedad y un interés en el bienestar general; hasta aquí deberíamos estar bastante de acuerdo, pero cuando sostiene que la abundancia de la producción causada por la maquinaria, y por otros medios, es la causa de la distribución desigual de la propiedad, y que el fin que tiene en mente no puede lograrse mientras continúe esta producción abundante, creo que concibe el tema de manera totalmente errónea, y no logra mostrar la conexión de sus premisas con sus conclusiones. (Carta a Trower, 14 de diciembre de 1822, pp. 195-96).
Me
gustaría terminar con dos observaciones hechas de pasada por Ricardo
que, cuando se “desentrañan”, están llenas de sentido y resultan
profundamente contemporáneas. La primera la hace en relación con la
Historia de la India de James Mill, que este estaba escribiendo durante
el período de correspondencia. (Por cierto, James Mill, que tenía la
misma edad que Ricardo, aparece en las cartas como un anciano benévolo
de cuyo consejo infalible depende mucho Ricardo). En ellas, Ricardo
reflexiona sobre nuestra incapacidad de llegar a comprender plenamente
otras culturas, no porque sean irracionales ni porque no seamos lo
suficientemente inteligentes, sino porque nuestra visión del mundo está
formada por nuestra experiencia, que puede ser totalmente diferente de
la de las personas de otras culturas.
Por
muy bien que hayamos examinado el fin al que deben tender todas
nuestras leyes, sin embargo, cuando han de influir en las acciones de un
pueblo diferente, tenemos que adquirir un conocimiento profundo de los
hábitos peculiares, los prejuicios y los objetos de deseo de ese pueblo,
lo cual es en sí mismo un conocimiento casi inalcanzable, pues estoy
persuadido de que, a partir de nuestros propios hábitos y prejuicios
peculiares, con frecuencia veríamos estas cosas a través de un medio
falso, y nuestro juicio se equivocaría en consecuencia. (Ricardo a James
Mill, 9 de noviembre de 1817. p. 204.)
Esta
penetrante observación debería hacernos reflexionar, creo, cuando nos
pronunciamos con demasiada facilidad sobre asuntos que no conocemos
suficientemente o sobre culturas que solo conocemos superficialmente.
(Uno puede, por supuesto, imaginar que la observación fue influenciada
también por el propio pasado de Ricardo, el rechazo del judaísmo y el
conflicto con sus padres).
La
segunda nota se refiere al papel de la economía política. Ricardo
escribe: “La economía política nos enseñaría a protegernos de cualquier
otra repugnancia, pero la que surge del ascenso y la caída de los
Estados, del progreso de las mejoras en otros países distintos del
nuestro y de los caprichos de la moda, contra eso no podemos
protegernos.” (Carta a Trower, 3 de octubre de 1820.)
Hay,
dice, tres cambios exógenos que ni siquiera la mejor economía puede
afrontar. El primero son los cambios políticos exógenos que afectan a
los asuntos económicos. Qué mejor ejemplo que la guerra actual en
Ucrania –desde el punto de vista de la economía nacional, ya sea en
Estados Unidos, Rusia, Ucrania o la Unión Europea–, un choque totalmente
exógeno con, sin embargo, enormes repercusiones económicas.
El
segundo choque exógeno es la llegada de nuevas tecnologías. Aquí,
curiosamente, Ricardo parece decir que la exogeneidad se produce solo si
el choque se genera externamente, es decir, viene del exterior. Podría
ser, por ejemplo, el desarrollo del caucho sintético en Alemania en la
década de 1910, o la revolución agrícola en Asia en la década de 1960, o
la invención del sistema just-in-time
en Japón en la década de 1980: todos fueron choques tecnológicos
exógenos para los productores estadounidenses. Pero al circunscribir la
exogeneidad de la tecnología solo al exterior, Ricardo parece decir que
el desarrollo tecnológico interno es endógeno, es decir, está
determinado por los instrumentos de política interna (tipo de interés,
tipo de cambio, subvenciones e impuestos) y que la tecnología no es un
maná del cielo sino el resultado de la gestión económica. Sin embargo,
como no tenemos control sobre la gestión económica de los países
extranjeros, la evolución tecnológica en ellos (que desde su punto de
vista es endógena) nos parece exógena y, por tanto, algo que no podemos
controlar.
El
tercer elemento exógeno es “el capricho de la moda” o lo que en el
“economiqués” actual se llamaría “cambio de preferencias”. Por supuesto,
este es un campo muy amplio. Podría incluir muchas cosas, desde las
modas ordinarias hasta un cambio en el gusto por trabajar muchas horas y
ganar dinero. La todavía marginal pero creciente “cultura de la
retirada” que observamos en Japón y China puede ser uno de esos cambios
de moda. También allí, Ricardo tiene razón, la economía no puede hacer
mucho. Si quiere estimular el crecimiento pero la gente está contenta
con sus ingresos y solo desea trabajar menos, la política económica
será, al final, incapaz de cambiar eso.
Es
a menudo en estas observaciones dispersas hechas en sus cartas donde
podemos apreciar mejor al Ricardo hombre decente y gentil, y al Ricardo
que no solo es uno de los fundadores de la economía política, sino que
fue un pensador que reflexionó profundamente sobre los límites del poder
de la economía y de nuestro propio conocimiento.
Publicado originalmente en el blog del autor.
Traducción de Ricardo Dudda.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente es Capitalism, alone (Harvard University Press, 2019).
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