BLOG ORLANDO TAMBOSI
José María Carabante resenha, para a Revista de Libros, o livro 'Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual', de Zena Hitz:
La
gran paradoja de la sociedad de la información es que todo en ella se
encuentra organizado con el propósito de boicotear su principal recurso,
la inteligencia, signifique esto lo que signifique: atención,
reflexión, pensamiento… Al menos desde Aristóteles muy pocos son los que
ignoran que la sabiduría es una virtud escasa y, de hecho, uno de los
más sublimes poetas del siglo XX, T. S. Eliot, tuvo a bien recordar a
quienes lo pasaban por alto que la acumulación de datos -eso es, a fin
de cuentas, la información- no es ni mucho menos lo mismo que el
conocimiento.
Con
la incapacidad para desprendernos de los mitos urdidos en torno a la
Inteligencia Artificial, todo lo que propone Zena Hitz en Pensativos
resulta indudablemente terapéutico. Catárquico, aunque solo sea porque
sugiere que si abandonamos el pensamiento -o abdicamos de él, en favor
de las máquinas- nos desprenderemos al tiempo de otros regalos que nos
constituyen como animales racionales, como la admiración o la libertad.
La advertencia no puede ser -confesémoslo- más oportuna pues ya ni
siquiera en la universidad, aquel enclave en el que se mantenía vivo el
culto a la teoría, alcanza uno a aprender que andamos necesitamos de
bienes más altos -e inmateriales- de los que puede proporcionar una
aplicación. Resumiendo: que, como seres humanos, comemos y buscamos
esquinas para desprendernos de nuestros desechos, pero ansiamos a la vez
levantar la mirada para idear soluciones al enigma de las estrellas.
Además, a diferencia de una computadora, sabemos leer entre líneas. Así, aunque hay cosas que, en su encendida y bella defensa de la vida intelectual que es Pensativos, Hitz no dice expresamente, el lector avezado se dará cuenta de que rehúye echar balones fuera, lo que quiere decir que no sucumbe a la fácil tentación de identificar al supuesto chivo expiatorio para explicar lo que nos pasa, endilgando, como hacen muchos, a instituciones, al cambio generacional o a la moda la tarea de acarrear con nuestra crisis de sentido. Todo lo contrario, ya que, aunque alude a las casi insalvables repercusiones que ha tenido tanto una concepción demasiado superficial de éxito como la adaptación de la carrera académica a los cánones industriales de productividad, ella afirma que ejercitar el pensamiento, o ahondar en el misterio, es una vocación personalísima, cuyo cumplimiento depende de cada uno, de nuestras opciones existenciales.
Pensativos
es una manera de poner al día libros clásicos e inolvidables como La
vida intelectual, de Sertillanges o El trabajo intelectual de Guitton,
incluso El ocio y la vida intelectual, de J. Pieper, en los que muchos
seguimos abrevando a fin de hallar sosiego. Al igual que los
mencionados, Hitz no solo asume el encargo de conminarnos a cultivar una
vida profunda, sino que nos sugiere los aperos que necesitamos para
ello. Y es en este punto en el que sus páginas dispensan una lección
antropológica de calado que tal vez nadie deje de suscribir, pero que no
congenia -por desgracia- con el espíritu de nuestro tiempo: nuestro fin
prioritario es comprender, no comprar o medrar. Ella intuyó esta verdad
tan diáfana un día en que, como profesora de alto nivel, se dio cuenta
de que era infeliz. Andaba haciendo equilibrios entre índices de
impacto, clases maratonianas, emails y tutorías inútiles; lo que
suscitaba su frustración era que lo que la rodeaba la obligaba
irónicamente a dejar de lado la quietud y el gozo espiritual que
acompaña al descubrimiento y la familiaridad con la verdad.
La
decisión que tomó fue drástica -darse un largo respiro lejos de los
campus, en un monasterio-, aunque no supuso, como pensaba al principio,
dejar su vocación intelectual en barbecho. He aquí la moraleja de esta
historia porque sin libros, sin grupos de investigación ni proyectos
I+D, ni workshops, halló en la naturalidad e inocencia de la vida
sencilla las huellas de una sabiduría olvidada. Tras su experiencia, y
después de reflexionar mucho, descubrió que no hay que trasladarse a la
ladera de una montaña para optar por una existencia auténtica, sino
curarse del virus utilitarista que nos aqueja.
Hay
un hilo muy fino -quebradizo- que conecta la reflexión sobre la labor
profesional -cualquiera que sea- con la búsqueda intelectual. Lo vieron
los griegos; lo heredó el cristianismo y lo intentó transmitir la
cultura medieval, pero factores que no vienen al caso han desviado
nuestra mirada. Cuando se recuerda -y con Hitz lo viene haciendo con
sutileza e insistentemente ese filósofo mainstream que es Byung
Chul-Han- que estamos llamados a la contemplación, al ocio, no a
arrostrar, como bestias de carga, el fardo de la necesidad, uno puede
darse cuenta de que descansar es algo más que descabezar un sueño
mientras distraemos nuestra conciencia con los estrenos de Netflix.
Nuestra humanidad -y todo lo que conlleva- crece o se marchita
dependiendo de lo que hagamos en esas horas que transcurren desde que
regresamos a casa hasta que fichamos de nuevo por la mañana en la
oficina.
Pero
Hitz va más allá, primero, porque, como hemos comentado, indica que la
vocación a la vida espiritual no conoce de clases sociales ni de
cocientes intelectuales, y bien puede uno ahondar en el significado de
lo que somos tanto desentrañando la obra sesuda de filósofos ignotos,
como esbozando en un papel los colores del amanecer. O acaso solo
contemplándolo. De una manera u otra, el ocio humanizador no tiene nada
que ver con un centro comercial; sí con sintonizar nuestro temple
espiritual con lo profundo, para lo cual, afortunadamente, no se
necesita mucha sofisticación. Lo sabe bien esta profesora americana que
tropezó con más sabiduría entre los desnudos muros de un monasterio, en
sus escuálidos huertos, que entre académicos empeñados en exhibir sus
galones desde la tarima. En segundo lugar, la defensa de la vida
intelectual que propone parte de una realidad: y es que los ejercicios
espirituales resultan ser un compendio de los valores humanos por
excelencia, como la gratuidad, el servicio, el cariño, la persistencia o
la libertad.
La
línea argumental de Pensativos resplandece como el mediodía en verano.
En efecto, si estamos desquiciados por lo útil, lo cuantitativo, el
rédito, nada mejor que embarcarnos en la aventura intelectual, que nos
descubre bienes altos -y nobles y bellos-; fines en sí, pues, no medios
ni puntales para otra cosa. La ascesis nos cincela, quitando lo que nos
sobra y poniéndonos sobre la pista de lo que nos falta. Los clásicos
dieron nombre a todo ese capital espiritual que se nos ha destinado y
entendieron que necesitábamos del bien, la belleza y la verdad tanto
como del agua. Puede que no apaguemos la sed con nada de lo que
hallemos, pero en el camino que transitado para aproximarnos a esas
fuentes espirituales tallamos lo que nos hace humanos, como muestra este
libro con el ejemplo de novelas y anécdotas.
El
estudio -afirmaba Simone Weil- es valioso en cuanto sirve para entrenar
nuestra atención. Lo mismo ocurre con el silencio, que ayuda a captar
latidos cósmicos. La distracción -ese mal del alma del que hablaba
Pascal-, las pantallas y el ruido en el que vivimos son síntomas de
nuestra necesidad de auxilio. Este libro muestra los viajes siderales
que nos estamos perdiendo con nuestra superficialidad. Comprender,
pensar, observar, no son hábitos o costumbres que nos encierran en
nosotros mismos, sino que, en su más alto grado de desarrollo,
repercuten en nuestro encuentro con los demás. La sabiduría, enseñaba
San Agustín, sirve para afinar el amor.
«Lo
que quiero es comprender» escribió H. Arendt en sus diarios. Se trata
de un deseo que debe concernirnos y sacudirnos, siempre que la cultura
ambiental no lo impida. Para atizar la llama de ese anhelo, nada mejor
que acompañarse en el viaje por Hitz y aprender de ella esos placeres
ocultos que nos brinda el ejercicio de la inteligencia.
Postado há 3 hours ago por Orlando Tambosi
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