Washington, Hamilton, Adams, Jefferson e Madison: para José Azel, em artigo publicado no Blog de Montaner, não há hoje ninguém com tamanho pensamento político penetrante e capacidade de governar:
En su libro “Algo que sorprenderá al mundo”, la historiadora Susan
Dunn reúne una colección de impofrtantes cartas, discursos y ensayos de
los más notables Padres Fundadores: George Washington, Alexander
Hamilton, John Adams, Thomas Jefferson y James Madison.
Fueron “revolucionarios pensantes” que juntos “pelearon una exitosa
guerra de independencia contra el poder más fuerte del planeta, crearon
una constitución imperecedera para su nueva nación, establecieron
instituciones representativas estables y un sistema de partidos
políticos antagónicos, y dispusieron el escenario para el desarrollo
económico y la creciente prosperidad”. Su brillantez, profundidad y
audacia nunca han sido superadas en la historia americana ni en ningún
lugar del mundo.
No eran perfectos, y recientes estudios a menudo realzan sus
excentricidades personales, vacilaciones, celos y secretos. Y más
reprochable, fallaron por no actuar fuertemente contra el esclavismo, no
obstante sus elocuentes condenas de la esclavitud como la forma más
deplorable de la degradación humana. Paradójicamente, Washington,
Jefferson y Madison poseían esclavos mientras declaraban que todos los
hombres eran creados iguales.
Washington quería que la esclavitud fuera abolida en “etapas lentas,
seguras e imperceptibles”, y esperó hasta su muerte para liberar a sus
esclavos. Con relación a la esclavitud Jefferson escribió: “Tiemblo por
mi país cuando reflexiono que Dios es justo”. Pero se opuso al
Compromiso de Missouri, que prohibía la ampliación de la esclavitud al
norte de la frontera de Arkansas. Jefferson, que creía en un gobierno
moral, se horrorizaba de que el gobierno federal se entrometiera en
asuntos de los Estados. Su razonamiento resuena en muchos todavía hoy.
Pero, a pesar de su punto ciego sobre la esclavitud, esos Padres
Fundadores eran revolucionarios pensantes cuyas vidas se centraban en
ideas. Teorizaron sobre gobierno, y enmarcaron los argumentos que
utilizamos actualmente sobre las relaciones apropiadas entre individuos y
su gobierno. Esos revolucionarios pensantes nos revelaron que la
tensión entre libertades individuales y autoridad gubernamental es una
discusión sin fin.
Como hombres de inteligencia penetrante, no solamente debatieron,
sino escribieron extensamente, y nos dejaron un legado intelectual sin
paralelo. Consideremos la magnitud de su trabajo, como destaca la
profesora Dunn: los escritos de Washington son treinta y nueve
volúmenes; los documentos de Hamilton veintisiete volúmenes. Los
escritos de Jefferson, hasta 1800, toman treinta y un volúmenes, cuando
aun le quedaban veintiséis años de vida. Veintidós volúmenes cubren los
papeles de Madison hasta 1813, cuando le quedaban veintitrés años de
vida. Los documentos publicados de Adams eran dos volúmenes hasta 1782,
mientras escribió cuarenta y cuatro años más.
El camino que estos Fundadores marcaron, como escribió Madison, “no
tiene paralelo en la historia de la sociedad humana”. Gracias a ellos,
los americanos fueron el primer pueblo en la historia en escoger su
propia forma de gobierno. A menudo, líderes revolucionarios se
convirtieron en déspotas suprimiendo derechos individuales, como sucedió
en Francia, Rusia, China, Irán, Cuba y otros países. Debemos nuestra
sociedad abierta a la moderación y tolerancia de nuestros
revolucionarios pensantes. Los historiadores destacan que el consenso
constitucional americano fue un acuerdo para discrepar.
Como Hamilton lo entendió, el éxito del experimento americano
dependería del autocontrol de los vencedores. Similarmente, Washington
aseguraba en su mensaje de despedida: “No siendo la infalibilidad
atributo humano, debemos ser cautelosos censurando las opiniones y
conductas de los demás”. Para apreciar la destacada diplomacia de estos
revolucionarios pensantes, considérese que, en términos de su filosofía
política, esos hombres eran adversarios irreconciliables, y bastante
antidemocráticos.
Hamilton, admirador del imperio británico, fue claro: “Nuestra real
enfermedad es la democracia”. Su objetivo político no era ayudar a
americanos corrientes a obtener la felicidad, sino más bien incrementar
el poder y prestigio del Estado. Jefferson, en contraste, siempre vigiló
la expansión del gobierno nacional y temió la intromisión del gobierno
en las libertades individuales. Jefferson defendía elecciones
frecuentes, y Adams las temía. En 1790 Adams escribió a Jefferson: “Las
elecciones, estimado señor, las miro con terror”.
Saltando al presente, y buscando alrededor del mundo, sabiduría en el
arte de gobernar y pensamiento político penetrante de la excelencia del
de Washington, Hamilton, Adams, Jefferson y Madison, no lo hallo.
Déjeme saber si usted lo encuentra.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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