BLOG ORLANDO TAMBOSI
Recuperemos o mérito e o esforço, abandonemos as quotas e as políticas identitárias, e então poderemos presumir, com critério, que somos um país "progressista". Fernando Fernández para The Objective:
En
aquellos años de la Transición, cuando mirábamos a Italia con una
mezcla de admiración y miedo, hizo fortuna la necesidad de evitar el
reparto de las instituciones del Estado entre los partidos siguiendo un
escrupuloso recuento aritmético de su poder electoral. La guerra por el
control del poder judicial ha demostrado cuánto se ha movido el partido
socialista desde entonces. Ahora defiende con vehemencia esa lógica de
partidización de la vida política y entiende las mayorías reforzadas no
como una invitación al diálogo y el acuerdo sino con una lógica
aritmética de pura ocupación del poder.
Ciudadanos
es un partido en inevitable extinción. Es una cáscara vacía que ha
dejado de ser útil en el referéndum sobre el régimen sanchista. Pero
todavía puede hacer algún buen servicio al país si recupera la frescura
que le llevó en sus orígenes a sacudir el tablero de la corrección
política. Antes de dedicarse a soñar con las encuestas, fue el primero
que cuestionó la racionalidad económica del tren de alta velocidad en un
país tan sostenible que todavía transporta la práctica totalidad de sus
mercancías por carretera y se ve obligado luego a subsidiar el gasóleo.
El único que cuestionó la racionalidad económica del Estado de las
Autonomías y denunció el privilegio de los regímenes forales. Llegó
incluso a hablar de la West Lothian question, del debate parlamentario
en el Reino Unido sobre la ilógica democrática que permite a algunos
diputados españoles votar leyes que no les afectan y que ha permitido al
PNV aprobar los impuestos sanchistas sin que se apliquen en el País
Vasco que mejora así su competitividad fiscal. Introdujo en el debate
fiscal la homogeneización de la imposición sobre el consumo acabando con
los excesos de los tipos reducidos y superreducidos del IVA. En el
debate laboral, el contrato único y la mochila austríaca.
Su
aportación al debate económico ha sido mucho más relevante que su
fracasada contribución a formar mayorías parlamentarias. Y lo podría
seguir siendo si, asumiendo su irrelevancia, aprovecha sus altavoces
mediáticos, mientras le duren, para seguir levantando tabús. Lo ha
vuelto a hacer al oponerse frontalmente a la discriminación positiva por
razón de sexo, una de las manifestaciones más absurdas de las políticas identitarias que nos castigan por doquier.
Y
digo bien, absurdas, porque las cuotas carecen de toda lógica política y
económica. Y solo una concepción corporativa, gremial, del poder
político explica su espectacular desarrollo en España. Políticamente, la
posmoderna concepción del sexo y el género como una decisión voluntaria
no binaria le resta todo fundamento a las cuotas. Si ser una mujer es
una opción personal, ¿por qué subsidiarla? Si uno no nace sino que se
hace del Oviedo o del Sporting, es difícil justificar que se reserven
plazas para los sufridos seguidores del Oviedo, incluso en una
administración autonómica en bable. Pero volvamos a la economía.
Ciudadanos se opone a las cuotas porque defiende la igualdad de
oportunidades, no de resultados. Lo obvio, lo que llevo sosteniendo
desde que en los años ochenta me becó el Instituto de la Mujer. Claro
que entonces gobernaba otro partido socialista y dirigía el Instituto
una feminista leída, viajada e ilustrada. Centrar las políticas
redistributivas y de igualdad en los resultados es una perversión
totalitaria que genera poderosos incentivos perversos.
Empecemos
por aclarar algunos conceptos básicos. Primero, el acceso al mercado de
trabajo sin discriminación por razón de sexo, edad, raza, religión, o
incluso región de procedencia me atrevería a decir yo, es un derecho que
un Estado democrático debe garantizar, pero no es una obligación
individual. Las preferencias y circunstancias personales son múltiples,
diversas se dice ahora, y por eso, la elección ocio-renta, como nos
gusta simplificar a los economistas, es una decisión estrictamente
personal. Segundo, la revolución biomédica de los años cincuenta-sesenta
permitió liberar a la mujer de la procreación y la dedicación a tareas
domésticas y le posibilitó asignar su tiempo en función de sus
preferencias y circunstancias personales. Tercero, la universalización
de la educación y el acceso generalizado de la mujer a la misma
encarecieron definitivamente el coste de quedarse en casa y provocaron
un aumento sistemático y persistente de las tasas de ocupación femenina
en todo el mundo. Proceso que en España no empezó a coger velocidad
hasta los setenta por razones que tienen más que ver con nuestro atraso
económico que con la ideología dominante. Para prueba, basta ver la tasa
de natalidad en cuanto la mujer española ha empezado a trabajar fuera
del hogar. Cuarto, la existencia de diferencias salariales hombre-mujer,
lo que hemos obligado a medir como la brecha salarial por sexo, no es
por sí misma una manifestación de la existencia de discriminación
laboral, sino que pueden deberse a preferencias individuales legítimas,
respetables y perfectamente voluntarias. Quinto, exactamente lo mismo
sucede con la existencia del llamado techo de cristal, la escasa
presencia de la mujer en la cima de la escala laboral, en los puestos de
más poder, visibilidad y retribución, que suelen ser también los de
mayor exigencia de tiempo y renuncia personal.
Los
economistas laborales llevan décadas peleándose con las diferencias
salariales. Y han avanzado mucho. Sabemos ya que importa cuánto se
estudia, lo que se estudia y hasta dónde se estudia. Sabemos también que
importan mucho las decisiones personales a lo largo de una carrera
laboral, aquel cambio de trabajo que no realizamos, aquella mudanza que
no hicimos, aquel jefe del que huimos. Y las circunstancias sociales y
familiares. Constatamos que hay importantes diferencias hombre-mujer en
muchas de esas decisiones personales. Diferencias previas al mercado de
trabajo y sobre cuyos condicionantes, los poderes públicos pueden actuar
informando, pero respetando la libertad de elección. Esas diferencias
no son una evidencia de discriminación laboral ni sexual, sino si acaso
de la inercia del cambio social. Pero también observamos que muchas de
esas diferencias se mantienen en el tiempo, a pesar de los años y el
dinero público gastado en revertirlas. Por ejemplo, la concentración de
mujeres en estudios del área biosanitaria y humanidades y su escasa
presencia en las carreras técnicas. Y como somos temerosos de la cólera
feminista nos abstenemos de mencionar explicaciones evidentes. A pesar
de leer todos los días comentarios machistas como que las mujeres
dirigen mejor, son más humanas, menos conflictivas, más solidarias y más
sensibles. Pero deben ganar lo mismo y mantener las listas cremallera.
Solo
desde una perspectiva absolutista que elimine todo respeto por la
libertad individual, puede medirse el éxito de las políticas de igualdad
de género por la completa desaparición de la brecha salarial o por la
presencia paritaria en todas las profesiones o niveles de poder en la
jerarquía laboral. A los poderes públicos democráticos les corresponde
garantizar que todas las personas puedan elegir libremente sus opciones
vitales, educativas y laborales, pero nunca que todas aprueben,
estudien lo mismo, ocupen el mismo trabajo, tengan los mismos hijos o
ganen el mismo salario. Las preferencias y las decisiones individuales
son libres, pero tienen consecuencias. Suprimirlas por decreto,
garantizar la igualdad de resultados al margen de las decisiones
individuales sería completamente inaceptable. La igualdad de resultados
es reaccionaria por absolutista, contraproducente porque lleva al
estancamiento económico y el empobrecimiento social, y radicalmente
injusta porque solo beneficia a los que no se lo merecen. Solo la
igualdad de oportunidades es un valor democrático avanzado. Y nos queda
tanto por trabajar en ella que políticas absurdas, obsoletas y
fracasadas como las cuotas solo son un trampantojo, un obstáculo en el
camino del progreso. Volvamos pronto a aquella política verdaderamente
progresista de no preguntar y no decir, de los currícula ciegos y las
pruebas anónimas. Recuperemos el mérito y el esfuerzo, abandonemos las
cuotas y las políticas identitarias y entonces podremos presumir con
criterio de ser un país progresista.
Postado há 10 hours ago por Orlando Tambosi
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