Juan Ramón Rallo assinala, em artigo publicado pelo Instituto Cato,
que enquanto as empresas privadas, dentro de um mercado competitivo,
devem melhorar continuamente para continuar atraindo os consumidores, as
empresas públicas podem dormir sobre os louros, já que estão blindadas
em relação à competência:
El
fuerte crecimiento económico de China o de Vietnam (la primera ha
incrementado su renta per cápita real una media del 9% anual durante las
últimas dos décadas; mientras que el segundo lo ha hecho un 6,7% al
año) ha llevado a muchos a plantearse si el capitalismo de Estado —lo
que Adam Smith denostó en La riqueza de las naciones como
“mercantilismo”— puede constituir una alternativa preferible al
capitalismo de libre mercado merced al cual se desarrollaron en gran
medida Europa y EE.UU. Por ejemplo, en 2013, el economista Dani Rodrik ya advirtió
de que el éxito chino, junto al de otros países asiáticos, constituiría
un desafío para el modelo de capitalismo occidental en tanto en cuanto
tendería a reabrir viejos debates sobre las bondades del proteccionismo o
del mantenimiento de un potente entramado de empresas estatales.
El
renacer del proteccionismo lo estamos experimentando con la presente
guerra comercial iniciada desde EE.UU. (la cual, aun cuando
probablemente se trate de una estrategia de Donald Trump para atacar el
proteccionismo extranjero, está alimentando la retórica
antiglobalización de muchos otros países), y la promoción de un papel
relevante de las empresas públicas dentro de nuestro tejido productivo
ha vuelto a formar parte del programa económico de la izquierda más
radical (banca pública, eléctricas públicas, incluso restaurantes públicos).
¿Resulta
por completo descabellado pensar que una empresa pública podría hacerlo
mejor que una privada? No necesariamente. En principio, cabe imaginar
que las compañías estatales cuentan con importantes ventajas
competitivas que podrían volverlas preferibles frente a las empresas
privadas: pueden financiarse a tipos de interés muy bajos debido a que
disponen del aval del Estado; poseen un flujo de ingresos estable y
garantizado merced a la contratación pública, y, por último, dada su
facilidad para captar capital así como la estabilidad de sus ganancias,
son susceptibles de crecer enormemente, desarrollando de ese modo
economías de escala y, por tanto, siendo capaces de producir a costes
medios mucho menores que los del sector privado. En suma: ¿cómo rechazar
de plano que las compañías estatales puedan contribuir a impulsar el
crecimiento de un país cuando han sido uno de los pilares de sociedades
tan pujantes como China o Vietnam?
Sin embargo, en un reciente estudio,
los economistas Leonardo Baccini,Giammario Impullitti y Edmund Malesky
sostienen que, en realidad, el conjunto de empresas públicas vietnamitas
no está contribuyendo al desarrollo del país sino que más bien lo está
lastrando. Para ello, investigan cuál fue la reacción del sector
empresarial público y del sector empresarial privado tras la entrada de
Vietnam en la Organización Mundial del Comercio en 2007, esto es, en el
momento en que el país fue expuesto a una apertura competitiva. En aquel
momento, alrededor del 10% de todas las empresas vietnamitas eran
públicas —si bien en algunos sectores, como la agricultura o la
electricidad, su presencia alcanza el 80%, y en otros, como el
manufacturero, el 40%— y su comportamiento tras la liberalización
comercial fue radicalmente distinto al del sector privado.
Así,
mientras las compañías privadas que se enfrentaron a una mayor
competencia extranjera vieron mermar sus beneficios extraordinarios
previos (derivados de su posición monopolística) y tuvieron que mejorar
su productividad interna para evitar ser desplazadas del mercado, las
empresas públicas no experimentaron ningún tipo de cambio. Por ejemplo,
la industria manufacturera privada aumentó su productividad una media
del 3,7% anual durante el lustro posterior a la liberalización
comercial, pero, en cambio, las compañías manufactureras públicas no
experimentaron ningún tipo de mejoría.
El
divergente comportamiento no es casual: mientras que toda empresa
privada dentro de un mercado competitivo ha de mejorar continuamente
para continuar recibiendo el favor del consumidor, la empresa pública
puede perfectamente dormirse en los laureles (aun cuando tales laureles
ya se hallen del todo marchitos), puesto que suele estar blindada
regulatoriamente frente a la competencia, así como subsidiada directa o
indirectamente por el dinero de los contribuyentes (por ejemplo, tras la
apertura comercial, las empresas públicas vietnamitas recibieron
inyecciones crediticias a bajos tipos de interés con el propósito de
mantenerlas a flote aun cuando su eficiencia era inferior a la de sus
competidores).
De
acuerdo con los autores, pues, si las empresas públicas vietnamitas
hubiesen sido reemplazadas por empresas privadas —sometidas a la
competencia internacional y sin restricciones presupuestarias laxas—,
la productividad del conjunto de la economía habría aumentado un 66%
más de lo que lo hizo. Es decir, Vietnam sería hoy mucho más rico de no
haber cargado con la losa improductiva de sus empresas públicas: un
sector que no solo carece de incentivos para mejorar sostenidamente sino
que, en última instancia, parasita a aquellas empresas privadas que sí
lo hacen. No, el capitalismo de Estado no es una alternativa superior al
capitalismo de libre mercado: es solo una forma de extender de manera
directa el corrupto y corruptor brazo de la política a la esfera de la
economía. En un momento en que se nos pretende convencer de las bondades
de la 'desprivatización' o 'municipalización' de empresas públicas,
conviene tenerlo muy presente. Si queremos mejorar la eficiencia y la
calidad de algunos sectores económicos, la solución no pasa por
estatalizarlos, sino por abrirlos a la competencia, esto es, por
liberalizar.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Laissez Faire de El Economista (España) el 20 de mayo de 2019.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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