Em artigo publicado pelo Instituto Cato, Gabriela Calderón de Burgos lembra que a humanidade sempre conviveu com doenças contagiosas:
En la antigüedad nos enfrentamos a enemigos formidables, como la
viruela. Esta enfermedad afligió a la humanidad durante 3.000 años. La
periodista científica Gina Kolata indica
que esta es una de las pocas enfermedades que hemos logrado erradicar.
Lo normal es lo contrario. Los seres humanos aprendemos a co-existir con
las enfermedades mediante innovaciones tecnológicas que nos permiten
encontrar métodos efectivos de prevención, tratamientos eficaces y/o
vacunas. Sucede que durante gran parte de la historia de la humanidad
nada de eso teníamos.
La historiadora Barbara Tuchman en Un espejo distante: El calamitoso siglo 14
indica que la peste negra azotó de manera recurrente a la humanidad
durante un periodo de 500 años. No existían remedios para combatirla, ni
conocimiento acerca de cómo prevenirla. Se estima que acabó con un
tercio de la población de Europa. La profunda ignorancia acerca de cómo
se contagiaba —tardaron cinco siglos en descubrir el bacilo— promovía
activamente el miedo. Pensaban que la enfermedad se podía transmitir
incluso a través de la mirada. En el siglo 14 no tenían idea de que los
portadores de la peste eran algo tan común en ese entonces: las pulgas y
las ratas. Proliferaba la superstición y la idea de que era un castigo
de Dios. Buscaban culpables, entre estos señalaban particularmente a los
judíos y comerciantes.
Tuchman dice que después de la plaga “ningún cambio radical fue
inmediatamente visible. La persistencia de lo normal es fuerte”. Kolata
indica que las pandemias tienen dos tipos de conclusión: la médica y la
social. La primera sucede cuando las muertes se desploman y la social
cuando declina la epidemia del miedo. Kolata dice que “un fin puede
darse no porque la enfermedad ha sido derrotada sino porque la gente se
cansa de estar en estado de pánico y aprende a vivir con la enfermedad”.
Así sucedió cuando se terminó una de las pandemias más mortales en la
historia reciente: la llamada influenza española de 1918. La enfermedad
fue amainando conforme también llegaba a su fin la Primera Guerra
Mundial. Kolata dice que la gente estaba lista para un nuevo comienzo,
dejando atrás la peste y la guerra.
Luego en el siglo XX nuestros padres convivieron con el virus H2N2 (“gripe asiática”) de 1957 que cobró entre 1 y 2 millones de víctimas y el virus H3N2 (“gripe de Hong Kong”)
que causó 1 millón de muertes. Durante esas epidemias no hubo
cuarentenas generalizadas ni obligatorias. Durante el peor momento en
cuanto a muertes de la epidemia del H3N2 en enero de 1968 se planificó
el histórico concierto de Woodstock que se realizó en agosto de 1968.
En momentos oscuros de crisis proliferan los agoreros del desastre.
Ahora dicen algunos que debido al COVID-19 se acabaron las grandes
ciudades, los eventos masivos, las reuniones sociales, la educación
presencial y las oficinas. También la repetición incesante de que
debemos aceptar una “nueva normalidad”. La historia nos enseña algo muy
distinto: las ciudades continuaron creciendo porque sus beneficios
continuaron superando sus costos. La prosperidad y el bienestar de la
humanidad continuaron mejorando a pesar de los desastres que
sobrevinieron. Y todo eso gracias a que se aumentó paulatinamente la
libertad para experimentar y aventurarse ante lo desconocido.
Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 22 de mayo de 2020.
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