O escritor indiano-britânico, esfaqueado hoje em Nova York, conta em seu livro 'Joseph Anton' seus seis anos de clandestinidade depois de ter recebido a fatwa do teocrata Khomeini. Daniel Gascón para Letras Libres:
En
2012, Salman Rushdie, que ha sido atacado hace unas horas, publicó
Joseph Anton, la crónica de sus años en la clandestinidad tras la fetua
decretada por el ayatolá Jomeini. Esta es la reseña del libro que
escribí en su momento.
Joseph
Anton (Mondadori, 2012) es la historia de un secuestro. En 1989, Salman
Rushdie tenía 41 años, acababa de publicar Los versos satánicos, estaba
casado con la novelista Marianne Wiggins y tenía un hijo de un
matrimonio anterior. Había nacido en Bombay en una familia musulmana
poco religiosa, había estudiado y vivía en el Reino Unido, y había
tenido éxito con dos novelas: Hijos de la medianoche, sobre su país
natal, y Vergüenza, donde hablaba de Pakistán, el país al que se mudó su
familia. Aunque trataba de la novedad y la inmigración, Los versos
satánicos incluía una secuencia onírica basada en una leyenda de los
orígenes del islam e irritó a congregaciones musulmanas de diferentes
países. La mayoría de esas personas no habían leído la novela. Entre
ellas se encontraba el ayatolá Jomeini, líder supremo de la República
Islámica de Irán, que necesitaba enardecer a las masas tras la guerra
con Iraq y emitió una fetua que condenaba a muerte al novelista. A
partir de ese momento y durante una década, Rushdie vivió en la
clandestinidad. Cuatro agentes de policía debían vivir en su casa, se
trasladó constantemente de un domicilio a otro durante años, no podía
aparecer en público, tuvo que adoptar un nombre falso –Joseph Anton, por
dos de sus escritores favoritos: Conrad y Chéjov– y esconderse cuando
iban a limpiar el lugar donde vivía.
Joseph
Anton es la crónica íntima y minuciosa de esa pesadilla. Si,
desgraciadamente, los últimos 25 años han hecho que nos acostumbremos a
la persecución de artistas por motivos religiosos, el libro reconstruye
el asombro ante la aberración original: el líder de una potencia
extranjera condenaba a muerte a un ciudadano británico por publicar una
obra de ficción. Rushdie describe su sensación de soledad, sus esfuerzos
para escribir y continuar su vida, desde sus matrimonios y sus
divorcios a la educación de su hijo mayor. Además de la amenaza del
terrorismo internacional, Rushdie –que reflexiona varias veces sobre
Manuel Cortés, el alcalde republicano confinado en su casa desde 1939
hasta 1969– tenía que enfrentarse a otras fuerzas. A algunos
conservadores británicos les divertía que un novelista de izquierdas,
crítico con el gobierno y el pasado colonial, tuviera que ser protegido
por el Reino Unido. A otros les indignaba que se le brindase esa
protección. Muchos líderes religiosos condenaron el libro. Parte de la
izquierda, presa del relativismo cultural, parecía confusa e incapaz de
distinguir un inequívoco asalto a los principios de la Ilustración.
Otros hacían a Rushdie responsable de lo que les ocurriera a él y a las
personas relacionadas con el libro. Y, aunque el autor habla con afecto
de los policías, debió negociar con sus superiores, a veces hostiles,
para obtener cierta autonomía (por ejemplo, asistir a una presentación
de su libro), y sufrió duras críticas de la prensa sensacionalista.
A
veces angustioso, pero nunca falto de humor, Joseph Anton es un
reconocimiento a las personas que combatieron al lado de Rushdie en una
larga batalla contra el oscurantismo y a favor de la libertad de
expresión, que lucharon para que ‘Los versos satánicos’ saliera en
rústica, que presionaron a los gobiernos y escribieron sobre la novela
como una obra de arte: los agentes Andrew Wylie y Gillon Aitken, y buena
parte del mundo literario, desde Susan Sontag a Martin Amis, Günther
Grass, Christopher Hitchens o Vargas Llosa, pasando por los cien
escritores de países musulmanes que participaron en el volumen Pour
Rushdie. No era un acto gratuito: el traductor japonés del libro fue
asesinado y el traductor italiano estuvo a punto de morir. Nygaard, el
editor noruego, recibió tres disparos. (Cuando Rushdie le llamó al
hospital, Nygaard le anunció que iba a reeditar el libro.) Habla
también de quienes se pusieron del otro lado, como Berger y Le Carré. La
autobiografía muestra el mundo incierto del espionaje y la diplomacia y
retrata a políticos como Thatcher, Havel (uno de los primeros en apoyar
a Rushdie), Mary Robinson (la primera jefa de Estado en recibirlo),
Clinton (que prestó un apoyo dubitativo pero decisivo) o Blair (cuyo
gobierno fue clave para que Rushdie recobrara su libertad).
Tras
el caso Rushdie, el miedo se instaló en el mundo cultural: esa es otra
de las razones por las que Joseph Anton es un libro importante y lleno
de lecciones fundamentales. En 1990, cuando esperaba una revocación de
la condena que finalmente no se produjo (de hecho, aunque en 1998 Irán
dijo que no ejecutaría la sentencia, la fetua no se ha anulado), Rushdie
pidió disculpas. Más tarde se arrepintió de ese momento. Se dio cuenta
de que “necesitaba expresar con claridad qué era aquello por lo que
luchaba: la libertad de expresión, la libertad de la imaginación, la
vida sin miedo y el hermoso y antiguo arte que tenía el privilegio de
ejercer. Y también el escepticismo, la irreverencia, la duda, la sátira,
la comedia y el regocijo profano”.
Joseph Anton. Salman Rushdie. Mondadori, Barcelona, 2012. Traducción de Carlos Milla Soler. 686 páginas.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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