Em artigo publicado pelo Instituto Independiente, Pedro de Tena recomenda, nesses tempos atribulados - particularmente na Espanha -, a releitura da conferência de Weber sobre o socialismo:
Resulta sospechoso el silencio que, con algunas excepciones, se ha cernido sobre el centenario de la muerte de Max Weber.
Sabido es que, para las izquierdas patrias, hoy socialcomunistas en su
inmensa mayoría, la muerte civil de los adversarios es una dimensión de
la estrategia de dominación. Hoy no parece posible, por ahora, proceder,
al estilo leni-trotsko-stalinista de las primeras décadas de la
dictadura bolchevique en Rusia, al asesinato sin más de todo disidente.
Las purgas de Stalin fueron tan clamorosas, incluso para muchos
comunistas, que no insistiremos.
En
el caso de Max Weber, lo que no resulta comprensible es el mutismo casi
general de liberales y conservadores sobre su obra. Puede discutirse
mucho acerca de su método y de sus conclusiones –100 años se lleva
discutiendo, así se ha dicho, su tesis sobre las relaciones de la ética
protestante con el desarrollo del capitalismo—, pero no hay razón para
no airear la crítica lúcida y pragmática que el alemán hizo del
socialismo derivado del marxismo y su vaticinio acerca de a qué infierno
iba a conducir.
Por
ejemplo, Weber anticipó antes del despliegue de la revolución rusa cuál
era el destino del experimento revolucionario dirigido por marxistas,
poco respetuosos, por cierto, con el pleno desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones sociales del escuálido capitalismo
existente en tiempos del zar Nicolás II. Lenin no quiso esperar y
ayudado por una Alemania imperialista a punto de la derrota, se saltó el
marxismo ortodoxo e impuso una dictadura totalitaria sin precedentes
sobre el campesinado, la exigua clase media y el proletariado, tras
haber exterminado a la casta zarista.
En
su libro Economía y Sociedad, reeditado en 2014 por el Fondo de Cultura
Económica y traducido, entre otros, por José Ferrater Mora y el autor
del estudio introductorio y especialista en Max Weber, Francisco Gil
Villegas, éste ya se refiere a la deducción weberiana del advenimiento
de una dictadura expropiadora dirigida por una nueva burocracia
partidista que acabaría con el sueño de poner fin a la explotación del
hombre por el hombre que, según el marxismo, sólo produce el
capitalismo.
Lo
dice así Gil Villegas: "Mientras Marx considera posible que el
conflicto social, la lucha de clases, el Estado y, en general, 'la
explotación del hombre por el hombre' desaparecerán, una vez que los
medios de producción se hayan expropiado y transferido de manos privadas
al poder público socializado, para Max Weber esa expropiación no
resuelve nada porque lo único que generaría sería un nuevo tipo de
explotación y dominio, ahora del burócrata sobre el no burócrata".En su
conferencia, lo primero que destaca es que hay muchos "socialismos" y
casi todos ellos se autocalifican de "demócratas", sin que se precise
demasiado qué se quiere decir cuando se habla de democracia
Si
consideramos que lo que pronosticó Weber se ha cumplido con creces
siempre que el socialismo se ha instaurado, es preciso reconsiderar que
su sociología es, cuando menos, más precisa que la de un marxismo que
predecía una felicidad paradisíaca en cuanto el Estado se apropiara de
los medios de producción privados y se sucedieran unos años inciertos de
dictadura forzosa, hasta que los hombres se creyeran o sintieran
totalmente liberados.
Por
acertar, hasta acertó en la tesis de que, si ciertamente la democracia
sin el capitalismo es imposible, el capitalismo puede desarrollarse sin
democracia. Es más, para muchos capitalistas más inclinados a pactos y
acuerdos secretos que a la libre y leal competencia —que Adam Smith
creía que podrían ser todos si se les concedía la oportunidad—, es
preferible un sistema autoritario predecible. En el "milagro" chino, hay
mucho de este tipo de capitalismo controlado por una burocracia donde
la "explotación del hombre por el hombre" es permanente e idéntica a la
tan criticada del capitalismo.
El
ejemplo totalitario de la Unión Soviética y su lacerante final, sin
embargo, lejos de revitalizar el pensamiento liberal escéptico y
realista de Weber, ha sido ignorado por muchos. A los epígonos
comunistas que pretenden edificar nuevos estados expropiadores
(recuerden el "Exprópiese" del golpista bolivariano Chávez) ni la
experiencia histórica ni la evidencia empírica les importan un comino.
De Weber ni hablamos.
Si
bien toda la obra del pensador alemán está llena de referencias al
socialismo y su disposición total de medios y poderes sobre cualquier
realidad económica útil, desde las tecnologías a la mano de obra,
incluyendo la política junto a ellas, en este recordatorio de su muerte,
que tuvo lugar hizo 100 años el pasado 14 de junio, nos vamos a referir
concretamente a la conferencia que dictó en 1918, dos años antes de su
muerte, esto es, en plena madurez intelectual, y que tituló precisamente
"El socialismo".
Weber
dio clases en la Universidad de Viena de abril a julio de 1918 pocos
meses antes del fin de la derrota alemana y de sus aliados en la Primera
Guerra Mundial y pocos meses después de la revolución rusa.
Curiosamente, en aquel período recibió una invitación para pronunciar su
conferencia sobre el socialismo. La petición procedía de la Oficina de
defensa contra la propaganda enemiga que había creado el ejército
austrohúngaro en el marco de una estrategia formativa patriótica. El 13
de junio Weber expuso su tesis sobre el socialismo en el segundo curso
destinado a oficiales.
Tras
considerar inteligente la estrategia aliancista del alto mando alemán
con los sindicatos obreros, que de algún modo compartían a veces ideales
de honor como los militares, Weber expuso sus ideas sobre el
socialismo. Y naturalmente, lo primero que destaca es que hay muchos
"socialismos" y casi todos ellos se autocalifican de "demócratas", sin
que se precise demasiado qué se quiere decir cuando se habla de
democracia.
"¿Qué se entiende hoy por demócratas? Este punto tiene mucho que ver con el tema. Naturalmente, aquí sólo puede tratarlo con toda brevedad. Democracia puede significar cosas enormemente dispares. Aunque, bien mirado, sólo viene a significar esto: que no existe ninguna desigualdad formal en cuanto a los derechos políticos entre las distintas clases de la población. ¡Pero qué consecuencias más distintas puede tener eso!"
Dado
que la democracia directa, de todos los afectados y en todos los
asuntos, es imposible, a cualquier democracia moderna sólo le quedan dos
caminos: ser administrada de forma barata por gente rica con cargos
honoríficos o ser administrada de manera cara por funcionarios
profesionales no elegidos en teoría por los partidos, algo que se
imponía en Estados con gran cantidad de población y que era temido en
muchas partes, sobre todo en América del Norte.
Es
decir, toda democracia moderna exige una burocracia funcionarial que no
puede ser elegida por partidos ni presidentes porque no estaría
garantizada una mínima profesionalidad en la gestión de los asuntos
públicos, por lo que poco a poco, esa red funcionarial estaría regida
por pruebas de acceso que certificasen un mínimo nivel de eficacia en su
cometido. La democracia española no ha seguido ese camino en demasiadas
ocasiones.
Weber
constataba el advenimiento de una burocratización profesional preparada
en la Universidad, presente tanto en las empresas privadas como en los
Estados, que sustituiría en la gestión pública o privada a toda
aristocracia, a toda propiedad y a todo gestor honorífico.
Esto
es algo, dice, que tiene que tener en cuenta todo socialismo, al que
acusa directamente de formular una tesis engañosa y medieval: la de la
separación del obrero de los medios de producción que produce su
"alienación profesional" y una esclavitud salarial y política que sólo
se resuelve con la revolución, esto es, con la expropiación por el
Estado de toda la economía privada.
En
la economía moderna, ni siquiera es posible la unión del trabajador
universitario con los medios con los que trabaja e investiga.
"El grueso de quienes trabajan hoy en la universidad moderna, especialmente los trabajadores de los grandes institutos, se encuentran a este respecto exactamente en la misma situación que cualquier obrero. Pueden ser despedidos en todo momento. Dentro de las dependencias del instituto no tienen otros derechos que los obreros en el recinto de la fábrica. Al igual que éstos, también ellos han de someterse al reglamento fijado. No tienen ningún derecho de propiedad sobre los materiales o aparatos, máquinas, etc."
Lo
mismo pasa en el Ejército. Y este estado de cosas, contra lo que
predica el socialismo, "no cambia lo más mínimo cuando se sustituye a la
persona que rige dicho aparato; cuando, por ejemplo, manda en él un
presidente estatal o un ministro, en lugar de un fabricante privado. La
'separación' de los medios de producción sigue persistiendo, en
cualquier caso". Esto es, el fin de la alienación o de la explotación
denunciadas no llegará con el socialismo.
Es
más, todo el discurso socialista acerca del lucro privado como elemento
crucial de la propagada explotación obrera no es más que una falacia
intelectual. Se pretende con ello acabar con el sistema de economía
privada en el que la demanda económica es satisfecha por empresarios que
contratan compras y trabajo para producir y vender bienes en un mercado
con riesgos para obtener una ganancia.
Pero
al sustituir la iniciativa privada y su libertad por la gestión
estatalista de todo tipo de bienes y servicios, "los trabajadores se
darían bien pronto cuenta de esto: que la suerte del obrero en una mina
no cambia lo más mínimo porque la mina sea de propiedad privada o
estatal. La vida de un minero en una mina de carbón del Sarre es
exactamente igual que en una mina privada: si está mal dirigida, esto
es, si es poco rentable, también a la gente le va igual de mal. Pero con
la particularidad de que no se puede hacer una huelga contra el Estado
y, por consiguiente, que aumenta muy considerablemente la dependencia
del obrero en esta clase de socialismo estatal".
Dicho
de otro modo, a un trabajador asalariado le interesa más el capitalismo
que el comunismo porque, si el capitalismo está engastado en una
democracia liberal, hay libertades y derechos básicos que puede ejercer y
oportunidades que puede aprovechar, mientras que en un régimen
comunista total no hay libertades, las sindicales tampoco y
especialmente, y si se le presentan oportunidades, serán las que decida
el Estado.
Weber
se refiere también al sindicalismo revolucionario bien presente en
aquel momento, muy especialmente en la CNT española, que procedía de la
rama obrerista y asociativa de la I Internacional. Este socialismo
pretendía sindicalizar el Estado por vía de la huelga general y a veces,
del terror, pero tampoco podía resolver el problema de quién dirigiría o
gestionaría las empresas tras la eliminación de los empresarios
privados teniendo en cuenta que el "sindicalista" no suele saber mucho
de los procesos de producción, organización, gestión y distribución.
Incluso
si alguno fuera capaz de hacerlo, debería hacerlo por la fuerza y los
demás trabajadores deberían considerar si les merecía la pena aceptar su
dictadura. Luego estaría la relación entre las diferentes empresas
"autogestionadas", diríamos hoy, y qué necesidades y cómo serían
satisfechas en un mercado sindicalizado o más o menos rígido. Pero para
los trabajadores individualmente considerados poco cambiaría la
situación y se mermarían notablemente sus derechos y libertades. Tras la
gran huelga general, se prohibirían todas las huelgas.
Por
eso Weber, que reconocía la aportación intelectual del marxismo del que
hace un breve resumen político, sólo consideraba digno de atención
intelectual y política el llamado socialismo evolucionista, el
menchevique, el socialdemócrata de Alemania, pero apreciaba en él un
recurso continuado a la fe ciega en sus promesas, pero pocos proyectos
concretos de cómo se resolvería la "liberación" de los trabajadores en
una nueva sociedad.
Para
la socialdemocracia fiel al marxismo clásico, "el proletariado no puede
liberarse a sí mismo de la esclavitud sin poner fin a todo dominio del
hombre sobre el hombre. Esta es la auténtica profecía, la tesis capital
de este manifiesto (comunista)". Pero, ¿cómo llegará a hacerse realidad
esta profecía?
En
la tesis marxista tradicional, "esta sociedad actual está condenada a
desaparecer, desaparecerá por ley natural, será reemplazada en un primer
momento por la dictadura del proletariado. Pero sobre lo que vendrá
después, sobre eso no se puede hacer ningún vaticinio, como no sea el de
que desaparecerá el dominio del hombre sobre el hombre". El proceso de
su desaparición tenía tres elementos complementarios.
Uno,
la burguesía empobrecería aceleradamente a los trabajadores, aparecería
un "lumpen" de parados y excluidos, y eso daría ocasión a la
revolución. Pero el propio Karl Kautsky reconocía que las cosas no
habían marchado por ese camino y los trabajadores vivían cada vez mejor,
algo que exasperaba a los bolcheviques.
Dos,
además, los empresarios se comerían los unos a los otros reduciendo el
número de empresas mediante cárteles, monopolios y oligopolios y
haciendo casi universal la clase sufriente del proletariado. Pero el
campesinado no desapareció, las empresas no se redujeron tanto y la
burocracia lo inundó todo.
Finalmente,
estaban las crisis periódicas del capitalismo como sistema. Existen
crisis, pero muy controladas por la evolución del empresariado y la
regulación de los precios y "desde que los grandes bancos —también el
Reichsbank alemán, por ejemplo—, con su política de créditos, procuran
que los períodos de excesiva especulación sean mucho menos frecuentes
que antes".
Por
tanto, el socialismo se impondrá pacífica y espontáneamente por
evolución hacia una mayor socialización. Esto es, se pasaba del
catastrofismo original "a la idea de un cambio progresivo de la
tradicional economía de competencia masiva entre los empresarios a una
economía regulada, bien sea por funcionarios del Estado, bien sea por
trusts en que también participen tales funcionarios". Esto es, se va más
claramente a una dictadura del funcionariado que del proletariado o del
obrero y esto era quitarle al trabajador concreto la "esperanza" en un
cambio inmediato y radical. O sea, imponía la pérdida de la fe en una
revolución salvífica.
Las
reflexiones de Max Weber acerca de la indefinición socialdemócrata
sobre en qué y cómo cambiaría la situación de los trabajadores en un
marco elaborado por el socialismo son muy importantes. En tales marcos,
ganarían los partidos, los funcionarios de los partidos y de los
sindicatos, pero no los trabajadores, ni los pequeños empresarios ni los
agricultores. Entonces, ¿en nombre de qué pueblo se está hablando?
Y
remata sus reflexiones de manera inequívoca: "Toda discusión con
socialistas y revolucionarios convencidos resulta siempre algo
desagradable. La experiencia que tengo es que no es posible llegar a
convencerlos nunca. Lo más que puede hacerse con ellos es forzarlos ante
sus propios seguidores a tomar una postura clara sobre, primero, la
cuestión de la paz ( y hoy diríamos sobre la democracia y sus valores),
y, segundo, sobre el problema de qué es lo que, en definitiva, se espera
conseguir con la revolución", ya sea la catastrófica o la devenida
gradualmente por una evolución por etapas.
Creo
que Weber, al que he leído con suma libertad, entrevió el problema de
si el socialismo, incluso el moderado socialdemócrata que en España
desconocemos, es compatible o no con naciones que desarrollan un estado
democrático si no aclaran su disposición a respetar ese marco de
convivencia. Y en eso estamos, especialmente en España. Por ello, no
viene mal leer esta conferencia del pensador alemán (I) en estos tiempos
de tribulación política donde se pone en cuestión desde la unidad
nacional a la propia Constitución de 1978.
(I) Hay versiones libres de esta conferencia en diferentes lugares de la red.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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