O historiador Pablo del Hierro documenta em 'Madri. Metrópolis (neo)fascista' a generosa acolhida, na capital espanhola, de nazistas e fascistas ao longo do regime franquista. Alberto Ojeda para El Cultural:
Pocas
horas después del atentado más simbólico de la Transición, el
perpetrado contra el despacho laboralista de Atocha, dos italianos
fueron detenidos. Eran sospechosos habituales de la red neofascista
internacional que se había hecho fuerte en nuestro país. Fueron
liberados en pocas horas, pero Carlo Cicuttini,
otro miembro de la siniestra caterva de ultraderechistas transalpinos
que encontró refugio en el franquismo crepuscular, fue señalado años
después como uno de los autores de la matanza en un documento del
servicio de información del gobierno italiano.
Aquellos
nostálgicos de los fasci mussolinianos tuvieron en Madrid una guarida
desde la que capear las condenas por sus crímenes durante los anni di
piombo: las órdenes de extradición eran sistemáticamente repelidas. Así
lo documenta el historiador Pablo del Hierro, de la Universidad de
Maastricht, en Madrid. Metrópolis (neo)fascista. Aquellos italianos,
entre los que descollaba uno de los pistoleros de Montejurra, Stefano
delle Chiaie, tenían sus propios puntos de encuentro, como la pizzería
L’appuntamento, abierta en la calle Marqués de Leganés, entre la calle
San Bernardo y la plaza de la Luna. Un espacio de socialización donde
complotaban contra el proceso transicional y se financiaban vendiendo
porciones de pizza margarita.
Tenían
buenos padrinos: sinuosos representantes de los servicios secretos
franquistas, altos cargos policiales, correligionarios de Fuerza Nueva y
Falange… También compañeros de lucha de otros países, así mismo
empeñados en hacer reverdecer, en Europa, las glorias pasadas de los
ideales fascistas. En Madrid confluyeron con militantes de la
Organisation de l’Armée Secrète (OAS), compuesta en su mayoría por
pied-noirs (franceses nacidos en Argelia) determinados a abortar la
independencia de Argelia.
Es
muy significativo que la OAS naciera en 1961 en el Hotel Princesa, al
lado de la plaza de España. Sus tres principales fundadores estaban
exiliados en Madrid con la aquiescencia y el apoyo de Ramón Serrano
Suñer: el general Raoul Salan y los políticos Pierre Lagaillarde y
Jean-Jacques Susini. Revirados por la actitud abierta a la
descolonización argelina de De Gaulle, decidieron ‘pasar a la acción’.
El franquismo los tenía a buen recaudo, negándose a entregarlos, aunque
la resistencia a devolverlos se tornó insostenible tras el atentado de
la OAS contra el mismísimo De Gaulle.
Todos
estos ultraderechistas que se asentaron en Madrid en los 60 y 70, cada
uno con su novelesca peripecia a cuestas, se beneficiaron de unas redes
solidarias y logísticas que se empezaron a gestar mucho antes. En los
primeros años de su gobierno, Franco agasajó a jerarcas nazis como
Heinrich Himmler (este llegó a asistir a una corrida en Las Ventas) o a
fascistas prominentes como Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos
Exteriores de Italia. No en vano, su régimen se había entronizado
gracias al apoyo recibido desde ambos países.
Léon Degrelle.
Por
eso también, cuando Hitler y Mussolini cayeron en desgracia, el
Caudillo, en deuda, quiso ser hospitalario con el aluvión de adláteres
de ambos líderes que entró en España huyendo de los juicios incoados por
los Aliados. Desembocaron en España miles de italianos, alemanes,
rumanos, húngaros, croatas (Ante Pavelic, sangriento mandamás ustacha,
llegaría más tarde, en 1957, tras perder la protección de Perón en
Argentina, y acabaría muriendo en Madrid, donde está enterrado)...
Algunos pretendían quedarse, otros simplemente hacían escala en las
rutas de escape (ratlines) hacia, sobre todo, Latinoamérica.
Esa
tromba fue bifurcada según criterios de clase. Muchos militares de bajo
rango dieron con sus huesos en campos de concentración como el de
Miranda de Ebro, a la espera de que se dirimiera su suerte. Otros, en
cambio, gozaron de los lujos capitalinos a socaire de eximios valedores
del régimen como el propio alcalde de Madrid, José María de la Blanca
Finat, conde de Mayalde, el escritor Eugenio D’Ors, el ya citado Serrano
Suñer… Y de otros tipos más pintorescos, como Luis Escobar Kirkpatrick,
marqués de las Marismas según el registro nobiliario español y marqués
de Leguineche según Luis García Berlanga,
que hizo pivotar sobre él el impagable ciclo de La escopeta nacional.
Degustaban cenas en los restaurantes Horcher, Edelweiss y la Hostería
Laurel.
Aunque
al marqués-actor le tiraba más otro de la calle Toledo regentado por
una tal María. En él, se embaulaban copiosas paellas valencianas junto a
Pierre Daye, uno de los protagonistas de Madrid. Metrópolis
(neo)fascista. Este colaboracionista belga de los nazis, reportero de Le
Soir, se instaló por un tiempo en el Hotel Palace, aprovechando que lo
regentaba un compatriota. Daye jugó un papel clave en la huida de nazis y
fascistas abriendo vías y proveyendo de documentos falsos a los
prófugos.
El
belga de mayor relieve político que se afincó por estos pagos fue, no
obstante, Léon Degrelle, mandamás del Partido Rexista que se alistó en
la Legión Valona, unidad militar de las Waffen-SS con la que combatió en
el Frente Oriental. En España siguió activo políticamente, poniendo en
aprietos a Franco, que, tras el hundimiento del Eje, se vio obligado a
tener una actitud más conciliadora con las democracias liberales, por lo
que Degrelle y otras figuras análogas como Otto Skorzeny (coronel de
las Waffen-SS) y Radu Ghenea (embajador rumano) se conviritieron en
patatas calientes.
El
inicio de la Guerra Fría, no obstante, hizo que cambiase el escenario:
ajusticiar nazis y fascistas dejó de ser una prioridad. Lo primordial
era ganarle el pulso a la hoz y el martillo, encarnadas por el bloque
soviético. Los viejos enemigos, en un curioso giro de guion, empezaron a
ser mirados como potenciales aliados.
Postado há 4th October por Orlando Tambosi
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