BLOG ORLANDO TAMBOSI
Todas as noites em que escrevia, o escritor norte-americano precisva de tabaco e whisky para mergulhar no mundo que inventava passo a passo. J. J. Armas Marcelo para El Cultural:
Volver a Faulkner es regresar una vez más a Yoknapatawpha,
en el profundo sur de los Estados Unidos. Pero es, sobre todo, volver a
la novela de los años 30 del siglo pasado, en plena recesión, una época
en crisis que dio a novelistas extraordinarios que provocaron un giro
en el entendimiento de este género literario: John Dos Pasos, Hemingway, John Steinbeck, Scott Fitzgerald.
Hace
tiempo me preguntaron en una universidad española cuál era el escritor
más inteligente que había leído. Entonces señalé sin dudarlo a William
Faulkner, que había inventado un mundo de ficción sobre un papel y
escribiendo con un lápiz. Ahora vuelvo a releer algunas de estas páginas
eternas y, al regresar a Yoknapatawpha, la encuentro exactamente igual:
genial, cruel, bellísima.
Retrato
de una época que marcó una huella de hierro en la vida del llamado
mundo real, la Historia con mayúsculas. También me preguntaron otra vez
cuál era el cuento de Faulkner que más me había gustado. Aquí tuve más
dificultades “técnicas”, pero al final no lo dudé, como no lo dudo
ahora, al regresar a Yoknapatawpha en este peregrinaje literario que es
la tele Tura de un autor clásico y eterno: El oso, contesté entonces y
repito ahora.
Whisky,
tabaco, lápiz y papel. Estos son los cuatro elementos que Faulkner
necesitaba cada noche que escribía para marcharse al mundo que estaba
inventado paso a paso, con la paciencia que da el sur de aquella tierra y
un inmenso talento literario. Muchos estudiosos han escrito sobre el
origen del nombre de Yoknapatawpha, el condado en el que se llevan a
cabo las novelas y muchos cuentos de Faulkner.
Hay
quien ha escrito que lo más probable es que, una de esas noches del
escritor dipsómano, llenas del calor del alcohol y llevado por la mano
de la literatura, Faulkner se quedará dormido sobre el papel luego de
garabatear un nombre ilegible para la secretaria que, al día siguiente,
cuando pasó el texto a la máquina de escribir, no supo traducir sonó
como Yoknapatawpha. Bendito detalle, en todo caso, como afirmaba Nabokov.
Los
detalles son la vida misma de la novela y ahí, en ese recóndito rincón
de la escritura literaria, está el corazón que nunca deja de soñar con
un mundo distinto al real al que vivimos, en el que sobrevivimos como
podemos, convenciéndonos de que somos libres aunque, en realidad, en una
u otra dimensión, seamos sirvientes y hasta esclavos de la tiranía de
la vida, del drama humano de la existencia.
Porque
de eso, de drama y tragedia clásicas, está llena la escritura
faulkneriana y por eso, porque habla de nosotros en cualquier tiempo,
las relecturas de las novelas de Faulkner son siempre una epifanía
renovada, un juego de luces y oscuridades, un camino lleno de túneles al
fin al de los cuales no hay ninguna luminosidad que nos espere, sino
los pensamientos trágicos y las vidas de personajes que no son más que
juguetes rotos del azar, de la necesidad y, tal vez, de las
sincronicidades de las que hablaba Jung.
Santuario,
la gran novela de Faulkner, fue traducida al español por el novelista y
periodista cubano Lino Novás Calvo, inmediatamente después de que se
publicara en inglés en los Estados Unidos. Poco tiempo después, la
traducción de Novás Calvo, que también tradujo al español El viejo y el
mar de Hemingway, apareció en una colección de la Editorial Austral que tuvo, durante décadas, el marchamo de un canon ideal, Áncora y Delfín.
Novás
Calvo era, igualmente, un gran cuentista y novelista, muy influido por
la novela norteamericana de la época, pero gran conocedor de la
literatura clásica, griega y latina. Escribió una gran novela, Pedro Blanco, el negrero, que de vez en cuando regresa al lector en una nueva edición que resulta felizmente interminable.
Hay
algo en Faulkner que es determinante en su pensamiento literario y que
lo convierte en un escritor de resonancias bíblicas, como lo es Steinbeck:
no dudan en usar las sentencias que suenan a música profundamente
sagrada, venida de los viejos siglos en los que los únicos libros que
existían de verdad eran los libros sagrados. Tengo para mí que esa
sacralidad, escondida en el alma de cada una de sus novelas, hace de
Faulkner un evangelista literario del mundo contemporáneo.
Algunos
críticos y especialistas universitarios y académicos dicen, a veces con
la boca torcida, que la literatura narrativa de William Faulkner “está
de capa caída”. Con certeza intelectual, no lo creo. Las novelas que
atan historias humanas, tragedias constantes (las que vivimos de una u
otra manera), épocas críticas de la Humanidad; las historias de ese
género crean personajes y situaciones semejantes a la vida que vivimos y
sufrimos semejante a esa noche que llamamos tragedia. Y eso, como vemos
y recordamos cada vez que leemos las novelas de un gran novelista, nos
da la impresión de que no se va a caber nunca, sino que la historia se
repite llevada al desastre por imbéciles llenos de ruido y furia.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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