Sua ambição de conhecer o levou um grande número de disciplinas e a embarcar em múltiplas viagens, especialmente no Novo Continente. José Manuel Sánchez Ron para El Cultural:
No fue el mejor científico de su tiempo. ¿Cómo lo podría haber sido quien fue coetáneo de, entre otros, Lavoisier, Laplace, Faraday, Gauss, Lyell o Darwin?
De hecho, llegó a conocer a los tres últimos, lo mismo que a Cuvier,
Lamarck, John y William Herschel, Gay-Lussac, Volta, Babbage, Arago o
Haeckel, también a Goethe,
el literato con pretensiones científicas, y a Napoleón, Simón Bolívar,
los presidentes de Estados Unidos Thomas Jefferson y James Madison. Pero
sí fue el más ambicioso, el que quiso conocer todo.
Me
estoy refiriendo al alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), a quien
bien se puede aplicar la sentencia de Terencio: “Hombre soy, nada de lo
humano me es ajeno”, aunque tal vez en su caso se podría modificar la
frase adjudicándole la de: “Nada de la naturaleza, ni de la ciencia que
pretende describirla, me fue ajeno”. La geología y la geofísica, la
física, la astronomía y la química, la botánica, la meteorología, al
igual que la antropología, la historia y la lingüística, todas le deben
algo.
La
ambición por conocer, el ansia de totalidad que implica desear no dejar
nada al margen, tomarlo todo en consideración, puede ser una maldición
pues limitados y mortales somos, pero si alguno de los que figuran en
los anales de la historia se acercó a ese imposible ideal, ese fue
Humboldt. “La historia de la contemplación física del mundo –escribió en
su obra más ambiciosa, Cosmos– es la historia del conocimiento de la
naturaleza tomada en su conjunto; es el cuadro del trabajo de la
humanidad que intenta abarcar la acción simultánea de las fuerzas que
obran en la Tierra y en los espacios celestes”.
Muchos idiomas
De
Cosmos, por cierto, Humboldt escribió el 14 de julio de 1833 al
astrónomo Friedrich Wilhelm Bessel: “Es el trabajo de mi vida, debería
reflejar mi concepción y visión de las relaciones sin explorar que se
dan en la naturaleza, según mis propios experimentos y lo que con tanto
trabajo he averiguado a través de lecturas en muchos idiomas”.
Tras
dedicar algunos años de su juventud al Servicio de Minas de Prusia, un
empleo no ajeno a sus intereses pues le permitía viajar e investigar la
geografía terrestre y sus fenómenos, Humboldt decidió aprovechar la
fortuna que heredó al fallecer su madre en 1796 (su padre había muerto
siendo él un niño), para ampliar sus horizontes sin ninguna atadura.
Europa no era para él sino un pequeño rincón del gran escenario
terrestre.
“Teniendo
un ardiente deseo de ver otra parte del mundo y de verla con la
referencia de la física general –señaló en unas notas autobiográficas
que preparó en 1799–, de estudiar no solamente las especies y sus
caracteres […] sino la influencia de la atmósfera y de su composición
química sobre los cuerpos organizados; la formación del globo, las
identidades de las capas (estratos) en los países más alejados unos de
otros”, consiguió permiso de Carlos IV para viajar a los dominios
españoles en América, un territorio que podía satisfacer su inagotable
ansia de conocer y estudiar lo que antes nadie o pocos habían explorado.
“Para
prepararme a un viaje –anotó también en aquellas notas autobiográficas–
cuyos fines debían ser tan variados, reuní una escogida colección de
instrumentos de astronomía y de física, para poder determinar la
posición astronómica de los lugares, la fuerza magnética, la declinación
y la inclinación de la aguja imantada, la composición química del aire,
su elasticidad, humedad y temperatura, su carga eléctrica, su
transparencia, el color del cielo, la temperatura del mar a una gran
profundidad, etc”.
Midiendo y anotando
Durante
cinco años, desde el verano de 1799 hasta su regreso en 1804 estuvo
viajando por el Nuevo Mundo en compañía del botánico francés Aimé
Bonpland. Atravesó junglas, cordilleras y planicies interminables,
ascendió a la cima de montañas y volcanes nunca antes alcanzados y
siempre, siempre, midiendo y anotando.
Fruto
de aquellos años de viajes por América fueron obras como los 34
volúmenes de Voyages aux régions équinoxiales du Nouveau Continent
(1805-1834), o su magistral Ensayo político sobre la isla de Cuba
(1826).
Pero
si estos días escribo sobre este Humboldt (y digo “este” porque no se
debe olvidar a su hermano Wilhelm, estadista y lingüista, recordado
especialmente por haber fundado la Universidad de Berlín), es para
celebrar la publicación en español (la versión original estaba en
francés), por primera vez completa, de otro de los libros memorables de
Humboldt: Examen crítico de la historia de la geografía del Nuevo
Continente (1836-1839), publicado en una espléndida edición de gran
formato que incluye numerosas ilustraciones, por la pequeña pero selecta
editorial de Aranjuez, Doce Calles, en colaboración con la Fundación
Ramón Areces y la Universidad Autónoma de Madrid.
Reconforta
que de vez en cuando se recupere –para eso que tal vez ahora no parece
demasiado valorado, como es el legado histórico de la cultura universal–
una obra como esta, en cuya preparación y escritura Humboldt empleó
treinta años, compatibilizándolo, cierto es, con otras tareas.
Técnica marítima
Cristóbal
Colón y su viaje de 1492 es el eje en torno al cual pivota este
monumental libro, que cual árbol frondoso despliega un ramaje en el que
se analizan cuestiones como la “prehistoria” del descubrimiento
colombino, esto es, las causas –las lejanas al igual que las cercanas–
que prepararon y produjeron el descubrimiento del Nuevo Mundo, el por
qué hizo Colón lo que hizo, cuáles eran sus conocimientos cartográficos y
de técnica marítima, la influencia del descubrimiento de América en la
civilización, o quién era Américo Vespucio y cómo es que el Nuevo Mundo
llegó a tomar su nombre.
En
el Imperio español, ya simplemente España, se terminó poniendo el sol,
pero podemos encontrar algún consuelo recordando lo que este antiguo
país –en tiempos lejanos, Hispania, la culta al-Ándalus posteriormente–
ha aportado a la civilización. No el menor de esos dones un idioma que,
plenamente vivo, comparten hoy más de 500 millones de personas.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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