BLOG ORLANDO TAMBOSI
Brett Weinstein e Heather Heying |
Daniela Gallegos resenha, para Letras Libres, o livro de Bret Weinstein e Heather Heying, 'Guia do caçador-coletor para o século XXI: como nos adaptarmos à vida moderna', cuja versão em espanhol acaba de ser publicada:
El
año pasado se estrenó la película Crímenes del futuro, de David
Cronenberg. Al margen de la trama, creo que plantea un panorama
interesante: debido al declive ambiental del planeta, el cuerpo humano
ha evolucionado en un entorno puramente sintético y su respuesta
adaptativa es la del “Síndrome de Evolución Acelerada”. Se trata de una
condición que posibilita que los cuerpos humanos produzcan nuevos
órganos de manera rápida. En casos extremos de adaptación, el ser humano
puede comer plástico y digerirlo. Creo que el futuro vislumbrado por
Cronenberg es poco deseable, sobre todo cuando pensamos en nuestro
presente: no parece cercano un mundo en que nuestra basura se acabe con
solo digerirla.
Años
de investigación de campo y ejercicio docente llevaron a los biólogos
evolutivos Heather Heying y Bret Weinstein a escribir un manual para
saber cómo adaptarnos a la vida que tenemos. Guía del cazador-recolector
para el siglo XXI comienza con una crítica aguda: la disonancia entre
el ritmo acelerado de los cambios y lo difícil que resulta acomodarnos a
dicho ritmo, al grado de ser incapaces de valernos por nosotros mismos.
Abunda
la literatura que pretende explicar y prescribir cómo debemos vivir
mejor. Pero resulta curioso que este par de biólogos nos presenten una
guía. En palabras de los autores, “el objetivo principal no es responder
a preguntas, sino presentar un marco científico sólido en el que
entendernos, un marco desarrollado a lo largo de décadas de estudiar y
enseñar esta materia”. Dicho de otro modo, este libro es un manual que
propone comprendernos a partir de la verdadera naturaleza de lo que
somos, desde los orígenes ancestrales que nos han dado vida. El contexto
evolutivo y su análisis, a decir de los autores, es lo único que nos
ayudará a corregir el rumbo.
El libro se divide en dos partes. La primera recoge brevemente la historia del linaje humano y explica a la persona desde su individualidad: su relación con el sueño, la comida y la medicina. Ahí, además de relatar cómo hemos evolucionado en torno a esos tres ámbitos, recalca las dificultades y errores que aquejan a cada uno en la vida moderna. La segunda explica la relación del hombre con otros individuos: habla del sexo y el género, de la paternidad y las relaciones, de la infancia, la escuela y el paso a la edad adulta. Al igual que en la primera parte, hace alusión al comportamiento evolutivo en torno a nuestros vínculos con los otros y a los errores que consumen a esos vínculos.
A
lo largo de estas páginas, los biólogos realizan críticas muy agudas al
reduccionismo, el cientificismo, la hipernovedad y el cortoplacismo.
Para ellos, “necesitamos las metáforas para entender los sistemas
complejos” que nos hacen lo que somos. Es necesario sentarnos de nuevo
como hacíamos antes alrededor de una hoguera y llevar a cabo un
intercambio humano de ideas y propuestas sobre cómo vivir mejor. Un
diálogo lo más alejado posible del que tenemos ahora por redes sociales.
La
obra de Heying y Weinstein tiene una construcción poco predecible.
Quizá se deba al punto de vista desde el que escriben. Un libro que
pretenda dar respuesta a los problemas que vivimos en la actualidad
normalmente seguiría un índice con temas woke como el racismo, el
aborto, la migración, la guerra, la ecología, el feminismo, etc. Pero lo
cierto es que resulta enriquecedor que estos biólogos vayan hilvanando
esos problemas a partir de temas de los que comúnmente no se habla y que
subyacen a la conversación pública. Es ahí donde reside la relevancia
de su propuesta: no es un tratado más sobre estas etiquetas que apuntan a
heridas sociales, políticas y ambientales, sino que explica al ser
humano desde otras ópticas y maneras más frescas de tratar problemáticas
a las que nos enfrentamos. Plantea una forma de vivir el día a día, sin
perder de vista de dónde venimos y a dónde podemos ir, en el entendido
de que hay cosas que debemos sacrificar por los llamados trade offs
evolutivos: no podemos ser la sociedad más justa y a la vez la más
libre, por ejemplo, de igual modo que no se puede esperar que un pájaro
sea el más rápido y también el más ágil. Para adaptarnos, es necesario
“dejar ir” porque no todo puede traspasar las barreras de la adaptación.
Necesitamos ser realistas. Por eso, aplaudo que, al final de cada
capítulo, los autores destinen una sección llamada “Lentes correctores”
con consejos concretos para aplicar en la vida diaria.
Advierto,
sin embargo, que hace falta un tratamiento más fino de un tema de suma
importancia. Si el mismo libro propone una historia que comienza en el
ser humano y termina en sus vínculos con los otros, ¿por qué no destinar
una parte para hablar en concreto de la relación que tenemos con la
naturaleza y los animales? Entiendo que algunos capítulos traten
tangencialmente el problema, pero ¿no merecía un apartado, a fin de
analizar el asunto con mayor profundidad? De todos los temas que
esperaba en un libro con el título de Guía del cazador-recolector para
el siglo XXI el que realmente esperé y no vi plasmado fue el de cómo
volver a relacionarnos con nuestro entorno. Pensaba que, al adoptar una
óptica biológica-evolutiva, el libro abordaría nuestra relación con la
naturaleza y explicaría cómo, a partir de ahí, podríamos mejorar ese
vínculo, reconectar con nuestras raíces y reconstruirlas. Otro tema que
me hubiera gustado es el transhumanismo y las pretensiones tecnológicas
de separar nuestra mente del cuerpo. ¿Cómo llegamos a esto? ¿De qué modo
nos relacionamos con nuestro propio entendimiento de ser criaturas
inteligentes y querer trascender las barreras de lo humano?
Sobre
el papel de la biología evolutiva para resolver nuestra condición
actual, los autores consideran que esta disciplina responde a la vida
moderna desde una perspectiva integral: estudian el pasado y con ello
comprenden el presente y vislumbran el futuro. La ciencia no solo parte
de primeros principios y genera hipótesis con cada vez mayor precisión,
sino que concibe modelos que explican el mundo con tres objetivos en
común: (1) pueden predecir más que los modelos previos, (2) asumen menos
información que antes, y (3) se complementan entre sí para “fundirse en
un todo perfecto”. Es claro que una premisa de fondo que opera en este
libro es la de una confianza absoluta en la ciencia y en sus alcances.
¿Pero hasta qué punto podemos confiar en ella? ¿No tendrá ella misma una
crisis en su propia definición y por ende en sus alcances? Aun
aceptando que la ciencia pudiera tener una respuesta a los problemas del
mundo actual, todo dependerá del buen uso que hagamos de sus
descubrimientos. Por mucho que la voluntad emane de un cuerpo que
evoluciona, no podemos controlar el comportamiento humano a partir de
explicaciones meramente científicas.
Finalmente,
una preocupación que me acompañó a lo largo de toda la lectura fue la
frase final del libro: “el problema es evolutivo, y la solución
también”. Los autores defienden que a partir de la comprensión de las
dinámicas evolutivas que nos han llevado a esta vida moderna podemos
engendrar nuevos rumbos por los cuales transitar y adaptarnos a los
cambios que genera nuestro entorno actual. Quizá mi inquietud se deba a
que no soy bióloga evolutiva, pero ¿qué pasa con la biología sintética y
la terapia genética? ¿No estamos los humanos acaso posicionándonos por
encima de esas dinámicas adaptativas que explican Bret y Heather y con
ello haciendo imposible que la cuestión se resuelva desde la mera
comprensión evolutiva de nuestro genoma? De tal modo que este problema,
habiendo sido evolutivo, se torna de pronto en algo que no es posible
resolver solo desde ese punto de vista, sino que parece depender
plenamente de las reglas humanas arbitrarias que vayan surgiendo con el
tiempo.
Regresemos
al inicio con Cronenberg: si el problema de la hipernovedad tiene una
explicación puramente evolutiva y, por tanto, su solución es también
evolutiva, ¿por qué no podríamos adaptarnos hasta el extremo de poder
digerir el plástico? Ese escenario desafiaría por sí mismo la idea de
corregir el rumbo. Si el ser humano logró que el genoma se adaptara a
los cambios que arbitrariamente originó con sus “avances”, ¿por qué
necesitaríamos cambiar? Creo que hay un componente difícil de rastrear
en la historia de nuestro linaje y ese es la voluntad. Quizás es
absurdo, pero permanezco escéptica ante la conclusión del libro. No sé
si basta con la biología y con los “lentes correctores” que nos dan
Heather y Bret. Estoy convencida de que el problema tiene que ver con un
quiebre entre nuestro camino evolutivo y nuestra voluntad. El genoma
que nos hizo lo que somos, paradójicamente nos ha dado las herramientas
para editarlo y cambiar con ello las reglas del juego. Por esto, creo
que necesitamos una guía multidisciplinaria que involucre a la ética, a
la filosofía, a la psicología, a la política, a la ciencia, y a la
biología evolutiva por supuesto.
Daniela Gallegos Ayala es filósofa, editora y escritora. Estudió filosofía en la Universidad Panamericana.
Postado há Yesterday por Orlando Tambosi
Nenhum comentário:
Postar um comentário