Para Max Weber, a modernidade não podia ser explicada sem o processo de
racionalização, cujo ponto culminante é a burocracia estatal. Conceitos
como efetividade, conhecimento e direção são centrais para entender a
nossa era. Artigo de Luís F. Aguiar, publicado por Letras Libres, em outra homenagem ao centenário da morte do grande sociólogo, neste domingo:
Es una coincidencia desconcertante que Max Weber haya muerto de una
neumonía hace un siglo y hoy el mundo sea víctima de un virus que
extermina a decenas de miles por fallas pulmonares y tiene confinados a
millones ante su amenaza mortal.
Todos tenemos autores, maestros y amigos que, fallecidos, siguen con
nosotros, inolvidables, son parte de nuestra vida. Para mí y otros
muchos, Max Weber es una referencia fundamental de nuestra vida
intelectual y ha influido en nuestro modo de entender la sociedad, sin
que por ello caminemos por la vida con un manual weberiano bajo el brazo
para entender los acontecimientos.
Lo imperecedero de Weber es su interpretación del mundo moderno, la
explicación de su origen, la caracterización de su desarrollo, el
análisis de sus tensiones y la proyección de su futuro probable. Su
lectura del tiempo moderno, centrada en la racionalización de la
sociedad, hace que Weber sea aún hoy sugerente, también criticado, aun
si ahora tienen poco sentido las descalificaciones de hace medio siglo
que lo convertían en el supremo exponente de la “sociología burguesa”.
Me marcó su interpretación de la modernidad como proceso y resultado
de la racionalización de la sociedad. Recordaré en este texto sus
características y desarrollo y esbozaré al final los límites de la
racionalidad del cálculo y del control, que es la protagonista del
relato de Weber sobre el mundo moderno.
I
La tesis central de Weber es que en la raíz de la modernidad de
Occidente está la formación y afirmación de la acción racional, personal
y social. La acción racional es intencional, tiene un sentido
subjetivo, se enfoca en fines precisos, y es causal, porque sus efectos y
resultados son la realización del fin intencionado. Dos son los tipos
de la acción racional: “la acción racional con referencia a fines”
(zweckrational) y “la acción racional con referencia a valores”
(wertrational), que no suprimen las acciones “afectivas” y
“tradicionales”, pero minimizan su importancia en los tiempos modernos.
Por la conformidad plena con sus objetivos valorados, por su
conocimiento de los efectos que la acción puede causar y por el control
de su ejecución, el atributo esencial de la acción racional es la
efectividad.
La formación de la conducta racional tuvo su inicio con los
capitalistas originarios, que se comportaban de acuerdo a las normas
éticas de un ascetismo mundano, de derivación religiosa, que entendía la
actividad económica como “vocación” (Beruf) y exigía ejercerla
metódicamente con acciones dedicadas enteramente a la realización plena
de sus fines, sin distracciones y sin pausa. (Son interminables las
discusiones académicas en este punto.) El “espíritu del capitalismo” fue
el origen de la aparición y difusión de “una vida racional en el
mundo”, “una conducción racional de la vida” y “la organización racional
del trabajo”, que se extendió progresivamente por todos los ámbitos y
alcanzó al mismo Estado moderno, que es “una empresa” que organiza
racionalmente sus poderes y acciones a fin de realizar efectiva y
sistemáticamente sus fines. La expansión de la acción racional motivó la
invención, la adquisición y el aprovechamiento de otros elementos que
moldearon racionalmente las conductas sociales, como las aplicaciones
tecnológicas de las ciencias, la contabilidad racional, la
administración racional y el derecho racional, dicho con Weber.
El original espíritu racional de la profesión capitalista desapareció
cuando se extinguieron sus raíces religiosas (“La raíz religiosa del
hombre económico moderno ha muerto”) y evolucionó hacia la burocracia,
la forma de organización racional del trabajo asociado. No es realmente
importante lo que ocurrió con el capitalismo original y lo que podrá
ocurrirle en el futuro, porque no es el asunto histórico decisivo. Lo
que importa es la afirmación de la conducta racional a la que ha dado
origen y que se exige ahora a todos en todos los ámbitos de la vida
social. “Puede concebirse una eliminación del capitalismo privado, pero
no significaría en modo alguno una ruptura de la estructura de hierro
del moderno trabajo industrial.”
La burocracia culmina el proceso de racionalización. Es el arreglo
organizacional de la máxima efectividad, porque el trabajo se distribuye
entre individuos que poseen conocimiento experto, son capaces de
calcular los efectos de las acciones y de ejecutarlas sin defectos, y
además obedecen las reglas conductuales y los estándares operativos
establecidos.
Cálculo y control son las condiciones fundamentales de la
racionalidad de la burocracia y son posibles a su vez por el
conocimiento y la dirección. La efectividad implica causalidad y la
causalidad se sustenta en el conocimiento que conjetura, descubre y
valida los nexos causa-efecto existentes en la realidad y hace posible
calcular los efectos de las acciones que se deciden. Pero el
conocimiento causal es insuficiente para asegurar la efectividad. Se
requiere también calcular el desempeño del sujeto conocedor (el
productor, el administrador), estar seguros de que obedecerá las
directrices y los estándares establecidos para asegurar la ejecución de
las acciones. Lo sorprendente es que el control y la dirección,
condiciones necesarias de la efectividad de las organizaciones, son
resultado de un proceso de expropiación y concentración, que Weber
formula con crudeza.
La organización burocrática, normal en nuestros tiempos e inevitable
en el futuro, es resultado de que siglos atrás los productores
independientes –propietarios de sus medios de producción material o
intelectual, de sus armas, utensilios, materiales y recursos monetarios–
fueron despojados de ellos por los propietarios de empresas y por los
gobernantes a través de varias acciones, desde su eliminación mediante
la competencia industrial de productos y precios hasta acciones
militares o judiciales de expropiación forzosa. La expropiación de los
medios de trabajo de los productores independientes y la consiguiente
concentración del mando son “el fundamento decisivo común tanto de la
empresa político-militar estatal moderna como de la empresa capitalista
privada”. Hubo expropiación y subordinación, no solo ética profesional.
Weber llega a la exaltación de la racionalidad de la vida social
moderna cuando afirma que su efecto radical es “el desencantamiento del
mundo” (die Entzauberung der Welt). La expansión de la acción racional
en la vida social ha hecho que los acontecimientos del mundo sean
entendidos como obra de las acciones humanas que determinan su sentido,
su propósito, y lo realizan por saber calcular los efectos de sus
acciones y controlar su ejecución. El mundo es obra humana, no de
agentes o fuerzas trascendentes, acaso providenciales. “Se ha excluido
lo mágico del mundo.” Sin embargo, en sentido contrario, el
desencantamiento significa que la triunfadora racionalidad instrumental,
campeona de la efectividad, es incapaz de definir y prescribir el
sentido del mundo y el sistema de valores que lo inspira. La ciencia y
la tecnología triunfadoras pueden calcular qué hechos son consecuencia
de las acciones emprendidas, pero no tienen la posibilidad de establecer
los valores que dan sentido a las acciones de la vida personal y social
y prescribir su obligatoriedad. Su efectividad se limita a la
realización del sentido de la acción, no a la validación de su sentido.
Mucho y poco.
El resultado final de la modernización desencantadora es un mundo
carente de sentido. Con la caída de la visión religiosa y filosófica de
la historia humana y con la imposibilidad de que la razón técnica
instaure el sistema de valores que da sentido a la acción humana,
circulamos por la vida en medio de una pluralidad optativa de valores,
diferentes y antagónicos, calificada por Weber como “politeísmo”, que se
enfrentan en una batalla a muerte en la arena de la política y es la
razón de ser de la política.
Es discutible el monoteísmo de una razón verdadera, teológica o
filosófica, que da un sentido unitario y único a la existencia humana,
pero es refutable un politeísmo de valores y sentidos sociales sin
asidero racional y que se imponen unos sobre los otros por la fuerza de
una mayoría política más o menos ilustrada o por la coacción física.
Muchos no apreciarán este desemboque irracional de la racionalización
moderna del mundo.
II
Un esbozo de reflexión es obligado. La racionalidad-efectividad de la
acción es algo que nos importa y mucho. Queremos resultados,
realizaciones, y no solo visiones y proyectos en las organizaciones en
las que trabajamos. En el terreno político, la cuestión de la
efectividad directiva de los gobiernos democráticos es hoy central. La
instauración del Estado de derecho y la democratización de los regímenes
autoritarios, a la vuelta del milenio, resolvieron razonablemente bien
la cuestión de la legitimidad política del cargo y la actuación del
gobernante, pero no la de su efectividad directiva. La cuestión no se
centra hoy en la indiscutible superioridad axiológica y política del
régimen democrático liberal sobre los demás regímenes, sino en la
capacidad (financiera, informativa, cognoscitiva, técnica) de los
gobiernos democráticos para dirigir a la sociedad. La cuestión se ha
desplazado de la legitimidad política del gobierno hacia la eficacia
directiva del gobierno legítimo.
El conocimiento científico-técnico, una auténtica organización
burocrática y una inteligente gestión financiera son las condiciones
necesarias de la efectividad del gobernar, que es una acción
performativa, de efectuación de resultados, y no solo discursiva.
Estamos cansados de gobiernos que hablan todos los días, pero son
incapaces de dirigir satisfactoriamente a la sociedad, resolver sus
problemas, responder a sus requerimientos, porque sus decisiones
directivas no incorporan los elementos esenciales de la acción racional:
fines ordenados, conocimiento causal, cálculo, control, personal
experto, tecnologías...
Hay algo nuevo en nuestro tiempo, la exigencia de un concepto de
racionalidad más amplio, que incluya el sentido de la acción y no solo
su efectuación. Un gobierno no puede considerarse efectivo si la
sociedad rechaza o es indiferente a los objetivos que realiza, al
juzgarlos injustificados, innecesarios, clientelares, obsesiones del
gobernante. Es una efectividad que, al carecer socialmente de sentido,
es inefectividad en los hechos. El concepto nuevo de racionalidad
comprende el sentido de la acción y no solo su proceso de realización.
Crece la exigencia de que los gobiernos ofrezcan razones sobre el
sentido de sus acciones, sobre los fines en los que enfocan su gasto y
recursos. Equidad de género, bioética, trabajo digno y seguro,
libertades privadas y públicas, inclusión, control del cambio climático,
son algunos de los fines que los ciudadanos exigen a los dirigentes
políticos por considerarlos valores humanos genuinos, racionalmente
fundamentados y defendibles. Es inaceptable que los fines de las
acciones de los gobiernos no pasen por un examen racional y que su
afirmación social sea el desenlace de la guerra entre los dioses
antagónicos (partidos, líderes, ideologías, naciones) que abanderan
valores diferentes y opuestos, en la que unos ganan y otros pierden,
pero no por la fuerza de sus razones, como piensa Weber.
La razón científica y tecnológica triunfadora no agota las
posibilidades y exigencias de la razón humana. Es una de sus operaciones
más importantes, no es la única ni la suprema, ni es la Razón sin más.
Que no les sea posible a la ciencia y a la técnica dar respuesta a la
cuestión del sentido y los valores de la sociedad no significa que otro
tipo y nivel de razonamiento no pueda ofrecer las respuestas que
buscamos, sin por ello menospreciar la importancia que tienen la ciencia
y la tecnología para resolver los problemas de nuestras vidas y
producir condiciones preciadas de vida. Por ejemplo, sus intervenciones
en la pandemia que padecemos.
Me parece ver un despertar en el tiempo actual que demanda una razón
que no sea exclusivamente instrumental. Por dentro de los big data, la
informatización, los procesos de inteligencia artificial, las incesantes
innovaciones científicas y tecnológicas, las cadenas productivas
internacionales, que mucho nos importan, estamos en busca de principios
éticos y jurídicos universales, racionalmente sustentados, que ordenen
la vida social contemporánea y que para tener sentido y afirmarse
requieren otro tipo de razonamiento, más allá de la pulsión actual por
la efectividad. Si este escenario social es imposible, entonces hay que
decir con Weber que la política consiste en “reintentar lo imposible” y,
más aún, que en eso consiste y se va la vida.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
Nenhum comentário:
Postar um comentário