O livro de Kai Bird e Martin J. Sherwin percorre a trajetória científica e pessoal de uma das figuras mais polêmicas do século XX. José Manuel Sánchez Ron para El Cultural:
He
leído el libro El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer.
Prometeo americano (Debate, 2023), de Kai Bird y Martin J. Sherwin. Hace
ya muchos años que conozco la versión original en inglés (2005), que he
manejado como fuente para uno de mis libros. El que ahora resurja de
sus cenizas, cual Ave Fénix, esto es, el que haya sido traducido, solo
se entiende por el poder del cine… y de la publicidad que se mueve en
torno a él. La imagen frente a la escritura. La Galaxia Lumière versus
la Galaxia Gutenberg.
El libro de Bird y Sherwin es extraordinario desde el punto de vista de cómo reconstruye la biografía sociopolítica de Robert Oppenheimer.
Es exhaustivo en todo tipo de detalles, a menudo hasta un punto
excesivo. Pero esos detalles, la reconstrucción de la biografía y de la
sociedad en la que vivió Oppenheimer, están, básicamente, centrados en
la política, en sus, en el fondo cambiantes, ideologías, en las
relaciones que mantuvo, que no fueron ajenas al mundo de la acción
política, incluso las familiares.
Y, por supuesto, en su actuación en el Proyecto Manhattan
dirigiendo el Laboratorio de Los Álamos, donde se llevaron a cabo los
trabajos necesarios para fabricar, con los materiales (uranio y
plutonio) obtenidos en otros centros, las bombas atómicas que
destruyeron Hiroshima y Nagasaki en
agosto de 1945. Los autores pasan de puntillas sobre la física que
produjo Oppenheimer, en particular sobre sus contribuciones más
pioneras, las que aportó a la astrofísica y a la teoría de la
relatividad general, campos en los que había estado interesado desde su
época de estudiante posdoctoral (1928) en el Instituto Tecnológico de
California, en Pasadena.
De
hecho, la estructura de las estrellas constituía un buen escenario para
aplicar los conocimientos de física cuántica que poseía. En 1938
organizó un simposio sobre “Transformaciones nucleares y su significado
astrofísico”, y poco después apareció el primero de sus artículos
dedicados a la astrofísica: una carta al editor escrita junto a Robert
Serber en la que calculaban la masa mínima necesaria para la formación
de un núcleo estable de neutrones en algunas estrellas (la estimaron en
0,1 veces la masa del Sol).
El
segundo de estos artículos, también de 1938, lo publicó junto a uno de
sus estudiantes de Berkeley, el canadiense George Volkoff. Se titulaba
“Sobre núcleos masivos de neutrones”. En él demostraban que era posible
que existiesen estrellas de neutrones. El tercero lo firmó con un
estudiante graduado de Berkeley, al parecer elegido por sus
excepcionales habilidades matemáticas, Hartland Snyder (con bastante
frecuencia los artículos de Oppenheimer, sólidos en cuanto a
consideraciones físicas, contenían errores en los cálculos matemáticos).
El artículo se publicó en 1939 y contiene pasajes como el siguiente:
“Cuando todas las fuentes de energía termonucleares se agoten, una
estrella suficientemente pesada colapsará.
Y
a menos que una fisión debida a la rotación, la emisión de materia, o
el estallido de la masa a causa de la radiación, reduzca la masa de la
estrella a una del orden de la del Sol, esta contracción continuará
indefinidamente. En este artículo estudiamos las soluciones de las
ecuaciones del campo gravitacional que describen este proceso”. Es
decir, que mucho antes, del orden de tres décadas antes, de que
apareciesen los influyentes trabajos de Roger Penrose y Stephen Hawking, Oppenheimer y Snyder ya estaban prediciendo la posibilidad de que existieran agujeros negros.
Oppenheimer,
Prometeo americano es, en definitiva, un libro sobre un físico
eminente, aunque lejos del nivel de otros como – limitándome a
estadounidenses de nacimiento – Richard Feynman,
Julian Schwinger o Isidor Isaac Rabi, pero que explica muy poco de sus
contribuciones científicas propiamente dichas. Si yo hubiera tenido que
elegir, habría traducido otro libro dedicado a Oppenheimer, uno
posterior, de 2012, debido a Ray Monk, autor también de biografías muy
celebradas de Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell:
The Life of J. Robert Oppenheimer (Jonathan Cape, Londres), más
equilibrado y en el que su contribución a la física está mucho mejor
tratada. Pero, claro, manda “la circunstancia”, la ocasión propiciada
por una película. En el fondo
es doloroso darse cuenta de quién, quiénes o qué dirige la cultura.
Asociar
el mito griego de Prometeo, el titán amigo de los mortales que robó el
fuego a los dioses, por lo que fue castigado por Zeus, tiene, por
supuesto, sentido. Oppenheimer organizó a un grupo de científicos para
poseer un “fuego” mucho más mortal e indigno que el prometeico: el de
las bombas atómicas. Y fue castigado por ello, pero no por los dioses,
sino por esos pequeños “dioses”, en general de pacotilla, que son los
políticos, cuando estos se dieron cuenta de que pretendía devolver a los
dioses ese fuego nuclear para que lo guardasen a salvo de los belicosos
mortales.
Aunque
también podemos pensar en Oppenheimer como un moderno Cicerón, el
hombre que se esforzó en defender la República romana, como forma de
poder democrático, pero que finalmente fue derrotado, no por César, al
que también combatió, sino por su sucesor, Octavio. O como un Séneca,
que murió desangrándose, rendido ante Nerón.
La
República que pretendía defender Oppenheimer era la de los científicos,
que, pensaba, deberían ser los propietarios del fuego que habían
creado, los que decidiesen cómo debería ser utilizado. El problema era
que no existía tal República, al menos no una monolítica. Otros, como
Edward Teller o Ernest O. Lawrence, “padres”, respectivamente, de la
bomba de hidrógeno y de los aceleradores de partículas –en su caso, los
denominados “ciclotrones”–, pensaban de forma muy diferente: no querían
que se renunciase al poder político que daba ese fuego dantesco. No
olvidemos, asimismo, que los científicos nunca han podido competir en
poder con los políticos, llámense éstos Truman, Stalin, Eisenhower, Jrushchov…. o Donald Trump.
Y
Robert Oppenheimer, un hombre cultivado, amante y conocedor de textos
clásicos de la antigüedad, debería haberlo sabido. Tal vez lo sabía, y
el que aun así luchase por sus ideas se añade a su dignidad. Y así lo
recordamos, lo mismo que recordamos a Cicerón o a Séneca, que, como él,
también colaboraron durante algún tiempo con los Nerones de turno.
Postado há 5 weeks ago por Orlando Tambosi
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