O escritor britânico Kingsley Amis - pai do também escritor Martin Amis -, bebedor e extremista, completaria 100 anos nesta semana. Ramón González Férriz para El Confidencial:
Al novelista Kingsley Amis,
que esta semana habría cumplido cien años, le gustaba recibir a sus
amigos en casa para beber. Siempre que llegaba un nuevo invitado por
primera vez, le ponía una copa en la mano y le decía la misma frase, que
expresaba la mezcla de generosidad y falta de ceremoniosidad que le
caracterizaban: "Yo te he servido la primera. Si luego no tienes una, es
tu puta culpa".
Al contrario de lo habitual, en España Kingsley Amis es conocido por ser el padre de Martin Amis, quien le ha retratado en varios de sus libros, por ejemplo en 'Experiencia' y en la reciente novela 'Desde dentro'
(ambas en Anagrama). Kingsley era, cuenta Amis, un padre lleno de
defectos: un bebedor contumaz, que dejó a su primera mujer y luego le
pidió que regresara en la vejez para cuidarle, un extremista político y
antisemita, y un gruñón cuya omnipresencia llenó durante demasiado
tiempo al joven Martin de complejos y miedos: ¿no tenía algo de
temerario aspirar a ser novelista como su padre, que era considerado
unánimemente en Reino Unido uno de los grandes escritores de su época,
fue nombrado caballero por la reina y se hizo más o menos rico
escribiendo?
Porque,
más allá del retrato afectuoso y emocional de su hijo, Kingsley fue,
durante mucho tiempo, un gran escritor. Su primer libro, 'Lucky Jim' ,
publicado en 1954, una desternillante comedia sobre un joven profesor
en una universidad de provincias británica, fue considerada "la novela
que cambió una generación" (en español lo ha publicado la editorial
Impedimenta). Kingsley formaba parte de los llamados 'angry young men'
(jóvenes enfadados), escritores que crecieron bajo la larga sombra de la
Segunda Guerra Mundial y mostraban su rechazo por un país que les
parecía recatado, formal y aristocrático.
El 'Jim' de la novela no encajaba en la universidad porque prefería la incipiente música pop a la clásica,
porque le gustaba más ir al pub (y las camareras) que tomar el té con
otros profesores y se sentía un fraude: alguien destinado a ser maestro
de escuela que por razones azarosas había acabado en la universidad.
Pero también porque Jim era, simplemente, un desastre: quema las sábanas
porque se queda dormido fumando, da una clase sobre la 'Merrie England'
(la imagen idílica de una Inglaterra rural y utópica, habitual en la
literatura británica) completamente borracho y se pasa el día imaginando
cómo puede enfrentarse a su superior, complacer a la mujer de la que
está enamorado y, de paso, acabar con la cultura burguesa, pero nunca se
decide a pasar a la acción.
'
'Lucky
Jim' no era solo una comedia, aunque sin duda sus partes cómicas eran
extraordinariamente divertidas, tenía además elementos mucho más
oscuros. Su protagonista acepta de manera resignada que "las cosas
agradables son más agradables que las desagradables" —toda una lección
de pragmatismo— y se da cuenta de que no tenemos mucha más defensa que
esa ante la depresión,
la adicción y la muerte. Esos elementos estarían cada vez más presentes
en la obra de Amis, que durante años mantuvo un gran estado de forma,
con grandes éxitos y una vida cada vez más extravagante durante la cual
dejó a su mujer por otra novelista y se compró una casa muy cara en el
campo (se vendieron varios millones de ejemplares de 'Lucky Jim').
Sin
embargo, Amis empezó a virar con rapidez hacia posiciones más
conservadoras, en algunos casos abiertamente reaccionarias. Después de
su breve paso por el Partido Comunista Británico, años después su
anticomunismo bien documentado —entre sus mejores amigos estaba Robert
Conquest, uno de los primeros historiadores en denunciar con detalle las
atrocidades del estalinismo—
le llevó desde a apoyar la guerra en Vietnam a, simplemente, agriarle
el carácter. Y sus libros empezaron a ser cada vez más formularios,
menos imaginativos, un poco más toscos, burdamente misóginos.
Parte
de esa decadencia, por supuesto, era atribuible al alcohol. Amis
dedicaba cada vez más tiempo a beber. Lo hacía durante la mayor parte
del día y en sus libros siempre aparecía el alcohol. De hecho, dedicó un
libro entero a la bebida, 'Sobrebeber' (Malpaso),
en el que recopiló buena parte de sus conocimientos sobre el tema, sus
costumbres y las reservas que siempre tenía en casa: además de los
"fundamentales ginebra, vodka, whisky, ron, brandy, etcétera",
consideraba imprescindible tener a mano "vermús franceses e italianos,
Campari, angostura, tónica" y también "licor de naranja, licor de
cereza, Bénédictine, Crème de Menthe, Crème de Cacao, Pernod o Ricard",
clarete, cerveza y muchas cosas más. El libro también incluye un
capítulo en el que distingue entre la resaca física (“al despertarte,
empieza diciéndote que tienes mucha suerte de encontrarte tan
horriblemente mal (...) porque si no te encuentras horriblemente mal
después de una noche complicada es que aún estás borracho, y tendrás que
recobrar la sobriedad despierto antes de que te venga finalmente la
resaca”) y la metafísica (“una inefable mezcla de depresión, tristeza,
ansiedad, autoodio, sensación de fracaso y miedo al futuro”). En el
prólogo a ese libro, Christopher Hitchens, otro legendario bebedor,
reconocía que “los innumerables amigos de Kingsley llegaron a la
conclusión de que la bebida fue lo que acabó con él, y lo que le robó su
ingenio y su encanto, además de la salud”.
Amis
siguió escribiendo de vez en cuando maravillas como 'Stanley y las
mujeres' (Impedimenta), publicado en 1984, o 'Los viejos demonios'
(Lumen), con la que ganó el Booker Prize en 1986 ante un rival hoy
célebre, 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood.
Al final, como retrata su hijo en 'Experiencia', llegó a un acuerdo con
su exmujer para que ella y su tercer marido se instalaran en su casa
para cuidar de él. Fue una conclusión relativamente dulce para una vida
paradójica: la de uno de los mejores escritores cómicos de la segunda
mitad del siglo XX, en la estela de P. G. Wodehouse o Evelyn Waugh, pero
cuyo retrato social fue aún más descarado, y que a su vez vivió buena
parte de su vida sumido en la ira, el resentimiento, la obsesión
política y la exigencia de que los demás, sobre todo los más jóvenes, le
trataran como el genio que creía ser.
Esta
semana cumpliría 100 años. Cojan una copa y un ejemplar de 'Lucky Jim' y
déjense llevar. A fin de cuentas, las cosas agradables son más
agradables que las desagradables.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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