Jorge Semprún |
A peculiar e estranha relação entre o espanhol Jorge Semprún e o francês Yves Montand é contada pelo escritor Patrick Rotman num livro original, a meio caminho entre o romance e o ensaio. Ramón González Férris para El Confidencial:
Fueron
vidas paralelas que, en otras circunstancias, no tendrían por qué
haberse cruzado. Ivo (luego cambiaría de nombre) era hijo de un
trabajador comunista italiano que huyó de su país para no verse acosado por el régimen de Mussolini
y sus matones. En Marsella, donde la familia encontró cierto refugio,
las cosas fueron a veces bien y a veces mal. El padre montó una fábrica
de escobas que parecía prosperar, hasta que llegó el crac de 1929 y la
gente dejó de comprar escobas. Alternaban la pobreza y la miseria. El
padre se reunía con otros comunistas para conspirar, pero el hijo no veía claro eso del comunismo.
Lo que le gustaba eran las películas americanas de vaqueros cuyos
protagonistas se forjaban una vida a punta de valentía y testarudez.
Hasta que un día, medio por casualidad, se presentó a un concurso de
canto en el barrio.
Jorge
era otra cosa. Nieto del presidente del Gobierno Antonio Maura, creció
en el barrio madrileño situado entre el Parque del Retiro y el Museo del Prado,
donde fue educado por institutrices que le enseñaron alemán; su padre
era poeta y un tanto derrochador, y siempre tenía los mejores coches.
Pero la Guerra Civil les pilló en el lado equivocado: la familia era
republicana y tuvo que huir. Al principio, el padre tuvo un cargo en la
embajada del Gobierno legítimo en Bruselas, pero luego acabaron en
París, un tanto marginados, porque en la ciudad estaban hartos de ver a
españoles zarrapastrosos que huían de la guerra. Poco después, Jorge
encontraría su vocación: no solo se convertiría en un francés de acento
impecable, sino que, siendo aún adolescente, se apuntó para luchar
contra la ocupación nazi de Francia. Sería comunista y luchador político.
Ivo
se convertiría más tarde en Yves Montand, uno de los cantantes
franceses más exitosos y célebres de la segunda mitad del siglo XX,
aunque sus inicios habían sido poco prometedores: tras el concurso de
canto, durante un tiempo actuó en teatros de variedades vestido de
vaquero, cantando en francés canciones del 'far west' que evocaban ese
mundo cinematográfico que le fascinaba. Jorge adoptó varios nombres como
miembro de la resistencia francesa, fue deportado al campo de concentración de Buchenwlad
y luego se convirtió en el líder clandestino del Partido Comunista en
la España de Franco bajo el alias de Federico Sánchez. Acabaría siendo
un escritor célebre y ministro de Cultura con el Gobierno de Felipe González.
La
peculiar relación entre ambos, su amistad extraña y al mismo tiempo
lógica, la cuenta el escritor francés Patrick Rotman en un libro
original, a medio camino entre la novela y el ensayo, ' Ivo y Jorge ',
que acaba de publicar en castellano la editorial Tusquets. En él, a
partir de fragmentos biográficos, algunas escenas reales y otras
probablemente ficticias, recuerdos personales y fragmentos sacados de
documentales y las memorias de ambos, Rotman traza sus biografías, su
relación y, por encima de todo, su compromiso político, que fue donde se
encontraron de manera casi inevitable. Si el padre de Montand había
sido comunista, si el propio Semprún fue comunista hasta que Santiago Carrillo
le expulsó del partido, ambos fueron durante buena parte de su vida
luchadores anticomunistas que detectaron muy temprano las miserias del
régimen soviético y sus satélites.
A Montand, su padre le había contado desde niño que Stalin
estaba construyendo en Rusia el paraíso de los trabajadores. Pero
cuando en 1956, siendo ya una estrella, fue a actuar a Moscú y recorrió
los barrios obreros de la ciudad en un coche que imitaba a los modelos
estadounidenses, lo que vio allí fue “extrema pobreza”, “viviendas
tristes”. Aquello no se parecía en nada a un paraíso para la clase
obrera. Era, dice Rotman, “el socialismo real en su desnudez, sin el
velo engañoso de la propaganda”.
Semprún se dio cuenta del fracaso del comunismo más o menos al mismo tiempo. “Si hubiera sido francés, 1956 [año de la revolución húngara
brutalmente reprimida por la Unión Soviética] habría sido la fecha de
ruptura. Seguí siendo comunista a causa de la lucha clandestina que
realizaba aquí, en España (...) El día que constaté que la lucha en
España ya no era eficaz la ruptura se volvió inevitable”.
Y ambos, ya definitivamente desengañados, colaboraron en una obra que denunciaba las purgas estalinistas:
la película 'La confesión', de la que Semprún escribió el guion, y que
dirigió Constantin Costa-Gavras y protagonizó Montand. La película se
estrenó en 1970, pero el libro de Rotman empieza con una escena más
tardía y muy emocionante. Es junio de 1990, ha caído el Muro de Berlín, Gorbachov ha
implantado su política de 'perestroika' (reforma) y 'glasnost'
(transparencia) y los tres aterrizan en Moscú para presentar allí la
película, con veinte años de retraso. Nunca pensaron que eso fuera
posible. Creían que morirían sin que los rusos hubieran visto la
película. Pero “se ha producido el milagro”, dice Rotman, que viaja con
ellos a Moscú, describe su emoción y el entusiasmo de los rusos que
acuden al estreno del filme en su país y pueden, por fin, ver
denunciadas las aberraciones del régimen que en ese momento se está
desmoronando. “¿Os dais cuenta, chicos, de lo que hemos vivido hoy?”,
dice Montand emocionado cuando vuelven al hotel.
'Ivo
y Jorge' es fragmentario, avanza y retrocede en el tiempo y en las
biografías de sus dos protagonistas, tiene mucho de real y algo de
inventado —lo cual, a mí, siempre me resulta un poco molesto— y
seguramente no es una obra maestra. Pero es un libro rápido y
detallista, emocionante y perspicaz, una especie de historia oblicua del
siglo XX y sus grandes traumas: el fascismo, el comunismo, el nazismo, el franquismo, los campos de concentración,
las delaciones, las frustraciones ideológicas, las grandes traiciones.
Montand y Semprún parecen al mismo tiempo dos supervivientes con una
suerte increíble y dos tipos honestos dispuestos a revisar sus propias
convicciones. El primero fue un artista popular de inmenso éxito, que
osciló hacia un cierto conservadurismo. El segundo, un escritor de culto
con un ademán burgués que se implicó en el proceso de acercar la
socialdemocracia al centro. “El comunismo no era la juventud del mundo”,
le dice Semprún a Montand en ese hotel en el que, tras el estreno de su
película en Moscú, piensan en lo que han vivido. “Pero fue nuestra
juventud”.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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