Escrevendo direto de Buenos Aires para o Instituto Independiente,
Álvaro Vargas Llosa afirma que só um milagre pode impedir a vitória,
nas eleições do próximo dia 27, do maldito peronismo, "responsável por
uma decadência de 70 anos". Às vezes, torce Vargas Llosa, eles ocorrem:
Escribo estas líneas en Buenos Aires y trato de encontrar razones
para creer. Creer, digo, que los argentinos no darán la victoria, el 27
de octubre, al peronismo, responsable de un declive de setenta años.
Pero no las encuentro, salvo en la ilusión de un milagro que algunos
abrigan aún y en las esotéricas matemáticas que los mejores ministros de
Mauricio Macri usan para convencer a sus interlocutores de que aún es
posible un ballotage e impedir que el kirchnerismo, encabezado en teoría
por Alberto Fernández y en la práctica por Cristina Kirchner, obtenga
el 45 por ciento que le otorgaría el triunfo en primera vuelta.
La clase media que votó por Macri está desgarrada entre su
indignación por el fallido «gradualismo» del actual Gobierno y su
convencimiento de que el peronismo es responsable de haber convertido un
país que fue del primer mundo en uno del que los inmigrantes
bolivianos, por ejemplo, huyen para regresar a casa. A primera vista,
nada más lógico: el peso argentino ha perdido bajo el macrismo 360 por
ciento de su valor, la pobreza ha subido seis puntos y tres de estos
cuatro años han registrado una tasa de crecimiento negativo. Tendrían
que ser masoquistas para no estar enfurecidos. Pero no se entiende que
crean, con superstición, que, dado que ningún gobierno no peronista
logra todavía gobernar con éxito, es mejor entregar el poder a los
vástagos políticos de Perón (cuyas facciones, por cierto, Macri ha
logrado la hazaña de unificar), esperando que esta vez esa infausta
tribu política redima su negra historia haciéndolo bien. Es el síndrome
de Estocolmo que lleva al secuestrado, como mecanismo de supervivencia, a
rendir su espíritu de ser libre y soberano ante el todopoderoso del que
depende su existencia.
No son pocos los argentinos que, presas de ese síndrome, ponen hoy
sus ilusiones en la posibilidad de que Fernández, una vez instalado en
la presidencia, traicione todo lo que es, y en especial a sus jefes, que
son Cristina Kirchner y la facción que dirige su Máximo Kirchner, La
Cámpora, y opte por la sensatez. Pero nunca, en setenta años, fue capaz
el peronismo de traicionar su mentalidad. Cuando Menem, en los 90, viró
hacia el liberalismo, acabó ensuciándolo y deformándolo con sus impulsos
peronistas, que lo llevaron a destruir con una mano lo fabricado con la
otra. Además, hay un problema de matemáticas parlamentarias básicas: la
facción kirchnerista obtendrá no menos de setenta escaños. Maneja
también la violenta calle, está coludida con sindicatos corruptos y
ricos, y haría caer a Fernández con relativa facilidad si éste resultara
chúcaro más allá de algunas fintas para aparentar independencia. Para
no hablar de esa prensa y esos jueces que, como lo compruebo estos días,
empiezan a acomodarse a lo que prevén serán los nuevos tiempos (no
queda un solo preso por el escándalo de sobornos del kirchnerismo
conocido como «los cuadernos»).
Sí, sólo queda un milagro. A veces se dan.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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