Até o momento, escreve Alejandro Sala no Instituto Independiente, os liberais não conseguiram desmascarar de maneira inequívoca as falácias do pensamento estatista:
El tiempo que habrá de transcurrir hasta que la ideología estatista
deje de ser mayoritaria en Occidente será extenso. El estatismo es una
droga demasiado adictiva como para que sea tan fácilmente erradicable.
Es oportuno que desde el liberalismo le dediquemos algunas líneas a
reflexionar sobre esta circunstancia.
Desde los ámbitos liberales, las críticas por la aplicación de las
políticas estatistas suelen estar dirigidas a los gobernantes que las
implementan. Por supuesto, tales cuestionamientos son acertados. Los
políticos que las aplican son los ejecutores operativos, los autores
materiales de las orientaciones estatistas. Más aun, tales individuos
son además responsables de atizar, con sus argumentaciones
deliberadamente distorsionadas, la confusión reinante entre votantes que
en muchos casos son engañados por propuestas tan seductoras como
falaces.
Sin embargo, es necesario asumir el hecho de que la propensión de los
votantes a dejarse encandilar por las luminarias de las promesas
estatistas forma parte de la naturaleza de estos tiempos, y que no será
fácil ni rápido sacar a las grandes masas de la ensoñación que las
mantiene embelesadas. El estatismo es, en cierto modo, como un virus,
con una gran capacidad autorreproductiva. No es fácil eliminarlo porque
tiene la aptitud de mutar, de modo que, cuando un argumento lo
neutraliza, rápidamente inventa otra forma de presentarse, que torna
inofensivos los razonamientos anteriormente empleados para enfrentarlo.
Esta circunstancia, si bien es desalentadora, porque pone de
manifiesto que no hay margen para esperar que las ideas liberales
(particularmente, en el campo de la economía) permeen en el sentimiento
popular dentro de un plazo breve, debería también ser vista como un
desafío, que temple los ánimos de los militantes liberales para librar
una larga lucha con el fin de revertir ese escenario desfavorable.
El liberalismo nunca va a desaparecer porque sus abordajes de la
realidad coinciden con la verdad. Es incuestionablemente cierto que la
libertad económica produce más prosperidad que el intervencionismo
estatal. Como los seres humanos aspiran a la prosperidad y no a la
miseria, los espacios para el ejercicio de la libertad en el campo de la
producción y el consumo nunca desaparecerán por completo. Ni aun en la
Unión Soviética dejaba de haber un mercado negro, al que las propias
autoridades comunistas permitían funcionar ilegalmente (cuando no eran
ellas mismas las que lo motorizaban en su propio beneficio personal)
porque resolvía problemas prácticos que les permitía mantener el
comunismo “oficial”. Es decir, empleaban a la economía informal de
mercado como base de sustentación formal del régimen comunista. Este
ejemplo ilustra la imposibilidad de erradicar definitivamente al libre
mercado de la vida real.
El punto donde la dificultad aparece es en el paso del mercado en
pequeña escala al desarrollo económico en un sentido más amplio, que
requiere un marco institucional más sofisticado, cuya instrumentación
depende del consenso general. La mayor parte de las personas no llega a
percibir ese vínculo y por eso tiende a quedar seducida por los cantos
de sirena del estatismo, que por eso, en todas sus múltiples variantes,
hace foco en el ataque a las grandes fortunas, las cuales, para formarse
en el marco de un sistema de mercado, dependen de la vigencia de un
orden institucional consolidado que resguarde derechos y asegure la
libre disponibilidad de las riquezas obtenidas a través de la
satisfacción masiva a los consumidores.
Esta tensión entre un mercado del que no se puede prescindir
totalmente, pero al que no se le permite desarrollarse en plenitud es el
rasgo característico de la economía -y, por efecto transitivo, de la
vida en general- en estos tiempos históricos y probablemente siga
siéndolo a lo largo de la mayor parte -si no de todo- del siglo XXI.
La dificultad para que el liberalismo se imponga en esta contienda
intelectual radica en la endiablada capacidad del estatismo para
reinventar constantemente sus falacias. Cuando el comunismo cayó
derrotado, muchos incurrieron en el error de suponer que la victoria del
capitalismo era inexorable, pero lo cierto es que, desde entonces, la
izquierda encontró modos de embozarse en argumentos menos perceptibles
que los empleados por el marxismo clásico, pero por eso mismo más
engañosos y, por lo tanto, más difíciles de refutar.
Hasta el momento, los liberales no hemos encontrado el modo de
desenmascarar de manera inequívoca las falacias del pensamiento
estatista. En la práctica, este predominio intelectual queda expresado
en los resultados electorales en prácticamente todos los países, donde
no aparecen corrientes genuinamente representativas del liberalismo y
los diferentes partidos son, de un modo u otro, expresiones de
diferentes versiones del mismo tronco estatista. Hay allí, en esa
aptitud del estatismo para reconvertirse en cada ocasión que las
circunstancias se lo requieren, una dificultad y, a la vez, un reto, que
los liberales debemos estar dispuestos a afrontar para librar la
batalla ideológica de la que depende el futuro de las ideas y la
filosofía de la libertad.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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