Ao negar a existência de um Estado independene, o líder russo revela um sentimento imperialista que serve como argumento justificativo para suas obsessões revanchistas. Julián Casanova para El País:
A
Vladímir V. Putin le gusta mucho apelar a la historia como máxima
autoridad para “comprender el presente y mirar hacia el futuro”. Lo que
hace Putin, en realidad, es invocar una historia fabricada y
distorsionada, una serie de mitos generados sobre el pasado.
Lo ha dejado muy claro en diferentes escritos, discursos y declaraciones: Ucrania
no tiene ningún derecho histórico a ser independiente: “La Ucrania
moderna fue creada en su totalidad por Rusia o, para ser más precisos,
por la Rusia bolchevique y comunista”.
En su artículo Sobre la unidad histórica de rusos y ucranios,
publicado el 12 de julio de 2021, recordó los “momentos cruciales” de
esa trayectoria compartida por rusos, ucranios y bielorrusos como
descendientes de la “antigua Rus”, el Estado europeo “más grande” en el
siglo X, unidos por una lengua, vínculos económicos. el gobierno de los
príncipes de la dinastía Rurik y la fe ortodoxa. “Nuestro parentesco”,
concluye al final de ese escrito, “se ha transmitido de generación en
generación. Está en los corazones y en la memoria de las personas que
viven en la Rusia y Ucrania modernas, en los lazos de sangre que unen a
millones de nuestras familias. Juntos hemos sido siempre y seremos
muchas veces más fuertes y exitosos. Porque somos un solo pueblo”.
Putin
juega con el concepto de “unidad histórica” para mostrar que el sentido
de la historia siempre se movió en esa dirección, desde los orígenes
míticos en el medievo a la actualidad. Frente a todos los intentos
desafortunados y trágicos por “separar las partes de lo que es
esencialmente el mismo espacio histórico y espiritual”, Putin desea
convertirse en el zar de un reconstruido imperio ruso.
Al negar la existencia de un Estado independiente, Putin difunde un
sentimiento imperialista, combinado con militarismo y etnonacionalismo,
que le sirve de argumento justificativo para sus obsesiones
revanchistas.
Nada
extraordinario hay en recordar y celebrar los orígenes comunes de una
nación inventada, las luchas heroicas o los triunfos militares. Lo han
hecho y lo hacen los dictadores y muchos dirigentes de Estados
democráticos. Pero al poner en práctica esas ideas con armas letales, la
invasión y la guerra acaban de desatar una orgía de violencia que va a
tener efectos devastadores.
Es
una guerra en territorio europeo que desafía a la Unión Europea, a
Estados Unidos y a la OTAN. Las principales víctimas son ya los
ciudadanos ucranios que van a vivir historias de muerte, asesinato,
persecución, masacres, expulsiones y desplazamientos forzosos y masivos de población.
Tras las dos guerras mundiales del siglo XX, la guerra civil española y
la guerra en la antigua Yugoslavia en los años noventa, millones de
refugiados y exiliados políticos que huían del acoso y de la represión
tuvieron que abandonar sus hogares. Mujeres y niños sufrieron
atrocidades que no solían aparecer en los libros de historia, centrados
en los combatientes y en los relatos masculinos.
Un tirano con armas nucleares, que hace ya años que ocupó tres provincias de Ucrania, que suprime en Rusia a los movimientos de oposición,
censura a los medios de comunicación y niega los derechos individuales,
va a liquidar la independencia de una nación de 44 millones de
habitantes tras varias semanas de mentiras y propaganda y de reunir a
decenas de miles de soldados en la frontera de Ucrania.
La
resistencia ucrania será aplastada. Putin ha podido reconstruir un
potente ejército gracias a la riqueza de los recursos naturales de Rusia
y a las inmensas fortunas amasadas con dinero negro en el exterior del
grupo amplio de oligarcas corruptos que le rodean y le ayudan a ejercer
su poder. Algunos de los más poderosos países europeos dependen de las importaciones de gas ruso.
Putin
ha provocado una crisis en el sistema internacional, en el orden
establecido y en la economía. Ha puesto en marcha lo que fue norma de los dictadores en la Europa
entre 1922 y 1945: considerar la guerra como una opción aceptable en
política exterior, lograr sus objetivos con acciones militares
unilaterales, situar contra las cuerdas a políticos educados en el
diálogo y la educación y poner en evidencia la incapacidad de las
democracias para contrarrestar los instrumentos de terror.
La invasión y la guerra ya han comenzado. Si continúa mucho tiempo, los precios del gas y el petróleo se disparan
y la escasez de productos se convierte en noticia, Putin acabará
dividiendo a la Unión Europea, donde ya se ven fracturas a la hora de
decidir el tipo de sanciones: Italia quiere eximir al sector del lujo
para que los oligarcas rusos puedan seguir comprando bolsos Gucci,
Bélgica al sector del diamante, Austria al bancario y Alemania al
energético.
Ahora hace falta saber hasta dónde llega el catálogo de destrucción humana derivado de esa brutal decisión.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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