BLOG ORLANDO TAMBOSI
Gray Hendrix, Stephen Graham e Paul Tremblay renovam uma literatura que passa por um momento difícil na era da correção política. Jesús Palacios para El Cultural:
A
principios de los 2000 la novela de terror anglosajona estaba
claramente en crisis. Lejos quedaban los tiempos en que Stephen King,
Dean R. Koontz, Clive Barker, Peter Straub, Ramsey Campbell o James
Herbert llenaban las mesas de novedades y encabezaban las listas de
best-sellers, a menudo con obras publicadas fuera de colecciones
especializadas.
El
género era mirado con desconfianza por editores, críticos y lectores de
un nuevo siglo empapado de sensibilidad liberal, social y reformista,
cuyo “buenismo” se sitúa en las antípodas del universo de muerte,
crueldad, oscuridad y paranoia que resulta esencial en buena parte, si
no toda, de la literatura de terror.
Desprestigiada,
refugiada de nuevo en el gueto de los aficionados, sustituida en el
gusto colectivo por las películas y series de televisión, amparándose en
nuevas tendencias que de una u otra forma evitaban la etiqueta de
“terror”, sustituyéndola por eufemismos diversos (weird fiction,
thriller psicológico, fantasía oscura, etc.), la novela de horror
parecía avergonzarse de sí misma y esconderse en los rincones más
ocultos de internet, las librerías y las editoriales pequeñas e
independientes.
Pero
este panorama ha empezado a cambiar. En poco tiempo, han surgido una
serie de nombres que, con estilos y procedencias bien diversas, están
recuperando el género sin prejuicios, poniéndolo al día y devolviéndolo a
la primera línea editorial.
Participan,
sin duda, de los fenómenos que están caracterizando, para bien y para
mal, el nuevo siglo (feminismo, inclusividad, políticas de género e
identidad, amenazas globales y crisis permanente), pero no disimulan en
absoluto su intención primaria de asustar, estremecer y provocar
emociones fuertes en el lector. Algo que ha quedado claro en la XI
edición del ya veterano festival de terror, fantasía y ciencia ficción
Celsius 232 de Avilés, convertido en referencia y termómetro fundamental
para seguir los avatares del género fantástico en el siglo XXI, gracias
a la presencia de tres de sus autores actuales más representativos y
originales: Grady Hendrix, Stephen Graham Jones y Paul Tremblay, cuyas
obras están siendo traducidas y editadas con éxito en nuestro país.
Paul Tremblay
Pero
¿qué es lo que ha cambiado en el género para que vuelva a gozar cada
vez de una mayor presencia y prestigio? Paul Tremblay, joven matemático
que ha merecido elogios de Stephen King con la escalofriante Una cabeza
llena de fantasmas (Nocturna), tiene claro que “poco a poco el terror ha
llamado la atención de estudiosos y académicos, que se lo toman más en
serio como una forma de abordar y entender la realidad. El problema que
tuvo la 'era dorada del terror' de los 70 y 80 del siglo pasado es que
generó un montón de malas imitaciones, hubo un exceso de producción que
saturó el mercado, la crítica y a los lectores. Se publicó mucho
material mediocre o malo… Ahora hay voces nuevas. Una o varias
generaciones que hemos crecido leyendo y viendo terror, con lo que este
forma parte de nuestro vocabulario, de nuestras experiencias y nuestro
mundo personal, lo que trae una mirada fresca al género”.
Una
mirada que, sin duda, sintoniza también en buena parte con la
sensibilidad actual. Stephen Graham Jones, nativo blackfoot nacido y
educado en West Texas, ha pasado de escribir novelas inscritas en la
tradición de autores del Renacimiento Indio Americano como Louise
Erdrich o Gerald Vizenor, a volcarse en el terror y lo fantástico sin
excusas, con títulos como Mestizos o El único indio bueno (ambas
publicadas por La biblioteca de Carfax), sin perder una voz propia y
distintiva: “Entre 2016 y 2017 pasaron dos cosas que han cambiado el
género, la publicación de La balada de Tom el Negro (Runas) de Victor
LaValle y el estreno de Déjame salir de Jordan Peele. De repente,
minorías poco o mal representadas dentro del terror accedieron a este
desde su propia perspectiva, con su propia mirada, algo que sin duda lo
enriquece y lo abre a nuevas visiones”.
Stephen Graham Jones
Para Paul Tremblay, la mejor novela de horror que ha leído recientemente es Nuestra parte de noche
(Anagrama) de la argentina Mariana Enríquez, presente a su vez en el
Celsius 232. Una obra que representa la entrada en el género de
escritoras en lengua castellana capaces de combinar sus propios
referentes nacionales con la pasión por el terror de Stephen King, Clive
Barker o Lovecraft, como es también el caso de Agustina Bazterrica o
Ana Llurba, amén de autores masculinos como Marcelo Guerrieri, con la
recientemente premiada en la Semana Negra de Gijón Con esta luna
(Tusquets Argentina) o el uruguayo Rodolfo Santullo, con Los cazadores
del rey (Dolmen).
Otra
de las características del “nuevo terror” que viene de Estados Unidos
es un horizonte de influencias que van más allá y más acá de lo
fantástico. Así, la novela favorita de Grady Hendrix, maestro en la
mezcla de humor y terror con títulos desopilantes como Horrorstör
(Hidra) o la recién publicada Grupo de apoyo para final girls
(Minotauro), no es un libro de miedo sino… ¡un wéstern!: “Todo el mundo
debería leer Valor de ley (Debolsillo) de Charles Portis, es la gran
novela americana. Algo que me hubiera gustado escribir yo mismo, sin
duda alguna”, en lo que también coincide Jones. De hecho, él procede del
campo de la narrativa general, que ha dejado por el terror: “Hasta que
escribí Mestizos me sentía un poco como dos escritores distintos
ocupando una misma cabeza, un mismo cuerpo: el autor de novelas “serias”
y respetadas y el que quería escribir las historias de terror que le
gustaba leer y ver en el cine. Ahora ya no tengo ese problema y tampoco
me lo planteo. En realidad, Mestizos no es exactamente una novela de
terror, sino una historia americana de crecimiento e iniciación solo
que… con hombres lobo”.
Grady Hendrix
Pero
ninguno puede evitar la deuda contraída con Stephen King. Tremblay,
educado y enraizado en Massachussetts, a pesar de cursar sus estudios en
la mismísima Providence, patria chica de Lovecraft, reconoce que:
“…para mí no era el 'país de Lovecraft' sino el de Stephen King. Creo
que no descubrí a Lovecraft hasta los veinte años o más. Mis influencias
vienen sobre todo de King e incluso del King de las películas, que es
el que conocí primero”.
También
fue así el contacto de Hendrix con el género: “Mi primer recuerdo es
ver cuando era muy pequeño El resplandor en la televisión. Por supuesto,
se suponía que no podía verla, pero tenía un tío mascador de tabaco que
no se perdía una. Se sentaba en el sillón a ver la película con una
escupidera al lado, detrás de la que yo me escondía. Claro que cuando la
escupidera estaba casi llena se levantaba para vaciarla, me pillaba y
ahí venía la bronca. Ese fue mi primer contacto con el género: ver El
resplandor escondido tras una escupidera llena de saliva marrón.”
Por
su parte, Jones ironiza al recordar algunos tópicos: “A veces los
autores blancos hacen flaco favor a las culturas indígenas al utilizar
elementos de su folclore o religión. Pienso en el tópico del «cementerio
indio» maldito, como en Poltergeist o Cementerio de animales de King…
Alguna vez me gustaría escribir una historia sobre un «cementerio
cristiano» maldito (risas)”.
Quizá
una de las características principales de esta “nueva ola” sea,
inevitablemente, que sus referentes vienen tanto o más del cine que de
la literatura. Grady Hendrix es guionista y ha participado en filmes
independientes como el weird western violento Mohawk (2017) o el
divertido Satanic Panic (2018), producido por Fangoria Films. Tanto
Jones como Tremblay tienen varias de sus obras esperando por Hollywood o
Netflix. “¡Uffff! Nunca me había parado a pensarlo”, reacciona Jones,
“aunque sin duda es así. Soy un lector ávido, pero reconozco que he
visto tantas o más películas de terror como he leído. En terror no
distingo entre las influencias literarias y las cinematográficas, pero
curiosamente no había caído en ello.”
Incluso
antes de verlos, los filmes de terror marcaron a Hendrix: “Cuando era
niño no podía ir a ver las películas clasificadas R, pero sí podía
engañar a los adultos diciendo que en casa me dejaban leer Fangoria. Así
que me gastaba el dinero de las chuches en comprar la revista, ver las
fotos y leerme las sinopsis detalladas de las películas. De ahí surgió
mi fascinación con Viernes 13 y el slasher”.
Las
obras de todos ellos están siempre en constante diálogo con el cine de
terror moderno: “Escribí La cabaña del fin del mundo (Nocturna) como
respuesta a las películas de home invasion” —explica Tremblay—, “es un
género dentro del terror que no me gusta, es decir: me da verdadero mal
rollo. Quería ver si era capaz de hacer algo diferente, a mi estilo,
dentro del tema”.
Aunque
no se inscriben ya por fortuna en la hiper-postmodernidad de polémicos
éxitos de crítica recientes, como la experimental y excesiva La casa de
hojas (Alpha Decay) de Mark Z. Danielewski, sin duda son conscientes de
un mayor o menor grado de intertextualidad, metaficción y juego irónico
con el género, casi inevitable en el siglo XXI.
Las
novelas de Grady Hendrix son verdaderas cartas de amor al terror de los
años 80, las películas juveniles y las novelas de bolsillo de la época.
El último libro de Stephen Graham Jones, La noche de los maniquís (La
biblioteca de Carfax), novela corta ganadora del premio Stoker, es “una
celebración del slasher, mi género favorito. Ahí está todo: Halloween,
Viernes 13, Scream… Pero sin citar literalmente ninguna de ellas. Quería
captar el espíritu del slasher sin recurrir a citas reconocibles ni
utilizar a Jason, Michael Myers, Freddy y los demás”.
Por
su parte, la obsesión de Tremblay es el mundo de las redes sociales,
internet, la inmediatez de la información y su manipulación: “En mis
tres novelas aparece la omnipresencia de la información y cómo influye
en nuestra percepción de la realidad, manipulándola. En Una cabeza llena
de fantasmas son las redes sociales y los reality shows, en
Desaparición en la roca del diablo el Snapchat, los juegos online… En La
cabaña del fin del mundo la televisión y las cadenas de noticias. No es
tanto lo terrible de los hechos o que se trate de sucesos
sobrenaturales, sino cómo afectan a los personajes y cómo lo hacen a
veces a través de los medios y las redes sociales”.
Terror
netamente actual, asociado a las tendencias y derivas del siglo XXI,
con un ojo puesto en la tradición literaria y cinematográfica, pero
también en los miedos que genera el mundo globalizado, pandémico y
apocalíptico de hoy. “Cuando publiqué Survivor Song —explica Tremblay
acerca de su novela de ciencia ficción y supervivencia, sin editar aún
en España— nadie creía que la hubiera escrito antes de la pandemia del
Covid-19. Describo situaciones muy similares a las que vivimos poco
después, aunque, afortunadamente, no de forma tan terrible como en mi
historia”.
Como
concluye Jones: “No creo que ninguna de mis novelas sea terrorífica en
un sentido negativo. Es decir: en realidad me gustan los finales
felices, siempre intento que haya algo de esperanza al final de mis
libros, algo positivo. Y la realidad es mucho más terrible que nada de
lo que podamos escribir nosotros”.
Sin
embargo, el terror sigue siendo un género peligroso, al borde siempre
de la incorrección, que puede despertar y despierta la antipatía de
ciertos críticos y estudiosos. “El terror siempre ha tenido muy mala
prensa”, reflexiona Tremblay. “Los académicos lo han etiquetado a menudo
de machista, reaccionario, misógino, homófobo… En el fondo, creo que
existe una cuestión de clase. El terror moderno surge de la literatura
pulp, las revistas baratas y populares de los años 20 y 30, que leían
las clases medias y bajas. Y eso es algo que siguen sin perdonarle. Es
un reflejo del clasismo que todavía existe en el mundo universitario e
intelectual. Lo noto cuando en alguna fiesta académica, la gente te dice
cosas como: '¡Ah! Tú eres el que escribe esas historias de terror,
¿no?' Y sonríen al darte la espalda”.
Jones
remata: “Sí, bueno. Es como lo que ocurre con Poe. La opinión académica
general es algo así como: 'Qué gran escritor era Poe, lástima que
tuviera esa imaginación tan morbosa'”.
De
ahí, el riesgo de que la novela de terror del siglo XXI se deslice
también hacia el “buenismo”, a la corrección política, perdiendo su
cualidad transgresora original. “Hasta ahora no he tenido problemas de
censura o nada parecido —apunta Jones—, pero a veces hay lectores o
colegas, especialmente dentro del mundo nativo americano, que te
preguntan por qué matas a personajes también nativos americanos o por
qué te cargas a este o aquel personaje, que era simpático… Bueno, es que
estoy escribiendo terror, ¿saben? Y la gente muere”.
Grady Hendrix lo tiene muy claro: “Estoy con John Waters
cuando dice que el buen gusto es el enemigo del arte. No sé si lo que
hacemos es arte, pero la idea de una novela de terror “responsable”
socialmente me pone los pelos de punta. No hace falta ser racista o
sexista pero tampoco hay que suavizar tanto el terror como para no
asustar ni al gato”.
Una
cosa es bien cierta: con autores como estos y festivales como el
Celsius 232, la buena salud de la novela de terror está asegurada para
el siglo XXI. Al menos, antes de que llegue el apocalipsis.
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