A esquerda arrogante
A liberdade, para a esquerda, é impor seu modelo para realizar a utopia coletivista: "não terás nada, mas serás feliz". Jorge Vilches para The Objective:
La izquierda está muy nerviosa. Admite que no tiene la palabra «libertad», pero con el cuajo de hablar de «robo»,
no de «pérdida». En su infinita arrogancia cree que las palabras son
suyas, como la democracia o el derecho a gobernar porque sí, y que la
derecha se las roba. No hay un ápice de autocrítica, como siempre, ni
asiento en la realidad.
Las
palabras no se roban. Uno se las gana o las pierde. Si la izquierda hoy
se identifica con la ingeniería social, las prohibiciones, las
reglamentaciones, las multas y la cultura de la cancelación, incluso el
bullying político, es imposible asociarla a la palabra «libertad». Si se
empeñan en corregir a la gente en su forma de ser, estar y pensar, en
qué debe comer, cómo debe hablar o relacionarse, es normal que la
palabra «libertad» se aleje de la izquierda.
Si
esa izquierda que escribe siempre los mismos libros y las mismas
columnas, atada a latiguillos enmohecidos, respetara la libertad no
blanquearía el terrorismo, ni aplaudiría a dictaduras infames, o
elevaría a los altares a conocidos genocidas bendecidos porque tenían
«buenas intenciones» en su afán «progresista».
La
libertad para la izquierda es que nos ajustemos al modelo que quiere
imponer para realizar su utopía armónica y colectivista, esa del «no
tendrás nada y serás feliz». Ser libre para esta izquierda es combatir
el mercado, abrazar la religión ecologista e identificarse con algún
colectivo de índole sexual o de género. El resto queda excluido. Es más;
si uno afirma su autonomía para decidir quién es, o cómo hablar, vivir,
pensar y enriquecerse, es un individualista peligroso, un egoísta al
que hay que excluir.
Esta
izquierda arrogante considera que la libertad es un atributo de los
colectivos, no de las personas. Esto es una trampa porque el «bien
general», el del colectivo, lo define la izquierda. Así solo es política
para la libertad aquella que prohíbe las acciones del libre mercado y
protege a los colectivos de género o sexualidad en contra de lo
supuestamente establecido. El resto es facherío infame.
Todo
es un relato conspiranoico. Nadie ha establecido un comportamiento
estándar y obligatorio. No hay un señor con puro, machirulo y de misa de
12, que diseñe la sociedad y la moral como si fuera un videojuego. A
esta izquierda no le entra en la cabeza que cada uno hace lo que quiere y
puede, y que el Gobierno y las leyes deben estar solo para garantizar
la libertad, no para imponer dislates utópicos.
Más
claro: un ingeniero social no es una mejor persona, solo es un
dictador. La mentalidad de esta izquierda recuerda a los totalitarios
del pasado: dicen amar a la sociedad y a la gente, pero no les gusta la
sociedad ni la gente, y por eso quieren excluir a los otros y obligar a
la transformación de todo. Su relación con el resto es la propia de
maltratadores: te voy a cambiar para que seas decente.
La
soberbia con la que se atribuyen la cultura y la inteligencia es
también digna de estudio de psicología social. En su simplismo tienen
una visión dicotómica de la vida: lo bueno y lo malo. La izquierda son
la rosa y el clavel que abren la muralla, lo bonito, joven y
esperanzador, lo culto y lo inteligente; y la derecha es el cardo
borriquero, lo feo, viejo y desechable, la ignorancia y la burricie. En
su pensamiento no hay términos medios ni matices, lo que es una
demostración de fanatismo, no de cultura ni de inteligencia.
Verás
el día que esa misma izquierda que llora por las esquinas del rencor se
dé cuenta de que no solo ha perdido muchas palabras, sino el respeto de
la mayoría. Sus predicadores no generan esperanza ni ilusión, sino que
suenan a prohibición vieja, a la vuelta a la Edad de Piedra, a
nostálgico de banderita y canción protesta.
La
izquierda arrogante hace mucho que dejó de ser simpática a la mayoría.
La atribución de la superioridad moral, el desprecio con el que miran al
resto, y la cantidad de lecciones dadas no pedidas están en el alma del
totalitario de todos los tiempos, y la izquierda actual no iba a ser
menos.
No
solo han perdido la palabra «libertad» sino que son sus enemigos.
Conservan entre ceja y ceja la máxima de Lenin: «Libertad para qué». Su
concepto de libertad pasa por el leninismo más rancio, que considera que
la libertad llega por la igualación material impuesta por el Estado, y
la eliminación de las relaciones de producción del capitalismo, que
permiten, a su entender, la emancipación del trabajador.
Esto
ya lo hicieron en la URSS y en la Europa del Este, y fracasaron porque
ese planteamiento aplasta la verdadera libertad. Por eso el comunismo
solo se mantiene como dictadura, con cierre de fronteras y apertura de
cárceles.
Esta
izquierda arrogante, que vive en su ecosistema de aplausos mutuos, con
dirigentes millonarios que saludan a la plebe desde el coche oficial o
la mansión, quizá debería darse una vuelta por la realidad, bajarse del
pedestal, y admitir que hoy está desfasada.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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