BLOG ORLANDO TAMBOSI
A mestiçagem tem sido a protagonista da nossa evolução, de modo que, entre humanos, não há as substanciais diferenças existentes entre outros animais. José Manuel Sánchez Ron para El Cultural:
Participé en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado
en Cádiz. Su tema general fue “Lengua española, mestizaje e
interculturalidad. Historia y futuro”. Una de las sesiones de la reunión
estuvo dedicada a “Mestizaje, ciencia, tecnología y lengua” y aproveché
mi participación en ella para tratar sobre la espinosa cuestión de qué
se debe entender por “raza”.
La conexión con el tema central del congreso, el “mestizaje”, aparece en el Diccionario de la Lengua Española (DLE),
que elaboran conjuntamente la Real Academia Española (RAE) y sus
academias hermanas americanas, filipina y guineana (ASALE). Cuando se
consulta en el DLE la entrada “mestizaje”, la primera acepción dice:
“Cruce de razas diferentes”. Se trata, obviamente, de una definición que
se refiere a la biología, mientras que la tercera acepción, “Mezcla de
culturas distintas, que da origen a una nueva”, es de naturaleza,
digamos, sociológico-cultural.
Ahora
bien, ¿qué se debe entender por “raza”, concepto citado en esa primera
acepción? Si vamos de nuevo al DLE, encontramos que las dos primeras
entradas de “raza” son: “1. Casta o calidad de origen o linaje. 2. Cada
uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y
cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”. Y si se
consulta la definición de “casta”, la acepción relevante es: “En algunas
sociedades, grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer
separado de los demás por su raza, religión, etc”. Partimos de “raza”,
pasamos a “casta” y retornamos a “raza”, una desafortunada situación
circular que en ocasiones se da en entradas de muchos diccionarios. Y
que hay que corregir.
Lo
que quiero señalar, lo que transciende y se podría deducir de este
grupo interrelacionado de voces, es la posibilidad de hablar de razas
referidas a nuestra especie, Homo sapiens.
La segunda acepción de “raza” citada anteriormente es estrictamente
correcta, pues se refiere a “cada uno de los grupos en que se subdividen
algunas especies biológicas”.
El
problema es si una de esas especies es la humana. La respuesta es que
no. Existen “razas” diferentes en animales como, por ejemplo, en
palomas, perros o caballos, y también en plantas, aunque en este caso se
hable de “variedades”, pero esas razas existen porque animales y
plantas han sido sometidos por los humanos a condiciones muy estrictas
en su desarrollo.
En El origen de las especies (1859) Charles Darwin dedicó
un buen número de páginas del capítulo uno a las diferencias y origen
de esas razas, centrándose especialmente en las palomas, con las que
experimentaba en su casa de Down, en la que se recluyó con su numerosa
familia a partir de 1842. “Probablemente – escribió allí – el elemento
más importante [para generar razas distintas] es que el animal o planta
sea tan estimado por el hombre que se conceda la mayor atención incluso a
la más ligera variación de sus cualidades o estructura. Sin poner esta
atención, nada puede hacerse”.
Afortunadamente
semejantes controles no se han aplicado, no los hemos aplicado, a
nuestra propia especie, ni siquiera lo pudo hacer realidad aquel infame e
inhumano visionario de nombre Adolf Hitler, pues los “arios” que tanto admiraba distan mucho de ser uniformes, como su propia fisonomía delataba.
No
se dan en los humanos las sustanciales diferencias existentes en las
razas animales: “En los esqueletos de las diversas razas [de palomas]
–explicaba Darwin– las vértebras caudales y sacras varían en número; lo
mismo ocurre con las costillas, que varían también en su anchura
relativa y en la presencia de apófisis. El tamaño y forma de los
orificios del esternón es sumamente variable”. Y proseguía con más tipos
de diferencias.
En
su libro de 1859 Darwin fue muy cuidadoso, no implicando directamente a
los humanos. Sólo aparece una breve alusión al respecto en el último
capítulo, donde escribió: “En el futuro distante veo amplios campos para
investigaciones mucho más importantes. […] Se proyectará luz sobre el
origen del hombre y sobre su historia”. En su otro gran libro, El origen
del hombre (The descent of man, 1871), sí se adentró en este
trascendental asunto y asoció razas a nuestra especie.
“Es
evidente –escribía en el capítulo dos– que el hombre se halla sometido a
mucha variabilidad. No hay dos individuos de una misma raza que sean
completamente iguales”. No lo sabía, no podía saberlo, pero esa misma
frase desacreditaba la aplicación de “raza” a los humanos. Como han
demostrado la genética y la biología molecular, cuando se estudia en
humanos cualquier sistema genético siempre se encuentra un alto grado de
polimorfismo, esto es, de variedad genética, es decir, no hay “dos
individuos que sean completamente iguales”: las diferencias entre
personas de una misma (supuesta) raza pueden ser mayores que las que
existen entre miembros de dos de esas imaginadas “razas”.
Recientemente,
la Comisión de Vocabulario Científico y Tecnológico de la Real Academia
Española ha revisado la entrada “raza” proponiendo (aún debe pasar
otros filtros): “Conjunto de poblaciones humanas que, según
clasificaciones tradicionales y sin fundamento científico, comparten
rasgos físicos o fisiológicos”.
Postado há 1 week ago por Orlando Tambosi
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