sábado, 28 de outubro de 2023

Alexandre Lacroix: "O mundo se tornou indecifrável para os que nasceram antes de 1989".

BLOG  ORLANDO  TAMBOSI

O filósofo francês propõe um método extremamente simples parsa que nos sintamos um pouco melhor em um mundo que mudou todas as regras do jogo em tempo recorde. Entrevista a Ángel Villarino, do El Confidencial:


La revolución digital tiene un impacto mayor y mucho más veloz del que supuso la imprenta. Una convulsión que ha puesto el mundo patas arriba y que ha dado inicio a un nuevo ciclo histórico todavía en definición. Este es el punto de partida de Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975), escritor, filósofo y director de Philosophie Magazine,en su último libro (Cómo no ser un esclavo del sistema), una obra muy breve y accesible, dirigida a las personas desconcertadas por la rapidez de las transformaciones que vivimos. A quienes buscan algo a lo que agarrarse sin tener que renunciar a nada sustancial o hacer grandes sacrificios. Nos atiende durante una hora desde el Observatorio Social de la Fundación Caixa, en Barcelona.

PREGUNTA. Tu libro es una propuesta para dejar de ser un “esclavo del sistema”. ¿A qué llamas esclavos del sistema exactamente?

RESPUESTA. A lo que me refiero cuando hablo de ser un “esclavo del sistema” es a que estamos atrapados en un mundo de pantallas. Casi todo lo que hacemos, ya lo hacemos a través de una pantalla, así que la vida es una prolongación de esta tecnoestructura de la que no podemos escapar y en la que nuestro margen de maniobra es muy limitado. Estamos escogiendo entre opciones ya diseñadas y el margen para la autonomía se va reduciendo. Mi libro intenta explicar cómo hemos llegado a esta situación desde que se inventó internet, e intenta proponer algo. Estamos atrapados en una situación que individualmente no sabemos cómo contribuir a revertir.

P. Dices que acabamos de entrar en una fase de la historia distinta y que hay una serie de elementos disruptivos que lo demuestran. ¿Puedes explicar cuáles?

R. La Edad Moderna empieza en el siglo de Descartes y Galileo. Puedes escoger el personaje histórico que prefieras, según tu nacionalidad preferirás uno u otro, pero todo esto empieza a principios del siglo XVII. Se extiende la idea de que se puede dominar la realidad, se puede ordenar dividiendo las cosas en categorías, dividiendo el pensamiento en categorías, generalmente duales. Por un lado el individuo y por otro la sociedad. Por un lado la naturaleza y por otro la civilización. Por un lado el Estado y por otro el ciudadano. Por un lado el ocio y por otro el trabajo. La esfera privada y la esfera pública…

P. El mundo se ordena en contrarios…

R. Eso es. La Modernidad instaura la separación de la realidad en categorías que nos permiten ordenar todo lo que nos rodea. En todos los ámbitos aparece la idea. Montesquieu propone una separación de los poderes y planta la semilla de un nuevo orden político. Adam Smith inventa la división del trabajo, que germina la Revolución Industrial. Se van dividiendo los problemas en categorías para hacer un mundo controlable y más eficiente.

P. ¿Y eso se ha acabado?

R. Estamos saliendo de esa primera Edad Moderna y estamos entrando en otra fase, que podemos llamar Modernidad conectiva. De pronto todas las separaciones con las que ordenábamos el mundo entran en crisis. La separación entre individuo y sociedad es cada vez más borrosa, somos parte de una red social, estamos conectados con nuestros grupos aunque estemos aislados. Siempre a dos clics de distancia de cualquiera, de tal manera que se necesita una enorme fuerza de voluntad para pasar una semana entera totalmente aislado, incluso de vacaciones.

P. ¿Qué otras cosas que antes estaban separadas ahora están juntas de nuevo?

R. Naturaleza y civilización cada vez se confunden más. Se puede llegar a todos lados, es todo accesible, urbanizado, explotado como recurso natural o turístico. Incluso tras un gran desastre natural, rápidamente regresa la civilización. La separación entre culturas cada vez es menor, hay más mezcolanza. Igual que pasa con la identidad, con el género, todo es mixto, revuelto… Y cuando todo se mezcla, se pierden esos códigos y desaparece esa capacidad de decidir con claridad fraguada en la primera Edad Moderna. Los parámetros tradicionales se resquebrajan, la separación entre la vida privada y la pública deja de existir. La gente hoy publica las fotos de sus bebés nada más nacer y los convierten en seres públicos en su primer día sobre la Tierra. Por eso digo que para la gente que hemos nacido antes de 1989, el mundo de hoy es indescifrable, es casi imposible de interpretar porque es totalmente distinto. Y ha sido muy, muy rápida la transformación.

P. Es imposible negar que los cambios están siendo muy veloces y que da vértigo hasta qué punto puedes quedarte fuera de juego en cuanto pierdes la atención. ¿Pero no han tenido todas las generaciones de los últimos siglos una sensación parecida?

R. Es que ambas afirmaciones son ciertas. Todas las generaciones sienten que están viviendo un cambio relevante. Y es verdad que, si comparas nuestras generaciones con las que salieron de la Segunda Guerra Mundial, está claro que vivieron en un mundo totalmente distinto. Cada generación tiene que adaptarse a algo nuevo y enfrenta estos mismos problemas. Tampoco creo que nuestra épica sea un drama. De hecho, yo tengo cinco hijos y soy bastante optimista en general. Tenemos muchos problemas, pero no creo que vayamos a vivir nada parecido a la generación de la Segunda Guerra Mundial.

P. ¿Entonces?

R. Estamos viviendo una era diferente, realmente interesante. No se trata de las condiciones de vida, sino de un cambio cultural muy profundo. Ha habido tres momentos civilizatorios definitivos. El primero, la escritura, se extendió entre 5000 y 3000 antes de Cristo. Pasaron dos mil años desde que apareció por primera vez en Mesopotamia y fue más una evolución que una revolución. La escritura transformó completamente la cultura y la forma de entender el mundo de la Humanidad. Modificó incluso el sentido de lo que es verdad, de lo que es real, la entera transmisión de conocimiento. Nos cambió drásticamente como especie. El monoteísmo solo puede existir porque existe la escritura. Es la tecnología del monoteísmo y de tantas cosas que llegaron después.

P. ¿Qué más?

R. La segunda gran revolución fue la imprenta. Empieza en China y se extiende por Europa. Fue muy importante, aunque no tanto como la invención de la escritura. Pero hizo posible que el conocimiento circulase a más velocidad de un lugar a otro, que se extendiese a más capas de la sociedad, y esto tiene impactos en muchas otras áreas del conocimiento. El cisma entre catolicismo y protestantismo es en sustancia un efecto de la imprenta. Y somos lectores antes que creyentes, porque empezamos a querer interpretar las cosas por nuestra cuenta, sin tener que esperar a lo que dice El Vaticano, etcétera. Es un cambio que va transformando el mundo y llega hasta nuestros tiempos.

P. Hasta que llega internet.

R. Esa es la tercera gran transformación cultural del ser humano. Como todo el mundo sabe, el Ejército estadounidense lo inventa en los años sesenta y el primer e-mail se envió en 1971. Pero no se empieza a extender a las sociedades hasta finales de los ochenta. Los nacidos después de 1989 ya crecen en entornos eminentemente digitales, ya son nativos de la tercera revolución de los signos. En mi opinión, esta revolución es menos importante que la primera, pero más importante que la segunda. Es decir, internet es más importante que la imprenta y tiene un impacto transformador mayor. Además, el proceso es mucho más veloz. Si piensas en tu trabajo, seguramente ha sido transformado radicalmente por esta tecnología. Si piensas en tus relaciones personales, seguramente se han transformado profundamente gracias a esta tecnología. Modifica nuestra manera de relacionarnos, incluso nuestras relaciones sexuales, nuestra diversión, nuestra vida entera... Esto está provocando una brecha entre generaciones increíblemente profunda. Es un mundo nuevo y a muchas personas nos ha tocado vivir justo en la transición.

P. Tú dices que entrar en negación es absurdo, que hay que aceptar el cambio, que no es reversible, que no tiene sentido luchar contra el sentido de los tiempos. Pero también crees que es un error abrazarlo acríticamente.

R. El clásico intelectual y filósofo boomer coge el teléfono móvil y te dice que no lo necesitas, que puedes renegar de todo y volver al modelo anterior. En realidad, si tú eres una persona normal, da igual en qué continente del mundo, ya no puedes renunciar al teléfono porque es tu herramienta de supervivencia más importante. No es un gadget, es vital, es lo primero que necesita una persona para sobrevivir. Los intelectuales boomers no han integrado esa idea en su pensamiento todavía. No entienden que esta tecnología es ya el sistema nervioso de nuestra sociedad. Si necesitas trabajar y ganarte la vida, necesitas estar conectado. No hay más. Para desconectar totalmente del sistema, te haría falta tener mucho dinero. Pero si te tienes que ganar la vida, no vas a poder prescindir de estar conectado a esta tecnoestructura que es nuestra sociedad actual ya.

P. Vamos a la segunda parte del libro, la que intenta encontrar soluciones para quienes quieren salir de esta tecnoestructura.

R. Mi objetivo era encontrar un consejo que dar a mis hijos, o a cualquier persona. Pero sin caer en decisiones suicidas o radicales. Al revés. Imagínate que eres una persona, como la mayoría, que está integrada en una sociedad, que puede llegar a estar relativamente cómoda en esta sociedad, pero que encuentra cosas del sistema que no le hacen sentir bien. En mis charlas, me encuentro a mucha gente así, gente a la que no le encaja lo que hace, a la que le desagrada cómo está utilizando su vida, personas que están convencidas de que esta manera de vivir nos conduce al desastre. Entonces yo propongo una solución posible, intermedia, sin respuestas maniqueas. No se trata de rechazar frontalmente el sistema, porque eso es muy difícil y tiene muchos costes, pero tampoco de abrazar el sistema y convertirte en un aliado incondicional del mundo hiperconectado y corporativo.

P. ¿Cómo se hace eso?

R. Yo sugiero el posutilitarismo. La idea es encontrar un ideal, un principio. Una exigencia innegociable que convertir en la razón que está detrás de lo que hago. Una vez establecido ese principio esencial, me puedo mantener dentro del impulso de nuestra sociedad y nuestra civilización, puedo maximizar y sacar el mayor rendimiento posible a mis objetivos, tener una carrera profesional, una vida en sociedad. Para que se entienda mejor, te voy a poner varios ejemplos.

P. Por favor.

R. Vale. Imagínate alguien como yo. Si fuese un escritor utilitario clásico, lo normal es que decidiese maximizar mi éxito. Entonces me podría dedicar a redactar libros dirigidos al grupo de lectores mayoritario, que son mujeres de más de 45 años. Podría utilizar algunos trucos para conseguir más dinero y más reputación, y para producir libros más rápido. Frente a esto, un escritor posutilitario decide, por ejemplo, que la idea central innegociable que le tiene que servir de guía es escribir el mejor libro posible de acuerdo a sus posibilidades y sus capacidades. Una vez establecido ese ideal, y ese objetivo, no va a rechazar el sistema que rodea el mundo del escritor de hoy. Puede ser ambicioso con su carrera, buscar un editor, intentar vender el máximo número de ejemplares… Pero la premisa innegociable es hacer el mejor libro posible y no el que pueda maximizar.

P. ¿Y en profesiones más frecuentes? ¿Cómo se hace posutilitario alguien que trabaja en una gasolinera?

R. Es cierto que la de escritor es una profesión muy especial, pero creo que esto puede funcionar para cualquier otra profesión. En muchos trabajos, el trabajo no interviene sobre un producto final, no se escribe un libro o se fabrica un vino. Pero hay cosas, como las relaciones personales, que son bastante transversales a casi todos los trabajos. Ponerse como ideal determinada actitud con la gente, con los clientes, con los compañeros, etcétera, puede ser una guía. El impacto de una vida entera tratando a la gente de acuerdo a ciertos parámetros es un impacto significativo para una única persona. Y digo esto porque las relaciones humanas son parte de prácticamente todos los trabajos.

P. Quizá la parte más importante, aunque a menudo se olvida.

R. Cierto. En la mayoría de los trabajos no solo estamos por dinero, sino también para escapar de la soledad. Por eso las relaciones personales son importantísimas en el trabajo. Ya digo que es un ideal accesible y también ambicioso sobre el que organizar tu vida como posutilitarista. Pero puede ser cualquier otra cosa. Lo importante es tratar de encontrar un ideal que sea realmente importante para ti y no hacer concesiones al respecto. Aunque haya que hacer sacrificios para vivir así. Te cuento algo personal. Tuve una oferta para ir a la televisión a hablar de política, pero no quise porque sé lo que eso significa, sé a lo que estoy contribuyendo si entro en ese juego. Mi esposa estaba cabreada cuando dije que no quería aceptarlo porque era bastante dinero. Pero le expliqué que esa es mi idea y que no hago concesiones. Puedes sentirte un perdedor esa noche, pero al día siguiente te sientes realmente bien. Estamos dentro de esta tecnoescrutura que decíamos, pero se puede tratar de navegar con ideas inamovibles, propias, es placentero. Sentir que no estás contribuyendo a que las cosas vayan hacia el lugar al que no quieres que vayan.

P. La filosofía pragmática que practicas está en auge. Antes el filósofo te quería explicar el mundo rompiéndote la cabeza con conceptos nuevos. Ahora tratáis de hacerlo más acogedor. Hay un cambio importante ahí también, ¿no?

R. Mi manera de abordar la filosofía no es a través de grandes paradigmas que expliquen el mundo, prefiero tener algunas ideas sencillas para navegar en la realidad. Estoy convencido de que hay un montón de gente posutilitarista y me alegra mucho que sea así. Hay una metáfora de Wittgenstein que me gusta mucho. Él definía la filosofía como la habilidad de deshacer un nudo y convertirlo en una cuerda. Desenrollar algo complicado para presentar algo muy sencillo. Dar acceso a lo que no es evidente. Por eso he tratado de presentar esta herramienta muy sencilla, que pueda servir a la gente a poner ciertos límites a la incerteza en la que vivimos, unos muros de contención sobre los que asentarse sin necesidad de hacer esfuerzos o renuncias imposibles de cumplir.

La revolución digital tiene un impacto mayor y mucho más veloz del que supuso la imprenta. Una convulsión que ha puesto el mundo patas arriba y que ha dado inicio a un nuevo ciclo histórico todavía en definición. Este es el punto de partida de Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975), escritor, filósofo y director de Philosophie Magazine,en su último libro (Cómo no ser un esclavo del sistema), una obra muy breve y accesible, dirigida a las personas desconcertadas por la rapidez de las transformaciones que vivimos. A quienes buscan algo a lo que agarrarse sin tener que renunciar a nada sustancial o hacer grandes sacrificios. Nos atiende durante una hora desde el Observatorio Social de la Fundación Caixa, en Barcelona.
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