"Somos muitos os europeus que pensamos que, se Putin quisesse, estaria tomando o café da manhã em Paris em 72 horas". David Mejía para The Objective:
Izquierda Unida llamó a su militancia a acudir a una concentración en Madrid
contra la guerra. El lema era «No a la guerra, no a la OTAN». El
objetivo era exigir a la OTAN que no tratara de impedir la invasión rusa
de Ucrania, ¡no sea que provoquen una guerra! Debe parecerles que lo
que están haciendo los rusos es diplomacia, diálogo o, como le gusta
decir a Yolanda Díaz, «proceso de escucha». Ya que está de moda
reacondicionar términos, propongo que volvamos a circular el de
«colaboracionista».
Cuando
es evidente que la ambición de Putin no se sacia con la anexión de las
autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, no veo por
qué debemos pensar que tiene un límite. Si el conflicto que comenzó con
la anexión de Crimea en 2014 ha provocado ya más de 14.000 muertes,
especulen cuántas vidas puede costar la guerra que acaba de comenzar.
Los acontecimientos se desglosan de manera previsible: bombardeos,
despliegue de tropas terrestres, control de infraestructuras, miedo,
éxodo y dolor.
Y
lo peor está por llegar. Porque, a diferencia de lo que sucedió en
Georgia en 2008, no bastará con una rendición de Ucrania que implique el
reconocimiento de la anexión de Crimea y el compromiso de no entrar en
la OTAN. La llamada de Putin a «desnazificar» el país apunta a que no
descansará hasta ver consumado el cambio de régimen. Kiev cae mientras
escribo estas líneas y el sintagma «nuevo orden mundial» deja de ser una
entelequia; se avecinan violencia y represión, mucha más de la que
nuestros virginales ojos están acostumbrados a ver.
La
OTAN no piensa intervenir. Tal vez sopesen armar a la resistencia con
la esperanza de convertir Ucrania en un nuevo Afganistán, pero no será
suficiente. La Unión Europea y Estados Unidos planean sanciones, que es
como tratar un cáncer con aspirinas. Porque un líder en el estado de
delirio de Putin difícilmente va a detenerse por ser expulsado del sistema Swift
o de Eurovisión. Además, las sanciones se aplican para infundir un
malestar en la población que provoque una reacción ante el líder; cosa
difícil cuando el líder es un temido tirano. De un hombre que ha lanzado
una invasión tan costosa en vidas, rublos y reputación no se puede
esperar una reacción sensata. Ningún precio es demasiado alto mientras
se consume su ambición imperial. Y esa es su principal ventaja frente a
nosotros, que no estamos dispuestos a asumir ni una fracción del precio
de contenerlo. Sospecho que somos muchos los europeos que pensamos que,
si Putin quisiera, podría estar desayunando en París en 72 horas.
No
hablo del precio de desplegar tropas y enterrar a nuestros jóvenes; los
europeos no estamos dispuestos siquiera a que aumente nuestra la
factura de la luz. Pero el momento es crítico para Europa: o nos
sacrificamos por ella, o la sacrificamos. Hay que enfrentarse a Putin y
derrotarlo. Asumiendo el dolor del combate y aceptando los efectos
secundarios de las sanciones. Europa debe superar la fase de los gestos y
asumir que estamos en la fase de los sacrificios; su supervivencia
depende de ello. Todo lo que no sea el fin de Putin será el fin de
Europa.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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