El País
adianta um fragmento do primeiro capítulo do livro de Vladimir Pozner,
que narra os últimos dias da vida do gigante das letras russas na
pequena localidade de Astapovo, em 1910.
Los tres primeros días:...
del 1 al 3 de noviembre de 1910
El
1 de noviembre de 1910, a las diez y diez de la mañana, se envió un
telegrama desde la ventanilla de la pequeña estación de Astapovo,
situada en la línea férrea Riazán-Ural.
Ayer
caí enfermo. Viajeros me han visto bajar del tren muy débil. Temo que
la noticia se propague. Hoy, mejoría. Proseguimos viaje. Tomad medidas.
Tenednos al corriente.
Veinte
minutos más tarde, un nuevo telegrama es expedido a la misma dirección
por una de las dos mujeres que acompañan al enfermo.
Ayer
bajamos en Astapovo. Fiebre alta, estado inconsciente. Esta mañana,
temperatura normal; actualmente, de nuevo fiebre. Imposible viajar. Ha
expresado su deseo de veros.
El primer telegrama está firmado «Nikoláyev»; el segundo, «Frolova». (El destinatario se llama Chertkov.)
Tres
días antes, en la noche del 27 al 28 de octubre, un viejo del que, dos
años atrás, el mundo entero había celebrado el ochenta aniversario,
había abandonado su hacienda, sus libros, a sus allegados y a su mujer,
sobre todo a su mujer. Se proponía ir a reunirse con unos pretendidos
discípulos que estaban muy lejos. Por otro lado, el destino le importaba
menos que el hecho de marcharse. Ya había tratado de huir en otra
ocasión, pero su mujer se lo había impedido. Esta vez, viajaría con un
nombre falso. En un país donde la censura había prohibido la versión
íntegra de Resurrección, Tolstói llevaría el nombre de Nikoláyev y su
hija se llamaría Frolova.
Nadie sospecharía nada. Sería uno más de los viejos que van sentados en el banco del vagón.
Tolstói
había partido en la noche del 27 al 28. El 30, la policía ya estaba
informada de ello. Yásnaia Poliana, propiedad del escritor, se
encontraba en territorio bajo la administración de Tula; el recorrido
del fugitivo pasaba por territorio de la administración de Kaluga;
Astapovo estaba situado en el de Riazán. Tres administraciones dieron
prueba de celo. Se le encargó la investigación a un oficial de la
policía secreta. Y mientras que un vagón de segunda clase llevaba a
Nikoláyev y a sus acompañantes, seguros de su anonimato, los telegramas
policiales se cruzaban a lo largo de la vía.
En
cuanto llegue el tren número 12, confirme inmediatamente si el escritor
Lev Tolstói está entre los viajeros; si sí, ¿en qué estación ha bajado?
Telegrafíeme.
Viaja en el tren número 12 con un billete de segunda clase para Rostov del Don.
Y al cabo de otras dos horas:
El escritor conde Tolstói se ha puesto enfermo en el tren número 12. El jefe de estación Ozolin lo ha hospedado en su casa.
Tolstói
ha desaparecido. Tolstói ha sido hallado. Tolstói está enfermo. Esto
merece un titular, incluso dos; titulares en negrita y cuerpo 64,
llamadas de teléfono, telegramas. ¿Dónde está Astapovo exactamente?
Buscan en el mapa que hay clavado en la pared de la redacción. No viene
Astapovo. Rápido, un atlas. Aquí está. Es ese punto negro minúsculo
donde nunca jamás ha pasado nada, donde nunca jamás, por lo que parece,
nadie ha bajado del tren.
La
Palabra Rusa, el periódico de más tirada de Moscú, después de haberse
informado en la dirección general de los ferrocarriles, envía un
telegrama al jefe de estación de Astapovo, Iván Ivánovich Ozolin:
Tenga
la bondad de telegrafiar los detalles de la estancia en su casa, del
estado de Lev Nikoláyevich, así como del itinerario ulterior. Enviaremos
inmediatamente honorarios.
Son las tres menos cuarto. A las cinco, no hay respuesta. ¿Es que Ozolin no se fía? Nuevo telegrama:
El
telégrafo no acepta más que una respuesta pagada de treinta palabras.
Rogamos encarecidamente no se preocupe por las dimensiones de su
telegrama, transferiremos el dinero de inmediato.
Las ocho. Aún nada.
Nuevo
ruego apremiante de telegrafiar los menores detalles concernientes a la
llegada de Lev Nikoláyevich Tolstói, su estancia en su casa, su
conversación con él, su hija y el doctor Makovický, su estado de salud,
el lugar donde se encuentra actualmente. No se preocupe por los gastos:
cuanto más largo sea el telegrama, más valdrá. Mañana enviaremos, por un
telegrama detallado, honorario de cien rublos más los gastos.
Mantendremos su nombre en secreto.
A las nueve y cuarto, una respuesta:
Lev Nikoláyevich pide que no se publique ninguna información sobre él. Jefe de estación Ozolin.
Tolstói
guarda cama en las dependencias del jefe de estación. Las paredes del
cuarto están decoradas con grandes ramos de flores entrelazadas con
hojas y zarcillos. Tiene fiebre. El mundo entero ignora su escondite. ¿Y
si ella se enterara?
Su hija, Alexandra Lvovna, telegrafía a Chertkov, el viejo amigo de la familia:
Temperatura 39,8. Teme su llegada.
¿Cómo podría enterarse ella? Porque los periódicos guardan silencio...
Por la noche, Alexandra Lvovna informa a su hermano Serguéi, en Moscú:
Situación
grave. Trae enseguida al doctor Nikitin. Él quería tenerte al
corriente, a ti y a la hermana, pero teme la llegada de los ‘otros’.
Pasa la noche. Siempre la misma obsesión.
La
mayor inquietud de padre: le espanta la posibilidad de que llegue ‘la
enferma’. Tomad todas las medidas que podáis, si no, la indisposición
puede tener un desenlace fatal. Padre te ruega que permanezcas junto a
‘la enferma’, la cuides, la retengas. Es indispensable absoluta calma.
Alexandra.
Sin
embargo, el subjefe del servicio de mantenimiento de la red
Riazán-Ural, Derjanski-Dektérev, informa a los jefes del servicio de
circulación y de locomotoras:
Por
una petición particular, un tren especial, compuesto por un vagón de
primera clase y un vagón de tercera, parte hoy de Moscú en dirección a
Astapovo vía Gorbachovo. Garanticen locomotora y personal para este tren
y establezcan su horario entre Gorbachovo y Volovo. Velocidad máxima
cincuenta verstas por hora, paradas únicamente en caso de necesidad
técnica.
Delante
de los gráficos, los empleados se ponen a la tarea. Salida de
Gorbachovo, el 2 de noviembre a las 6.00 de la tarde; Pletnevo, 6.11;
Baburino, 6.51; Ogariovo, 7.21...; llegada a Astapovo, 11.44 de la
noche.
La
Palabra Rusa, el periódico mejor informado, telegrafía a su
corresponsal, quien, de un momento a otro, debe llegar al lugar de los
hechos:
La condesa ha salido para Astapovo en tren especial.
Todos
conocen Moscú, Petersburgo, Kiev, Odessa... Cierto día gris de
noviembre, el mundo entero va a saber de la existencia de Astapovo. Esta
estación minúscula, flanqueada por una aldea, se ha convertido en la
capital de Rusia, una capital unida al país, a todos los países, por
hilos telegráficos. Los trenes son demasiado lentos. Una carta tarda un
día en llegar a Moscú. Cada segundo cuenta. El telégrafo registrará las
aflicciones, las curiosidades, las bajezas, las desesperaciones, las
traiciones. Lo hará con brevedad y precisión. Será mortalmente elocuente
y trágico. A pesar de la falta de signos de exclamación. A pesar de los
periodistas.
Tolstói
está muy malo; su mujer, que se recupera de una enfermedad, ha acudido a
Astapovo, seguida de toda la familia; se percibe el drama en el aire;
los corresponsales de los periódicos cierran sus maletas: «Telegrafíe
hasta los menores detalles, trate de ser el primero». «¿Y el dinero?»
«Le daremos lo que nos pida.» «¿Y dónde me alojo en Astapovo?»
«Apáñeselas.»
Constantin
Orlov, de La Palabra Rusa, es el primero en llegar. Le siguen después
Avrej, de la Agencia Telegráfica Petersburguesa, Ejov, de Tiempo Nuevo, y
los corresponsales de La Mañana de Rusia, El Alba, La Gaceta Rusa y
otros más.
Primera precaución:
Los
corresponsales de los periódicos moscovitas y petersburgueses, reunidos
en la estación de Astapovo, solicitan de su excelencia autorización
para disponer de un vagón de segunda clase en el que alojarse.
No se trata de dormir, sino de trabajar. Por otra parte, nadie va a dormir.
En las redacciones, los directores están en vilo. La Palabra Rusa telegrafía a Orlov:
Sus
telegramas de hoy le han sacado a la competencia varios largos. Esta
noche enviamos refuerzos, seguramente al joven Brio. No hay trenes
antes; resista. En caso de que le falten hechos, amplíe las
descripciones.
La Mañana de Rusia toma sus medidas:
Telegrafíe de la manera más detallada dos veces al día. Si catástrofe, doscientas palabras para edición especial.
Henos
en el 3 de noviembre. Los periodistas, llegados la víspera, se ponen al
trabajo. Visitan los edificios de la estación, espían las idas y
venidas, ponen nombres a las caras y mendigan detalles. A las diez de la
mañana, sus primeros telegramas son transmitidos a Petersburgo y a
Moscú.
N. M. Ejov a la redacción de Tiempo Nuevo:
Tolstói
se encuentra en la estación de Astapovo desde el 31 de octubre. Cogió
frío en el trayecto y se sintió tan mal que, por consejo del doctor
Makovický y de su hija Alexandra Lvovna, tuvo que bajarse en Astapovo e
instalarse en la vivienda del jefe de estación Ozolin. Durante la noche,
la enfermedad fue a peor. La temperatura alcanzó 39,6 grados, pero no
40, como han comunicado los periódicos. Tolstói se encuentra muy débil.
Se pasa la mayor parte del tiempo en un estado de semiinconsciencia. El
doctor Makovický y Alexandra Lvovna lo vigilan continuamente. Desde mi
llegada, esta mañana del 3 de noviembre, me han ido informando de que el
conde mejora sensiblemente. La temperatura esta mañana es de 37 grados.
Anoche, los médicos mantuvieron una breve reunión. Se decidió que,
mientras dure la enfermedad, Lev Nikoláyevich no podrá dejar la
dependencia en la que se encuentra actualmente. Los médicos piensan que
la enfermedad del conde —una inflamación catarral que afecta a la base
de los pulmones— durará bastante tiempo; es imposible una curación
completa antes de seis semanas. Dada la perspectiva de complicaciones,
el doctor Makovický ha mandado traer oxígeno de Moscú. Afortunadamente,
hoy se ha podido constatar una mejora. Lev Nikoláyevich da muestras de
cordialidad con quienes lo rodean. No tiene apetito, sin embargo, como
de costumbre, su moral es buena y se interesa por lo que está pasando.
Ha pedido que se le lean los periódicos. La llegada de Chertkov ha
contentado mucho a Tolstói y ha hablado animosamente con él. La pequeña
estación de Astapovo empieza a llenarse de gente. Afluyen varias
familias amigas de los Tolstói, admiradores del talento del escritor,
corresponsales de diversos periódicos. Se esperan llegadas más
numerosas, pese a que el lugar carece de alojamientos.
N. E. Efros, en La Palabra:
He
llegado esta mañana a Astapovo. En la misma estación me han dado la
buena noticia: el venerable anciano está mejor. La temperatura, ayer aún
amenazadora, empieza a bajar regularmente. Hace una hora tuvo lugar una
reunión de consulta. Makovický, Nikitin, que ha llegado hoy de Moscú, y
el médico del ferrocarril han diagnosticado los tres una neumonía. Por
lo general enormemente debilitado, el enfermo está dormido, y a veces
cae en un estado de inconsciencia. Si la temperatura permanece
estacionaria hasta esta noche, cabría esperar una mejoría sostenida. No
obstante, los médicos siguen considerando la situación como muy grave.
Serguéi Lvovich, llegado anoche, me ha confiado que su padre cayó
enfermo en el trayecto; fiebre alta; lo acostaron y arroparon; le
tomaron entonces la temperatura: 38,3, y Makovický consideró imposible
proseguir el viaje. Querían bajarse en Dankovo, pero su estación es
demasiado pequeña y la ciudad se encuentra a dos verstas. Decidieron ir
hasta Astapovo, aldea en la que viven algunos ferroviarios. Tolstói
estaba débil y no podía caminar. Dos personas lo sostenían. La gente que
había en la estación lo reconoció enseguida y se formó un corrillo. El 1
de noviembre, la temperatura fue muy elevada y a menudo el enfermo caía
en un estado de inconsciencia. Al volver en sí, dictaba a Alexandra
fragmentos de un texto religioso y filosófico. Así, varias veces.
Ayer,
Serguéi, nada más llegar al anochecer, fue a visitar a su padre. El
enfermo lo reconoció y le preguntó: «¿Por qué has venido? ¿Quién te ha
avisado?». Serguéi respondió, para disimular la verdad: «Un empleado de
Gorbachovo conocido mío». Su padre repuso: «¿Y cómo lo sabía ese
empleado?». Hoy, Serguéi no lo ha visto.
Junto
a Tolstói se encuentran: Makovický todo el tiempo; desde la última
noche, el médico municipal de Dankov, Semenovski; casi continuamente
Alexandra y Chertkov. Ayer, a medianoche, un tren especial trajo de Tula
a la condesa, a Tatiana y a Andréi. No han salido del vagón. Serguéi y
Makovický han acudido a ponerlos al corriente de la situación. Hoy, la
condesa permanece casi todo el tiempo en su compartimento. A ninguno de
los recién llegados se le ha permitido acercarse al enfermo por temor a
una emoción demasiado fuerte. La condesa, transformada, irreconocible,
acusa sin cesar a ciertos amigos íntimos. El jefe de estación Ozolin ha
cedido su vivienda; él, su mujer y sus tres hijos se han ido a vivir a
otra parte. La estación entera da muestras de una atención y de una
deferencia extremas. Se cuenta que ayer los empleados querían hacer
decir una misa por el restablecimiento de la salud del enfermo: han
chocado con la negativa del clero.
Millones
de personas esperan las noticias de Astapovo. Las ediciones se suceden
unas a otras. En las redacciones, el teléfono suena sin parar. Se lee,
se escruta, se sopesa, se busca entre líneas. Los rumores se abaten a
ráfagas sobre las ciudades.
La Mañana de Rusia a Alexandra Lvovna:
En Moscú, rumores alarmantes; tenga la amabilidad de comunicar el estado del enfermo.
Tiempo Nuevo no se dirige a su corresponsal. Suplica al jefe de estación:
Telegrafíe si la noticia de la muerte de Tolstói es exacta.
La respuesta está pagada: diez palabras.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
Nenhum comentário:
Postar um comentário