Alberto Benegas Lynch (h) comenta a relação entre a justiça, a propriedade privada e a igualdade diante da lei:
Hay
manifestaciones que revelen un desconocimiento palmario del proceso que
tiene lugar en las relaciones sociales en ámbitos de libertad para lo
cual resulta esencial comprender el valor de la Justicia que significa
“dar a cada uno lo suyo” y “lo suyo” remite a la propiedad privada. En
este contexto la igualdad ante la ley resulta crucial para el bienestar
moral y material de todos lo cual subrayamos es ante la ley y no
mediante ella.
Tal
es el embrollo mental de los que rechazan la institución de la
propiedad privada que tampoco entienden lo que significa lo productivo y
lo improductivo en andariveles bifrontes. Por una parte, dados los
siempre escasos recursos, lo productivo es lo que la gente prefiere. Ese
es el sentido, entre muchos otros autores, que dan precisión a la
materia como es el caso del premio Nobel en economía James M. Buchanan
cuando escribe que “mientras los intercambios se mantengan abiertos y
mientras no tenga lugar la fuerza y el fraude, aquello sobre lo cual se
acuerde se define como eficiente.
Por
otra lado, quien ahorra en un terreno baldío, quien ahorra en dólares
bajo el colchón, quien lo hace para coleccionar automóviles antiguos o
acumula obras de arte es porque dadas las circunstancias es lo que
estima más productivo. Si se equivoca consume su capital y si acierta lo
acrecienta. También, si miramos el globo terráqueo observamos que hay
muchos recursos marítimos, forestales y territoriales que al momento no
son explotados en el sentido al que habitualmente se alude, lo cual se
debe a que, como queda dicho, los factores de producción son escasos y
solo hay dos maneras de establecer prioridades sobre qué hacer con esos
bienes: que decida la gente o que decida el aparato estatal. Si se
decidiera por esto último, a contracorriente de las preferencias de la
gente, inexorablemente habrá consumo de capital y por ende más pobreza.
Ser
productivo no es producir más cosas, es producir las consideradas de
mayor valor. Dadas las actuales circunstancias, no es mejor producir un
millón de botones que producir diez tractores. En esta misma línea
argumental debe tenerse muy en cuenta que las mayores producciones de
valores no son los bienes tangibles: los estados de felicidad cuando se
constituye una buena familia, cuando se observa una buena puesta de sol,
una partida de ajedrez entre amigos y equivalentes son algunos ejemplos
de vida productiva. Más bien la producción de bienes materiales son en
general un medio para producir valores de otra especie y rango.
Cuando
se sostiene que puede expropiarse lo no productivo a criterio de
ciertos burócratas en el poder se está sentando las bases para las
mayores iniquidades.¿Cuántas habitaciones se usan diariamente en una
casa? ¿Acaso no son “improductivas” las que no se usan habitualmente?
¿No deberían expropiarse? Y así sucesivamente con la ropa, con parques y
jardines que se disfrutan con la mirada pero que no “producen cosas” en
el sentido corriente de la expresión.
Más
aun, estas disquisiciones en última instancia apuntan a la macabra
guillotina horizontal del igualitarismo puesto que según los
politicastros le dará un uso más productivo el que recibe la parte
arrancada a otro que su titular original, sin percibir que el asunto es
exactamente al revés: el empleo más productivo es el que establece la
gente vía el plebiscito diario del mercado con los votos de compras y
abstenciones de comprar de la gente y los mayores patrimonios trasmiten
su fortaleza a los más débiles a través de incrementos en salarios fruto
de aquellas tasas de capitalización.
La
propiedad privada hace que cada cual cuide de lo suyo en contraste con
“la tragedia de los comunes” donde lo que es de todos no es de nadie.
Como hemos consignado antes, la forma en que se toma café y se encienden
las luces no es la misma cuando nosotros pagamos las cuentas respecto
de cuando se obliga a otros a financiar con el fruto de sus trabajos.
Otra
vez conviene repasar que la asignación de derechos de propiedad es
vital precisamente a los efectos de darle el mejor uso a los recursos
disponibles. Quienes dan en la tecla con las necesidades del prójimo
incrementan sus ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. Esto
es en la sociedad libre, por el contrario cuando irrumpen los
empresarios prebendarios con sus alianzas con el poder de turno, el
atropello a los derechos de la gente está garantizado.
La
institución de la propiedad permite el establecimiento de precios como
reflejo de las estructuras valorativas de las partes contratantes puesto
que se trata de transacciones de derechos de propiedad. Cuando se
afectan derechos de propiedad necesariamente se distorsionan precios lo
cual desdibuja la contabilidad y la evaluación de proyectos. En el
extremo donde se decide la abolición de la propiedad desaparecen por
completo los precios y como también hemos destacado en otras ocasiones
no se sabe si conviene construir los caminos con oro o con asfalto y si
alguien sostiene que con el metal aurífero es un derroche es porque
recordó los precios relativos antes de la referida abolición de la
propiedad. En otros términos, técnicamente el comunismo es un imposible
desde la perspectiva económica ya que no se puede economizar donde no
hay precios que demás está decir nada tienen que ver con la imposición
de simples números siempre arbitrarios que puedan establecer e inventar
los gobiernos totalitarios.
Es
del caso recordar lo escrito sobre la importancia de la propiedad
privada por los padres de las constituciones estadounidense y argentina
respectivamente. James Madison lo ha hecho en 1792: “El gobierno ha sido
instituido para proteger la propiedad” y Juan Bautista Alberdi lo hizo
en 1854, “Pero no basta reconocer la propiedad como derecho inviolable.
Ella puede ser respetada en su principio y desconocida y atacada en lo
que tiene de más precioso: en el uso y disponibilidad de sus ventajas
[…] El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad
reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado en nombre de la utilidad
pública”.
Esta
reflexión alberdiana nos lleva al programa del fascismo. El comunismo
es más sincero: pregona el uso y la disposición directa de la propiedad
por el aparato de la fuerza, mientras que el fascismo permite el
registro de la propiedad a nombre de particulares pero usa y dispone de
ella el gobierno. Es el sistema que más éxito tiene en el llamado mundo
libre. Veamos el sistema educativo donde en gran medida las
instituciones privadas están privadas de independencia debido a las
imposiciones de pautas y estructuras curriculares por parte de
ministerios de educación, veamos el sistema bancario y financiero en
gran medida dirigido por la banca central y así sucesivamente hasta
ámbitos como los taximetreros que al ser dirigidos en sus tarifas,
horarios y color con que están pintados hace que los verdadero dueños
sean los alcaldes de la ciudad.
La
sandez de las mal denominadas “empresas estatales” constituyen otro
ejemplo del embate a la propiedad privada. Una empresa implica arriesgar
recursos propios y no ajenos por la fuerza. Desde el instante en que se
establecen estos organismos políticos (mal llamadas empresas estatales
por el antedicho motivo) se alteran las prioridades de la gente puesto
que se canalizan los recursos en sectores distintos de lo que hubiera
hecho la gente libre y voluntariamente (y si lo hiciera en el mismo
sentido no tiene sentido la intervención estatal con ahorro de gastos
burocráticos, con el agregado de que el único modo de saber que desea la
gente es dejarla actuar). Si, además, ese organismo es deficitario y
monopólico la situación no puede ser peor. Por otro lado, si se dijera
que el aparato estatal debe encargarse de abastecer áreas inviables
desde el punto de vista económico ya que ningún empresario privado la
encarará, si esto se sostuviera decimos, debe tenerse muy presente que
cada actividad antieconómica que financia el gobierno (es decir, los
contribuyentes) se traduce en despilfarro y consumo de capital, lo cual
necesariamente redunda no solo en la ampliación de las zonas inviables
sino que contrae salarios e ingresos en términos reales puesto que las
tasas de capitalización son su única causa.
Uno
de los pilares de mayor peso en la sociedad abierta consiste en las
relaciones contractuales que remiten a la propiedad. Como nos recuerda
Bernardo Krause, desde que nos levantamos a la mañana se hacen patentes
los contratos: abrimos la heladera, usamos el microondas, engullimos
mermelada, tostadas y queso que son todos fruto de contratos de
compra-venta. Tomamos un colectivo (contrato de transporte), llevamos a
nuestros hijos al colegio (contrato de educación), si voy en el
automóvil al trabajo cargo nafta (contrato de compra-venta de energía),
lo dejo en una playa de estacionamiento (contrato de locación), llego al
trabajo (contrato laboral), voy al banco (contrato de depósito) o
solicito un crédito (contrato de mutuo), concedo una garantía (contrato
de fianza), entrego una suma de dinero a una Fundación (contrato de
donación), encargo a un funcionario que gestione un trámite (mandato)
etc.
Como
bien explica William H. Hutt la tesis de estimular la producción con
inyección estatal de dinero en áreas al momento consideradas “ociosas”
no solo empobrece vía la inflación, sino que convierte usos que en esa
instancia se estiman convenientes en usos inconvenientes a criterio de
la gente. Los megalómanos no toman en cuenta y desprecian las
preferencias de la gente puesto que consideran sus recetas como las
mejores para manejar vidas y haciendas ajenas, aunque ellos mismos
atesoren sus habitualmente mal habidos patrimonios en lugares a buen
resguardo de las satrapías que recomiendan.
Energúmenos
como Hugo Chávez que con su macabro y machacón “exprópiese” ha
arruinado uno de los países más ricos del orbe para convertirlo en una
miserable pocilga donde hasta brutalmente escasean los medicamentos y la
comida, este dictador del Orinoco vociferaba que “la propiedad privada
no tiene cabida en la revolución socialista” (salvo para sus secuaces y
familiares que se embolsan lo ajeno con total impunidad como siempre
ocurre con esta canallada).
Minimizar
el derecho de propiedad es no entender nada de cuestiones sociales
puesto que se condena a la pobreza a muchísima gente al eliminar la
institución que, como queda dicho, permite la mejor utilización de los
recursos existentes para atender las necesidades de la gente. El no
robar y no codiciar los bienes ajenos de los Mandamientos son otra
demostración de la trascendencia de ese derecho que es parte sustancial
de la sociedad civilizada. El actual Papa una vez más volvió a la carga
contra la propiedad privada en la 109 Conferencia de la OIT el 17 del
mes que corre, donde leyó su texto en el que consignó que “siempre junto
al derecho de propiedad privada está el más importante y anterior
principio de subordinación de toda propiedad privada al destino
universal de los bienes de la tierra y por tanto al derecho de todos a
su uso” a lo cual agregó levantando la vista en una improvisación en la
que subrayó lo dicho: “El derecho a la propiedad privada es secundario
al derecho primario del derecho universal de los bienes”. No se necesita
ser una persona especialmente inteligente para percatarse que este
peculiar silogismo se traduce lisa y llanamente en arrasar con la
propiedad privada, por más que algunos exégetas atrabiliarios intenten
disfrazar lo expresado en esta ocasión que no hace más que reiterar lo
manifestado antes por el Papa Francisco en distintas oportunidades, a
contracorriente de lo resumido por Pio XI en Quadragesimo Anno: “Nadie
puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero” y en un
plano más amplio Juan Pablo II explica el significado del capitalismo y
la trascendencia de la propiedad privada en la sección 42 de Centesimus
Annus. Cuando al Papa en ejercicio se le preguntó si es comunista
respondió “son los comunistas los que piensan como los cristianos” (en
el diario italiano La Repubblica, noviembre 11 de 2016).
Por
último, subrayamos que los atropellos a la propiedad privada son
siempre invasiones a la privacidad, es decir a lo más valorado para
preservar las autonomías individuales y la dignidad del ser humano. No
hay más que mirar lo que ocurre con el nivel de vida de la gente en
lugares en los que se respeta la propiedad respecto a los despojos y las
situaciones lamentables y desesperadas en que se convierten los lugares
en donde no se respeta esta institución fundamentalísima. La falta de
respeto a la propiedad ajena es una característica del espíritu
autoritario.
Este artículo fue publicado originalmente en Infobae (Argentina) el 26 de junio de 2021.
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