O papel das mulheres neste ramo da psicologia não é apenas testemunhal. Dez pioneiras tiveram atuação fundamental. José T. Boyano para The Objective:
Desde
la antigüedad, la histeria se ha definido como un trastorno femenino.
En el XIX surge el psicoanálisis, un tratamiento basado en la
conversación y más comprensivo que otros métodos —como las duchas
frías—.
En
principio, la mujer solo aparece como objeto de investigación. Sin
embargo, pronto estas pacientes adoptan un papel activo. Ellas piden
expresarse, un factor esencial en una cura por la palabra. Además, señalan a sus médicos el camino a seguir.
Bertha Pappenheim, la paciente «cero» que inventó el psicoanálisis
Tras cuidar a su padre enfermo en Viena,
Bertha Pappenheim sufrió síntomas diversos: pesadillas, mutismo,
alucinaciones… No podía explicar su profunda angustia. Sugirió a su
médico que la hipnotizara y la interrogara por las causas de sus
padecimientos, así podría recordar el origen de sus miedos. Bajo
hipnosis, Pappenheim se relajaba y podía viajar hacia el pasado. Cuando
visualizaba el momento del episodio traumático,
lo relataba, aliviándose. Por ejemplo, recordó que su fobia a beber
todo tipo de líquidos había empezado porque un día vio un perro bebiendo
de su vaso. Este método catárquico era una forma de liberación.
El
médico de Pappenheim, Josef Breuer, compartió esta técnica con un joven
neurólogo, Sigmund Freud, entonces desconocido. Ambos publicaron un
libro, Estudios sobre la Histeria, donde contaron su caso (la llamaron
Anna O.). Sobre esta base, Freud fue desarrollando el método
psicoanalítico, y siempre reconoció su deuda con Pappenheim. A pesar de
su relevante papel en la historia y de su gran labor como trabajadora
social, luchando por los derechos de las mujeres y la infancia, la
figura de Bertha Pappenheim sigue siendo poco conocida.
La
familia Spielrein en 1909. De izquierda a derecha: Eva (madre), Sabina,
Nikolai (padre), Emilia (hermana), Isaac y Jan (hermanos).
De pacientes a psicoanalistas
* Sabina Spielrein, la niña que experimentó la destrucción:
de niña sufrió terribles palizas a manos del padre, que iban seguidas
de una incontenible necesidad de masturbarse. En consecuencia, en su
juventud vivió comportamientos sadomasoquistas, cambios de humor y
desórdenes afectivos. Tras un calvario de clínicas y electroshocks, fue
psicoanalizada por Carl Jung, quien creyó ver en ella síntomas
histéricos, como «miradas seductoras». Spielrein estudió medicina e
investigó el impulso humano hacia la destrucción. Esto influyó en Freud
para describir los instintos de muerte, energías internas que nos llevan
a conductas autodestructivas o agresivas.
* Lou Andreas-Salomé, el amor al propio yo:
mujer fuerte e independiente, se relacionaba con intelectuales como
Nietzsche. En Weimar conoció a Freud, sorprendido por su «encanto
femenino y agudeza intelectual masculina» –así, como suena–. Andreas-Salomé viajó a Viena para formarse en psicoanálisis.
Desarrolló una visión amplia de la sexualidad y el erotismo, como
culminación de la existencia humana. Para ella, el narcisismo no era una
patología, sino una manifestación de amor a una misma, una
identificación positiva.
* Marie Bonaparte, la princesa que investigó el orgasmo:
era descendiente de Napoleón y de pequeña la sorprendieron
masturbándose. Una criada la amenazó diciéndole que si seguía
haciéndolo, moriría. Se casó con el príncipe de Grecia, pero su
sexualidad no le resultaba satisfactoria. Padecía frigidez a pesar de
sus numerosos amantes. Al principio, pensaba que la anorgasmia se debía a
que el clítoris estaba muy lejos de la vagina y no era estimulado
durante la penetración. Algo obsesionada, llegó a operarse varias veces,
pero la cosa empeoró. Conoció a Freud y se convirtió en paciente, amiga
y psicoanalista. Comprendió que las causas psicológicas eran más
importantes que las físicas. Tras el psicoanálisis, descubrió que
algunas experiencias infantiles podían haberla condicionado, junto a las
rígidas convenciones sociales. Más liberada, continuó buscando las
fuentes del orgasmo, anticipándose a Masters y Johnson. Cuando los nazis
tomaron Viena, ayudó a Freud a huir a Londres, vía París, salvándole de
los campos de concentración.
* Christiana Morgan, dibujante de sueños:
muy cercana a Carl Jung, viajó hasta Suiza para ser psicoanalizada, ya
que sufría fuertes depresiones y graves problemas de identidad. Allí
desarrolló la capacidad de plasmar sus sueños pintándolos en un
cuaderno. En sus acuarelas emergía el inconsciente. En la universidad de
Harvard, junto al famoso psicólogo estadounidense Henry Murray, Morgan
creó el Test de Apercepción Temática (T.A.T.), un test proyectivo basado
en imágenes. Al interpretar estas imágenes ambiguas, el paciente sacaba
a relucir elementos subconscientes. Posteriormente, la contribución de
Christiana fue silenciada, mientras Murray fue consagrado como autor
único del test. El mexicano Jorge Volpi la recupera en su novela La
Tejedora de Sombras.
De psicoanalistas a teóricas
A la vez que nace el psicoanálisis, el rol femenino va cambiando.
Las primeras psicoanalistas con estudios médicos participan activamente
en las organizaciones psicoanalíticas. Sienten la necesidad de ocupar
un lugar central.
Desde
ahí, darán una nueva visión de la femineidad y la sexualidad,
enmendando la plana a Freud, limitado por su visión androcéntrica.
* Melanie Klein y el psicoanálisis de niños:
dio un impulso más feminista al psicoanálisis, excesivamente
patriarcal. Investigó las primeras etapas en el desarrollo de los bebés:
tan importante es el apego del niño a la madre como de la madre al
niño. Estudiando a niños, desarrolló la técnica del juego. Un día, con
una niña que se mostraba retraída en la consulta, dificultando la
exploración psicológica, Klein llevó una caja con juguetes. La niña
empezó a abrirse y Klein encontró una vía de comunicación: a través del
juego, la niña mostraba su mundo interior. El juguete es una herramienta
básica, conecta realidad y fantasía. Desde entonces, resulta esencial
observar cómo juegan los infantes.
* Anna Freud, de rebelde a guardaespaldas del padre:
la hija pequeña y díscola de Freud fue una adolescente rebelde: no
quería casarse sino hacer carrera profesional. Tenía fantasías
sadomasoquistas, en las que experimentaba placeres culpables: un caballero muy parecido a su padre la azotaba.
La solución llegó cuando el mismísimo papá Freud la psicoanalizó. Ella
se incorporó a la sociedad psicoanalítica, convirtiéndose en guardiana
de la ortodoxia y pionera del análisis infantil. En su obra, organizó de
forma sistemática los mecanismos de defensa que posee el yo.trato de
Melanie Klein y Anna Freud.
* Joan Riviere, ¿la femineidad es una máscara?:
en su libro La femineidad como máscara, Riviere denuncia las
dificultades para conquistar un rol activo. Dentro del sistema
profesional masculino, la mujer debe progresar con sus conocimientos,
pero necesita reprimir la rivalidad para no desafiar en exceso al
sistema.
* Karen Horney, desvelando la «envidia del útero»:
emigró desde Berlín a Estados Unidos y dinamizó el psicoanálisis en
Chicago y Nueva York. Cuestionó los dogmas de Freud sobre la mujer. Por
ejemplo, Freud suponía que el momento clave en el desarrollo psicológico
de las niñas sucede cuando se comparan con los niños y perciben que
carecen de pene. Para Karen Horney, la envidia de pene es un mito, fruto
del narcisismo masculino. La insatisfacción de la mujer se debe, sobre
todo, a la subordinación que experimentan en la sociedad patriarcal. Y
la monogamia no se relaciona con el amor, sino con la necesidad de
posesión y prestigio del hombre.
Arminda Aberastury y la fase genital temprana:
en Argentina, Aberastury desarrolló un juego en el que se construían
casas, útil para explorar emociones, siguiendo a su maestra Melanie
Klein. Además, destaca por una propuesta original. Freud había propuesto
cinco etapas en el desarrollo psicosexual: oral, anal, fálica, latencia
y genital. Esta última fase genital florecía en la preadolescencia.
Aberastury describió una fase genital previa, dentro del desarrollo
infantil, coincidiendo con la dentición y el abandono de la lactancia.
Es decir, la conciencia de la genitalidad puede resultar en muchos casos
más temprana, apareciendo mucho antes de lo que Freud pensaba.
Con
psicoanalistas como Arminda y Betty Garma, la ola del psicoanálisis
completa la vuelta al mundo, regresando a Europa con una propuesta más
global que amplía la sexualidad y cuestiona la dicotomía
masculino-femenino.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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