Autor de 32 romances, Arturo Pérez-Reverte é um clássico vivo. Alguns o comparam com Dumas ou Verne, mas em seus livros há algo mais que entretenimento. Agora ele acaba de lançar 'Revolución', baseado na história mexicana. Entrevista a Rafael Narbona, do El Cultural:
Arturo
Pérez-Reverte nos ha citado en una habitación del Hotel Palace de
Madrid. Mientras subimos en ascensor y recorremos un pasillo alfombrado,
pienso que Pérez-Reverte, autor de treinta y dos novelas, es un clásico
vivo. Algunos le han comparado con Dumas o Verne. No es un símil
desatinado, pero yo creo que en sus novelas hay algo más que
entretenimiento. Su maestría narrativa incluye una perspectiva estoica
de la existencia, una trágica conformidad con las leyes de la
naturaleza, una celebración de la vida en lo que tiene de juego y
riesgo.
Pérez-Reverte
nos recibe con cordialidad, prodigando abrazos y sonrisas. Con una
americana de ante y una camisa azul, nos invita a sentarnos y nos ofrece
un café. Comienza la conversación.
Pregunta. Mi primera pregunta es sobre otro autor. ¿Qué impacto le ha producido la muerte de Javier Marías y qué lugar cree que va a ocupar en la historia de la literatura?
Respuesta.
Uno está acostumbrado a que la gente se muera y a la edad que yo tengo
ya son muchos amigos los que han ido cayendo en el camino. Muchos.
Demasiados quizás. Cada pérdida ha dejado un hueco en mi vida. Javier es
una ausencia más. Dolorosa, muy dolorosa. Que Javier haya muerto sin el
Nobel le quita prestigio al Premio Nobel. Era un Nobel natural. Debería
haberlo recibido hace mucho tiempo. El Nobel busca cada vez más el
efectismo, el flash mediático. Se ha olvidado de la calidad. Lo de
Javier es realmente una injusticia.
»En
cuanto al lugar que ocupará en la historia de la literatura, la
experiencia demuestra que España es un país con poca memoria. ¿Quién se
acuerda de Torrente Ballester, Cela, José Luis Sampedro, Aldecoa, Laforet o Delibes,
del que se habla mucho pero se lee muy poco? En España, salvo los
grandes clásicos, los escritores se sumen en el olvido enseguida. Así
que supongo que con Javier pasará lo mismo. Su muerte avivará la lectura
de sus libros, pero después de un tiempo, correrá el mismo destino que
Delibes, Aldecoa o Laforet. Lo cierto es que Javier debería permanecer,
porque era un escritor de Nobel, un clásico. Realmente lo era.
P. Javier Marías decía que la posteridad no existe.
R.
Javier y yo hablamos mucho de eso. Él era consciente de que la
posteridad es relativa. Que a mí se me olvide dentro de dos años, me
parece bien, pero que a Javier Marías se le olvide me parece injusto.
Sin embargo, él asumía ese destino y no se lo planteaba de forma
dramática. Sabía que desaparecería, como todos y no le quitaba el sueño.
P.
Algunos lectores no resistimos a que sea así. Yo creo que Marías y
usted sobrevivirán a la criba del tiempo. Se les seguirá leyendo dentro
de muchos años.
R. Creo que se equivoca. Y Javier opinaría lo mismo.
P. ¿Por qué ha empezado Revolución con una cita de Joseph Conrad? En la entrevista
que le realicé a Javier Marías y que apareció en esta revista en enero
de 2022, hablamos de literatura y me dijo que a los dos les entusiasmaba
Conrad, pero que a usted no le gustaba nada Faulkner.
R.
No me gusta nada. Por supuesto, lo he leído, pero no me interesa como
autor. En cambio, admiro mucho a Conrad, algo que me unía mucho a
Javier.
P.
¿Ha escogido una frase de Conrad porque Revolución es un viaje al
corazón de las tinieblas o porque refleja la evolución de Martín Garret,
el ingeniero español que protagoniza Revolución?
R. No pensaba en El corazón de las tinieblas.
Esa novela no ha tenido mucho peso en mi vida. Yo he viajado al corazón
de las tinieblas muchas veces. La cosa no va por ahí. Elegí una frase
de La flecha de oro porque es una novela de iniciación, de aprendizaje,
donde Conrad cuenta cómo de joven traficó en Marsella con armas para los
carlistas españoles. Revolución es la flecha de oro de Martín Garret,
el hilo que narra su evolución.
P. Se podría decir que es un viaje a la madurez.
R.
Exactamente. La cita de Conrad también podría valer para mí. Abandoné
mi casa natal para viajar y descubrir las reglas de la vida y la muerte.
Todo eso lo proyecto sobre Martín Garret, un joven que se transforma y
madura con la experiencia de la guerra, algo que me sucedió a mí
también.
P.
Martín Garret no elige hasta bien avanzada la novela. Al principio,
suena un disparo y él simplemente está allí porque le han contratado
como ingeniero de minas. Después, un grupo de revolucionarios entra a un
bar y todo parece encadenarse fatalmente. En cambio, usted sí eligió.
Desde el principio.
R.
Es cierto. Yo sí elegí. Fui un niño lector. A los veinte años, había
leído todo lo que se podía leer a esa edad. En mi casa, había dos
bibliotecas. Por un lado, la de mi abuelo, nutrida de clásicos griegos y
latinos y de grandes autores del XIX y el XX, como Balzac, Victor Hugo, Dostoievski, Emil Ludwig o Stefan Zweig.
Por otro, la de mi abuela materna y mi tía Pura, su hermana, que era
viuda, abastecida de novelas policiacas y novelas de misterio, con best
seller de Frank Yerby, Vicki Baum, Irving Wallace y autores similares,
principalmente norteamericanos. Yo crecí con un pie en cada biblioteca.
Fue un aprendizaje extraordinario.
»Debo
decir que aprendí más de técnicas narrativas en la biblioteca de mi
abuela y su hermana que en la de mi abuelo. A los veinte años, con dos
bibliotecas leídas, decidí marcharme para comprobar si el mundo era tal
como lo narraban. Cogí una mochila, eché unos cuantos libros y me marché
a ver si en la vida real había realmente grandes aventuras, burdeles en
Bangkok, tiroteos en México, machetazos en África y si era posible
hacer amigos como el capitán Haddock o Long John Silver. Descubrí que
sí, que realmente las cosas eran como las contaban. Y cuando me topé con
la violencia, no me paralicé, ni me traumaticé.
»Pude
contemplarla con calma, pues disponía de los mecanismos intelectuales
necesarios para afrontarla y soportarla. Vi a los paracaidistas turcos
caer sobre Chipre y a los griegos despedirse de sus mujeres para ir a
luchar. Era como contemplar a Héctor despidiéndose de Andrómaca. Cuando
pasé varios meses perdido en Eritrea, veía la Anábasis, a Jenofonte, a
Tálasa, al Mare Nostrum. Me enganché a la aventura, a la adrenalina, al
peligro, a las situaciones límite. Así descubrí cosas que en España
habría tardado una vida entera en conocer. La guerra es una
extraordinaria escuela de lucidez.
P.
Y ¿por qué ahora una novela sobre la Revolución mexicana? Se dice que
solo hace entretenimiento, pero yo creo que sus novelas, que desde luego
pueden leerse y disfrutarse como historias de aventuras, también
incluyen otras cosas. Por ejemplo, Línea de fuego es una visión de la Guerra Civil española con la perspectiva de Chaves Nogales, de esa Tercera España que no pudo ser. El italiano
revela que entre los fascistas también había héroes, y entre los
aliados, auténticos canallas. No se limitas a narrar aventuras.
R.
Yo evito que en mis novelas el concepto sea una evidencia que lastre la
narración. El concepto debe estar incluido en el diálogo y la acción.
Evito hacer cosas como: "Martín Garret pensó…", "Julien Sorel miró por
la ventana y pensó…". Es una manera muy torpe de subrayar las ideas
esenciales. Es como decirle al lector: "Esto es lo importante, atención a
este párrafo". Las ideas, los conceptos, deben estar introducidos de
una manera muy poco visible. Han de pasar inadvertidos y así el lector
los asimila sin darse cuenta.
»Yo
no tengo el menor interés en que se diga que mis novelas encierran
grandes enseñanzas filosóficas. Yo sé cómo son mis novelas y los
lectores, también. Eso provoca que algunas personas me adoren como
escritor y otras me detesten. Así son las cosas. Les sucede a todos los
autores. Salvando las inmensas distancias, le pasaba Cervantes, cuya obra despertaba el desprecio de Lope de Vega. La crítica negativa ha existido siempre. Como decía aquel, qué placer poder decir que mi enemigo ha escrito por fin un libro.
P.
Antes comentaba que deslizaba subrepticiamente los conceptos y lo
cierto es que en Revolución no hay frases moralizantes o explícitas,
pero sí la idea de que vivimos bajo una bóveda sin dioses y que la
geometría del universo es implacable. La naturaleza tiene sus propias
reglas y no se preocupa por nuestro bienestar. En definitiva, despliega
una visión trágica de la existencia.
R.
Yo no pienso que sea trágica. ¿Por qué la muerte, la violencia o el
dolor deben ser considerados trágicos? Forman parte de las reglas del
cosmos. El pintor de batallas está dedicada a eso. Es mi novela más
autobiográfica. Mi conclusión, lo que he aprendido de mi vida como
lector, reportero de guerra y escritor, es que el dolor, la violencia,
las desgracias, el iceberg del Titanic, son una parte tan consustancial
de la vida como la felicidad, el amor, el sexo o el éxito. Me enfrento a
estos elementos, como escritor y como ser humano, con la ecuanimidad
del que conoce las reglas del universo.
»A
los veintidós años, cuando empecé a familiarizarme con los campos de
batalla, descubrí que la guerra revelaba esas reglas, muy superiores al
ser humano. A pesar de la importancia que nos damos, no somos más que
hormiguitas bajo la bota de un dios implacable y ese dios es la
naturaleza. Somos carne de esa geometría, una geometría que carece de
sentimientos. La muerte, el dolor, son naturales en la vida. Para mí,
descubrir eso fue una revelación, un estallido de lucidez. Comprendí que
los filósofos estoicos, Platón, Aristóteles, la sabiduría oriental, se
hallaban interconectados.
»Esa
certeza de que el mundo es un lugar peligroso y hostil, fue para mí un
hallazgo colosal. Eso me quitó el miedo, ese sentimiento de horror que
afecta a muchas personas cuando reparan en la indiferencia del cosmos
hacia el ser humano. Advertí que el dolor era tan natural como la
felicidad. Revolución está impregnada de esa visión de las cosas. Martín
Garret ve el mundo de esa manera. Presencia cómo fusilan, matan,
ahorcan, pero él está viendo otras cosas. Está viendo todo eso como
parte de una aritmética cósmica, donde no hay dioses, solo leyes
naturales. Es lo que nos enseña Lao Tsé sobre el ritmo natural del
cosmos.
P.
Es una reflexión muy inteligente, pero reconozco que a mí me afectan
mucho las pérdidas y la muerte me parece, como decía Pascal, el horror
del universo.
R.
Sí, pero Pascal también decía que cuando españoles y franceses se matan
o se debate sobre el bien y el mal, solo hay un tercer hombre capaz de
verlo con ecuanimidad, un tercer hombre indiferente. La ecuanimidad te
muestra que no hay nada definitivo e inequívoco. Yo he visto a
combatientes que se comportaban heroicamente por la mañana y que por la
tarde violaban y mataban a prisioneros indefensos. Eso no es teoría,
sino experiencia. Algo que yo he presenciado. Saber que la vida no es
buena ni mala, sino vida, te ayuda a soportarla. Esa serenidad ante el
mundo es reconfortante. Yo intento trasladarla a mis novelas.
P. ¿Y por qué ha ambientado la novela en la Revolución mexicana?
R.
Porque hay que elegir lugares donde las novelas puedan funcionar. Una
novela es un mecanismo que se construye con herramientas. Si yo quiero
contar una historia de iniciación, una historia de amor, una historia de
lo que sea, una historia de violencia o de venganza, primero busco un
territorio y un tiempo donde pueda ambientarla y hacerla creíble. Luego,
busco los personajes que encajen en esa historia: un joven, una mujer,
alguien con experiencia. A continuación, escojo un punto de vista:
primera persona, tercera. Juego con las distintas posibilidades. Después
viene el paisaje. Con todas esas herramientas, construyo la novela.
»El
México revolucionario es un inmejorable escenario para un joven que
quiere aprender, comprender. La idea de revolución aún se hallaba
virgen, pues no se había producido la rusa. Es la primera revolución en
que los pobres se sientan en la mesa de los ricos y estos los adulan y
agasajan. Las revueltas de la Edad Media acababan con grandes matanzas
de campesinos, pero aquí no es así. Los ricos se inclinan ante los
pobres porque les tienen miedo. Para mí, es un momento histórico muy
interesante, pero además es un contexto en el que me siento muy cómodo:
Pancho Villa, los tiros, las soldaderas. Podría haber ambientado la
historia en las guerras napoleónicas, el Caribe o una colonia portuguesa
en África, pero pensé que el México revolucionario era la mejor
alternativa.
P. ¿Influyó que uno de sus bisabuelos fuera ingeniero de minas?
R.
Sí, esa es una de las razones por las que escribí Revolución. Mi
bisabuelo fue ingeniero de minas en Linares y ahí nació mi abuela.
Después, dirigió las minas del conde Romanones en Cartagena, donde nació
mi padre. Su mejor amigo de la escuela de minas se fue a México a
trabajar en el norte y le pilló la revolución. En sus cartas, hablaba de
Pancho Villa y los revolucionarios. De niño, oí muchas veces esa
historia.
P. He disfrutado mucho con su novela.
R. Eso es lo fundamental.
P.
Además, me acordaba continuamente de los wéstern de Sam Peckinpah y
Robert Aldrich. Sobre todo de Los profesionales, con una atmósfera muy
parecida a la de Revolución.
R. Hay mucho cine en esta novela. Yo soy muy cinéfilo. Mi novela Sidi es John Ford
en la frontera del Duero. Hay caballería e indios, que en este caso son
los moros. El cine está muy presente en mi vida. Debo de tener unas
5.000 o 6.000 películas en DVD y Blu-ray. Cada noche veo una o dos.
Ahora, con las plataformas, hay incluso más variedad de títulos. El buen
cine –Hawks, Ford, Peckinpah- me ha enseñado muchos trucos. Me
soluciona muchos problemas narrativos. Le pongo un ejemplo.
»Si en Eva, la segunda novela de la serie de Falcó,
introduzco al protagonista en un cabaret de Tánger, no necesito
describir cómo son los cabarets, como hacían los novelistas del XIX,
porque el lector ya dispone de una enciclopedia audiovisual muy
importante, muy potente, que yo comparto con él. El lector, con su
memoria visual, me ahorra la descripción, el detalle, la reiteración, y
yo puedo dosificar los efectos, dejar caer una frase, un gesto, una
mirada, un paisaje. Lo que sería página y media en una novela de Walter
Scott a mí me ocupa una línea o línea y media. El cine también me
proporciona elementos como el corte, la elipsis, el suspense. Esta clase
de ardides proliferan en los best-seller, tan denostados, pues son
herramientas muy eficaces.
P. ¿Piensa que hay una línea que separe la alta literatura de la literatura menor?
R.
Claro que no. Como ya dije, crecí entre dos bibliotecas y eso me ayudó a
descubrir que esa distinción es absurda. Usted es tintinófilo. ¿Piensa
que Tintín es mala literatura? No, es una obra maestra. Es ridículo afirmar que Dostoievski y Stendhal son literatura, y Hugo Pratt y Agatha Christie, no. Me parece una estupidez situar a Jean-Luc Godard por encima de John Ford. Por cierto, también me gusta mucho Astérix. Aunque es inferior a Tintín, tiene álbumes excepcionales, auténticas obras maestras como La hoz de oro o Astérix legionario.
P.
Leyendo Revolución me acordaba mucho del teniente Blueberry,
especialmente del ciclo ambientado en México, que empieza con Chihuahua
Pearl y acaba con Angel Face.
R. Me encanta Blueberry. Lo leí en francés, mientras veraneaba en la Borgoña en casa de unos amigos de mis padres. Es un cómic espléndido.
P.
Dado que antes ha dicho que el cine le ayudaba mucho como narrador,
quiero señalar que cuando aparecía Pancho Villa en su novela, me venía a
la cabeza el Wallace Beery en Viva Villa!, una película de 1934.
R.
Wallace Beery es estupendo, pero Viva Villa! no es una buena película.
La soldadera, con Silvia Pinal, en cambio, sí es una buena película. Es
durísima, tristísima. Y Viva Zapata tampoco está nada mal. La de Antonio
Banderas es malísima. Por el contrario, Reed, México insurgente, un
documental, es muy interesante. No hay buenas películas sobre la
revolución mexicana. En cambio, sí hay buena literatura y me fue muy
útil. Yo conozco muy bien México.
»De
hecho, La Reina del Sur es una novela mexicana y escrita en mexicano.
Yo no quería hacer una novela escrita por un turista, que solo conoce el
país desde fuera. Mi propósito era alumbrar una novela que pudiera
haber sido escrita por un mexicano. El habla mexicana me fascina. Me
parece de una brillantez asombrosa. Su osadía lingüística es
extraordinaria. Admiro su humor, sus refranes, su capacidad de inventar
neologismos. Me encanta oír a los mexicanos, pero había un problema de
cara a la novela.
»Aunque
yo conozco el habla mexicana de hoy, Revolución transcurre entre 1911 y
1920. Por eso, leí todo lo que se había escrito sobre el tema. Novelas
modernas, como Gringo viejo, de Carlos Fuentes, o Escuadrón Guillotina, de Guillermo Arriaga,
pero sobre todo las novelas mexicanas de la época: Vasconcelos, Azuela,
Nellie Campobello. Los de abajo, de Azuela, es extraordinaria. Ahí el
pueblo sí habla como en la época de Villa. Hice un saqueo sistemático de
esas novelas en cuanto a léxico y en cuanto a refranes, expresiones,
giros. Quería que el lector oyese hablar al mexicano de entonces. No me
conformaba con que simplemente leyese. No habla igual un abogado como
Madero que un campesino. En el argot, hay expresiones brillantísimas,
como "van a sobrar sombreros", "viene usted de mujerear", "¿quién me ha
metido el alacrán en la bota?".
P. Admito que en algún momento he echado de menos un glosario para comprender algunas expresiones.
R.
Ya, pero eso no se puede hacer. Es una novela. Eso sí, los traductores
se van a volver locos. Imagínese al traductor chino, croata o israelí.
El otro día me mandó el traductor chino de Línea de fuego una lista de
expresiones que no entendía. ¿Qué significa "por mis cojones"? ¿Qué
significa "me cago en la", "vete a mamarla"? El tío se volvía loco.
Revolución va a ser muy problemática para los traductores.
P. ¿Qué opina de las revoluciones como acontecimiento político? Hay gente que las pone muy mal.
R.
Las revoluciones son necesarias y útiles. Hacen que los canallas no
duerman tranquilos. El problema es que todas acaban igual. Suelen
suceder dos cosas. El cabecilla acaba traicionado o asesinado, o se
vuelve tan canalla y miserable como el tirano al que desaloja. Es el
caso de Nicaragua. Yo cubrí la revolución. No he olvidado a los Jóvenes
luchando, sacrificándose, realizando actos de heroísmo, para que luego
Daniel Ortega se convierta en un déspota con una finca espectacular.
Salvando las distancias, ha sucedido lo mismo con Podemos. Iban a darle
la vuelta a todo y ahí están, disfrutando de privilegios que criticaban
en otros. Cuando hay derramamiento de sangre, el escándalo es mayor. De
todas formas, hacen falta las revoluciones. No solo para que los
canallas no duerman tranquilos, sino para que de vez en cuando paguen
por sus crímenes.
Rafael Narbona y Pérez-Reverte durante la entrevista.
P.
Al igual que a Javier Marías, alguna vez le han acusado de misógino por
criticar el lenguaje inclusivo o por algún gesto de cortesía.
R. Eso es porque no han leído mis novelas.
P.
Sin duda. De hecho, en Revolución hay tres mujeres extraordinarias.
Personalmente, siento debilidad por Maclovia Ángeles, la soldadera o
adelita.
R.
También es mi preferida. Las soldaderas desempeñaron un papel esencial
en la Revolución mexicana. Acompañaban a los hombres, transportando las
armas, la comida, los niños. Eran auténticas mulas de carga y a veces
disparaban. Cuando perdían a su hombre, se buscaban otro, pues no tenían
otra opción para sobrevivir. Hay películas muy interesantes sobre el
tema. Enamorada, con María Félix, que no es una mala película, tiene no
obstante un argumento ridículo: una niña pija que se hace soldadera por
amor. La soldadera, de Silvia Pinal, que ya mencioné, es una gran
película. Maclovia es mi personaje favorito, el más querido.
P. Es una mujer que habla poco y hace mucho.
R. El mexicano humilde habla poco.
P.
No me cae demasiado bien Yunuen Laredo. Me impactó la escena en que
cierra una puerta ante Martín Garret para dejarle muy claro que desea
distanciarse de él.
R.
Yunuen es la típica jovencita de buena sociedad que solo mira por sus
intereses. Yo viví una escena parecida a la que comenta. Fue en Irán.
Tenía una buena relación con una familia acomodada. En tiempos del Sah,
el padre era director de las líneas aéreas. Yo era amigo de su hijo y
flirteaba con su hija. Después de la revolución de los ayatolás, un día
me acerqué a la casa y no me dejaron pasar de la puerta. Y eso que había
dormido allí varias veces. El hijo, con barba, me dijo que por favor no
volviera a visitarlos, que los vecinos pertenecían a los comités de
defensa y los vigilaban, pues estaban muy mal considerados. De repente,
vi que se abría una puerta y apareció su hermana, con el rostro oculto
por un velo. Fue un instante, pues enseguida cerró la puerta. Revolución
no es una novela autobiográfica, pero la literatura siempre se nutre de
la vida.
P. ¿Hay algo de usted en Diana Palmer, la periodista estadounidense de Revolución?
R.
Nada. Me baso en Nellie Bly, pionera del periodismo de investigación y
corresponsal de guerra. Bly escribió unas memorias espléndidas: La
vuelta al mundo en 72 días. Es el tiempo que tardó, superando los 80
días de Verne.
P. Me impresionó la escena en que Diana cede al chantaje sexual de un sargento en un control de carretera.
R. Intenté resolverlo con elegancia. Después del episodio, Martín Garret comenta: "Tiene usted un botón desabrochado".
P.
Una forma muy elegante de contar un incidente escabroso. Sus novelas
son perfectos mecanismos de relojería. Se nota que escribe con mapa y no
con brújula.
R.
Soy un escritor muy minucioso. Paso meses planificando mis libros.
Acumulo cuadernos, glosarios, notas. Utilizo un aparato muy complejo.
P. ¿Conserva esas notas?
R. Algunas, pero me deshago de la mayoría.
P. ¿Tiene nuevos proyectos en la cabeza?
R.
Tengo más proyectos, más novelas en la mente, que vida por vivir. Cada
vez que Javier Marías acababa una novela decía que no sabía si haría
otra, pero luego la hacía. Yo ahora escojo con mucho cuidado lo que voy a
escribir, pues no sé el tiempo que me queda. Siempre hay que elegir. En
una ocasión, el mar arrastró a mi hermano y a mi hermana. Tuve que
elegir a quién salvar. Seleccioné a mi hermano porque era más factible,
pues había unas rocas cerca. Afortunadamente, otra persona puedo evitar
que mi hermana se ahogara. La vida es eso. Elegir entre la vida y la
muerte. No por capricho, sino por necesidad.
P. Zapata solo aparece de refilón en su novela.
R.
Zapata estaba en el sur y el sur es muy triste. Yo conozco mejor el
norte. Pancho Villa me resultaba más asequible como personaje y es
absurdo pretender abarcarlo todo.
P. ¿Volverá a México como novelista?
R.
Tengo entre mis proyectos otra novela ambientada en México, pero no sé
si llegaré a escribirla. Si no puedo hacerlo, no pasa nada. Son las
reglas. El mundo es así. No es trágico. Hay que asumirlo, como he
asumido la muerte de Javier o de mi madre, a la que perdí hace poco. Si
te instalas en la serenidad y entiendes que el iceberg del Titanic forma
parte de las reglas del cosmos, te invade la serenidad y no te cuesta
ceder a una señora tu plaza en un bote salvavidas. No hay botes para
todos y es suficiente saber que esa señora recordará tu gesto.
»Roma
se creía eterna, pero cayó y alguno contempló la hecatombe desde una
ventana con un vaso de vino. Yo siempre he querido ser ese hombre, el
hombre de la ventana. Pienso en Troya, cuando los aqueos salen del
caballo de madera, y los troyanos saben que los van a degollar. Yo me
conformaría con ser testigo de aquello. Solo pediría que mi muerte fuera
rápida, limpia.
P. En la cuestión religiosa, se define como escéptico.
R.
Abordé ese tema en La piel del tambor. Príamo Ferro, un cura
preconciliar, comenta que carece de importancia si tiene fe o no.
Mientras haya una ancian que reza arrodillada porque le infunde paz o un
enfermo que se consuela pensando en la existencia de otra vida, sabe
que su magisterio será útil. Príamo Ferro solo pretende ser la piel del
tambor donde resuena la palabra de Dios. Yo estudié en los maristas. Mi
madre era muy religiosa. Mi padre, no tanto.
»Mi
familia era liberal y republicana, pero no fanáticos. La iglesia
católica ha hecho cosas mezquinas, que yo he criticado, pero también ha
ayudado a mucha gente y ha proporcionado esperanza. La fe es un engaño
maravilloso con el que convivimos desde hace dos mil años. Es necesaria
para mucha gente y yo lo respeto. A mí me gusta entrar en las iglesias,
presenciar la liturgia, sobre todo si es en latín, pues me recuerda a mi
niñez. En lo personal, pienso que si Dios existiera habría que pedirle
cuentas por el sufrimiento de tantos inocentes.
P.
Me encantan las escenas de batallas en Revolución, especialmente la
final, cuando diezman a la División del Norte. Pienso que están muy bien
construidas.
R.
Yo he estado en combate muchas veces y sé cómo suenan las balas.
Conozco el sonido de la guerra y las sensaciones, como el miedo, que
nunca aparece en mitad de la acción, sino antes o después. En la guerra
no sabes lo que está pasando. Es como lo que cuenta Stendhal al comienzo
de La Cartuja de Parma. No sabes quién está ganando. De repente te
dicen que corres y corres. O que no te muevas y no te mueves. Mi
experiencia personal me ayuda mucho con las escenas de acción.
P. Un personaje que me gustó mucho es el mayor Garza.
R. Garza es México. En lo cruel, lo tierno, lo feroz. Los mexicanos son así.
P. Sarmiento también me gusta.
R.
Es el indio callado que te mira y no sabes si está pensando en matarte.
La mirada de los mexicanos es peligrosa. Alberga mil años de
resentimiento. Con Pancho Villa, he intentado ajustarme a todo lo que he
leído. Era así, con esos estallidos de crueldad, violencia,
camaradería, ternura. Es un personaje muy controvertido, pues algunos le
consideran un bandolero y otros, un héroe.
P. Todos sus personajes son muy ambiguos. Pueden ser muy seductores, pero también peligrosos e imprevisibles.
R. Es lo que intento, que sean humanos, complejos, creíbles.
P.
La escena final de Revolución en el vestíbulo del Palace recuerda la
atmósfera de El tiempo recobrado, de Proust. El tiempo ha pasado, todos
han envejecido, la decadencia se ha apoderado de todo.
R. Sí, algo hay de eso. Esa sensación es hilo conductor de mi novela El tango de la guardia vieja, una historia de amor que se despliega en el tiempo.
P. Muchos lectores se preguntan cuándo va a salir el próximo Alatriste.
R.
Sé que hay muchas expectativas. Algunas personas me insultan,
diciéndome que no van a leerme hasta que saque un nuevo Alatriste, pero
de momento tengo otros proyectos.
P. Permítame que terminemos hablando de los clásicos. ¿Cuáles son sus obras de referencia?
R.
Leo desde los siete años y mi biblioteca consta de 34.000 títulos. Hay
que libros que releo continuamente y que son parte de mi estructural
vital, como el Quijote, los ensayos de Montaigne, las Memorias de
ultratumba de Chateaubriand, las Cartas a Lucilio de Séneca, la
Anábasis, la Ilíada, la Odisea, todo Conrad, las biografías de Emil
Ludwig y Stefan Zweig, Stevenson, London, Conan Doyle. Shakespeare no me
ha marcado mucho.
P. ¿Qué opina de lo que ha sucedido con la Biblioteca Clásica Gredos?
R.
La Biblioteca Clásica Gredos debería ser un bien público. RBA la compró
y solo ha reeditado de mala manera algunos textos. Es el mayor estrago
cultural de los últimos años. Sucede lo mismo con autores como Julio
Camba, César González Ruano, Jardiel Poncela, que deberían ser más
asequibles. El Estado debería asumir esa responsabilidad. Sin embargo,
se gasta el dinero en cosas innecesarias
P. Vivimos una epidemia de idiotez, como decía Javier Marías.
R.
Sí, ciertamente. Ahora se habla de la cultura de la cancelación, pero
la palabra correcta sería proscripción. A muchos les hubiera gustado
proscribir a Javier Marías o a mí, pero los dos tenemos una obra detrás
que lo impide. Sin embargo, los escritores jóvenes lo tienen más
difícil. Si algún adalid de lo políticamente correcto lanza una campaña
contra un autor emergente, puede destruir su carrera.
P. Hemos llegado al final de la entrevista. Muchas gracias por su tiempo.
R. De nada. Ha sido un placer.
Pérez-Reverte
nos acompaña hasta la puerta y se despide de nosotros con la misma
cordialidad con que nos recibió. Bajamos hasta el vestíbulo y nos
alejamos del Palace. Caminamos hasta la calle Alcalá y allí nos
encontramos una réplica gigante del cohete espacial de Tintín. El ser
humano quizás es insignificante frente al cosmos, como dice
Pérez-Reverte, pero ha aportado cosas extraordinarias: los improperios
del capitán Haddock, la locura de Alonso Quijano el Bueno, la cólera de
Aquiles, los dilemas morales de Tomás Nevinson y el estoicismo de Martín
Garret.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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