Ensaio de Pedro López Arriba, publicado por Entreletras:
La
tarea desarrollada por la filosofía medieval fue realmente colosal.
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (476) con la expulsión del
último Emperador, el pensamiento y la ciencia antiguos padecieron una
crisis que pudo ser terminal. No fue así, sino que, simultáneamente, se
inició un largo periodo de lenta y costosa recuperación. La continuidad
de la cultura y del pensamiento clásicos se mantuvo gracias al primer
pensamiento cristiano y a su teología, y a que romanos y germanos
compartían la fe cristiana.
El
periodo de las grandes invasiones germánicas no concluyó con la
creación, desde el siglo V, de los nuevos reinos bárbaros en lo que
hasta entonces fue el Imperio Romano de Occidente. Tras las invasiones
germanas vinieron las invasiones eslavas (siglos VI y VII), las
musulmanas (siglos VII y VIII) y las húngaras en el siglo IX. Los
germanos establecieron duraderamente sus nuevos reinos en el antiguo
Imperio de Occidente, pero también lo hicieron eslavos y húngaros en
Europa oriental, o los árabes, en el territorio de la entonces
denominada Hispania.
La
busca de Averroes es el décimo cuento de los diecisiete que integran El
Aleph (1949), libro de relatos que, con Ficciones (1944), configuran
los dos textos principales de la prosa de Jorge Luis Borges (1899-1986).
En el cuento, Borges nos presenta a Averroes, en su biblioteca, sumido
en una “duda filológica” para la comprensión de la Poética de
Aristóteles. La duda filológica que le perturba se produce ante dos
palabras incomprensibles para él, «tragedia» y «comedia». Mas no sólo
eso, pues ¿qué significa “escena”, “actor”, “proscenio”, “coro”, etc.?
Averroes
consulta incluso a uno que había estado en China. Este le comenta que
allí cultivaban un arte similar al descrito por Aristóteles en su
Poética, que se puede entender a partir de la diferencia entre “contar”
una historia (relato) y “mostrar” una historia (teatro). Imaginemos,
dice, que alguien muestra una historia en vez de referirla, pero
Averroes no termina de comprender. La busca de Averroes es la historia
del más completo fracaso del protagonista, incapaz de captar los
conceptos de comedia y tragedia, las artes poéticas mayores para
Aristóteles, cuyo significado se le escapa, pues el teatro es ajeno a la
cultura árabe.
El
relato La busca de Averroes, de Borges, facilita comprender el drama de
toda la filosofía medieval, no solo el fracaso de Averroes como
traductor. Un drama que se describe con pocas palabras: subordinada a la
teología y con escasez de textos originales de los autores clásicos
greco-latinos. Los medievales no dispusieron apenas de originales
griegos de los grandes autores de la ciencia y de la filosofía antiguas.
En realidad, no disponían apenas de textos, fuesen originales o
traducidos. Y, cuando se disponía de ellos, serían largamente olvidados,
pues apenas había quien pudiese leerlos y comprenderlos.
El
tiempo posterior a la caída de Roma fue una época de grandes paradojas.
Sólo las cosas espirituales alcanzaron éxitos mundanos. Los castillos
eran “castillos en el aire”, y solo las iglesias estaban firmemente
erigidas en el suelo. Los reyes eran débiles, los reinos inestables y
únicamente se pisaba terreno seguro en recintos sagrados (monasterios y
templos). La reconstrucción de los saberes perdidos la realizaron los
monjes, palabra que significó inicialmente “soledad”, pero que terminó
siendo sinónimo de “comunidad”. Los monasterios enseñaron las primeras
artes y preservaron muchas de las obras clásicas.
Además,
en los reinos bárbaros sucesores del Imperio, la Iglesia suministró a
los reyes germanos los medios personales y materiales para gobernar sus
nuevos dominios. Y también facilitó los rudimentos jurídico-políticos
para institucionalizar los nuevos reinos. En el conjunto de Europa, al
Imperio Romano no le sucedieron realmente los nuevos reinos bárbaros,
sino la Iglesia Católica. Y, por si faltasen paradojas, serían los
árabes musulmanes quienes levantaran al pensamiento cristiano de su
decaimiento altomedieval.
El
cristianismo nació en un mundo culturalmente helenizado e
inevitablemente se impregnó de helenismo, como se observa en los
apologistas cristianos (siglos II y III), así como en la Patrística
(siglos IV y V). Hubo, por tanto, una línea de continuidad entre la
filosofía helenística y el pensamiento cristiano. Pero la continuidad no
difumina la radical novedad del cristianismo y su repercusión en la
filosofía, que quedó subordinada a la teología. Teóricamente, no se
debería hablar de “filosofía cristiana” pues, por definición, la
filosofía no puede ser cristiana, anticristiana, o cosas así. Pero es
históricamente indiscutible la importancia del cristianismo en la
filosofía, lo que permite hablar de filosofía cristiana. En la Edad
Media, la filosofía se estudiaba como preparación para la gran ciencia,
la Teología.
Los
primeros pensadores cristianos buscaron fundamentar racionalmente su fe
en la filosofía helenística. Las doctrinas que mejor se acomodaban a la
“verdad revelada” fueron el platonismo y el estoicismo. El cristianismo
es una religión revelada, no mítica o utópica. Para la nueva religión,
la idea platónica del alma, se ajustaba bien a la idea del alma
inmortal. El platonismo, en la forma en que lo entendieron los
neoplatónicos, fue la primera gran inspiración filosófica del
pensamiento cristiano. Igualmente, la ética estoica (leer El estoiscimo repensado), con su propuesta de virtud, se adaptaba muy bien a la moral cristiana.
Ese
renacer filosófico se denominó “escolástica”, por haber surgido en las
escuelas conventuales y catedralicias, de las que pasaría a las
Universidades desde fin0ales del siglo XI. La escolástica, aparte de sus
bases comunes derivadas de la unidad doctrinal cristiana, careció de
unidad teórica. Su peculiaridad fue subsumir la filosofía en la
teología. Platonismo y aristotelismo se entreveraron y entrecruzaron
durante los siglos XIII y XIV. Hasta el siglo XII, la escolástica se
inspiró en Platón (leer Platón empirista) y en San Agustín. A mediados del siglo XII, tomó contacto con Aristóteles, mediante traducciones latinas del árabe.
Lo
paradójico también acompañó a la filosofía en la Edad Media. Paradojas
que se prolongarían hasta la aparición en occidente en el siglo XV de
textos originales traídos por los bizantinos que huían de los turcos,
tras la caída del Imperio de Oriente (1453). Entonces se apreciaron las
divergencias e inexactitudes en que se había incurrido durante todo el
medievo. Porque, y de nuevo paradójicamente, el platonismo medieval no
fue exactamente platónico, y el aristotelismo medieval tampoco fue
realmente aristotélico. El platonismo medieval fue más el “agustinismo”,
de impronta neoplatónica, y el aristotelismo medieval se vio
intensamente impregnado de “averroísmo”.
En
fin, que se podía ser platónico o aristotélico sin haber visto siquiera
un texto original de Platón o Aristóteles. Un platónico podía haber
leído a San Agustín (354-430), y un aristotélico podía no conocer más
que las referencias a su lógica, contenidas en la obra de Boecio
(480-525). Grandeza y servidumbre de la escolástica que, pese a la
enorme desventaja de realizar sus estudios en base a referencias y con
textos incompletos o no muy bien traducidos, fue capaz de reconstruir el
platonismo y el aristotelismo y, sobre todo, de ampliarlos con nuevas e
inusitadas perspectivas. En ética, sí dispusieron los medievales de
obras importantes, como las de Cicerón (106-43 a.C.) o las de Séneca
(4-65).
Al
inicio de la Edad Media el platonismo se complejizó con las influencias
del neoplatonismo. San Agustín (354-430), con su fuerte personalidad y
su dramática conversión religiosa fue el platónico más relevante. Pero
la obra de San Agustín fue mucho más que una subespecie del
neoplatonismo o del platonismo cristiano, fue algo único: el
“Agustinismo”. El platonismo de San Agustín procedía de lecturas
anteriores a su conversión, que tuvieron una influencia decisiva en su
desarrollo religioso e intelectual. La influencia neoplatónica en San
Agustín fue más profunda que en cualquier otro de sus contemporáneos y
sucesores.
El
agustinismo, en todas sus variantes, se mantuvo como referencia
filosófica básica en toda la Edad Media. Apenas le afectó la
«recuperación de Aristóteles», en los siglos XII y XIII. En esos dos
siglos y hasta finales de la Edad Media, la influencia de San Agustín
fue particularmente intensa en la escolástica franciscana, de la que
siempre se ha dicho que tuvo inspiración platónica. Autores como Rogerio
Bacon (1220-1292), Duns Scoto (1266-1308), Ockham (1285-1347) o el
hispano San Raimundo Lulio (1202-1316), mantuvieron el agustinismo como
base de su filosofía.
La
recepción del aristotelismo constituyó un revulsivo intelectual que
abrió nuevas perspectivas al pensamiento cristiano, en los siglos XIII y
XIV. La importante actividad de traducción de los árabes, en los siglos
XI y XII, desplegó una enorme influencia en el desarrollo de la
escolástica cristiana europea. No sólo tradujeron al árabe a
Aristóteles, claro, pero las traducciones de la obra del Estagirita
fueron trascendentales para el desarrollo de la escolástica medieval
europea en su fase final, antes del Renacimiento.
Averroes
(1116-1198), que fue uno de esos traductores, ganó fama en el mundo
islámico por sus esfuerzos para resistir, sin éxito, las corrientes
integristas del sufismo, teorizadas por el pensador persa Algacel
(1058-1111). Este, que condenó la ciencia y la filosofía por impías,
había recibido el platonismo de la Patrística cristiana y de San
Agustín, a los que interpretó en clave mística y teocrática. Las más
destacadas obras de Averroes, además de la refutación del integrismo de
Algacel, titulada Destructio desctructionis, son sus Comentarios a
Aristóteles y un Comentario a la República de Platón.
El
aristotelismo sistematizado en el Liceo había tomado desde la
antigüedad orientaciones naturalistas y logicistas. La escolástica
sistematizó la lógica aristotélica, especialmente la silogística y los
modos de argumentación. También depuró la lógica de paralogismos
(razonamientos falsos dados por buenos). Las crisis del aristotelismo
cristiano medieval y de la escolástica derivaron, de nuevo
paradójicamente, de la excesiva confianza puesta en la lógica. En
general, un buen silogismo se valoraba más que la verificación empírica,
es decir, que la experimentación.
Francisco Suárez
La
escolástica medieval no consiguió integrar la filosofía en una sola
doctrina, viejo sueño de Cicerón y propósito de Averroes y Santo Tomás
de Aquino. A finales del siglo XIV, la escolástica entró en crisis. Lo
advirtió Nicolás de Cusa (1401-1464), en su obra La Docta Ignorancia,
publicada en 1440, año de invención de la imprenta, por Gutemberg
(1400-1468). En esa obra, de Cusa pedía reformular la agotada
escolástica, poniendo a los humanistas ante la tarea de la
reorganización de los saberes, perdidos en la “ignorancia docta”. La
renovación y reorganización de la filosofía fue la gran empresa
filosófica del Renacimiento.
El
Renacimiento retomó el platonismo a partir de los textos originales
traídos a occidente por los bizantinos que huían de la caída del Imperio
Romano de Oriente, como se dijo. El platonismo renacentista no olvidó
la obra de San Agustín, ni tampoco el peculiar platonismo medieval. Pero
en el Renacimiento se consumó la escisión del platonismo, ya anunciada
en Plotino y los neoplatónicos, entre la orientación mística y la
orientación científica. En esta última destacó el español Juan Luis
Vives (leer Juan Luis Vives y el Renacimiento español), en la primera mitad del siglo XVI.
Juan
Luis Vives (1492-1540) preparó esa renovación escolástica que
abordarían Vitoria (1483-1546) y Suárez (1548-1617) durante el siglo
XVI. Para Vives, la renovación escolástica requería emancipar la
filosofía de la teología y eliminar errores -como los excesos
logicistas-, abandonar el debate sobre la primacía de Platón o de
Aristóteles, y seleccionar lo que de “permanente” (o “perenne”) se había
acumulado en la filosofía. La filosofía moderna era un saber separado, a
la vez, de la teología y de los errores formalistas y logicistas que
habían desprestigiado la escolástica, dejándola reducida a la “docta
ignorancia”. Un saber sustantivo y crítico, capaz de dar razón de sí y
de sus tesis.
La renovación y recomposición de la escolástica la realizaría Francisco Suárez, Doctor Eximio (leer Francisco Suárez, doctor eximio, filósofo y jurista).
Suárez formuló la denominada “Segunda Escolástica”, es decir, la
culminación de la escolástica renacentista. En su obra Disputationes
Metaphysicae (1597), sumó a la escolástica las bases establecidas por
Vives. Bases desde las que se pudo abordar la síntesis doctrinal de la
escolástica medieval, integrando el tomismo, el escotismo (de Duns
Scoto, 1266-1308) o el nominalismo ockhamista (de Ockham), en un solo
sistema de pensamiento unificado. Un sistema, el de la escolástica
renovada, que constituyó la réplica católica al protestantismo. De
hecho, Suárez fue también uno de los principales teólogos del Concilio
de Trento (1545-1563).
Suárez,
con sus Disputationes Metaphysicae, fue el primero que, después de
muchos siglos, elaboró una metafísica completa y sistematizada como obra
integral e independiente, no teológica, y que era más que un comentario
a Platón o a Aristóteles. Con Suárez, la filosofía se aligeró de las
pretensiones deductivistas, recibió el humanismo cristiano renacentista y
la moral platónica reformulada. Pero no se limitó a reelaborar la
escolástica: Suárez estableció las bases racionales para mantener a la
filosofía en el realismo, es decir, que admite una realidad externa a la
mente, cuyos conocimiento y comprensión constituyen el ámbito de
estudio objetivo de todos los saberes y disciplinas, tanto los
científicos, como los humanísticos.
La
obra de Suárez se impuso en toda Europa en el siglo XVII. La mayor
parte de las Universidades católicas y muchas de las protestantes, salvo
en Inglaterra, adoptaron su obra como texto de estudio de la filosofía.
Desde la filosofía renovada por Suárez surgieron en el siglo XVII los
racionalismos, tanto el cartesiano y el alemán, como el espinosista, y
se desarrollaría el empirismo británico. Todos ellos, más que sucesores o
herederos, fueron continuadores de la obra de Suárez. Como apuntó
Gumersindo Laverde (1835-1890), Europa es discípula, aunque ingrata, de
la filosofía española.
Decía
Ortega y Gasset que la modernidad procede del cristianismo y, por eso
mismo, ya no está en el cristianismo. No obstante, la reformulación
escolástica se mantuvo viva y continuó sus desarrollos también en el
pensamiento católico, donde ha seguido inspirando algunas aportaciones
relevantes. Así, en el siglo XIX, contó en España con autores como Jaime
Balmes (1810-1848) (leer La política de Balmes), que, aunque no se le pueda considerar un escolástico, reivindicó también el realismo filosófico.
Y
ha continuado proyectándose en la filosofía del siglo XX, con especial
influencia en la obra de Xavier Zubiri (1898-1083), gran pensador poco
conocido que, aunque no fuese un escolástico, sino un “fenomenólogo”,
también orientó algunas de sus indagaciones hacia el realismo filosófico
(leer Zubiri un retorno), y lo mantuvo en el crecientemente enrarecido ambiente filosófico de los últimos cien años.
Pedro López Arriba Licenciado en Derecho y Filosofía (UAM) y funcionario de la Administración del Estado
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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