BLOG ORLANDO TAMBOSI
Inconformista e crítica, sobrevivente de Auschwitz, discípula do marxista Lukács e referência para a "nova esquerda", Heller é uma pensadora desafiadora, singular e profundamente relevante para o nosso tempo. Ángel Rivero para Letras Libres:
It
is nonsensical […] to term a philosophical work ‘Jewish’ simply because
it has been written by a Jew […]. A philosopher can be called Jewish if
for him the Jewish religion becomes a central theme of interest and
interpretation. (Ágnes Heller, A short history of my philosophy,
Lexington Books, Nueva York, 2011, pp. 122-123).
INTRODUCCIÓN
Agnes
Heller (1929-2019) fue una filósofa judía nacida en Hungría que
desarrolló una amplia obra centrada en la ética, la historia del
pensamiento y la intervención política. Inició su carrera bajo el
magisterio de György Lukács, compartiendo el marxismo de su maestro, y
se comprometió con el proyecto por él auspiciado de un “renacimiento” de
la filosofía marxista en un sentido humanista. Este será el propósito
de la Escuela de Budapest, un empeño colectivo recibido en Occidente
como manifestación de la Nueva Izquierda al otro lado del Telón de
Acero. La contribución de Heller a este programa de “renacimiento” del
marxismo fue una antropología en la que el progreso humano quedaba
garantizado por el desarrollo de unas “necesidades radicales” que, al no
poder ser satisfechas en las condiciones alienadas del presente,
empujaban a la humanidad hacia una sociedad mejor. Es esta filosofía la
que hizo famosa a Ágnes Heller y la que le dio una audiencia
internacional.
Sin
embargo, como mostraré, este proyecto fue finalmente abandonado, lo que
la llevó a emprender diversos caminos en filosofía moral y de la
historia, para acabar renunciando al universalismo y abrazando una
filosofía fragmentaria: su evolución fue, por tanto, del universalismo
moderno al particularismo posmoderno.
Aparentemente,
si aceptamos la cita que preside este texto, Ágnes Heller no sería,
según ella misma, una filósofa judía, pues no toma la religión hebrea
como fundamento de su reflexión. Sin embargo, en este texto mostraré
que, aunque el judaísmo no forma parte de su obra, salvo en los últimos
años, ya en el siglo XXI, Ágnes Heller es una filósofa judía por dos
razones importantes.
La
primera, porque su obra no se explica sin el trauma colectivo y
personal del Holocausto, es decir, por su condición de judía; la segunda
porque, aunque sus obras importantes están privadas de ese carácter que
según ella misma permite calificar de judía una filosofía, veremos cómo
en el último recodo de su vida ese judaísmo deviene tema de su
reflexión.
Pero
primero veamos en síntesis la evolución de su pensamiento y sus obras
principales para atender a continuación su condición de filósofa judía.
LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO DE ÁGNES HELLER
En
sus inicios como pensadora, junto a su teoría de las necesidades,
Heller desarrolló también una sociología de la vida cotidiana y de su
revolución que, de nuevo, encajaban con el universo de preocupaciones y
temas de la Nueva Izquierda. Si la teoría de las necesidades hacía de
todos nosotros sujetos del cambio social en un sentido progresista, la
revolución de la vida cotidiana apuntaba a las nuevas causas de
emancipación que cambiarían nuestra vida y que teníamos a nuestro
alcance. La Nueva Izquierda había nacido en Occidente en 1960 y
declaraba enfáticamente su alejamiento del experimento soviético, que se
tachaba de fracasado; la muerte o desaparición del sujeto
revolucionario clásico, la clase obrera; y la aparición de un sujeto
revolucionario nuevo y plural que se identificaba con todas aquellas
luchas emancipatorias surgidas en las sociedades capitalistas avanzadas y
que buscaban su trascendencia. Este nuevo sujeto revolucionario plural
estaba compuesto, entre otros, por el movimiento de los derechos
civiles, el movimiento de liberación de la mujer, la lucha de los negros
por su reconocimiento, la campaña por la libertad sexual, el movimiento
estudiantil y el incipiente movimiento ecologista.
Desde
la distancia, Heller quedó fascinada por lo que ocurría en los campus
de Estados Unidos y, sobre todo, por lo acontecido en el parisino mayo
de 1968. Las proclamas de este último a favor de una revolución total de
las formas de vida la sugestionaron y las conectó con sus propias
esperanzas de cambio radical de la vida cotidiana.
Nueve
años antes de su muerte, Ágnes Heller realizó una reflexión
retrospectiva sobre su carrera que tituló A short history of my
philosophy. En ella dividía su evolución intelectual en cuatro etapas
fundamentales: 1. Los años de aprendizaje; 2. Los años del diálogo; 3.
Los años de la construcción y la intervención; y 4. Los años del
vagabundeo.
La
primera etapa iría desde los años cincuenta hasta 1964, un tiempo
dominado políticamente por el estalinismo en Hungría y en el que la
ortodoxia leninista era imperativa en la vida académica. En ese tiempo,
la camarada Heller realizó diversos trabajos ortodoxos de historia de la
filosofía que poco después rechazaría por completo. Resulta irónico que
entonces el marxismo-leninismo obligatorio quedaba reservado en su
enseñanza a profesores selectos especializados y su docencia estaba
vedada al resto. Esta exclusión fue para Heller una bendición, pues la
obligó a formarse en la filosofía clásica, la materia que sí podía
enseñar. Allí hizo un capital de lecturas y notas que le sería muy útil
el resto de su vida. Los años del aprendizaje fueron los años de estudio
de la filosofía clásica en un mundo intelectual dominado por la
ortodoxia marxista.
En
1953 Imre Nagy fue nombrado primer ministro en Hungría y esto abrió una
época de liberalización que acabaría culminando en la Revolución
húngara de 1956, un intento valiente, y a la postre suicida, de
democratización del comunismo. Para Ágnes Heller, la revolución fue el
momento más importante de su vida y su fracaso la constatación, que más
adelante se haría palmaria, de la imposibilidad de reforma del
socialismo. El hecho es relevante porque, durante la revolución, su
maestro Lukács fue ministro de cultura y acabó por ser deportado a
Rumanía. También porque el proyecto por él amparado de renacimiento del
marxismo tenía el fin práctico de una democratización de las sociedades
comunistas, que acabó, tras repetidos intentos, por mostrarse imposible.
La
segunda etapa de su periplo intelectual, “los años del diálogo”, la
sitúa entre 1965 y 1980. Es este el tiempo en el que la obra de Ágnes
Heller se identifica, como he referido antes, con la Nueva Izquierda y
donde su trabajo alcanza una audiencia internacional. Paradójicamente es
el tiempo en el que la represión política arrecia y donde, tras la
revolución, se ve privada de trabajo y obligada a subsistir en
condiciones muy difíciles. Pero, a pesar de todo, tuvo suerte y se abrió
para ella una ventana de oportunidad hacia el mundo. Aunque hasta
entonces únicamente había publicado en húngaro, una lengua difícil y
desde luego no internacional, el azar de la historia acabó por ayudarla.
Hungría,
un país aislado por su lengua, estaba, paradójicamente, unido por ella a
los Estados que la rodean. Por el tratado de Trianon, de 4 de junio de
1920, se desmembró el Reino de Hungría y se entregaron enormes
territorios a sus vecinos, junto con importantes minorías magiares que
así quedaron allende sus fronteras. Esto sirvió para que Ágnes Heller
encontrara una audiencia más allá de Hungría. Trianon es la cuna del
irredentismo húngaro, que todavía sigue siendo una herida en la
identidad nacional, compartida por todos los húngaros, pero puntualmente
se convirtió en feliz circunstancia porque sirvió para que la obra de
Ágnes Heller atravesara fronteras.
Así,
la apertura al mundo de la obra de Ágnes Heller comienza en un lugar
insospechado y remoto, Voivodina, una región de importante población
magiar en Serbia, entonces todavía Yugoslavia, donde un periodista
llamado Abel Dési, que conoce de primera mano sus textos, escribe a sus
amigos de la oposición en Croacia para recomendar que la inviten a la
Escuela de Verano de Korčula, una isla idílica en el Adriático. Así lo
hace Gajo Petrović, líder del Grupo Praxis y alma de estos encuentros, y
de esta manera empieza a ser conocida su obra más allá de su patria.
Las
jornadas de Korčula estaban dominadas por un izquierdismo antisoviético
aunque no anticomunista y en el contexto de la Yugoslavia de entonces
significaban una cierta libertad. El propósito del Grupo Praxis era la
democratización del socialismo desde una inspiración marxista humanista.
Lo más crucial de estos encuentros es que reunían a intelectuales de
los dos lados del Telón de Acero. Entre los participantes estaban
filósofos que serán determinantes durante el resto de su vida porque a
través de ellos alcanzará un reconocimiento muy amplio: Lucien Goldman,
Jürgen Habermas, Irving Fetscher, Herbert Marcuse, Leszek Kołakowski,
Ernst Bloch, Ernest Mandel y los croatas Gajo Petrović, Danilo Pejović y
Danko Grlić. El órgano de expresión de este grupo era la revista
Praxis, entonces publicada en la lengua oficial de Yugoslavia, el
serbocroata. La revista se había fundado en 1964 y se publicó hasta
1975, año en que la represión política en Yugoslavia la hizo imposible.
Después renació en Londres, en 1981, ahora en inglés y bajo la dirección
primero de Richard J. Bernstein y Mihailo Marković, más tarde de Seyla
Benhabib y Svetozar Stojanović, con el nombre de Praxis International: A
philosophical journal, para finalmente convertirse en la revista
Constellations, todavía activa. Heller fue invitada a publicar y a
formar parte de su consejo de redacción. Allí se dio a conocer con
muchos artículos y, a través de este grupo, se multiplicaron las
traducciones de sus obras al alemán, francés e italiano.
Ella
misma dominaba el alemán casi como una lengua materna porque su familia
paterna era vienesa, su padre hablaba el húngaro con acento alemán, y
la lengua alemana formaba parte de la comunicación habitual con la
familia, pero gracias a las traducciones al italiano y al francés, que
preludiaron la traducción al inglés, su obra alcanzó una audiencia
universal. Antes de la traducción a esta última lengua, su prestigio
venía ya avalado por una enorme popularidad internacional, sobre todo en
Italia. Es esta fama la que hace que también a finales de los años
setenta se traduzca su obra en España. En este contexto se publica su
Teoría de las necesidades en Marx, por primera vez en alemán en 1974 y
en las distintas lenguas europeas los años siguientes.
Heller
denomina esta etapa “los años del diálogo” porque es en contacto con la
Nueva Izquierda y sus pensadores como desarrolla su obra: “era
considerada como miembro de la Nueva Izquierda y, en efecto, era uno de
ellos”. En agosto de 1968 fue su primera visita a Korčula y en ella
suscribió una declaración de solidaridad, publicada en Le Monde, con la
Primavera de Praga liderada por Alexander Dubček: este posicionamiento
hará que el éxito internacional que entonces empezaba a conocer fuera
acompañado de problemas de persecución política constantes en Hungría,
que no dejarán de agravarse, en particular a partir de 1973, lo que hará
a la postre inevitable el exilio. Resulta interesante observar que su
libro sobre las necesidades, su libro militante en la Nueva Izquierda,
sigue siendo la más leída de sus obras y, hasta cierto punto, sigue muy
vivo, como muestra la infinidad de ediciones pirata que pueden
encontrarse en internet.
Su
libro Sociología de la vida cotidiana, escrito entre 1966 y 1967 y
publicado en 1970, es una obra que también participa del espíritu
rebelde de la Nueva Izquierda, y tiene como tema la objetivación en las
distintas esferas de la actividad cotidiana junto con la afirmación de
posibilidad abierta para todos de una emancipación de lo rutinario. Para
Heller, no sin cierta retórica, como luego confesó, estaba en marcha
una “revolución de la vida cotidiana” que era superior a todo tipo de
revolución política, no solo porque no implicaba violencia alguna, sino
porque “las revoluciones políticas no cambian el comportamiento humano a
largo plazo”. Heller anunciaba una revolución diferente y superior, en
la que no se trataba de alcanzar el poder, sino de revolucionarse y
transformarse uno a sí mismo. Como ella misma señaló, estas obras la
convirtieron en una “estrella” de la Nueva Izquierda y, sin embargo, es
en este tiempo de triunfo y estrellato cuando le llega el desencanto en
relación con sus compañeros de diálogo.
Las
razones de esta desilusión tienen que ver, en primer lugar, con la
situación de represión y persecución política en Hungría y el clima
general en los países comunistas de imposibilidad de reforma, algo ya
completamente evidente en los primeros años setenta. Para Ágnes Heller
resultaba ultrajante que la Nueva Izquierda, que había comenzado por
rechazar el totalitarismo soviético junto con la alienación en las
sociedades capitalistas avanzadas, a medida que radicalizaba su programa
de crítica al capitalismo de la sociedad de consumo iba olvidándose de
la crítica al comunismo. Para Heller era incongruente esta actitud del
movimiento, cada vez más crítico con las democracias de Occidente y, al
mismo tiempo, cada vez más indulgente con las dictaduras comunistas.
Así,
en el que podría calificarse de último libro de la Escuela de Budapest,
incluso de libro póstumo, La dictadura sobre las necesidades, publicado
por Ferenc Fehér, Ágnes Heller y György Márkus en los años ochenta,
cuando todos estaban ya exiliados, y por tanto ya no había escuela, se
realiza un ajuste de cuentas con el totalitarismo comunista justamente
en términos de necesidades alienadas e impuestas. Como acabo de señalar,
Ágnes Heller se había cansado de la Nueva Izquierda porque su
sensibilidad hacia la alienación en Occidente había dejado de
proyectarse sobre el totalitarismo comunista. En sus propias palabras:
“me irritaba especialmente Marcuse con su constante categorización entre
buenas, malas y verdaderas necesidades. El novo-izquierdismo no me
podía hacer olvidar mi experiencia con las dictaduras de los países del
Este de Europa. No podía tolerar que nadie me dijera cuáles eran
nuestras verdaderas necesidades y cuáles eran las falsas. ¿Qué derecho
tenían para juzgar? ¿Qué criterios utilizaban? ¿Quién les había
autorizado?”. En suma, justo cuando era “una estrella del firmamento de
la Nueva Izquierda, el anticapitalismo vulgar y dogmático de la
izquierda acabó lentamente por [ponerla] de los nervios” (Heller, 2011:
39).
Ágnes
Heller terminó saliendo de Hungría en 1977, gracias a un contrato de
trabajo de la Universidad de La Trobe, en Australia. Fue allí donde
realizó su crítica a la dictadura sobre las necesidades, donde puso fin a
su pertenencia a la Nueva Izquierda y donde inició un giro en su obra
hacia la filosofía moral. Esta nueva etapa la data Heller entre 1980 y
1995. Comienza con su paso al inglés como lengua de sus obras y finaliza
con la muerte de su segundo marido, Ferenc Fehér, tras su jubilación y
vuelta a Hungría. Denomina a esta tercera fase de su peregrinaje
intelectual el tiempo de “la construcción y la intervención”. En estos
quince años se produce el abandono total del marxismo, el desarrollo de
un programa propio de filosofía moral y la elaboración de una gran
cantidad de obras de intervención política, muchas de ellas en
colaboración con Fehér, que denominará “panfletos”. Hay que señalar que
estos panfletos eran obras académicas porque todo lo que en ellas se
decía venía justificado por referencias textuales y datos, pero Heller
siempre quiso establecer una diferencia muy clara entre “su filosofía” y
sus obras de intervención en la realidad. De hecho, como señalaré más
adelante, sus textos “judíos” del final de su vida también los
calificaba de panfletos.
Si
en los años del “diálogo” había pertenecido críticamente a la Nueva
Izquierda ahora veía que esa izquierda ya no era la misma. La condena a
la invasión soviética a Checoslovaquia había quedado olvidada y ahora se
defendía desde ese movimiento al tirano János Kádár, se rechazaba el
movimiento Solidaridad en Polonia, se justificaba y, en ocasiones, se
practicaba el terrorismo, y se bordeaba el antisemitismo en sus ataques
al Estado de Israel. Heller pasó de ocupar una posición crítica en la
Nueva Izquierda a criticar abiertamente la Nueva Izquierda. Por
“intervención” entendía Heller una larga lista de libros que, como acabo
de señalar, también llamaba “panfletos” y que, como el dedicado a la
dictadura sobre las necesidades, criticaban sin compasión los vicios de
la izquierda occidental en relación a su complacencia con el
totalitarismo comunista. La hasta entonces estrella rutilante dentro de
la izquierda se convirtió en un Pepito Grillo incómodo y el entusiasmo
por su obra se trasmutó en glacial frialdad.
Recuerdo
que, en 1995, en El Escorial, un anciano Adolfo Sánchez Vázquez,
teórico malagueño de la filosofía de la praxis marxista y exiliado en
México tras la Guerra Civil española, empalideció cuando le dije que mi
tesis doctoral versaba sobre la filosofía moral y política de Ágnes
Heller. Debió sentir que como viejo profesor estaba obligado a dar un
consejo al joven que era yo entonces y solo pudo decirme a modo de
advertencia: “cum grano salis”. En román paladino, “no te creas nada de
lo que te diga”. La fascinación de la izquierda por Heller se había
evaporado unos años antes y en ello tuvo mucho que ver el relato que
realizó de la Revolución húngara de 1956, su anatomía implacable de la
izquierda occidental, su crítica vehemente del pacifismo europeo, que
veía como una artimaña del imperialismo soviético, su denuncia del
coqueteo de la izquierda europea con el terrorismo, con el antisemitismo
y muchas cosas más.
Con
su apasionamiento habitual, la llegada a Occidente y el descubrimiento
del mundo prejuicioso, dogmático e ignorante de la izquierda occidental
la radicalizaron en un sentido inverso porque era algo que no esperaba.
Recuerdo que un día en Nueva York, era 1992, en la New School for Social
Research me preguntó por mi servicio militar. Le dije que no lo había
hecho, que de joven había estado ligado al sci, Service Civil
International, una organización fundada por el ingeniero suizo Pierre
Cérésole en 1920, que organizaba actividades de voluntariado que
promovieran la paz y que presentaban como alternativa al servicio
militar obligatorio, y que cuando me llamaron a filas para realizar el
servicio militar me había declarado objetor de conciencia.
Estos
campos de trabajo del sci eran internacionales, interclasistas,
ecuménicos y buscaban crear una cultura de cooperación entre personas en
todo diferentes como medio de acabar con las rencillas, estereotipos y
desconfianzas, y así favorecer la paz. Basta decir que el primer campo
de trabajo se creó en 1920 en Verdún. Yo había estado en uno de estos
campos de trabajo en 1981, en Dornach, cerca de Basilea, en Suiza,
trabajando de peón en un colegio de niños autistas, y en 1991 realicé mi
servicio civil en cesal, una ong cristiana de ayuda al desarrollo, en
Madrid. Pues bien, nada de esto impresionó a Ágnes Heller, que me echó
una tremenda regañina, en primer lugar, por descuidar mi deber superior,
la defensa armada de la patria, así lo veía desde su republicanismo; y
en segundo lugar, por otra razón no menos republicana: porque al no
haber hecho el servicio militar había perdido la oportunidad de
confraternizar con mis compatriotas de todas las clases, regiones,
credos e ideologías.
Para
Ágnes Heller no había duda de que había guerras justas y que sin la
guerra no se habría acabado con Hitler. El pacifismo que se encontró en
Occidente hablaba de los misiles de paz soviéticos y del imperialismo
yanqui y eso la enfurecía: “Nunca he sido pacifista y no lo soy ahora.
Sería una enorme hipocresía por parte de alguien como yo, que antes de
tener diez años deseaba que estallara la guerra porque era la única
manera de acabar con el nazismo […] Me fastidiaba el eslogan entonces de
moda de que no hay nada por lo que merezca la pena morir. Si no hay
nada por lo que merezca la pena morir, respondía, tampoco hay nada por
lo que merezca la pena vivir. Por último, no solo pueden ser injustas la
guerra sino también la paz. Esta era una verdad evidente también en mi
niñez vivida en Hungría bajo la sombra del Tratado de Paz de Trianon”
(Heller, 2011: 75).
Así
pues, durante este período Heller entendía la “intervención”, sobre
todo, como una crítica a los autoengaños de la izquierda por medio de
“panfletos”, en realidad, libros minuciosos, en los que denunciaba una
deriva de la que no participaba y que la fue alejando de manera
irremediable de la Nueva Izquierda.
Pero
junto a los escritos de intervención política estaban los que
calificaba de “construcción”. Con ello se refería a aquellos trabajos
resultado de su paso como lengua de escritura al inglés, pero sobre todo
a la reorientación de su obra hacia la filosofía de la historia y,
sobre todo, la ética: Beyond justice, A theory of history, A philosophy
of history in fragments, A philosophy of morals, A theory of modernity,
General ethics, An ethics of personality.
En
el terreno de la filosofía de la historia, este tiempo es el del
abandono de los grandes relatos y de una visión teleológica, y la
aceptación de la contingencia como condición moderna. En el terreno de
la ética, esta constatación devuelve al individuo la responsabilidad
sobre la mejora del mundo. La pregunta que coloca Heller en el centro de
su reflexión ética es “las personas buenas existen, ¿cómo es posible?”.
Como apuntaré más adelante, hay en este giro una conexión con su
condición de judía, porque el desvanecimiento completo de su mesianismo
marxista devuelve su reflexión a la ética bajo el prisma de un presente
intranscendible, la condición moderna y su contingencia. El ejemplo de
la buena persona real, existente, en medio una realidad donde los
ideales modernos e ilustrados conviven con el terror del Holocausto y el
Gulag, lo tomó de la figura de su propio padre, pero también de todos
aquellos que ponen en riesgo su libertad y su vida por los demás: el
soldado alemán que las ayudó, a su madre y a ella, a llegar al gueto
internacional de Budapest y así escapar del Holocausto; la persona que
encontró la última carta de su padre camino de Auschwitz en un vagón de
tren y la puso en un sobre franqueado para que les llegara y así
conocieran su suerte.
El
periodo de la construcción de su obra ética comienza en 1977 en
Australia, prosigue en Nueva York, en 1986, de donde la llaman para
reconstruir el departamento de filosofía de la New School for Social
Research y donde elige por título que ha de nombrar su cátedra el de
“Hannah Arendt Professor”, y finalizará con su jubilación y vuelta a
Hungría. Es reseñable cómo en la refundación que realiza del
departamento de filosofía de la New School acaba por contratar a muchos
de los filósofos que había conocido en el universo de la revista Praxis.
Así pues, Australia y América serán los lugares en donde construya su
filosofía, una filosofía personal que ella querría desvinculada de
cualquier ismo y que tomaba como compañeros de conversación a los
epígonos de la Escuela de Frankfurt y a los philosophes de la
posmodernidad.
Tal
como señalé, en 1994 falleció su segundo marido, coincidiendo con su
jubilación. Es este el tiempo del regreso definitivo a Hungría, donde
residirá hasta su muerte en 2019, mientras nadaba en el lago Balatón, un
lugar que le era muy querido porque de allí provenía la familia de su
madre. A este periodo último de su vida lo denomina el del “vagabundeo”
porque, a pesar de su edad ya provecta, viaja por el mundo entero dando
conferencias y cursos. Pero este vagabundeo no solo es geográfico sino
también teórico. Si en el periodo anterior tenía como afán intelectual
“construir” una filosofía propia, ahora descree también de los sistemas
filosóficos y acepta con júbilo la contingencia y la fragmentación en la
teoría. También es este un tiempo de intervención política porque se
significa en su crítica a la deriva autoritaria de la Hungría de Viktor
Orbán.
Pero
no todo son viajes e intervenciones políticas. En esta última fase de
su vida escribe una serie de libritos distintos a todos los que antes
había hecho. Si en el pasado sus obras estaban dedicadas a temas
generales, ahora publicará pequeños libros muy íntimos, sobre temas muy
concretos que forman parte de sus preocupaciones particulares. Más
interesante: los temas de estas obras nunca los trató en conferencias
públicas, sino que los guardó para ella misma.
Hasta
ahora he mostrado que la producción de Ágnes Heller no tenía, de
acuerdo con su propia definición, un carácter judío. Cierto que la
Biblia era citada en sus obras de ética para la provisión de ejemplos y
que implícitamente la preocupación moral, como mostraré más tarde,
estaba ligada al trauma del Holocausto, pero ni la religión judía ni la
cuestión judía constituían temas centrales de su reflexión. Sin embargo,
todo esto cambia con el inicio del siglo XXI porque entonces el
judaísmo se convierte en un tema recurrente. Podría decirse que Ágnes
Heller, hasta esta etapa final, no era una filósofa judía, al menos
aparentemente, pero a partir de entonces lo será plenamente.
ÁGNES HELLER, FILÓSOFA JUDÍA
El
15 enero de 1995 se celebró en Budapest un seminario bajo el título
Liberty and equality. Conference in memoriam Ferenc Fehér, organizado
por la Magyar Tudományos Akademía y la Monus Ilés Akademía. El motivo de
la reunión era rendir homenaje, tal como rezaba la convocatoria, al
insigne ensayista y segundo marido de Ágnes Heller, fallecido en esa
misma ciudad el 17 de junio de 1994. El acto se celebró en el inmenso
edificio de la Postás Müvelödési Központ en Pest y convocó a una
multitud de académicos, muchos de ellos, como yo mismo, llegados desde
muy lejos. Ágnes Heller obraba de maestra de ceremonias y al terminar el
acto nos convocó, a mí y a mi esposa, para que al día siguiente
rindiéramos homenaje a Ferenc Fehér, en la intimidad, los más próximos,
visitando su tumba en el cementerio judío de la calle Kozma, uno de los
más grandes y bellos del mundo.
La
ciudad de Budapest estaba cubierta por la nieve que se había congelado
haciendo difícil el tránsito, y una luz difusa y gris lo cubría todo. Al
cementerio fuimos únicamente unos pocos: Ágnes, su hija y su yerno; los
filósofos Richard J. Bernstein y Yirmiyahu Yovel, y creo que nadie más.
Zsuzsa, hija de Ágnes, nos hizo de guía en el cementerio y tras andar
por sus calles cubiertas de nieve y hielo llegamos ante la tumba de
Ferenc Fehér. Me sorprendió que la fosa no estaba cubierta por una
lápida sino por ramas de abeto primorosamente colocadas sobre la tierra
amontonada. Rodeamos su tumba recogidos, y de un radiocasete que llevaba
Zsuzsa salieron unas plegarias cantadas que escuchamos en aquel
ambiente helador. A continuación, depositamos nuestras piedras sobre su
tumba, testimonio perenne de memoria y prueba y recuerdo de nuestra
presencia. Todos los hombres llevaban su kipá, yo apenas un gorro de
lana que me protegía del frío y cumplía con el decoro de cubrir la
cabeza en tal lugar. La belleza fría del cementerio y la intensidad
religiosa de la ceremonia me conmovieron y me hicieron ver con una
claridad que hasta entonces no había percibido que Ágnes no solo era
judía, sino que su judaísmo estaba vivo.
Por
supuesto, la identidad judía de Ágnes no me era desconocida, pero hasta
ese momento tenía un carácter sobre todo negativo: su padre había
muerto en Auschwitz, y ella y su madre habían escapado a duras penas de
una suerte parecida. La persecución como judía era el preámbulo
biográfico de la persecución bajo el totalitarismo comunista. Todo esto
lo conocía, pero ignoraba la dimensión religiosa de su identidad. Yo
había defendido mi tesis sobre Ágnes Heller en 1991, y antes había
tenido una correspondencia con ella sobre aspectos puntuales de su
trabajo y nos habíamos visto en sus visitas a España, pero nunca
habíamos hablado sobre los judíos y el judaísmo. Gracias a una beca
Fulbright posdoctoral pude estar todo el año 1992 en la New School for
Social Research en Nueva York, una institución laica donde, sin embargo,
los académicos judíos constituían un grupo relevante. Ese tiempo en la
New School me permitió, entre muchas otras cosas, asistir a seminarios
de Richard Bernstein, Sheila Benhabib, Niklas Luhmann, Jacques Derrida y
Yirmiyahu Yovel, y por supuesto a los cursos de Ágnes Heller. Pero,
sobre todo, me permitió tener un trato directo con ella y con Ferenc
Fehér que dio lugar a conversaciones inolvidables.
Una
de ellas fue precisamente sobre la religión y en particular sobre el
judaísmo. Ágnes y Ferenc debían sentirse obligados hacia mí por dedicar
mi tesis a su trabajo, de modo que decidieron invitarme a comer en un
restaurante italiano cerca de la New School. Una vez que estuvimos allí
me dieron la carta y me dijeron que qué quería comer. Yo les pregunté
por lo que me recomendaban y qué iban a tomar ellos y, para mi sorpresa,
me dijeron que ya habían comido y que tomarían un café. De modo que me
vi en la incómoda tesitura de tener que tomarme un plato de espaguetis
mientras me miraban. Para poder concentrarme en el plato, que se me
hacía algo inmanejable en esas condiciones, le pregunté a Ágnes por su
condición de judía y sobre cómo entendía el judaísmo. En sus
conversaciones Ferenc era siempre erudito y cada charla era una
extraordinaria lección magistral, pero, curiosamente, Ágnes descendía
rápidamente a lo personal y explicaba las cosas desde su experiencia.
Me
contó que había recibido una educación judía en su infancia y que su
visión del judaísmo estaba vinculada a su experiencia infantil. Su
relato me recordó años más tarde a lo que contaba Daniel Bell, el
sociólogo, de su vida como niño judío en Nueva York. Contaba este último
que venía de una familia ortodoxa y que tras su bar mitzvah, ceremonia
de la madurez, le dijo al rabino que ya no asistiría al shul, la
sinagoga, porque no creía en Dios. El rabino le contestó: ¿Y tú crees
que a Dios eso le importa?; a Dios lo que le importa es que cumplas los
mandamientos. Ágnes me dijo exactamente lo mismo, que en su escuela
judía aprendió que a Dios no le importa que creas en Él, lo que le
importa es que cumplas los mandamientos. De hecho, el bar mitzvah
testimonia esencialmente que uno ya tiene, a los trece años, la madurez
que le hace responsable del cumplimiento de los preceptos de la Torá.
Las
palabras de Ágnes se me quedaron grabadas para siempre y más adelante
las encontré ampliadas porque ella misma escribió al detalle cómo se
había producido esta experiencia infantil. Tal como lo cuenta en su
libro Der Wert des Zufalls de 2018, una larga entrevista biográfica con
Georg Hauptfeld, entró en el liceo judío en 1939, antes de cumplir los
diez años, debido que las leyes antijudías de Hungría solo permitían que
una ínfima minoría entre los judíos magiares pudiesen estudiar en las
escuelas públicas. Para ella, aquella escuela fue un breve oasis en una
infancia dramática pues hasta 1941 Hungría no entraría en guerra. Pues
bien, en este texto narra, tal como en nuestra conversación en Nueva
York, que al llegar a la escuela quiso explicar a su profesor de
religión que ya no creía en Dios. El profesor, que se llamaba Sámuel
Kandel, pero al que llamaban “tío Samu”, se limitó a sonreír y le contó
la historia de un rabino ucraniano: “en el tiempo de los pogromos, el
cabecilla de una partida militar ucraniana le ofreció al rabino salvar
su vida si era capaz de explicar lo esencial de la religión judía
sosteniéndose sobre una sola pierna. El reto lo resolvió el rabino de
manera instantánea diciendo: ama a tu prójimo como a ti mismo”.
El
tío Samu le preguntó a Ágnes Heller si ella amaba al prójimo como a sí
misma y ella respondió: “señor profesor, lo intento”, a lo que este
respondió: “entonces eres una buena niña judía porque a Dios no le
importa que creas o no en Él, eso no le preocupa, lo único importante es
que respetes sus mandamientos”. Y concluía Heller el relato de este
episodio señalando “que no hay credo en el judaísmo, no hay necesidad de
creer en nada, pero hay que tomarse muy en serio los mandamientos”.
En
la conversación que tuve en Nueva York, Ágnes siguió comparando esta
circunstancia con el cristianismo y, en particular, con el catolicismo.
De este último me dijo que era como un autobús del que uno podía subirse
y bajarse a voluntad. Por el contrario, uno no puede dejar de ser
judío, aunque puede ser más o menos piadoso, cumplir mejor o peor los
mandamientos e ir o dejar de ir a la sinagoga. Y concluyó diciéndome que
el ateísmo es una cosa católica y que todos sus amigos ateos eran
católicos. Esto último me pareció propio de su entusiasmo porque también
ella había tenido su época atea y su mismo padre no creía en Dios,
aunque cumpliera los mandamientos.
Es decir, indudablemente la condición de judía de Ágnes Heller marcó su vida desde su más tierna infancia:
-En
su escolaridad, porque la discriminación contra los judíos en Hungría
la llevó a ser educada en la escuela judía, a pesar de pertenecer a una
familia secularizada.
-Por
el trauma del asesinato su padre, Pál Heller, secuestrado en la calle
en 1944 y desaparecido por ser judío, hasta que finalmente supieron que
había perecido en Auschwitz gracias a una carta que pudo hacerlas llegar
antes de morir.
-Por el asesinato de toda su familia, pues todos sus miembros salvo su madre, Angyalka Ligeti, murieron en el Holocausto.
-En
sus amores y matrimonios, que fueron todos judíos: su primer amor,
Gyuri Bihari, traumáticamente asesinado por los cruces-flechadas por ser
judío: lo detuvieron en la calle, le ordenaron que se bajara los
pantalones, vieron que estaba circuncidado y le pegaron un tiro. Su
primer matrimonio, con István Hermann, “Pista”, judío, se celebró en la
Gran Sinagoga de Budapest; su segundo marido, Ferenc Fehér, como he
referido, también era judío.
-Por
último, todos los miembros de la Escuela de Budapest eran judíos; y
ella era percibida como una judía liberal, y por ello atacada, en la
Hungría de Viktor Orbán (en sus palabras, un tirano).
En
suma, Ágnes Heller quizá no encaja con la definición de filósofa judía
que ofrecí al inicio de este texto, mediante una cita suya, pero su
condición de judía determinó profundamente su vida. De hecho, esta
determinación tuvo la forma de un trauma y ese trauma se manifestó en
una obra donde la cuestión judía no era tematizada, aunque
implícitamente estaba allí.
Para
Heller el trauma del Holocausto señala de la manera más elocuente la
conexión entre la experiencia del trauma personal y el trauma colectivo
puesto que todos y cada uno de los miembros de un pueblo fueron
victimizados sin razón aparente: “la victimización se llevó hasta su
mayor extremo posible pues era un intento premeditado de exterminio
total. Todos los judíos, desde el recién nacido al anciano, fueron
sentenciados a muerte sin juicio por los nazis. Esta es la situación de
la victimización absoluta” (Heller, “Trauma”, 2007: 114-115).
Entre
los supervivientes, nos dice Heller, a esta victimización traumática le
sucede la vergüenza, que se manifiesta de tres maneras distintas:
“negando que se sea judío; negando que únicamente les pasara a los
judíos; olvidándose de Auschwitz y recordando solo la gesta de los
resistentes en el gueto de Varsovia”. Es quizás la experiencia del
trauma personal y colectivo lo que explica que tras la guerra militara
brevemente en un grupo sionista y que cada vez que el Estado de Israel
era atacado, ella y sus amigos de la Escuela de Budapest se sintieran
más judíos.
Para
Heller, la posibilidad del olvido del trauma no es una opción. El
trauma siempre está allí. Cuando recibió la medalla Wallenberg de la
Universidad de Michigan en 2014 dijo: “un trauma no puede olvidarse. No
puede olvidarse incluso si deseas olvidarlo. Cuanto más deseas olvidarlo
menos puedes hacerlo”. En este sentido, la condición judía de Ágnes
Heller ya no sería accidental sino esencial. Ella misma,
retrospectivamente, ha señalado cómo su familia estaba formada por
judíos secularizados, que su padre no era creyente; que fue sobre todo
la discriminación, y especialmente la persecución, la que les hizo
conscientes de su condición de judíos. En suma, que es esta condición de
judía la que permite hablar de Ágnes Heller, en primer lugar, como
filósofa judía. De hecho, ella misma ha interpretado, tal como he
referido, que su época de “construcción” fue un intento de explicar
cómo, en el mundo del Holocausto, pudieron existir buenas personas. El
propósito al elaborar una filosofía moral era explicar qué es lo que
hizo que este milagro fuera posible. La cuestión judía no era
explicitada, pero subyacía como motivo fundamental de su filosofía
moral.
Pero
antes he señalado que, además de por su condición de judía, se puede
hablar de Ágnes Heller como filósofa judía en un sentido congruente con
su definición primera, porque en el tramo final de su vida, ya en el
siglo XXI, se dedicó a publicar unos pequeños libros íntimos, escritos
en húngaro, sobre cuestiones judías. Es decir, finalmente ella misma se
hizo cargo de aquello que consideraba debía definir a una filósofa
judía: ocuparse del judaísmo.
Estas
obras aparecieron todas ellas en la revista y editorial judía Múlt és
Jövő (Pasado y futuro) de Budapest. Lamentablemente, salvo La
resurrección del Jesús judío, ninguna de ellas está disponible en otra
lengua que no sea el húngaro. La historia de esta revista es relevante
porque muestra hasta qué punto la larga vida de Ágnes Heller empezó en
el judaísmo y terminó en él.
Tal
como señala la Enciclopedia Yivo sobre los judíos de Europa Oriental,
Múlt és Jövő era en origen una revista judía de literatura, artes,
crítica y asuntos sociales publicada en húngaro entre 1911 y 1944, que
resucitó en 1988. Su fundador fue József Patai y comenzó siendo un
almanaque que rápidamente se transformó, al año siguiente de su
nacimiento, en una revista mensual, hasta que fue cerrada en marzo de
1919 por el gobierno de la República Soviética de Hungría. Por cierto,
en esta experiencia de la revolución soviética húngara György Lukács fue
desde marzo de 1919 comisario de instrucción pública de la república de
los soviets húngaros de Béla Kun. ¿Cerró Lukács la revista?
Paradójicamente,
en los primeros años del régimen contrarrevolucionario de Gyula
Károlyi, entre 1919 y 1923, volvió a publicarse como un semanario
político. A partir de 1921 se convirtió en una publicación mensual y así
continuó hasta su cierre en 1944. El fundador, Patai, emigró a
Palestina en 1939 y la revista pasó a estar dirigida por Ernő Molnár, su
cuñado y editor del suplemento juvenil Rémeny (Esperanza). Molnár murió
en el Holocausto.
La
revista era iniciativa personal de Patai y para financiarla utilizó la
dote de su mujer, pero desde el inicio contó con el apoyo de la Országos
Magyar Izraelita Közművelődési Egylet (Sociedad Nacional Húngara
Israelita de Educación), que repartía los ejemplares entre sus miembros,
y del Magyar Zsidók Pro Palesztina Szövetsége (Organización
Propalestina de los Judíos Húngaros). La tirada de la revista era de
unos cinco mil ejemplares, de los que al menos un tercio se distribuían
entre los judíos de lengua magiar de los territorios perdidos por
Hungría tras el final de la Primera Guerra Mundial. Esta conexión
nacional y cultural con la diáspora magiar explica que el régimen
antisemita de Miklós Horthy cerrara el semanario político, pero
mantuviera la revista. De hecho, en los años veinte llegó incluso a
tener ediciones en Cluj y Bratislava.
Múlt
és Jövő se convirtió rápidamente en órgano de expresión de la cultura
judía húngara, desde la ciencia hasta el arte, con especial dedicación a
los judíos que se instalaron en Palestina antes de la proclamación del
Estado de Israel, los yishuv, y con una decidida militancia sionista en
su orientación. Una vez abandonados los contenidos políticos durante el
régimen de Miklós Horthy la revista pudo publicarse sin problemas hasta
la invasión alemana. Eso sí, las leyes antijudías de 1939 obligaron a
que bajo la cabecera figurara la advertencia “zsidó lap” (periódico
judío). Finalmente, en 1988, János Kőbányai relanzó la revista, que
sigue publicando cuatro números al año. La editorial considera hoy día a
Ágnes Heller como su autora estrella.
Pues
bien, Ágnes Heller publicó en la revista y en la editorial, entre
muchas otras, las siguientes obras vinculadas al judaísmo y la Biblia:
–A
zsidó Jézus feltámadása (La resurrección del Jesús judío), Budapest,
Múlt és Jövő, 2000. De todas estas obras últimas de Ágnes Heller es la
única traducida al castellano (Barcelona, Herder, 2007) y en ella
desarrolla la autora su interés por Jesús, no como el fundador de una
nueva religión, sino como un judío piadoso seguidor de los mandamientos.
El libro se hace eco del descubrimiento reciente de que Jesús era un
judío, frente a la percepción cristiana tradicional que lo alejaba de su
pueblo, y desde esta perspectiva ecuménica aborda Heller su
personalidad.
La
figura de Jesús ya había sido de su interés, como muestra el capitulito
que le dedicó en su obra El hombre del Renacimiento (Barcelona,
Península, 1980, pp. 145-151) que lleva el significativo título de “Ecce
homo: Sócrates y Jesús”, donde ya manifiesta el valor humano que
concede a Jesús. Pero en esta obra va mucho más lejos y trasluce su
concepción propia y personal del valor que concede a la religión y, en
particular, a la figura de Jesús. Para ello realiza un análisis
comparado del judaísmo y el cristianismo y así explica la paradoja de
que ni una ni otra religión hubieran reparado durante dos mil años en el
carácter netamente judío de Jesús. Los primeros, por su ignorancia del
cristianismo; los segundos, por su antagonismo con el judaísmo. Y, sin
embargo, Jesús era un judío que “no juzgaba, sino que cumplía la ley
judía […] y que ni una sola vez obró de manera contraria a la ley”.
En
este Jesús ecuménico que reconcilia cristianismo y judaísmo encuentra
satisfecha Ágnes Heller la necesidad de sentido del hombre moderno. Algo
que, nos dice, solo proporcionan el arte, la filosofía y la religión.
Ciertamente, quien se acerque a esta obra verá que está profundamente
documentada y que maneja una amplia bibliografía, pero el carácter
íntimo, personal y sentido es el propio de sus obras judías, algo que no
aparece en su filosofía anterior.
–A
“zsidókérdés” megoldhatatlansága. Mért születtem hébernek, mért nem
inkább négernek? (La cuestión judía es irresoluble. ¿Por qué nací judía y
no negra?), Budapest, Múlt és Jövő, 2004. En este texto nos explica que
la “cuestión judía” ha existido siempre, desde el nacimiento del
judaísmo. Sostiene, además, que los sentimientos antisemitas y sus
manifestaciones pueden cambiar, mutar, pero nunca desaparecen. Para
ilustrarlo aborda la judeofobia antigua, el antijudaísmo cristiano y,
finalmente, el antisemitismo moderno. Tras presentar esta panorámica
histórica del antisemitismo y su evolución, alerta de cómo, en países
tradicionales y conservadores, la misma Hungría, aún siguen vivas las
manifestaciones más antiguas de la judeofobia. Por ejemplo, en Hungría
se puede escuchar en el Parlamento expresiones como “la enemistad de la
sangre”; se reprocha a los judíos su sentido del humor o su liberalismo;
o se les echa en cara, incluso después del Holocausto, su
sobrerrepresentación en las ciencias, las artes y las carreras
liberales. Por el contrario, en las sociedades avanzadas de Occidente
este antisemitismo histórico, nos dice, se ha visto sustituido por un
“nuevo antisemitismo” que ataca al Estado de Israel.
–Trauma,
Budapest, Múlt és Jövő, 2006. Aunque el libro únicamente está
disponible en húngaro, el ensayo que lo originó está disponible en
inglés: Trauma, history, philosophy (with feature essays by Ágnes Heller
and György Márkus), edición de Matthew Sharpe, Murray Noonan y Jason
Freddi, Cambridge Scholars Publishing, Newcastle, 2007. Aquí puede
encontrarse la reflexión sobre el trauma colectivo y personal del
Holocausto y la vergüenza del superviviente como reacción
característica.
–Ímhol
vagyok – A Genezis könyvének filozófiai értelmezései (Aquí estoy:
interpretaciones filosóficas del libro del Génesis), Budapest, Múlt és
Jövő, 2006. Según ella misma, su mejor panfleto, un libro sobre los
fundamentos filosóficos de la cultura judeocristiana.
–Sámson
– Erósz és Thanatosz a Bírák könyvében, Budapest, Múlt és Jövő, 2007.
La figura bíblica de Sansón es abordada por Heller a través de su
interpretación por el arte.
-“Moses
Hess, az előharcos” (Moses Hess, el precursor), Múlt és Jövő, núm. 2-3,
Budapest, 2008, pp. 49-54. En este ensayo sobre la obra de Moses Hess
Roma y Jerusalén, Heller explica los fundamentos teóricos de la
necesidad de un Estado judío tal como fueron planteados por este autor
en su obra seminal. Roma hacía referencia a la unidad italiana y
Jerusalén al Estado judío al que se aspiraba. El artículo lo publicó
después la editorial como prólogo a la obra de Hess.
En
suma, ¿fue Ágnes Heller una filósofa judía húngara? Confieso que
durante muchos años pensé que no. En primer lugar, porque su vida
cosmopolita la había alejado de su Hungría natal y, sin embargo, ella
siempre se sintió por encima de todo húngara; en segundo lugar, porque
su judaísmo no tenía expresión en la inmensa mayoría de las obras que
fue publicando a lo largo de su extensa carrera. Y, sin embargo, después
descubrí retrospectivamente que su condición judía, su experiencia
vital como judía húngara, es determinante en la formulación de los
interrogantes de su filosofía moral. Pero, sobre todo, porque la pérdida
de fe en el mensaje escatológico del marxismo, y de la modernidad como
ideal, hicieron que su evolución intelectual, sobre todo en la última
etapa de su vida, tras el fallecimiento de Ferenc Fehér, al regresar
definitivamente a Hungría, recalara en el judaísmo y en la religión en
la que había sido criada y educada para convertirlos en tema de
reflexión. La desorientación del hombre moderno, nos dice, hace que solo
encuentre sentido en la filosofía, el arte y la religión. El resultado
de esta última etapa de la evolución intelectual de Ágnes Heller es que
nos ofrece un pensamiento mucho más personal que el del pasado, un
pensamiento que conecta de manera muy viva, emocionante, con su propia
vida. De modo que sí, Ágnes Heller fue una filósofa judía húngara. ~
NOTA BIBLIOGRÁFICA
La
evolución de la obra de Ágnes Heller y su bibliografía fundamental se
encuentran en la obra de ella misma A short history of my philosophy,
Lexington Books, Nueva York, 2011. Su biografía puede seguirse a través
de tres obras/entrevistas biográficas: Der Affe auf dem Fahrrad (El mono
en bicicleta), de Ágnes Heller y János Körbányai, Philo Verlagsges,
Berlín, 1999; I miei occhi hanno visto (Lo he visto con mis propios
ojos), de Ágnes Heller, Francesco Comina y Luca Bizarri, Il Margine,
Roma, 2012; y sobre todo en: Ágnes Heller, Der Wert des Zufalls (El
valor del azar. Mi vida), Konturen, Berlín, 2018, edición de Georg
Hauptfeld. Hay edición francesa: La valeur du hasard. Ma vie,
Bibliothèque Rivages, París, 2020.
Ángel Rivero es profesor titular de ciencia política y de la administración en la Universidad Autónoma de Madrid.
Postado há 17 hours ago por Orlando Tambosi
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