BLOG ORLANDO TAMBOSI
Em várias partes do mundo, os irmãos tendem a desaparecer, escreve Bárbara Mingo Costales em Letras Libres:
Como
nacen cada vez menos niños, los hermanos tienden a desaparecer. Hasta
hace una generación lo infrecuente era ser hijo único. Volveré a esto,
si soy capaz, más abajo. Pero también el cálculo de las generaciones se
está trastocando. Antes cabían cuatro en un siglo, y me imagino que
ahora rondaremos las tres. De esa manera la transmisión cultural por vía
familiar tiene un alcance más corto. Para una esperanza de vida de unos
75 años, una cadena de reproducción en la que cada individuo se llevase
25 años con su progenitor y otros tantos con su hijo permitiría a ese
individuo estar en contacto, a lo largo de su vida y sin guerras ni
accidentes ni cismas mediante, con siete generaciones: tres más antiguas
─qué conservadores─, tres más modernas ─adónde va a llegar esto─ y la
suya. He tenido que hacerme un sencillo croquis para visualizar este
cálculo, pero no he tenido que hacer nada para acordarme de mi
bisabuela. Una vez me regaló una sortija y mis tías abuelas, que estaban
al lado, se echaron a llorar. Yo creí que lloraban porque la sortija se
la querían quedar ellas, pero luego me explicó mi madre que es que les
había parecido muy emocionante. Miro una foto de su padre en el año
1885, de ese hombre que no me imaginó, y pienso que sé de su vida más
que él de la mía, porque traté a su hija, aún no nacida en la foto,
cuando ella era una viejecita, y que en cierto modo estoy a dos grados
Kevin Bacon del año 1885 y hasta del fotógrafo que hizo el retrato, lo
cual no es un mérito pero te atornilla un poco al mundo (¿Deseo
atornillarme al mundo?). Recuérdese que el número Bacon cataloga la
distancia entre dos personas, basándose en los pasos que hay que dar
desde cualquier actor que haya actuado bien con Kevin Bacon, bien con
alguien que haya actuado con él. Cada actor supone un paso más. Por otro
lado he leído que una de cada doscientas personas desciende de Gengis
Jan.
Perdón
por las digresiones, hijas bastardas. Lo del párrafo de arriba en el
eje vertical, que nos mantiene en contacto con modos de vida antiguos y
con las estructuras cíclicas, pero en el eje horizontal también está
habiendo cambios. La convivencia entre niños de diferentes edades genera
dentro de las casas unas asociaciones que con los padres no se pueden
dar y que casi suponen una guerrilla secreta, una célula rebelde
latente. No habrá príncipes destronados, pero ser el único heredero de
las neuras, el dinero, las deudas y las historietillas si no es un
incordio es al menos algo determinante. Si no hay hermanos el siguiente
paso es que tampoco habrá tíos ni primos. Que a mí me guste tenerlos no
me impide suponer que habrá gente que los deteste, y de repente hago una
asociación con dos países, Italia y Perú, que gastan un enorme
porcentaje del presupuesto cultural en mantener su patrimonio, y por esa
herencia no pueden invertir en lo futuro y están siempre como un Fiat
en primera. Esta comparación la hago para convocar aquí a los Agnelli y a
los dos hermanos John y Lapo Elkann, que saltándonos la generación que
los separa de su abuelo Gianni, re d’Italia, representan el fratrístico
misterio de cómo una misma mezcla genética puede producir efectos tan
diversos, quizá reversos: uno es un gran ejemplo de sensatez y orden y
el otro es un frivolón que siempre está estampando coches, cambiando de
novia y entrando y saliendo de clínicas de rehabilitación, aparte de que
uno es moreno y el otro rubio. Un momento ideal para reflexionar en
cuánto influye el orden que ocupamos en la ristra de hermanos en cómo
afrontamos la vida, algo que sigue estudiando la psicología.
Al
principio de su libro de viajes Beyond The Mexique Bay, publicado en
1934, Aldous Huxley propone el ambiente que encuentra en un crucero de
invierno, lleno de gente mayor, como un anticipo de lo que les espera a
las sociedades occidentales al cabo de cincuenta años: “¡En qué mundo
tendrán que vivir nuestros nietos!”. Todavía no había tenido lugar la
masacre de la segunda guerra mundial. En todo caso, aventura que “en
1980 la población occidental será probablemente menor que ahora. Y, lo
que es más significativo, tendrá una constitución diferente”. Habrá
pocos niños, dice, y muchos sexagenarios. Por eso predice un mundo más
seguro que el suyo, pero mucho menos excitante, pues el deseo de cambio
disminuirá. Quizá entonces todo irá más lento.
Un
reciente informe del Instituto Nacional de Estadística recoge los datos
sobre la baja natalidad en España. ¿Cómo van a influir estas tendencias
en la sociedad futura? ¿Seremos de verdad más intolerantes por vivir en
una sociedad envejecida? ¿Nos preocuparemos más, estaremos más
angustiados por llevar solos el peso de la herencia? ¿Habrá menos
interacción entre las distintas generaciones? ¿Vivirá todo el mundo en
las ciudades y los pueblos desaparecerán definitivamente, y sus ruinas
se las comerá la yedra? ¿Serán igual de caras las casas? ¿Qué nuevas
asociaciones surgirán, cuando nadie pague las pensiones a toda la gente
que ha cotizado de manera intermitente? ¿Cómo se adaptarán al nuevo
modelo las sociedades que han sido muy familiares? ¿Serán todas las
relaciones elegidas, y no sobrevenidas? ¿Cómo nos modificará eso el
cerebro? No consigo imaginarlo, pero supongo que el mundo que conocimos
forma parte ya del imperio austrohúngaro.
Bárbara Mingo Costales es escritora. En 2021 publicó 'Vilnis' (Caballo de Troya).
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