BLOG ORLANDO TAMBOSI
Desde Sêneca, que a abordou em seus escritos, a serenidade tem gozado de grande prestígio, como qualidade valiosa para as pessoas, especialmente as que exercem cargos de liderança.
Plácido Fajardo para El Confidencial:
El
atributo de la serenidad ha adornado a príncipes y reyes a lo largo de
la historia. La Serenísima República de Venecia, por ejemplo, recibía
ese apelativo como seña de identidad, gracias a su poderoso dux, alteza
serenísima. Desde Séneca,
que la abordó en sus escritos, la serenidad ha gozado de gran prestigio
como cualidad valiosa en las personas, especialmente en los dirigentes.
Justo antes de la pandemia, me recomendaron un libro que me resultó revelador, Serenidad, la sabiduría de gobernarse ,
de Alfred Sonnenfeld, doctor en Medicina y Teología, profesor de varias
universidades alemanas y españolas. Lo leí con interés durante aquel
retiro forzoso, parón contemplativo que removió nuestras vidas. Y lo
ojeo de vez en cuando para no olvidarme de diferenciar el grano de la
paja, lo importante de lo accesorio.
El
libro es un pequeño monumento al sentido común, aderezado con el rigor
de la ciencia, el pensamiento filosófico y la ética como conductora. La
serenidad, como herramienta básica para superar las adversidades, es
abordada por el autor desde sus conocimientos neurobiológicos. Nos
recuerda lo esencial del equilibrio y la estabilidad emocional
para desarrollar la serenidad. La importancia de las relaciones para la
naturaleza humana y el sistema motivacional, y de la cooperación para
alcanzar la plenitud de una vida lograda.
En
las organizaciones, la serenidad es imprescindible para la reflexión y
el análisis, para pensar antes de reaccionar o de tomar decisiones.
Serenidad es lo contrario a impulsividad, a responder en caliente, a
precipitación. Como cualidad del líder, la serenidad no tiene precio.
Cuando las cosas se ponen muy feas o la presión se dispara, la actitud del líder
es clave. En esos momentos de la verdad, todo el mundo mira hacia
arriba y lo último que desea percibir es exceso de nerviosismo, pérdida
de control o reacción desmedida y fuera de tono.
Mantener la serenidad, demostrar calma y pulso firme en los peores momentos, es una prueba visible y clarificadora de la idoneidad de un dirigente.
He admirado a directivos capaces de aguantar verdaderos chaparrones sin
perder la compostura, aunque la procesión fuera por dentro. Cuando lo
fácil es dejarse llevar por la tensión, crisparse y trasladarlo a los
demás, quienes son capaces de demostrar lo contrario, autocontrol
emocional y contención, valen un tesoro.Opinión
Hay quien podrá argumentar que el liderazgo
requiere fortaleza, energía, acción, dinamismo y, sobre todo, rapidez.
Hacer que las cosas se muevan al ritmo frenético que exigen los
continuos cambios trepidantes requiere cualquier cosa menos dormirse en
los laureles. Y esto podría entenderse como incompatible con la
serenidad. Craso error. Ni caer en la parálisis por el análisis ni en la
precipitación por la aceleración. Ambos son males de nuestro tiempo,
muy representativos de cada cultura organizacional, que peca más de lo
uno o de lo otro.
La
agenda de la semana de cualquier dirigente favorece poco la serenidad.
Por no hablar de los imprevistos, las interrupciones o esa patológica
dependencia de lo inmediato, de los ladrones de tiempo físicos o
virtuales (¿has visto mi e-mail?,
¿leíste mi wasap?, ¿viste lo que dice fulano en LinkedIn?). Y esa
estresante sensación de estar en deuda permanente, por no responder a
quien nos aborda con preguntas y peticiones, a menudo, en su propio
interés, nos distrae, nos dispersa y ocupa el poco tiempo destinado a
centrarnos. Al final, terminamos por asumir o adherirnos a lo que han
decidido o pensado ya otros, que resulta mucho más rápido y
fácil.Opinión
La
serenidad también es imprescindible para ejercer el pensamiento
crítico, que habría que estimular en estos tiempos, ante la confusión y
la falta de certezas, como explicaba mi amigo Tomás Pereda en la
tertulia radiofónica que compartimos en el Foro de los Recursos Humanos.
El pensamiento crítico
—que no es lo mismo que criticar— requiere una actitud abierta que
cuestione lo que nos viene dado, que nos provoque con buenas preguntas y
suscite la curiosidad, como en la mayéutica socrática que aplicaba uno
de los jefes que tuve. Y que permita compartir con otros los
razonamientos para llegar a la mejor idea, en lugar de imponerla.Opinión
Buscar
espacios para ocupar nuestra mente más allá de los pensamientos
triviales, con criterios relevantes y bien fundamentados para ponderar
lo que pensamos y decidimos, es crucial, no solo para el trabajo, sino
para llevar el timón de la vida. Eso sí, es menos cómodo que dejarse
llevar por el rebaño. Ya decía Kant que
la pereza y la cobardía son los dos enemigos del pensamiento crítico.
Hoy en día, podríamos añadir un tercero, la falta de serenidad.
Para
las organizaciones, un poco de serenidad sería necesario para estimular
el pensamiento crítico. Aunque me temo que no siempre estén dispuestas a
fomentarlo, ya sea por estar urgidas por la tiranía de lo inmediato o por el temor a aflorar opiniones disonantes o juicios retadores que cuestionen el statu quo.
Postado há Yesterday por Orlando Tambosi
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