Elena García Guitián resenha, para a Revista de Libros, duas obras do filósofo britânico Isaiah Berlin, "O mago do Norte" e "O sentido da história":
No
hay duda de que Berlin habrá dejado este mundo satisfecho. No tanto,
como cabría suponer, debido al renovado reconocimiento que su obra ha
obtenido en los últimos tiempos, que ha generado una enorme demanda de
trabajos suyos y le ha supuesto recibir repetidos homenajes. La
verdadera razón es más profunda y personal, y tiene que ver con su
decisión de abandonar la filosofía y dedicarse a la historia de las
ideas. Como él mismo reconoce, después de una conversación con H. N.
Sheffer, profesor en Harvard y uno de los eminentes lógicos matemáticos
de su tiempo, se convenció de que la filosofía, salvo en el campo de la
lógica y la psicología, no puede contribuir a incrementar el
conocimiento humano: «Llegué poco a poco a la conclusión de que prefería
un campo en el cual pudiese tener la esperanza de llegar a saber al
término de mis días algo más que al principio de mi existencia; y por
eso abandoné la filosofía para dedicarme a la historia de las ideas…». Y
este deseo es el que sin duda se ha visto realizado. Berlin no
solamente ha contribuido al incremento del conocimiento a través de su
trabajo sobre otros autores que ha ofrecido en muchos casos nuevas y
originales lecturas de sus obras. Su gran aportación ha sido su
insistencia en el pluralismo de valores humanos, que en la actualidad se
presenta como una «verdad» y que se ha convertido en el centro del
debate de la filosofía política.
EL PLURALISMO DE VALORES
Nuestro
autor cree que los valores últimos (igualdad, libertad, justicia,
piedad…) que persiguen los seres humanos son plurales y no coexisten de
forma armónica, pudiendo llegar a ser absolutamente incompatibles entre
sí. No es posible reducirlos a un único valor o principio que los ordene
jerárquicamente y que nos sirva de pauta para escoger entre ellos. La
realidad exige que elijamos entre fines igualmente últimos y
pretensiones igualmente absolutas, y esta multiplicidad,
incompatibilidad e inconmensurabilidad hacen que el conflicto y la
tragedia no puedan ser eliminados nunca completamente de la vida humana.
La necesidad de elegir y sacrificar unos valores últimos a otros
resulta ser una característica permanente de la naturaleza humana. Esta
es la «verdad» que lleva a Berlin a criticar lo que considera el punto
de vista dominante en toda la tradición de pensamiento occidental: la
visión monista. Lo que uniría a pensadores tan diferentes como, por
ejemplo, Platón, los ilustrados o los marxistas es su creencia en que
existen unos valores humanos verdaderos, universales y permanentes, que
forman un sistema coherente y armónico, y que pueden llegar a ser
conocidos y realizados. Precisamente esto último, alcanzar un estado de
cosas ordenado conforme a esos valores, se convierte entonces en el
objetivo a conseguir, en el único fin de toda la actividad humana,
pública y privada. El conflicto y la tragedia no serían entonces más que
el resultado de la incapacidad de los hombres para reproducir el modelo
ideal de vida correcto. Por supuesto que las diferentes teorías
comprendidas en esta tradición diferían enormemente al determinar cuál
era ese modelo ideal, así como los métodos para poder llevarlo a cabo.
Pero ninguna de ellas, a ojos de Berlin, se planteó que los fines
últimos pudieran ser incompatibles entre sí y que no existiera ningún
principio ordenador universal que permitiera escoger de forma «racional»
entre ellos.
LOS PENSADORES CONTRACORRIENTE
Este
reconocimiento del pluralismo de valores constituye el núcleo del
pensamiento de Berlin y explica tanto sus argumentaciones como el resto
de sus ideas. Sus sospechas sobre la tradición monista dominante son las
que le llevan a estudiar autores «contracorriente» que en sus teorías
incorporaron, de forma consciente o no, dudas sobre la armonía y
universalidad de los valores. Sin embargo, no hay que confundirse.
Berlin no es seguidor de pensadores como Hamman, los románticos, De
Maistre o Sorel. Su propuesta intenta alejarse lo más posible de
posiciones irracionalistas o relativistas. Lo que destaca en ellos en su
creatividad y originalidad, el haber sido capaces de desmarcarse de la
arrolladora tradición dominante. Son el espejo en el que se reflejan,
aumentados y distorsionados, los grandes errores de dicha tradición,
pero especialmente, dentro de ella, de la Ilustración, movimiento en
cuyo bando Berlin declara alinearse («soy un racionalista liberal»). Y
es que en su búsqueda del conocimiento nuestro autor rechaza el
dogmatismo y la simplicidad de muchos planteamientos ilustrados que los
ataques críticos de sus enemigos ponen de relieve. El objetivo, por
tanto, no sería conseguir apuntillar la herencia de la Ilustración, sino
intentar mantener su espíritu separándolo de su resquebrajado armazón
material. Pero, ¿puede lograrlo? Berlin piensa que la Ilustración parte
de un concepto de naturaleza humana como algo fijo e inalterable que es
erróneo, y que esto desvirtúa necesariamente todas las construcciones
teóricas que se levantan sobre ella. Porque, por el contrario, los
hombres son seres que se transforman permanentemente y que persiguen
fines distintos que cambian con el tiempo y el contexto cultural. La
autorrealización humana no se alcanza descubriendo y viviendo de acuerdo
con la verdad, sino eligiendo cada uno su propio modo de vida. El hecho
de que esos fines que se eligen sean distintos y puedan chocar entre sí
hace que el conflicto sea algo intrínseco a la vida humana, que no se
pueda llegar a eliminar. De ahí se deriva el rechazo a considerar que el
conocimiento «líbere» necesariamente y la crítica a la utopía.
LA CRÍTICA A LA UTOPÍA
Berlin
insiste continuamente en que la idea de lograr una solución final para
los problemas de la humanidad a través del conocimiento de la verdad, no
sólo es falsa e incoherente sino que tiene consecuencias políticas
peligrosas. Si los fines reconocidos como plenamente humanos son
mutuamente incompatibles, no tiene sentido intentar concebir una
sociedad perfecta en la que se solucionen todos los problemas centrales
de la vida humana. Además, creer en ella, en que existe realmente una
solución verdadera, supone aceptar que ningún medio es demasiado costoso
para alcanzarla y acaba exigiendo enormes sacrificios de hombres en
honor de abstracciones y metas lejanas. Sin embargo, su rechazo a las
grandes utopías no supone defender una posición inmovilista. A veces la
realidad exige grandes sacrificios, pero únicamente por metas concretas a
corto plazo o para salvar situaciones desesperadas. Porque la historia
no sigue una ruta predeterminada hacia el progreso que culminará en la
consecución de la sociedad ideal, armónica, en la que se alcanzarán
todos los valores humanos universales y verdaderos. Después de haber
sido testigo de lo acontecido en el siglo XX, en su opinión uno de los
peores que ha vivido la humanidad, Berlin insiste en que lo único que
parece ser progresivo es el aumento del reconocimiento de un núcleo
moral mínimo común a toda la humanidad (unos derechos humanos mínimos
que se apoyan en los rasgos comunes que comparten los seres humanos como
tales); pero que en ningún caso podría conducir a una especie de
civilización universal.
No
hay convergencia en una única escala de valores universales y eternos,
porque no hay verdades infinitas a priori sobre la naturaleza humana y
el mundo. Hay que elegir entre diferentes combinaciones de valores
últimos y la razón desempeña aquí un papel limitado. De nuevo Berlin
tiene mucho cuidado en desmarcarse de posiciones irracionalistas o
relativistas. No abandona el concepto de razón, pero le aplica un buen
correctivo que limita sus pretensiones. La razón no es ese hálito divino
que nos permite percibir las verdades a priori. La razón tiene una base
contextual, aunque incorpora algunos elementos comunes a todas las
culturas que atenúan su subjetivismo. Cuando hay que elegir
racionalmente hay que hacerlo a partir de la jerarquía de valores que
informa un modo de vida, siendo conscientes de que cuando llegamos a los
valores últimos, inconmensurables, la razón muestra sus limitaciones;
podrá aportarnos los argumentos a favor de una u otra opción, pero no
señalarnos la opción adecuada. Habrá que elegir y siempre se producirá
alguna pérdida.
EL PLURALISMO LIBERAL
La
visión que nos presenta Berlin es, por tanto, la de una realidad humana
en conflicto permanente en la que nada es absoluto, nada está
garantizado en última instancia, y los hombres se enfrentan a la
necesidad de tener que escoger. De ahí que insista especialmente en la
importancia del valor de la libertad negativa para los seres humanos.
Pero esta visión tan individualista se ve a su vez corregida por la
importancia que este autor atribuye al contexto cultural en la vida
humana.
Hay
en este sentido una tensión inmanente en su visión entre el individuo
aislado enfrentado a la necesidad de elegir sus propios valores, de
connotaciones existencialistas, y el individuo condicionado por su
pertenencia a un grupo social, a una cultura que proporciona y restringe
a un tiempo sus posibilidades de ser y actuar. Mas es esta tensión la
que genera cierta ambivalencia en su visión política. ¿Qué es lo que se
debe priorizar, la elección individual o la conservación de una
determinada cultura, de un determinado modo de vida? Berlin lo tiene
claro, pues se considera a un tiempo pluralista y liberal, conceptos que
no están ni lógica ni necesariamente unidos, pero que la práctica
demuestra que juntos proporcionan buenos resultados. Por ello, en último
término favorece la elección individual, que siempre se realiza dentro
de un contexto cultural, pero que puede trascenderlo.
La
asunción del pluralismo de valores en lo político conduce al
reconocimiento de que es posible más de una respuesta válida a un
problema y a aceptar el conflicto como el rasgo social relevante. Y esto
supone elevar el compromiso al primer plano, acompañado de cierto grado
de tolerancia. En una sociedad liberal pluralista las instituciones
deben estar diseñadas para alcanzar acuerdos procurando evitar las
peores soluciones; intentando establecer un equilibrio que siempre es
provisional. Pero también para intentar promover la solidaridad social y
el entendimiento para conseguir metas comunes, cuando esto sea posible.
LOS TRABAJOS DE BERLIN
Estos
serían a grandes rasgos los puntos centrales de su visión política, que
Berlin trata junto a otros temas filosóficos e históricos. En este caso
sí podemos afirmar que estamos ante un espíritu «renacentista»,
preocupado por la cultura en sentido amplio. Melómano, políglota, amante
de la literatura y el arte en general, este pensador poco propenso a
dejarse encorsetar en ninguna área de conocimiento, nos ha dejado una
obra peculiar y muy personal. Nada inclinado al pensamiento sistemático,
Berlin utilizaba el ensayo como forma de expresión de sus estudios e
ideas, lo que en un principio constituyó un obstáculo para comprender la
totalidad de su pensamiento, pues estos trabajos se hallaban publicados
de forma dispersa en medios variopintos. Sin embargo, el empeño de su
editor en Oxford, Henry Hardy, ha conseguido que en su mayoría hayan
sido reeditados agrupados en varios volúmenes. Los incluidos en el libro
sobre Hamman y en la colección que lleva el título The Sense of Reality
son las últimas de estas publicaciones (pues The Proper Study of
Mankind, editado por Hardy y Hausser en 1997 es una antología de ensayos
ya anteriormente recopilados).
El
Mago del Norte fue editado por primera vez en 1993 y se trata de una
reelaboración de borradores escritos en los años sesenta sobre Hamman
que estaban incompletos y que no se habían publicado anteriormente. Es
curioso constatar que en este caso, como en muchos otros, el propio
Berlin se mostraba reacio a su publicación pensando que «no eran
importantes». En ellos nuestro autor con el cuidado y la simpatía con la
que aborda el estudio de personajes en principio poco atractivos,
ofrece una lectura de Hamman en la que resalta los aspectos más
originales de su obra y sus críticas más certeras a la Ilustración, tema
que, como hemos comentado, constituye uno de los centros principales de
interés de Berlin. La cuidada edición española está traducida por uno
de los pocos expertos en Berlin que hay en España y autor del único
libro enteramente dedicado a su filosofía en nuestro país (J. B.
Díaz-Urmeneta: Individuo y racionalidad moderna. Una lectura de I.
Berlin. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla,
1995). Está acompañada, además, de una ilustrativa introducción que
puede ayudar a comprender el enfoque con el que se aborda el estudio de
Hamman, e incluye una bibliografía con las ediciones en castellano de
los trabajos de Berlin que muestran lo equivocado de pensar que no hay
apenas trabajos suyos traducidos.
Los
escritos presentes en esta selección nos ofrecen una descripción del
contexto cultural en el que Hamman desarrolla sus planteamientos, de su
vida y, sobre todo, de sus principales ideas sobre el lenguaje, su
visión de lo que constituye el conocimiento, y su crítica al
racionalismo. Pero la importancia de este pensador, que Berlin califica
de irracionalista y fanático, no reside tanto en la validez de su propia
teoría como alternativa a una Ilustración equivocada, como en su
énfasis en esos elementos olvidados por ésta: lo emocional, lo
irracional y el valor de la experiencia individual no generalizable.
A
diferencia de lo que ocurre con el Mago del Norte, los ensayos
contenidos en la colección The Sense of Reality no giran alrededor de
una cuestión o autor concreto, sino que abordan temas diversos casi
siempre presentes en la obra de Berlin: la ruptura de la tradición
monista, la crítica romántica a la Ilustración, los socialismos, el
nacionalismo, etc.; pero su importancia es algo desigual. Junto a
trabajos relevantes como «The Sense of Reality», «The Romantic
Revolution» y «Kant as the Unfamiliar Source of Nationalism», aparecen
algunos ensayos menores, aunque de indudable interés, pensados como
conferencias para un público diverso (como «Political Judgement» y
«Philosophy and Governement Repression») y otros que recuerdan el estilo
descriptivo de una lección académica («Socialism and Socialist
Theories»). De todas formas, el enfoque del que parte y el estilo que I.
Berlin utiliza en sus trabajos hacen que todos ellos sean muy
sugerentes y suficientemente atractivos, lo que se ve acrecentado por la
triste constatación de que ya pocas cosas novedosas se van a publicar
de este gran pensador.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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