BLOG ORLANDO TAMBOSI
Ensaio de Eugenio Rivera, publicado por Entreletras:
En
1931, el marchante Ambroise Vollard le encarga a Picasso ilustrar una
nueva edición de la novela de Honoré de Balzac ‘Le Chef d’oeuvre
inconnu’ para conmemorar el centenario de su publicación. El pintor hace
catorce dibujos, incluyendo la portada y el índice, siguiendo la
técnica del aguafuerte, medio que venía trabajando con bastante
asiduidad y que, en cierto modo, podemos considerar como un diario
personal por cuanto que documenta toda su trayectoria artística. Pero
todo esto, con ser importante, no da la medida de lo que se esconde
detrás de estos catorces “inocuos” grabaditos.
Picasso
llevará a cabo el trabajo con sumo entusiasmo habida cuenta de su
predilección por el texto de Balzac. Pero como acabamos de sugerir, hay
algo más que un simple interés literario: llega al extremo de que el
interfecto se considera una nueva encarnación del anciano protagonista
del relato el pintor Frenhofer. Cuando Balzac escribe «Miradas
magnéticas en plenos arrebatos de cólera o entusiasmo», parece estar
viendo los penetrantes ojos del malagueño a través de los de Frenhofer.
El
atelier parisino de este genio clarividente que adelantado a su tiempo
lleva diez años trabajando en secreto en un cuadro que no consigue
terminar, es el escenario más importante del relato que se sitúa en el
siglo XVII. El objetivo que este nuevo Pigmalión se ha propuesto no es
otro que el de romper las barreras entre la pintura y la vida y así se
encuentra arrobado por los interminables retoques que está obligado a
hacerle al retrato de la cortesana ‘La belle noiseuse’.
Cuando
Porbus y Poussin, dos artistas más jóvenes, admiradores del maestro,
tras reiteradas intentonas consigan entrar en la estancia y contemplar
la obra, no encontrarán nada reconocible, solo «colores confusamente
amontonados y contenidos por una multitud de extrañas líneas que forman
un muro de pintura», versión anticipadora del action painting y del
dripping de Pollock a juicio de Calvo Serraller. La figura inicial ha
quedado sepultada en una intrincada maraña de brochazos, bajo un fiero
amasijo informe de capas de óleo y apenas asoma « en una esquina del
lienzo, el extremo de un pie desnudo (…); un pie delicioso, ¡un pie
vivo!».
Es
la creación de un artista que ha traspasado los abismos de la locura en
pos del quijotesco sueño imposible por conseguir la perfección que
nunca llega a alcanzar el arte más sublime. Ante la mirada de
estupefacción de sus dos visitantes, que considera fruto de la envidia,
el satisfecho anciano no puede dejar de exclamar con autosuficiencia:
«estáis ante una mujer y buscáis un cuadro». ¿Enajenación o genialidad?
Nos viene a las mientes la ‘Brigitte Bardot’ de Antonio Saura del Museo
Abstracto de Cuenca, que por cierto también escribirá el libelo
satírico ‘Contra el Guernica’, cuando el polémico mural regrese del
exilio.
Y ahora vienen las sorprendentes referencias picassianas a través de elementos diversos que no dispersos.
La
primera: Balzac escoge a Poussin y su “inocente” elección no deja de
ser también inquietante. Cezanne quería rehacer neuróticamente a
Poussin del natural y a su vez declaró, antes que Picasso: « Frenhofer
c’est moi », al reconocerse en el sufrimiento del viejo pintor ante la
imposibilidad de su ciclópea empresa. Esto ya nos pone sobre aviso
acerca de la insaciable propensión vampírica del malagueño.
Charles d Arenberg y su familia de Pourbus
Quizá
Cezanne solo consiga ser Poussin totalmente a través de Picasso, a lo
largo de tres generaciones que replican en sentido cronológico inverso
las de Frenhofer, Porbus y el propio Poussin. El flamenco Frans Porbus
el Joven era 25 años mayor que el francés Nicolas Poussin. ¿Se
establecería, pues, en la visionaria mente de Balzac un fantasmal juego
de espejos en el que Poussin por edad se situaría en el centro, en rigor
sería el mismo azogue de la superficie, para reflejar a ambos lados a
los otros dos pintores, donde en los extremos se encontrarían
equidistantes Frenhofer y Picasso? En ese juego de identidades la
equivalencia entre Porbus y Cezanne está también implícita. El plano del
espejo partiría, pues, en dos mitades la realidad y la ficción, aquel
plano que el propio Frenhofer quería abolir, siendo Poussin el eje y por
tanto, al mismo tiempo, personaje de ficción (como Porbus, en el relato
de Balzac) y figura histórica, la de su tiempo: Identidad híbrida como
la del gato de Schrödinger o como la naturaleza dual de la luz de Louis
de Broglie.
La
segunda: Lo que podríamos tomar como rechifla llega al extremo cuando
en 1936 Picasso alquila las dos plantas de un edificio del siglo XV de
la 7 Rue des Grands-Augustins: ¡en el mismo inmueble en el que Balzac
había ubicado el taller del desventurado Frenhofer! Allí monta su nuevo
estudio y será donde pinte el Guernica, la especular “obra maestra
desconocida”, bajo el aura mítica de la persecución incansable del ideal
de Belleza de Frenhofer —grial artúrico o piedra filosofal redivivos
para la ocasión —.
Juan
Navarro Baldeweg, en su ensayo titulado ‘Frenhofer y Lord Chandos’,
opina que «tanto Balzac como Hofmannsthal mostraron con aguda
penetración y con sobrecogedora emoción los límites, un final, el no más
allá del poder de una ‘manera’ o de una lengua». Sin embargo, como
vamos viendo, sus mutuas confesiones literarias nos hablan de aparentes
fracasos altamente creadores. El éxito es la suma de mil derrotas, como
solemos escuchar a los viejos del lugar.
Pero
vayamos con la tercera y última referencia y quizá la más sorprendente:
Si nos fijamos bien en el mural veremos que en la esquina inferior
derecha asoma un pie femenino desmesurado tras el batiburrillo facetado
de la pintura cubistizante y del fingido collage de papel de prensa
(¿otro muro infranqueable?)
¿Quería
el pintor, en esta tumefacta extremidad, casi garra de íncubo que
arrastra con esfuerzo la mujer, hacer un guiño irónico al sutil pie de
la Obra de Frenhofer? ¿La fealdad frente a la delicadeza? ¿Una zarpa
renqueante que repta frente a la eterna belleza de lo ingrávido? ¿Pies
de algún modo mellizos como antes elucubrábamos? ¿El blanco y el negro
del malagueño frente al color del francés? Si el presumible cromatismo
refinado de Frenhofer está en contraposición dialéctica con el anémico
blanco y negro de Picasso, sea este una reminiscencia de los
bajorrelieves del Arco del Triunfo napoleónico o de las grisallas del
arte flamenco del Renacimiento, no dejará de ser esta otra alerta más de
su simétrica antinomia, de nuevo. O “arte comestible vs. arte
cuaresmal”, como dirimiera el taxonómico y excesivo Salvador Dalí en su
inclemente canibalismo picassiano.
La
estela de Balzac será aprovechada por la novela burguesa, como bien
demuestra el incomprendido pintor Claude Lantier, trasunto de Cézanne,
protagonista de ‘L’Oeuvre’ de Zola, una nueva aparición de Frenhofer,
que seguirá dando la tabarra hasta que se tope con Picasso.
Mas
dejemos tranquilo al lector. A pesar de la fascinación que uno siente
por el método paranoico-crítico del mentado Dalí, ¡que no cunda el
pánico!, no estamos jugando aquí a desentrañar los oscuros arcanos del
Ángelus de Millet o de la bragueta de Matisse con un escalpelo tan
inquisitivo. ¡Ya le gustaría a uno!
Midas y Baco de Poussin
Invoquemos
una táctica más pedestre. Si seguimos con el siempre iluminador
procedimiento de la mayéutica socrática tenemos que hacernos una
pregunta inexcusable: ¿Cómo cabría tachar al celebérrimo Guernica de
obra maestra desconocida, siguiendo el modelo que nos propone Balzac?
¿No será por tanto el título del presente artículo una socarrona boutade
sin sentido, un apresurado eslogan comercial o una delirante ocurrencia
del atribulado autor de estas líneas?
¡Seamos
sensatos! El cuadro de Picasso es un objeto de culto que es visto todos
los días por multitudes ingentes de aficionados y turistas de todo el
mundo frente al de su alter ego que solo fue visto circunstancialmente
por dos atónitos espectadores. ¡Cómo poner en pie de igualdad dos
realidades tan disímiles?
Pero
«vayamos por partes..», como dijo Jack El Destripador haciendo uso de
su buen juicio y detengámonos un poco en este extremo. Las
consecuencias de tan escurridizas consideraciones son obvias y sin
embargo: ¿es lo mismo mirar que ver? O ¿ver que conocer? ¡Vaya! Ya
estamos con que si la abuela fuma…
Espinoso tema este que ha hecho correr interminables y caudalosos ríos de tinta.
Trataremos
de responder como mejor podamos y sepamos a la cuestión, porque
sospechamos que no son muy diferentes los dos casos pese a sus
declaradas diferencias estéticas e históricas. ¡La tela de Picasso nos
sorprenderá… con su monstruoso parecido a su venerable antecesor!
Como
sabemos el Gobierno de la República le hizo a Picasso el encargo del
cuadro para el pabellón que representaría a España en la Exposición
Internacional de París de 1937. La situación internacional estaba
calentita en esos momentos y por ello nos encontramos con uno de esos
casos en los que el bosque no nos deja ver los árboles. El significado
político que se le da a la obra, en aras del tan cacareado estandarte
del pacifismo, ha esclerosado el significado intrínseco de sus valores
plásticos y estéticos y de sus íntimas motivaciones y ha acabado por
obliterarlo con un «caos de colores, de tonos, de matices imprecisos,
especie de bruma sin forma», es decir, con una espesa capa de
interpretaciones monolíticas de pensamiento único y hagiografía del que
solo se “escapa” el dichoso pie de marras, como en la pintura de
Frenhofer. Invoquemos la socorrida locución « ¡Pies para qué os
quiero!», si pretendemos “dar pie” a una reflexión sosegada, más allá
de la incontrovertible circunstancia de que el Guernica sea uno de los
estandartes del ‘artivismo’ (arte y activismo), indiscutible icono
cultural del siglo XX.
Nada
habría que objetar al hecho de que el cuadro sea un bienintencionado
“panfleto” propagandístico si a cambio estamos dispuestos a tomar en
consideración otras tantas cosas, quizá inconfesables.
La
iconografía que venía trabajando el malagueño en aquella época debe
muchos de sus hallazgos a sus problemas matrimoniales con Olga y
extraconyugales con la oculta doble vida que llevaba entonces en su
relación adúltera con la adolescente Maria Teresa Walter. La temática de
sus crucifixiones y sus tauromaquias le estaba sirviendo al artista
como redención personal para expiar su culpabilidad y su dolor, catarsis
que al mismo tiempo era un ejercicio que tenía algo de esquizofrénico.
No debemos olvidar que Picasso había tenido una tradicional educación
judeocristiana, tan dada a los golpes de pecho y a los remordimientos,
que en su código de conducta aquello de poner los cuernos a la doña no
estaba nada bien visto. La apelación al mundo de los toros, como vemos,
también tiene algo de prosaico y prostibulario, con perdón del chiste
fácil.
Pie del Guernica, detalle
Asimismo
Huerga Melcón ha sostenido que compositivamente el cuadro tiene mucho
que ver con la tradición de las Natividades, género que se cultivó con
profusión durante el Barroco, recogiendo la tradición plástica
mediterránea en torno a esta temática que serviría de inspiración
posterior a la escuela belenística de Salzillo. ¿La Muerte como
renacimiento?
Sin
embargo, si nos quedamos con la tauromaquia, vía mitología griega, la
identificación del sufrido pintor con el minotauro y la de Olga con el
toro y el negro, que va a ejercer su agresividad contra el torero y la
luz o contra el caballo, no deja lugar a dudas viendo su producción de
aquellos sombríos años. De todo ello dio buena cuenta la magnífica
exposición ‘Olga Picasso’, que hace tres temporadas pudimos ver en el
Caixa Forum de Madrid.
Dándole
un valor simbólico al “pie” del Guernica debemos recordar que Olga
abandona los Ballets Rusos de Diáguilev tras sufrir un accidente que le
impedirá bailar a consecuencia de una lesión en un pie. «La mujer en
casa y con la pata quebrada», reza uno de los refranes machistas
(Picasso lo hizo suyo sin contemplaciones) que forma parte de esta
nuestra estoica ultramontana piel de toro: ahí está la Tristana de
Galdós/Buñuel para recordárnoslo. Por otra parte, es conocida la
aversión al cuadro que manifiesta el de Calanda en sus memorias ‘Mi
Último Suspiro’: « De él me desagrada todo, tanto la factura
grandilocuente de la obra como la politización a toda costa de la
pintura. Comparto esta aversión con Alberti y José Bergamín, cosa que he
descubierto hace poco. A los tres nos gustaría volar el Guernica, pero
ya estamos muy viejos para andar poniendo bombas. »
Por
fuerza, cuando Picasso reciba el encargo republicano no podrá
desprenderse de sus fantasmas personales y de sus motivos pictóricos
fácilmente. De modo que los tendrá que readaptar como buenamente pueda a
su objetivo coyuntural, sin que le reste un ápice a la intencionalidad
política de la tela. ¡Pero… haberlos haylos!
El
Guernica es en rigor una tauromaquia que en la nueva lectura
picassiana adquirirá un valor metafórico antibelicista. «La pintura no
ha sido hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra
ofensiva y defensiva contra el enemigo», decía el propio artista. Pero
¿qué enemigo?, añadimos nosotros.
Warhol por Richard Avedon
Si
seguimos abundando en el desconocimiento de la obra hay que remitirse
al libro ‘Ricardo Arredondo, maestro secreto de Pablo Picasso en Toledo’
de Javier Sainz Moreno en el que se reconoce el magisterio que el
citado pintor turolense del título, afincado en la ciudad del Tajo,
ejerció sobre el joven Picasso durante su breve estancia en Madrid a las
que sumaba clandestinas escapadas a la capital manchega,
peregrinaciones de las que el artista se cuidará muy mucho de borrar sus
huellas para que ningún otro pintor llegue a conocer sus referentes,
tan celoso siempre de la competencia (Frenhofer era discípulo de Jan
Gossaert ‘Mabuse’ y también guardaba celosamente su secreto). Además de
crear una efímera revista llamada ‘Arte Joven’, a imitación de la
catalana ‘Pel &Ploma’ de Casas y Romeu, que le pone en contacto con
las gentes del 98, le dará tiempo en su frenética vida bohemia a hacer
las aludidas excursiones toledanas pero, eso sí, siempre solo. Sin
embargo, con frecuencia suele haber un sabueso que ronda la presa y
merodea los andurriales más inhóspitos husmeando el rastro y que en este
caso, sorprendentemente, lleva el nombre del mexicano Diego Rivera, que
debió estar también en el lugar del crimen a juzgar por las numerosas
pistas que dejó diseminadas en algunos de sus lienzos de la época. ¡La
policía no es tonta!
Según
Sainz Moreno, de estos contactos le vendrá al malagueño la inspiración
del Guernica apropiándose de los elementos del taller-estudio de la
Puerta del Cambrón de Arredondo, lo que contradice las apreciaciones
comúnmente aceptadas. Allí también se familiciará con el arte de El
Greco y no tanto en Barcelona bajo el influjo de Casas y Rusiñol como se
ha dicho y allí además alimentará las incipientes teorías del cubismo,
fijándose en las composiciones de la orografía toledana de su maestro
anónimo.
Ni
que decir tiene que la polémica está servida, pero tratándose de un
talento tan singular y complejo como el de Picasso, nada a mi juicio es
descartable. Aunque sin entrar en dimes y diretes, que no es el
propósito del presente artículo, para no caer en el dogmatismo habitual
lo que sí viene a corroborarse es que nuestra “obra de arte desconocida”
no parece tan consabida como imaginábamos en un principio y esconde
tantos interrogantes como heridas ha ido acumulando la tela a lo largo
de su biografía cautivadora.
Cuando
Andy Warhol exhiba impúdicamente sus cicatrices a la cámara del
fotógrafo Richard Avedon, «su cuerpo parecía un mal traje de Dior lleno
de remiendos», no deja de plagiar al lacerado Guernica como obra de
arte ignota, el reverso del enigma mismo; o cuando el cineasta
Henri-Georges Clouzot filme, casi 20 años después de la realización del
cuadro, su documental ‘Le Mystère Picasso’, de certero título, no hará
más que otra versión alternativa de su hipnotizante film noir `Les
diaboliques´, dotando a este “drama psicológico” del mismo suspense de
pliegues turbadores que rezuma la personalidad esotérica del pintor.
Habremos
de reconocer sin duda que lo desconocido ofrece un sinfín de
posibilidades que están vedadas a lo palmario. Balzac lo sabía bien,
como Frenhofer y como después, el propio Picasso. Por eso nada mejor
que recuperar el subyugante velo de Isis para preservar una belleza
inextinguible que siempre se mantendrá lozana, pero impenetrable a la
pobre imaginación del espectador bajo las mil capas de la obviedad y el
mito.
Menos
mal que siempre nos quedará el pie, elefantiásico o grácil y diminuto,
para darnos la clave. Picasso frente a la incomprensión del papanatismo
imperante, que no ve más allá de sus bobaliconas narices, le podría dar
la vuelta al alarido iracundo de Frenhofer espetando: «estáis ante un
cuadro y buscáis una mujer».
Me temo que el pie de foto seguirá siendo el mismo, mientras la pintura siga fresca:
«¡Cuidado que mancha!»
Eugenio Rivera , escritor, ilustrador, crítico de cine y arte. Su último libro publicado es ‘Memorias del derrumbe’ (Ed. Vitruvio).
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