BLOG ORLANDO TAMBOSI
As raízes do liberalismo, segundo a pensadora norte-americana, estão na consciência de que a crueldade é o mal absoluto e no espanto ante os abusos do poder. Ramón González Férris para Política e Prosa:
No
existe en el vocabulario político mundial ninguna palabra tan
polisémica como «liberalismo». Para la derecha estadounidense, es una
forma de izquierdismo elitista cercano al socialismo. Para la izquierda
española o la francesa, se trata más bien de una visión del mundo que
exige impuestos bajos y flirtea con el autoritarismo conservador. En una
entrevista reciente, Vladímir Putin identificaba el liberalismo con un
régimen que concede una visibilidad desproporcionada a los homosexuales y
siempre da la bienvenida a los inmigrantes. Para The Economist, la
revista del liberalismo global, este es, como dice su lema, simplemente
el bando que, «en el agrio enfrentamiento entre la inteligencia» y la
«ignorancia indigna y asustadiza», opta por el lado del progreso. Pero,
¿qué es en realidad el liberalismo?
En
el transcurso de su vida intelectual, Judith Shklar intentó definir una
visión particular de este. Al igual que en el caso de otros grandes
pensadores del liberalismo del siglo XX, como Isaiah Berlin, Hannah
Arendt o Friedrich Hayek, las ideas de Shklar siempre estuvieron
vinculadas a su experiencia biográfica. Como ellos, sufrió en primera
persona los estragos políticos del autoritarismo de los años treinta y
cuarenta y consiguió refugio en una sociedad libre occidental. En parte
por eso, vinculó la democracia a lo que llamó «el liberalismo del
miedo». Hoy en día, tras los excesos de los mercados mal regulados, y en
pleno auge de los movimientos autoritarios de derechas y de las
tentaciones antipluralistas de una parte de la izquierda, quizá la de
Shklar sea la interpretación más útil de esta palabra ambigua.
Nacida en Riga, Letonia, en 1928, en una familia judía de cultura alemana, Shklar abandonó el país en 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, ante el riesgo de que se produjera una invasión nazi o soviética. En su huida, la familia pasó por Suecia, Japón, Estados Unidos —donde fue retenida por haber estado antes en un país con el que estaba en guerra— y, finalmente, llegó a Canadá. Tras licenciarse allí, en 1950 obtuvo un doctorado en Ciencia Política en Harvard, donde se convirtió en la primera mujer en ocupar una cátedra de pensamiento político.
Ya
desde el principio de su carrera, en la que estudiaría desde los
pensadores de la Ilustración a los estragos del racismo o los «vicios
ordinarios» de la humanidad y su reflejo en la literatura a lo largo de
la historia, la obra de Shklar contrastó con el optimismo democrático de
la guerra fría: la convicción generalizada no solo de que el
liberalismo era un rival moralmente superior al comunismo, cosa que ella
compartía, sino que su potencial económico, basado en la innovación
tecnológica y la ambición inherente al ser humano, era ilimitado. Shklar
consideraba que esa visión del liberalismo imperante en los Estados
Unidos de la época era triunfalista, excesivamente ambiciosa y que, en
realidad, se trataba más bien de una excusa que impedía la autocrítica y
ocultaba los numerosos problemas políticos y morales del país,
empezando por el racismo. Shklar defendió en varios libros y artículos
que, pese a sus innumerables fallos, la democracia constitucional era el
sistema preferible. Pero lo hizo enfrentándose a algunos de los
argumentos más populares de entonces como los de Friedrich Hayek, cuya
obra gozaba en ese momento de una enorme influencia.
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